Internet y los desafíos de la cultura humanística

[*]

Antonio Spadaro, sj [**]

Recepción: 27 de octubre de 2017
Aprobación: 24 de enero de 2018

 

La Red no es un nuevo medio

Aun hoy se piensa y se habla de internet como de un nuevo medio que se añade a los anteriores (en orden cronológico, la prensa, la fotografía, la radio, el cine, la televisión), como si hubiéramos descubierto otro planeta en órbita alrededor del sol después de Plutón. No es así. Estamos delante de algo diverso. Internet no es un nuevo medio, al lado de los demás. La red informática no es algo semejante a la red del agua, a la del gas… Más bien…

– La Red no existe, internet no existe. Nosotros quedamos impactados por la tecnología, pero mientras permanezcamos impactados por ella, no entenderemos su significado antropológico.

– En particular, la Red es una revolución que podríamos considerar “antigua”, es decir, con sólidas raíces en el pasado porque da forma nueva a deseos y valores antiguos del ser humano.

– Cuando pensamos en internet hace falta no sólo considerar las perspectivas que ofrece, sino también los deseos y expectativas que el hombre siempre ha tenido y a los que intenta responder; a saber, relación y conocimiento.

El Papa Francisco ha escrito en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales del año 2014: “La red digital puede ser un lugar rico de humanidad, no una red de cables, sino de personas humanas”.

La misma vida es una red que se expresa física y digitalmente. Internet es una realidad que ya forma parte de la vida cotidiana: no es una opción, es un dato de hecho. La evangelización no puede no tomar en cuenta esta realidad. ¿Por qué? Para contestar a esta pregunta es necesario responder a otra. ¿Qué es internet? No es un conjunto de cables, alambres, módem y computadora. Sería equivocado identificar la realidad y la experiencia de internet con la infraestructura tecnológica que la posibilita.

Sería lo mismo que decir, por ejemplo, que el “hogar doméstico” (home) se puede reducir al edificio habitado (house) por una familia.

Un alumno africano mío de la Pontificia Universidad Gregoriana me dijo una vez: “yo quiero a mi computadora porque dentro de ella están todos mis amigos”. Es verdad: dentro de su computadora encuentra Facebook, Skype, Twitter… todos ellos medios para estar en contacto con sus amigos lejanos. Su comunidad de referencia es real gracias a la red. Esta ingenua afirmación nos hace reflexionar sobre el hecho de que tal ambiente digital tiene un impacto sobre el significado mismo de lo que significa existir. La vida de muchos jóvenes se encuentra allí, en las fotos y en los pensamientos que comparten; ahí están sus amigos. Ellos, de alguna manera, “están en la red, parte de su vida está allí. Nos damos cuenta de que existimos también en la red, una parte de nuestra vida es digital”.

La Red, así al alcance de la mano, comienza a incidir sobre la capacidad de vivir y de pensar. De su influjo depende, en algún modo, la percepción de nosotros mismos, de los demás, del mundo que nos rodea y del que aún no conocemos.

 

La vocación espiritual de la tecnología

En realidad, el hombre siempre ha buscado entender la realidad. Pensemos cómo la fotografía o el cine han cambiado el modo de representar las cosas y los acontecimientos; el avión nos ha hecho comprender el mundo de una manera diversa que el carro con ruedas; la prensa nos ha hecho comprender la cultura de una manera diferente, etcétera.

El ambiente digital (como todo ambiente) abre nuevos modos de pensar lo real y predispone a ciertas formas de razonamiento. Así como la prensa ha requerido una forma mentis analítica y racional, la época digital requiere formas de conocimiento más participativas, menos inclinadas a la abstracción, más impregnadas del “hacer” y más aptas para ver conexiones.

La tecnología, pues, no es un conjunto de objetos modernos y de vanguardia. Ella es parte del obrar con el que el hombre ejerce su capacidad de conocimiento, de libertad y de responsabilidad. La tecnología, escribe Benedicto xvi, en la encíclica Caritas in veritate: “es un hecho profundamente humano, ligado a la libertad del hombre. En la técnica se expresa y reafirma el señorío del espíritu sobre la materia”. La tecnología, pues, expresa la capacidad del hombre de organizar la materia en un proyecto de valor espiritual. El cristiano, por ello, está llamado a comprender la naturaleza profunda y la vocación misma de las tecnologías digitales en relación con la vida del espíritu. Obviamente la técnica es ambigua porque la libertad del hombre puede ser usada para el mal, pero precisamente esta posibilidad saca a la luz su naturaleza vinculada a la vida espiritual.

Un momento fundamental de la comprensión espiritual de las nuevas tecnologías fue la promulgación del Decreto del Concilio Vaticano II Inter mirifica, el 4 de diciembre de 1963, que comienza: “Entre los asombrosos inventos técnicos, que particularmente en nuestros días el ingenio humano, con la ayuda de Dios, ha sacado de la creación, la Madre Iglesia acoge y sigue con especial cuidado, aquellos que más directamente atañen al espíritu humano y que han abierto nuevos caminos para comunicar con la máxima facilidad, noticias, ideas y enseñanzas de todo tipo”.

Pocos meses después, en 1964, Pablo vi, dirigiéndose al Centro de Automatización del Aloisianum de Gallarate, dirigido por los Jesuitas, pronunció unas palabras de extraordinaria belleza. En el Centro estaban elaborando el análisis electrónico de la Summa Theologiae de Santo Tomás y también del texto bíblico. Dijo: “Hace falta ser conscientes de cómo el cerebro mecánico viene en ayuda del cerebro espiritual; y cuanto más el cerebro espiritual se expresa en su propio lenguaje, que es el pensamiento, tanto más el cerebro mecánico parece feliz de estar en dependencia de él”. Y continúa: “Este esfuerzo de infundir en instrumentos mecánicos el secreto de funciones espirituales es elevado a un servicio que toca lo sagrado”. ¡Lo sagrado! ¡Y estaba hablando de tecnología! El Papa siente subir el gemido de aspiración del homo tecnologicus a un grado superior de espiritualidad. El hombre tecnológico es el hombre espiritual.

Así, ha escrito Benedicto xvi en su 45 Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que las nuevas tecnologías, usadas con sabiduría, “pueden contribuir a satisfacer el deseo de sentido, de verdad y de unidad que permanece como la más profunda aspiración del ser humano”.

El desarrollo tecnológico, bien entendido, alcanza a expresar una forma de deseo de la trascendencia respecto a la condición humana tal como es vivida actualmente. Y esto debe decirse también para el ciberespacio, para la internet. La rapidez de sus conexiones representa muy bien el deseo del hombre de una plenitud de relaciones de conocimiento, de comunión que siempre lo supera. En suma: la tecnología tiene una vocación espiritual.

La cultura digital plantea nuevos desafíos a nuestra capacidad de hablar y de escuchar un lenguaje simbólico que hable de trascendencia. Estamos llamados, pues, a vivir bien, sabiendo que la red es parte de nuestro ambiente vital, y que en ella ya se desarrolla una parte de nuestra capacidad de hacer experiencia, también experiencia espiritual.

Y nos lo ha recordado Benedicto XVI: “El ambiente digital —ha escrito en su mensaje para la cuadragésima séptima Jornada Mundial de las comunicaciones— no es un mundo paralelo o puramente virtual, sino parte de la realidad cotidiana de muchas personas, especialmente de los más jóvenes”. El espacio digital no es inauténtico, alienado, falso o aparente, sino que es una extensión de nuestro espacio vital cotidiano, que requiere “responsabilidad y entrega a la verdad”. Habitar significa inscribir los propios significados en el espacio. Y, precisamente, éste es el desafío: inscribir los significados y los valores de nuestra vida en el ambiente digital y, también, entender lo que la red nos enseña a pensar sobre la fe hoy.

La red es una realidad que afecta cada vez más la existencia de un creyente e incide sobre su capacidad de comprensión de la realidad y, por tanto, también de su fe y su modo de vivirla.

Mientras se diga que hace falta salir de las relaciones de la red para vivir relaciones reales, se confirmará la esquizofrenia de una generación que vive el ambiente digital como un ambiente puramente lúdico en el que se supone en juego un segundo yo, una doble identidad que se nutre de banalidades efímeras.

El reto está claro, entonces: no ver en la web una realidad paralela, sino una parte de nuestro ambiente vital y asumir que en ella ya se desarrolla una parte de nuestra capacidad de hacer experiencia. ¿De qué manera nuestra experiencia digital impacta el sentido de nuestra vida?

Me detendré en algunos ámbitos, más para problematizarlos que para describirlos.

 

El desafío del sentido y de la pregunta

 El primer ámbito es el reto del sentido y la pregunta. Quisiera partir de la tecnología de la brújula. Érase una vez la brújula. La brújula indica el Norte. Si la brújula no indica el Norte es porque no funciona y, ciertamente, no porque no exista el Norte. La brújula es una buena metáfora tecnológica del sentido de la vida.

Una vez el hombre estaba firmemente atraído por lo religioso como un hontanar de sentido fundamental. Como aguja de una brújula se sabía que era radicalmente atraído hacia una dirección determinada, única, natural: el Norte. Luego el hombre, especialmente con la Segunda Guerra Mundial, ha empezado a usar el radar para detectar y determinar la posición de objetos fijos o móviles. El radar va a la búsqueda de su objetivo, e implica una apertura indiscriminada incluso al más tenue signo, sin esperar indicación de una dirección precisa. Y así también el hombre ha empezado a ir buscando un sentido para la vida y también un Dios capaz de alguna señal de reconocimiento, capaz de hacer oír su voz. La experiencia de esa lógica es la pregunta: “Dios, ¿dónde estás?”.

Desde aquí también se comprende la espera de Godot y tantas páginas de literatura del Novecento, por ejemplo. El hombre se entendía como un “oyente de la palabra” —por usar una célebre expresión del teólogo Karl Rahner que, implícitamente, ha dado fórmula teológica a la metáfora tecnológica del radar— en la búsqueda de un mensaje del cual sentía una profunda necesidad. Y hoy, ¿sigue valiendo esta imagen? En realidad, aunque siempre viva y verdadera, viene a menos para los jóvenes. La imagen hoy más presente es la del hombre que se siente perdido si su celular no funciona o si su instrumental tecnológico (computer, tablet o smartphone) no puede acceder a alguna conexión en la red inalámbrica.

Si en otro tiempo el radar estaba en búsqueda de una señal, hoy, al contrario, estamos buscando un canal de acceso a la red y a través de ella a los datos. El hombre de hoy, más que buscar señales, está acostumbrado a tratar de estar siempre en la posibilidad de recibirlas sin la necesidad de buscarlas.

El hombre, de la brújula antes y del radar después, se está transformando, entonces, en un decodificador, esto es, en un sistema de acceso y decodificación de las preguntas sobre la base de las múltiples respuestas que lo alcanzan sin que él se preocupe por ir a buscarlas. Vivimos bombardeados por los mensajes, padecemos una hiper-información, la así llamada information overload (exceso de información). El problema hoy no es hallar el sentido del mensaje sino decodificarlo, reconocerlo sobre la base de las múltiples respuestas que recibimos.

Antes llegan las respuestas y en éstas el hombre está llamado a reconocer sus preguntas más radicales y auténticas. Entonces lo importante hoy no es tanto dar respuestas. Todos dan respuestas. “The teacher doesn’t need to give any answer because answers are everywhere”.[1]

Hoy en día es importante reconocer las preguntas importantes, fundamentales.La gran palabra que hay que volver a descubrir es, entonces, una vieja palabra del vocabulario cristiano: el discernimiento. El discernimiento espiritual significa reconocer entre las muchas respuestas que hoy recibimos cuáles son las preguntas importantes, verdaderas, fundamentales. Es un trabajo complejo, que requiere una gran preparación y una gran sensibilidad espiritual.

 

El desafío de la autorreferencialidad

El segundo ámbito es el desafío de la autorreferencialidad. Motores de búsqueda y redes sociales son dos pilares de nuestra vida digital y podríamos decir también de nuestra vida ordinaria. De hecho, ellos tienen un impacto directo sobre el modo en que accedemos a las informaciones que buscamos y sobre el modo en que mantenemos vivas nuestras relaciones sociales. Ciertamente no podemos reducir conocimiento a información; sin embargo, nuestro conocimiento del mundo y nuestras amistades toman forma también en el ambiente digital. Y esto conlleva riesgos (alienación, fragmentación, superficialidad), pero ciertamente también fuertes ventajas de facilidad de acceso y de contacto.

Y aquí se presenta un riesgo relevante que no muchos han sacado a la luz: tanto las redes sociales como Facebook y los motores de búsqueda como Google, conservan la información de las personas que los frecuentan y, precisamente, estos datos son utilizados para orientar las respuestas o actualizaciones de los contactos personales. Entonces, sean los motores de búsqueda como Google (otros como duckduckgo.com no lo hacen), sean las redes sociales como Facebook, estos dispositivos “aprenden” nuestros gustos, aquello que nos interesa mayormente de lo que a menudo estamos buscando. En suma: aprenden a “conocernos”, conservando las informaciones que nosotros les brindamos con nuestras actividades en la red. Y todo esto es analizado, de manera anónima, mediante algoritmos de referencia.

¿Cuál es la consecuencia? Que nuestras búsquedas nunca son neutrales o basadas en criterios exclusivamente objetivos, sino sobre nuestros intereses específicos. Están orientados al sujeto.

Entonces sujetos diversos logran resultados diferentes. Por ejemplo, si Google aprende cuál es mi orientación política, en mi búsqueda obtendré sitios y blogs que responden a mi orientación. Si Facebook “conoce” el mismo dato tenderá a mostrarme las actualizaciones de aquellas respuestas que son afines a mí porque tienen las mismas ideas que yo. Así también, si estoy buscando libros o artículos o quiero adquirir música o videos: encuentro inmediatamente lo que se supone me interesa según la base de mi vida en la red. La ventaja es inmediata: llego rápidamente a lo que presumiblemente me interesa.

Pero, por otra parte, hay un gran riesgo: el de quedar encerrados en una especie de “burbuja” que sirve de filtro ante lo que es diverso de mí, por lo cual yo no tengo la posibilidad de darme cuenta de que hay personas, libros, artículos, investigaciones que no corresponden a mis ideas o que expresan una opinión diferente a la mía. Entonces, al final, yo estaré rodeado de un mundo de informaciones que se asemejan a mí, arriesgándome a quedar encerrado ante la provocación intelectual que proviene de la alteridad y de la diferencia.

El riesgo es evidente: perder de vista la diversidad, aumentar la intolerancia, la cerrazón a la novedad y a lo imprevisto; a todo lo que se sale de mis esquemas relacionales o mentales. El otro se vuelve significativo para mí si me es, de algún modo, similar. De otra manera no existe. En este punto, hoy más que nunca, la comparación asume un valor pedagógico fundamental en un mundo que tiende a construir, incluso en la red —es decir, el lugar en principio más abierto posible— islas de autorreferencia.

 

Capacidad de testimoniar valores

 El tercer ámbito consiste en el hecho de que la sociedad digital no es ya pensable y comprensible solamente mediante los “contenidos”. No hay ante todo las cosas, sino las “personas”. Hay sobre todo las relaciones: el intercambio de contenidos se da al interior de las relaciones entre personas. La base relacional (en la red del conocimiento) es radical.

Esto es un dato fundamental que hay que evaluar bien. “La cuestión no es si la web ha provocado revoluciones o no. La cuestión es que todas las revoluciones dependen de la comunicación entre las personas”.[2] La lógica de las redes sociales nos hace comprender (al menos mejor que antes) que el contenido compartido está siempre estrechamente vinculado con la persona que lo ofrece. No hay, en efecto, en estas redes ninguna información “neutral”: el hombre está siempre directamente implicado en lo que comunica.

En la red se comparten no solamente ideas e informaciones, sino que, en última instancia, se comunica uno mismo. El testimonio se está volviendo la verdadera forma privilegiada de comunicación en el ambiente digital. Las noticias tienen valor no solamente en sí y por sí, sino porque están vinculadas a una visión del mundo encarnada por una persona que las testimonia. Es necesario distinguir la información transmitida (broadcasting) y la compartida (sharing en las redes sociales). Los dos contextos generan dos visiones de credibilidad muy diferentes.

– En el caso de la broadcasting (información transmitida) la credibilidad está completamente centrada en la autoridad y fiabilidad de quien transmite, es decir, en el encabezado.

– En el caso de la sharing (la información compartida), este concepto es más complejo, porque la información es tal solo si es compartida al interior de relaciones “creíbles” y auténticas. Sería mejor hablar de “confiabilidad”, que es un concepto mucho más relacional y participativo. Además: en el compartir, la misma relación se vuelve “información” transmitida.

La lógica de las redes sociales nos hace comprender que el contenido compartido está siempre estrechamente vinculado a la persona que lo ofrece. De hecho, no hay información “neutral” en estas redes: el hombre está siempre implicado directamente en lo que comunica. Cada uno está llamado a asumir las propias responsabilidades (y su propia tarea en el conocimiento).

El Papa Francisco, en el Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones de 2014, escribe: “El testimonio cristiano no se hace con el bombardeo de mensajes religiosos, sino con la voluntad de darse a sí mismo a los demás, a través de la disponibilidad a involucrarse, pacientemente y con respeto, en sus preguntas y en sus dudas, en su camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana”.

Derrick De Kerkhove, reconocido experto en el mundo de los medios digitales, ha acuñado la expresión “aureola electrónica” para indicar la red de conexiones comunicativas que conectan a la persona con el mundo y con otras personas. Es sobre la base de esta especie de aureola, que “en los nuevos contextos y con las nuevas formas de expresión” el hombre de hoy en día está llamado a ofrecer un testimonio de sentido.

 

El reto de pensar juntos

 El cuarto ámbito atañe a la posibilidad de pensar juntos. El compartir en la red puede ser mucho más radical que un simple “intercambio”. Internet implica la conexión, el compartir recursos, tiempo, contenidos, ideas…

La aptitud para compartir plasma el modo en el que el hombre piensa y busca sinceramente la verdad. En las redes sociales los hombres están involucrados en el ser estimulados intelectualmente y en el compartir competencias y conocimientos. Internet conlleva la conexión y el compartir contenidos e ideas. La web está contribuyendo al desarrollo de nuevas y más complejas formas de conciencia intelectual y espiritual, de conciencia compartida.

Las redes sociales no solamente ayudan a expresar a los demás el propio pensamiento, sino también a pensar junto con los demás, a elaborar reflexiones, ideas, visiones de la realidad. La comunicación hoy en día ayuda al comunicador a pensar junto con una comunidad. Pero diría más: puede ayudar al comunicador a pensar junto con las personas a las cuales se dirige, gracias a la posibilidad de recibir continuamente feedback (retroalimentación) y comentarios. La comunicación es siempre un gesto que conecta a las personas entre sí.

Y para el Papa Francisco esta conexión es amplia; escribe claramente: “Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos y ésta es una cosa buena, es un don de Dios”. El Papa parece leer en la red el signo de un don y de una vocación de la humanidad a estar unida, conectada. Gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación, revive “el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación”.[3]

El ejemplo ya clásico de esto es el de Wikipedia. Más allá de toda otra consideración, es el fruto de la convergencia de tantas personas conectadas entre ellas en el planeta que piensan y escriben. Todos escriben a una misma voz de la enciclopedia, contribuyendo a un único trabajo común. De alguna manera es como si se “pensara” colectivamente.

El cableado de las redes está dando vida a una fuerza emergente, vital, al grado de reunir a las personas y hacerlas pensar juntos, más allá del tiempo y del espacio. Hoy en día se piensa y se conoce el mundo no sólo en la manera tradicional de la lectura y del intercambio en un contexto restringido de relaciones (enseñanza, grupos de estudio…) sino realizando una vasta conexión entre inteligencias que trabajan en la red. Podríamos decir que la inteligencia está distribuida dondequiera que haya humanidad, y ella puede hoy fácilmente estar interconectada. La red de estos conocimientos da vida a una forma de “inteligencia conectiva”.

 

El desafío de la interioridad en la época de la interactividad

 El quinto, último y más decisivo aspecto que quiero compartir con ustedes atañe al significado de la interioridad. Un gran reto hoy atañe a la experiencia de la interioridad que el hombre actual, especialmente si es joven, puede lograr. El hombre que tiene una cierta familiaridad con el internet aparece más dispuesto a la interacción que a la interiorización. Generalmente, “interioridad” es sinónimo de profundidad, mientras que “interactividad” es a menudo sinónimo de superficialidad. ¿Estaremos condenados a la superficialidad? ¿Es posible compaginar profundidad e interactividad? Es un reto de gran alcance.

Ciertamente hace falta salvaguardar espacios que permiten a la interioridad desarrollarse sin interferencias y “ruidos” que distraen el hombre de sus preguntas radicales y de su necesidad de silencio y meditación. Sin embargo, podemos constatar que el hombre de hoy en día, acostumbrado a la interactividad, interioriza las experiencias si puede tejer con ellas una relación viva y no puramente pasiva, receptiva. El hombre actual considera válidas aquellas experiencias en las que se requiere su “participación” y su involucramiento.

En general, si el objeto de conocimiento no viene traducido en experiencia de acción de parte del sujeto cognoscente, se queda extraño, no significativo y se vuelve banal y ajeno. Tenía razón Juan Bautista Vico, cuando formulaba la línea guía de la Ciencia nueva: verum ipsum factum (la verdad está en el mismo obrar). Es posible conocer de verdad un objeto sólo por aquellos que hayan contribuido a construirlo, a practicarlo y que puedan reconocer en él los efectos y las huellas de su propia acción.

En la web, entendida como lugar antropológico, no hay “profundidades” que explorar, sino “nudos” que navegar y conectar entre sí de una manera compacta. Lo que parece “superficial” es solamente el modo de conectar, incluso inesperado y no previsto, de un “nudo” con otro. La espiritualidad del hombre contemporáneo es muy sensible a estas experiencias.

A la imagen del hombre culto, inclinado sobre el libro en la penumbra de una sala con las ventanas cerradas, hoy la sustituye la del surfista deslizándose sobre la superficie del agua, persiguiendo el sentido ahí donde esté vivo. Entonces, hoy domina “la superficie en lugar de la profundidad, la velocidad en lugar de la reflexión, las secuencias en lugar del análisis, el surf (superficie) en lugar de la profundización, la comunicación en lugar de la expresión, el multitasking (multitarea) en lugar de la especialización”.¿Cuál será entonces la espiritualidad de los “bárbaros, de aquellos nativos digitales cuyo modus cogitandi está en fase de cambio” a causa de su habitar en el ambiente digital?

 

Conclusión

El escritor italiano Italo Calvino, en un ensayo intitulado Cibernética y fantasmas, advertía que el pensamiento “hasta ayer nos parecía algo fluido, evocaba en nosotros imágenes lineales como un río que fluye o un alambre que se desmadeja, o bien, imágenes de gas como una especie de nube, a tal grado que a menudo era llamado ‘el espíritu’”.

Para Calvino —que escribía en 1967 cuando yo tenía un año—, los cerebros electrónicos estaban al nivel de “brindarnos un modelo teórico convincente para los procesos más complejos de nuestra memoria, de nuestras asociaciones mentales, de nuestra imaginación, de nuestra conciencia”. Afirmaba que el pensamiento se puede figurar como el velocísimo pasaje de señales sobre intrincados circuitos eléctricos. ¿Calvino tiene razón? ¿Su tesis es sensata? Se podría discutir quizá a la luz de lo que Ramón Lulio llamaba ars magna (gran obra) y que luego Leibniz llamó ars combinatoria.

Lo que distingue al hombre de la máquina ordenadora (computadora) es precisamente el desorden. Lo que la máquina no produce es el desorden. La máquina pone orden. Por eso, no hay que quejarnos demasiado del desorden, porque en él reside la excepción lógica del hombre respecto de la máquina. Más bien el nativo digital espiritual es una especie de hacker (pirata informático) que vive la espiritualidad como hacking interior, es decir, como algo que rompe el sistema y cambia sus reglas, las visiones habituales, las lógicas automáticas, al plantear la pregunta por el sentido y abrir nuestro sistema operativo interior cerrado y a menudo considerado autosuficiente ante la trascendencia.

 

Notas al pie

[*]  Título original “Internet e le sfide della cultura umanistica”. Traducción de Carluccio Mongardi. Titolo originale “Internet e le sfide della cultura umanistica”. Traduzione di Carluccio Mongardi.

[**]  Director de la revista La Civiltà Cattolica y consultor del Consejo Pontificio para la Cultura y del Consejo Pontificio para la Comunicación Social. @antoniospadaro

 

 

[1] “El profesor no necesita dar ninguna respuesta porque las respuestas están en todas partes”. Sugata Mitra, profesor de Educational Tecnology en la Newcastle University.

[2] Nota del editor: en el original en italiano: “‘La questione non è se Internet abbia o meno provocato delle rivoluzioni. La questione è che tutte le rivoluzioni dipendono dalla comunicazione fra le persone’ (M. Castells)”. Entrevista a Manuel Castells en: Riccardo Luna, “La Rete regala conoscenza ma non può sostituire la forza delle esperienze”, en La Repubblica, 6 de noviembre de 2012. Disponible en: http://www.repubblica.it/speciali/repubblica-delle-idee/edizione2012/2012/11/06/news/manuel_castells-46006238/

[3] Evangelii Gaudium, 87.