Sobre La forma del agua

Luis García Orso, sj [*]

Recepción: 23 de enero de 2018
Aprobación: 22 de febrero de 2018

 

“Si te contara sobre ella, ¿qué te diría?” La forma del agua (The Shape of Water, 2017) es un cuento sobre una princesa sin voz que en sus sueños vive en el agua e inicia su día sensualmente en la bañera mientras prepara huevos cocidos para llevar al trabajo. Su viejo departamento, en tonos verdes, está justo sobre un enorme cine y tiene de vecino a un pintor ya de edad que no consigue trabajo. Elisa trabaja en el equipo de limpieza de un centro de investigaciones militares del gobierno norteamericano. La época: hacia 1962, en plena Guerra Fría de la confrontación entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

El tapatío Guillermo del Toro (Guadalajara, 1964) logra la perfecta combinación de cuentos de fantasía y de terror, de historias románticas, de cine musical y del cine bélico estadounidense para contar una hermosa historia en favor de las personas marginadas, diferentes, aisladas; en favor de los que no tienen voz ni lugar en la sociedad. Los protagonistas: una empleada muda, otra mujer de raza negra, un artista viejo y homosexual, una creatura humanoide y anfibia. Cuatro seres solitarios en busca de amor. Ellos serán la princesa, el príncipe, el monstruo, las hadas madrinas de los cuentos. Y, por supuesto, habrá hombres malvados y ogros, monstruos que lo son y otros que no lo son. Porque, entonces y ahora, en la era McCarthy o la era Trump, hay hombres que suben al poder y desde él imponen ideologías, excluyen y humillan a personas y pueblos, reprimen y violentan, provocan guerras y muertes. En esta historia filmada, una macana eléctrica, la oficina fría de un agente fascista, un carro Cadillac, un macho sobre su mujer, lo representarán muy bien.

Pero en la vida siempre hay lugar para el amor, para la ternura, para la amistad, y esto es lo único que puede cambiar el rumbo de la historia. Cambiar desde los que no valen, no hablan, desde los que son nadie, son “diferentes”. Cambiar desde un amor que no necesita discursos ni palabras, una imaginación que crea acciones por los demás, un arte que se interesa por aquellos que no cuentan y que nos hace libres. La vida se llena de belleza y de sentido cuando alguien mira en otro lo que los demás no ven, cuando alguien es capaz de tocar el corazón y la piel, cuando alguien no ve monstruos sino creaturas también de Dios.

El talentoso director logra dar a su historia la ambientación, el ritmo, la dirección, la edición, la fotografía, la música de Alexandre Desplat, para lograr una hermosa fábula de una belleza honda y trascendente, de una sensibilidad y una imaginación fuera de lo común. Todos los detalles de época que enmarcan la narración y en los que se formó Del Toro alimentan su propuesta: la película Creature from the Black Lagoon (El monstruo de la Laguna Negra, 1954) y los cuentos de La Bella y la Bestia y de King Kong, en los que no hay propiamente monstruos sino creaturas capaces de enamorarse; la música fascinante de Benny Goodman y los bailes y canciones de Betty Grable y Alice Faye, que devuelven ilusión a un pueblo en medio de la segunda Guerra Mundial; las pinturas de Norman Rockwell que abogan por las minorías marginadas; la historia bíblica de Rut, en la que una extranjera se vuelve pueblo fiel, o Dalila, que vence al invencible Sansón, y una canción de 1943, “You’ll Never Know”, que revive tan hermosa en el presente con la interpretación de Renée Fleming. La forma del agua y Guillermo del Toro hacen que el cine, la imaginación y el arte ofrezcan al ser humano lo mejor de sí mismo: la capacidad de amar.

“Si te contara sobre ella, ¿qué te diría?… Todo lo que viene a mi mente es un poema que susurra una persona enamorada”.

 

[*] Profesor de Teología en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México; miembro de la Comisión Teológica de la Compañía de Jesús en México, miembro de SIGNIS (Asociación Católica Mundial para la Comunicación). lgorso@jesuits.net