La universidad en México (mesa de diálogo)

[*]

Francisco Javier Garciadiego,
José Sarukhán Kermez y
Antonio Lazcano

Francisco Javier Garciadiego[1]

Estoy muy emocionado de estar en esta ciudad. Aquí nació mi padre, en Guadalajara, y le tengo un cariño enorme, y además venir a los sesenta años del ITESO, habiendo sido mi padre egresado del Instituto de Ciencias, claro que me emociona. Y espero dejar la emoción aquí. Estoy encantado de la invitación y de estar en una mesa con colegas que yo admiro tanto. De verdad, qué bueno que me pusieron primero porque hablar después de Antonio Lazcano o de José Sarukhán es un compromiso enorme, así que prefiero iniciar yo.

A pesar de venir a una institución como el ITESO, una institución jesuita, debo iniciar diciendo que yo no creo en una interpretación, lo que se diría, providencialista de la historia. Es decir, en un ente trascendente que conduce el futuro y a la humanidad. Yo no creo en esa visión de la historia. Tampoco creo en una visión absolutamente contingente de la historia como una suma de azares, ni creo en una visión racionalista o mecanicista de la historia en donde todo tiene una causa y el efecto está correlacionado de manera excluyente con esa causa. No, la verdad es que mi visión de la historia está muy influida por algo que alguna vez dijo Jorge Luis Borges al responder a la pregunta de si creía en Dios. Él contestó: “Soy tan escéptico, que ya no sé si no creer”. A mí me pasa lo mismo: soy tan escéptico que ya no sé si es conveniente o no tener una filosofía de la historia.

Voy a tratar de plantearles una confluencia —no me gusta hablar de azares en la historia— de resultados muy positivos de tres procesos históricos, abiertamente disímbolos, incluso distantes en el tiempo y en la geografía, pero, repito, confluyeron en un resultado histórico, a mi modo de ver, muy positivo, confluencia en la que además intervinieron algunos individuos que también coincidieron en este proceso.

El resultado de esta confluencia es una institución no universitaria, o parcialmente universitaria. Si me han invitado a una mesa para hablar de la universidad en México, pues yo voy a hablar de una institución que no es y nunca se planteó como universidad expresamente, pero en la que el ente universidad está presente a lo largo de toda su historia. Voy a dejar en misterio el nombre de esa institución para que tenga algo de enigmática la charla.

¿Cuáles son estos tres procesos que confluyen, procesos distantes en el tiempo y en la geografía, no necesariamente conectados? Pues comencemos con uno: la crisis del 98 en España. Y por favor, tengan paciencia. Sé que dirán: “Este profesor chilango viene a hablarnos de la crisis del 98 en España, algo muy distante del asunto universitario en México”. Bueno, pues distante sólo parcialmente.

La crisis del 98 es la pérdida de las últimas propiedades del imperio hispánico del otro lado del Atlántico —no voy a decir de todo el imperio ni la pérdida de los territorios ultramarinos, de los pocos que le quedaban (sobre todo estoy pensando en el Caribe, porque España va a conservar sus propiedades en el norte de África)—. Esta crisis del 98 provocó que muchísimos intelectuales y políticos españoles propusieran urgentemente ese término que hoy en México está muy en boga: la regeneración de España. Pienso en gente como Joaquín Costa, como Miguel de Unamuno; algunos otros utilizaron otros términos —no eran tan dramáticos como los políticos que usan el término regeneración— como el de modernización o europeización, como Ortega y Gasset, quien es el que habla de la europeización de España.

La respuesta de estos intelectuales y políticos no se redujo a proponer la regeneración, la modernización o la europeización; eran intelectuales, eran políticos que no se “preocupaban” de las cosas. Se ocupaban, que es muy distinto. Hay que ocuparse de los problemas y no solamente preocuparse por ellos. Estos políticos, intelectuales, académicos, científicos se pusieron a crear instituciones en España para poder lograr la modernización, la europeización, la regeneración —si quieren ustedes—; por ejemplo, en 1907 se fundó en España, como respuesta clara a la crisis del 98, la Junta para Ampliación de Estudios. Algo similar a nuestro Conacyt, presidida por Santiago Ramón y Cajal, es decir, buscaron al mejor científico que tenía España en ese momento para que encabezara esta institución.

Hubo otras instituciones, no me voy a detener en ellas. Una muy importante que sí mencionaré por su impacto en México es el Centro de Estudios Históricos con su rama filológica que fundó Ramón Menéndez Pidal, y lo digo porque muchos de sus discípulos van a terminar en México y, de hecho, la imagen de esta pequeña institución, el Centro de Estudios Históricos y Filológicos, será la madre de la institución de la que les hablaré en unos minutos.

No solamente se crearon instituciones. Se fundaron editoriales y revistas, pues la idea era traducir y publicar en España el pensamiento moderno de Europa. Y en este sentido podemos hablar de la colección Calpe —que después devino Espasa–Calpe— de la editorial Labor, pero sobre todo quiero destacar la Revista de Occidente —fíjense nomás en el nombre—; antes, Ortega y Gasset, que es el director fundador de esta revista, había tenido otra publicación que no tuvo mayor impacto ni trascendencia, duró poco, que se llamaba simplemente Europa. Bueno, pues Ortega crea en 1923 la Revista de Occidente que se va a dedicar a presentar a los nuevos pensadores españoles, la generación del 14, los que quedaban del 98 y, claro está, traducir a muchísimos grandes intelectuales europeos del momento.

Quiero destacar también la Junta para Ampliación de Estudios. Una de las primeras cosas que hizo esta Junta fue enviar jóvenes españoles universitarios, muchachos egresados de las carreras de las universidades de España como “pensionados” —no usaban el nombre becados— a Europa: Inglaterra, Suiza, Alemania —muchos a este lugar—, Francia; estos muchachos regresaron en la década de los diez, veinte, a España y ¿qué traían?, ¿qué regresaron? Regresaron, además de con sus diplomas de posgrado y nuevas ideas, con idiomas —los españoles no eran muy afectos a conocer idiomas extranjeros, disciplinas enteras que eran desconocidas en España, como la sociología, la psicología, fueron traídas por estos jóvenes pensionados en Europa después de la primera Guerra Mundial y alrededor de esos años.

Segundo proceso que va a confluir en la construcción de la institución a la que me voy a referir: la Revolución mexicana. ¿Qué tiene que ver la Revolución mexicana con la crisis del 98? No mucho, pero el resultado de ambas sí nos va a ayudar a entender una creación institucional. La Revolución mexicana tiene muchas secuelas, como la reforma agraria, los derechos sociales, la universalización de la matrícula en educación básica, pero en términos de educación superior, la Revolución destruye, “acaba”, para usar un término menos físico, con el proyecto de Justo Sierra de la Universidad Nacional. Era un proyecto, digamos, para una sociedad de élite. La universidad que se crea en 1910 tiene como madrinas a París, a Salamanca, y a una universidad norteamericana para hablar de modernización: Stanford. Pero es una universidad que, en conjunto, tenía menos de mil estudiantes incluyendo a la Escuela Nacional Preparatoria. La clase media en el porfiriato estaba muy reducida todavía.

Ese proyecto de los científicos como grupo político queda destruido e interrumpido con la Revolución mexicana. En 1920 renace la Universidad, que había tenido años muy difíciles durante el proceso revolucionario, con Vasconcelos como rector. Y yo he insistido, a lo largo de mis años cuando escribo sobre estos temas, que el proyecto universitario, el proyecto de la Universidad Nacional en nuestros días, tiene más que ver con Vasconcelos que con Justo Sierra, y miren que lo estoy diciendo frente a dos universitarios notables, pero sobre todo uno que llevó el mando de la Universidad Nacional durante varios años. Poca gente conoce la Universidad Nacional como el doctor Sarukhán, el rector Sarukhán. Pero ésta es mi interpretación. El proyecto de Vasconcelos era un proyecto que incluía aumentar la matrícula. Y lo que sucedió después de la Revolución mexicana fue que muchos jóvenes de la clase media que vivían en provincia buscaron la seguridad, la estabilidad y la paz que les ofrecía la Ciudad de México, que creció enormemente a lo largo de la lucha revolucionaria.

Además de mayor matrícula habría mayor compromiso social: Vasconcelos lleva a los estudiantes universitarios de 1920, 1921, 1922, a las jornadas alfabetizadoras. Tercero: la hace difusora de la cultura. No existía el Instituto de Bellas Artes. ¿Quién va a difundir cultura en este país? Pues la Universidad Nacional. Desde entonces le impone ese sello Vasconcelos, sello que no estaba tan presente en el proyecto de Sierra.

Y, por último, hay un proyecto abiertamente latinoamericanista. Recuerden simplemente el escudo y el lema de la Universidad: “Por mi raza hablará el espíritu”. Por cierto, aquí ha habido muchas especulaciones de si se refería al espíritu santo. No. No nos confundamos. En 1921, en el boletín de la Universidad aparece una explicación, y el espíritu al que se refiere es el espíritu de la nueva filosofía francesa en contra del positivismo. Y raza, porque en ese momento las relaciones diplomáticas de México después de la Revolución están básicamente concentradas con América Latina, y porque ése es el año del centenario de las independencias. Entonces hay una comunicación muy intensa entre México, Vasconcelos y la Universidad con América Latina. De ahí viene el escudo, pero, sobre todo, de ahí viene ese proyecto.

En términos académicos, hubo logros modestos al principio. ¿Por qué? Porque el presupuesto del país se destinó al renglón militar y a la reconstrucción de la infraestructura: telégrafos, vías férreas, en fin. Porque el mismo Vasconcelos, a pesar de haber sido rector, una vez que es ascendido a secretario de Educación, la mayor parte del presupuesto, como sigue sucediendo hoy en día y como necesariamente sucede, se iba a la educación básica. Hay muchos más estudiantes de educación básica que de superior. Además, porque muchos de los viejos profesores de las escuelas nacionales de medicina, de jurisprudencia, de ingenieros —los que construyeron la universidad de Sierra de 1910— estaban envejecidos después de 10 años de Revolución, algunos ya habían muerto, el propio Sierra murió en 1912; otros estaban en el exilio y algunos simplemente fueron excluidos. Hay muy pocas excepciones de profesores del periodo de 1910 de la universidad de Sierra que transita a la del 20. El caso más notable sería Ezequiel Chávez, un caso importante porque él había arrastrado el lápiz para hacer la ley constitutiva de la Universidad Nacional en 1910 con Sierra. Es decir, era un colaborador muy cercano a Sierra en el momento de fundar la Universidad.

Esto dio como resultado que se tuvieran que improvisar jóvenes docentes. Los famosos Siete Sabios, que tuvieron compromisos —no estoy cuestionando su capacidad, eran auténticamente sabios y geniales—, pero miren ustedes: Gómez Morín fue director de la Escuela de Jurisprudencia a los 26 años de edad; Vicente Lombardo Toledano, a la misma edad, director de la Preparatoria; Jaime Torres Bodet, que es de la generación de los Contemporáneos, es secretario particular de Vasconcelos y luego jefe del Departamento de Bibliotecas de la Universidad Nacional alrededor de los 20 años. Como la edad de cualquiera de estos jóvenes que estoy viendo aquí. A eso los orilló la Universidad porque había hecho a un lado, digamos, a toda esta generación de profesores con los que Sierra había contemplado construir la suya.

Además de estos problemas hubo varios conflictos que fueron atorando el desarrollo académico de la Universidad. Uno en el 29: la autonomía. Es un conflicto importante que duró algunos meses. En 1933–1934, la idea de Lombardo Toledano de imponer el marxismo, de imponer la educación socialista en la educación superior de México, impactó en la Universidad. Hubo un movimiento de resistencia encabezado por Antonio Caso. Antonio Caso, que transitó de la universidad porfirista a la universidad vasconceliana, es el que logra poner en retirada a Lombardo y su proyecto de educación socialista y, como se dice, si en 29 se logró la autonomía institucional, en 1933–1934, al rechazar esta idea de imponer el marxismo como única doctrina pedagógica en la universidad, se logró la libertad de cátedra. Esto es un movimiento muy importante.

Y también en ese mismo contexto tenemos el sexenio de Cárdenas (1934–1940). Cárdenas abiertamente —no voy a decir que rechazaba a la Universidad Nacional— no simpatizaba con ella. Su proyecto era otro: claramente el Politécnico Nacional. Es un proyecto muy válido, una institución admirable, pero no era la Universidad Nacional el ojito querido del presidente Cárdenas. Por otro lado, una decisión de Cárdenas que tuvo mucho impacto en la educación superior fue el asilo a los intelectuales españoles. Con el asilo a los intelectuales españoles entro al tercer proceso para, luego, hablar ya de la confluencia.

¿Cuál es este tercer proceso? La guerra civil española. Estalla en julio del 36. ¿Qué sucede con esa guerra civil? Que se interrumpe la vida académica. Muchas instituciones, muchas instalaciones son destinadas a uso militar; muchos estudiantes universitarios se van a las armas; muchos académicos tienen que asumir responsabilidades públicas, y —para no entrar en detalle en la guerra civil— me brinco hasta el 39 con el triunfo nacionalista, con el triunfo de Franco. ¿Qué implicó? Bueno, pues la cancelación de muchos de aquellos proyectos vinculados a la crisis de 1898. Muchos de estos proyectos regeneracionistas, secularizadores, modernizadores, europeizantes, se cancelan con el triunfo de Franco. Hay persecución a intelectuales; hay exclusión de la vida docente de muchos de ellos y otros son orillados al exilio. Entonces llegan a México muchos de estos “expensionados” que habían estado en países de Europa en los años veinte y principios de los treinta, y llegan con el bagaje con el que debieran de haber trabajado en España. Me pregunto ¿éste fue el final? ¿Cuándo Franco triunfa cree que está acabando con el proyecto regeneracionista de principios del siglo XX en España? ¿Podemos hablar de que el proyecto fracasó y de que se había convertido en un esfuerzo inútil? La verdad es que los procesos que confluyen permiten decir que el proyecto español de regeneración se transforma de una manera radical y se traslada, se “transtierra” a México. Eso es lo absolutamente fascinante; por eso hablo de los tres procesos que confluyen positivamente en México.

Vamos a agregar ahora la acción, la interacción de individuos en este proceso. Sucede que Daniel Cosío Villegas, un mexicano nacido a finales del siglo XIX, principios del XX, miembro de la generación de 1915 o generación de los Siete Sabios. ¿Por qué se definen como generación de 1915? Porque a ellos les tocó vivir en Ciudad de México en 1915, estaban estudiando, o en la Escuela Nacional Preparatoria o en Jurisprudencia, pero eran ya comunidad universitaria, y les toca el peor año de la guerra civil en Ciudad de México; no es el peor año de la guerra civil en la República, pero sí en Ciudad de México. Hubo por lo menos tres presidentes de la Convención más el grupo carrancista, año de epidemia de tifo, escasez de alimentos, en fin, un año muy difícil. Entonces estos jóvenes de la generación de 1915, los Siete Sabios famosos, dicen que su compromiso, como jóvenes mexicanos, es reconstruir el país. Y se van a dedicar a crear instituciones políticas, económicas, y educativas. En eso está Daniel Cosío Villegas, y en 1929, ya como joven profesor en la Escuela de Jurisprudencia de la Universidad Nacional, crea la carrera de Economía. La explicación es muy obvia. Cosío Villegas, junto con otros profesores de la Universidad Nacional, dice: “Tenemos que crear la carrera de Economía para que no nos vuelva a agarrar una crisis como la que está estallando en el mundo; para que, si vuelve a estallar una crisis de esta magnitud, tengamos mejores instrumentos para responder, para atenuar, aminorar los impactos y consecuencias de la crisis. Tenemos que crear economistas profesionales”, y en 1929, bajo el impulso de Cosío Villegas, y de otros como Jesús Silva Herzog, se crea la carrera de Economía.

Unos años después, en 1934, Cosío Villegas se da cuenta de que los estudiantes de Economía en México necesitan libros, necesitan fuentes documentales. No las había. Entonces creó el Fondo de Cultura Económica. Una editorial dedicada a la economía. Por eso se llama Fondo de Cultura Económica. Y la idea era publicar una revista —primero sale una que se llama El trimestre económico que todavía se publica—, y luego algunos libros, muy pocos. Los primeros dos años el Fondo publica cuatro libros de economía y, sorpréndanse ustedes, los traductores de esos libros fueron Antonio Castro Leal, crítico literario, y Salvador Novo. Y Salvador Novo decía: “Tuve que traducir eso por necesidad económica. Ya ni me acuerdo quién era el autor, ni el título ni de qué iba, pero lo tuve que hacer”. En ese entonces no había traductores profesionales ni economistas en el país.

En 1936, Cosío Villegas está al frente de la misión mexicana en Portugal, y le toca ver la guerra civil. La tiene pasando la frontera. En Lisboa se hace muy amigo del embajador del gobierno republicano español, un extraordinario historiador que se llama Claudio Sánchez Albornoz. Me imagino las conversaciones de don Claudio y Cosío que llegan a la conclusión de que sería muy bueno invitar a algunos académicos españoles que pudieran viajar a México temporalmente (porque creían que la guerra civil la iba a ganar el bando republicano), un par de años, a continuar con su obra académica, a impartir docencia, a dar conferencias. Ésa era la idea. Además, sólo invitarían a un “puñadito”. No obstante, el proceso de invitación toma tiempo; están en guerra, hay que trasladarse con dificultades por el territorio español. Muchos están asumiendo responsabilidades en el gobierno republicano. El caso es que Cosío logró que doce de estos académicos se trasladaran a México como invitados temporales del gobierno republicano. Los llamados doce apóstoles. Así les puso Luis González. Algunos eran científicos: Gonzalo Lafora e Isaac Costero; humanistas: José Gaos, Enrique Díez Canedo, Agustín Millares Carlo; Juan de la Encina,[2] crítico de arte, y dos musicólogos: Jesús Bal y Gay y Adolfo Salazar; había un poeta, León Felipe; otro poeta y crítico de arte, José Moreno Villa; un jurista, Luis Recaséns Siches; once apóstoles y una mujer: María Zambrano. Eran pocos, pero de una calidad extraordinaria.

Llegan éstos a México, y lo que se creará es una Oficina Coordinadora, la Casa de España. Pero esta Casa no va a tener instalaciones, no va a haber programas docentes, no se va a impartir, digamos, educación tradicional con diplomas, no; lo que pueden hacer estos académicos es dar cursos y conferencias, así, aisladas. Las dan, sobre todo, en la Universidad Nacional. Las dan también en el Politécnico, recién creado en 1936. Van mucho a universidades de provincia en muestra de agradecimiento a Cárdenas, sobre todo van a la Universidad Nicolaita —María Zambrano estuvo mucho tiempo en Morelia dando conferencias—; también lo hacían en institutos nacionales como Bellas Artes, recién construido (el teatro se inauguró en 1934). Además, había una facilidad lingüística: podían dar clases al día siguiente de su llegada, puesto que no tenían que aprender la lengua del refugio.

El caso es que, tres años después de iniciada la guerra, y a un año después de la llegada de estos invitados (que llegaron hacia 1938), la derrota del bando republicano y la victoria de los nacionales hizo que aumentara notablemente el número de solicitudes de invitación, de asilo, a la Casa de España. Estamos hablando de la segunda mitad del 39. Y el número, dice Alfonso Reyes, crece día con día, y, además, se acerca el final del sexenio de Lázaro Cárdenas, que terminaría en 1940, lo cual obliga a la Casa de España a una reestructuración. Primero que todo había que desligarla del presidente Cárdenas, ya que estaba muy ligada a él, de manera muy personal. Cárdenas tomó el tema del asilo como propio; la Casa de España no estaba asignada a la SEP, estaba asignada a la oficina de la presidencia de Lázaro Cárdenas. Segundo, había que hacerla permanente, porque esos invitados ya no podían regresar a España. Eran amigos, cercanos de Cárdenas, eran republicanos. Entonces se tomaron decisiones muy importantes: primero que todo, aunque Cosío Villegas era el secretario de esa Casa de España, el gobierno de Cárdenas decide invitar a Alfonso Reyes y nombrarlo presidente. Hay una cosa muy importante aquí: Alfonso Reyes había estado exiliado en España durante la Revolución mexicana entre 1914 y 1924; conocía a todos ellos, y eso les dio a todos una enorme confianza y un trato familiar y, como dijo Alfonso Reyes mismo, “El destino me permitió pagar la deuda que yo tenía con los que me dieron cobijo en Madrid entre 1914 y 1924”. Bueno, pues esa Casa de España se transforma, en 1940, en el Colegio de México. Ahora sí se sectorizó, se colocó dentro de la educación pública. Se tomó, además, una decisión muy importante (por eso dije que iba yo a mencionar a la Universidad): se decidió que no fuera competitivo; que no se duplicarían campos de estudios; que fuera una institución complementaria. Entonces la determinación que toman Alfonso Reyes y Cosío Villegas es que se quedarían con humanidades y ciencias sociales, y los científicos duros, que los había —Lafora, Costero, y luego llegaron muchos en 1939 como Antonio Madinaveitia, Francisco Giral, Ignacio Bolívar y Urrutia, Pedro Carrasco—, se preguntaron: ¿ellos van a la Universidad Nacional o al Politécnico? El Colegio de México se quedaría con humanidades y ciencias sociales, y se dedicaría a los estudios de nivel posgrado. La intención era aprovechar a estos egresados de universidades europeas, a estos “pensionados” de universidades europeas que sabían trabajar en seminarios para que construyeran los posgrados en humanidades y ciencias sociales. No los había en México. No había estudios de humanidades y ciencias sociales profesionalizados de verdad. Mucho amateur en ese sentido.

Ahora voy a la confluencia virtuosa más interesante. Cosío Villegas, repito, que hizo el proyecto de la Casa de España, fue nombrado, obviamente, secretario de la Casa de España y, luego, secretario de El Colegio de México. Pero además era director del Fondo de Cultura Económica que él había formado y fundado en 1934. El Colegio de México, cuando se transforma (procede de la Casa de España) no tenía instalaciones propias, no tenía edificio. Entonces Cosío Villegas le presta un cuartito en las instalaciones del Fondo de Cultura Económica. Él era al mismo tiempo director del Fondo y secretario del Colegio de México. Le presta ese cuartito, y entonces a esos expensionados —que llegaron a dar clases de sociología, de historia, de filosofía— los hace traductores del Fondo de Cultura Económica. Y el Fondo de Cultura pierde su característica de editorial limitada a la economía y se convierte en fondo de cultura ecuménico e, inmediatamente, se crean nuevas colecciones. Primero que todo se profesionaliza la sección de economía. Ya no van a traducir ni Castro Leal ni Salvador Novo los libros de economía. Los traductores van a ser dos exiliados españoles, Javier Márquez —todas las familias que señalaré siguen en México y siguen vinculadas a la Universidad Nacional— y Manuel Sánchez Sarto. Javier Márquez, egresado de Cambridge, había estudiado economía recientemente. Y se crean nuevas colecciones que no había contemplado Cosío Villegas en su diseño inicial del Fondo, pero que, al tener a estos traductores trabajando en su misma oficina, en el escritorio de enfrente, dijo “vamos a hacerlo”. Surgen así una colección de política y derecho, con Juan Manuel Pedroso y Vicente Herrero; otra colección de historia, con Wenceslao Roces y Ramón Iglesia; una colección de filosofía, con José Gaos y Eugenio Imaz; todas las colecciones tenían el mismo esquema: hay que traer a los clásicos de cada disciplina —para darle densidad intelectual—, hay que tener las principales monografías del momento —para modernizar, actualizar a rigor—, y hay que tener manuales y textos —para ayudar a la docencia—; recuerden el objetivo de Cosío al crear el Fondo de Cultura Económica: proporcionarles textos a los muchachos y profesores.

¿A quiénes se tradujo? A Marx —no estaba traducido al español—, lo traduce Wenceslao Roces, profesor emérito de la UNAM, que murió hace no mucho, pero él hizo la gran labor de academizar a Marx; hasta entonces, Marx era un pensador consumido por líderes sindicales y políticos radicales. Marx se convirtió en un pensador académico, en un intelectual gracias a las traducciones de Wenceslao Roces; pero no era nada más Marx. También tradujeron monografías contemporáneas del momento. Tradujeron a Keynes siete años después de la edición en inglés —por cierto, estamos hablando de 1940, 1941, 1942, años de la segunda Guerra—; hubo autores a los que se les pagó en especie. No podían adquirir comida o ropa y se les pagó en especie. Eso hizo el Fondo de Cultura.

Se tradujo a Heidegger. Se tradujo a Max Weber, que no estaba traducido a ninguna lengua; se tradujo, antes que al inglés, la obra de un pensador que no tuvo un gran impacto inmediatamente (la primera edición tardó años en agotarse, pero después se convirtió en uno de los pensadores más importantes del siglo XX en el mundo): Dilthey. Eugenio Imaz tradujo la obra de este filósofo. Fue una apuesta, y yo creo que sobrestimaron la importancia de Dilthey, un poco por influencia del maestro de todos ellos que era Ortega y Gasset.

Son los cuatro pensadores más importantes en ciencias sociales y humanidades del siglo XX. Algunos de ustedes podrán decir: bueno, falta Freud. A ése lo estaban traduciendo en Argentina, y Cosío Villegas dijo: “Pues que lo traduzcan en Argentina”. Tenía una mente comercial y una mente estratégica tremenda. También “germanizó” el pensamiento en México. Tradujo a Marx, Heidegger, Weber, Dilthey, incluso a Freud. Hay una lista enorme de estos clásicos de la mejor calidad, autores del momento, como Werner Jaeger, el autor de la Paideía, traducido por Joaquín Xirau —no confundir con Ramón Xirau—; así se germanizó el pensamiento hispanoamericano, porque antes estaba reducido al francés, más que al inglés; pero no solamente se germanizó, se modernizó el pensamiento mexicano, el pensamiento hispanoamericano. Piensen ustedes que el pensamiento mexicano estaba aislado en el nacionalismo revolucionario; ahora entra la modernidad traída por estos autores, porque se traduce a los grandes pensadores de los siglos xvii en adelante: Hobbes, Locke, Burke para política, Leopold von Ranke para historia; además en filosofía se traduce a Heidegger y Werner Jaeger, que ya mencioné, y a Ernst Cassirer, por ejemplo. Se tomó una decisión: a los clásicos grecolatinos —había clasicistas que llegaron con el exilio, como Millares Carlo, que es de los primeros que llegan a la Casa de España, o García Vaca— el Fondo no los va a publicar, pero los publicará la UNAM que crea la colección Graecorum Romanorum con estos clasicistas que van a secularizar la traducción, porque antes la traducción estaba limitada sobre todo a gente vinculada a las órdenes religiosas (muchos jesuitas, por ejemplo, eran los traductores de los autores grecolatinos al inicio del siglo XX).

 

Conclusiones

Pues España no se modernizó, al menos no en ese momento, pero el modernizado, el favorecido, fue México gracias al “transterramiento” de estos expensionados, quienes trajeron ideas, libros, idiomas y nuevos métodos académicos; además, el proyecto de México fue más amplio que el de España, porque el español, a principios de siglo, solamente era peninsular; México favorece a América Latina, herencia de Vasconcelos, cuya idea también está muy clara en Cosío Villegas.

Concluyo, y no es una provocación a mis dos queridos compañeros de la Universidad Nacional —pero es para que tomen ahora la estafeta—: el tamaño de las instituciones —la Casa de España era chiquita, el Colegio de México era chiquitito— no determina su valor. El valor lo determina lo apropiado, lo atinado del proyecto.

 

José Sarukhán Kermez[3]

 Gracias por la invitación para estar aquí, en el ITESO. Es la primera vez que tengo la oportunidad de estar y me da mucho gusto poder compartir con ustedes ideas y cuestionamientos y muchos puntos que nos interesan mutuamente por el trabajo que hemos vivido a lo largo de los años. Después de la espléndida presentación de Javier, yo les recomiendo que oigan los sábados el programa que tiene en la radio, en el 94.5, dedicado a la historia de la Postrevolución mexicana.

Javier hizo un recuento de cosas que son muy útiles para mi presentación, en lo que se refiere a la historia de la UNAM. Él toma a la UNAM en el periodo prerrevolucionario e inmediatamente posrevolucionario de 1910, aunque para mí, realmente, la Universidad viene de 1551, como Universidad Pontificia y Real; una de las dos más antiguas de América; hay conflictos porque si el barco llegó más rápido a un lugar que a otro, lo que sea. Pero, en fin, cuando yo les comento esto a mis colegas rectores o presidentes de las universidades en Estados Unidos, me dicen en inglés: “No, no. ¿No te equivocaste?, ¿1551?” y sí, perfectamente es más vieja que Harvard. Pero también lo es San Marcos (en Lima) y también lo es la de Santo Domingo, que son las tres más antiguas de América.

Bueno, lo que pasa es que hay ahí una construcción, como la construcción de lo que ha hablado Javier, desde luego muy ligada a la historia salmantina y parisina; son las dos influencias. Primero salmantina. La UNAM es hija de Salamanca en buena medida y ha heredado esta costumbre de pensar que los académicos tienen cabeza octogonal, o en forma de birrete, que es octogonal. Y luego vino esa renovación de la Universidad con la revolución de Independencia, dejó de ser Real en 1810, 1812, 1814: cuando la Independencia, dejó de ser pontificia; a mediados del siglo XIX, cuando vienen las leyes de la Reforma, se convirtió simplemente en la Universidad de México.

Fue una época turbulentísima, de cambios permanentes, de cambios de gobiernos, de cambios de formas de pensar el país, y esto desmembró en buena medida la unidad de la universidad, pero siguieron operando los colegios, el de Medicina, el de Leyes, el de Jurisprudencia, por su cuenta cada uno, de manera independiente. Después se reunieron en el concepto de la Universidad Nacional en 1910 (además con el addendum de la Escuela Nacional Preparatoria). Y mucha gente no se da cuenta de esta parte histórica cuando critica que la UNAM incluya al bachillerato. En ese tiempo el bachillerato era quizá más importante que la Universidad misma, en el sentido de la cantidad de gente que estaba en ese nivel, y ciertamente la manera de conservarla, guardarla, debe haberse pensado en ese momento cómo hacer una unidad de la parte universitaria, de la licenciatura, con la Escuela Nacional Preparatoria. Bueno o malo, no sé. Al final, dadas las cosas en este país, y como se han desarrollado, creo que fue bueno, porque el país ha demostrado ser bastante ineficaz en armar realmente ciclos de educación adecuados; el bachillerato era ese jamón del sándwich que entre la educación básica y la superior siempre ha sido descuidado, pero es la mina de obtención de gente para la universidad, y creo que, a pesar de todos los problemas que ha habido en ese sentido, la posibilidad de tener un nivel relativamente aceptable y adecuado con la adscripción del bachillerato a la universidad en ese tiempo, y después por influencia de otros, en mi opinión fue importante y lo sigue siendo ahora cuando vemos los resultados de la educación secundaria, y todos los problemas que tenemos ahí, que realmente son muy severos.

El otro asunto es que, desde los primeros años del siglo XX, en la segunda década, como Javier señalaba, en la época de Vasconcelos, la Universidad adquiere ciertamente una orientación muy social, muy importante, que no ha abandonado desde entonces, y que ha estado incrementando muy fuertemente. Yo creo que ése es uno de los atributos no solamente de la UNAM, también del Politécnico, y varias de las universidades de los estados y, desde luego, varias de las universidades privadas que tienen afinidad por este tipo de temas. La cuestión es que, a partir de entonces, y Javier explicaba la razón de haber incluido la difusión de la cultura, no había ningún organismo en el gobierno que hiciera esa función, y la UNAM la tiene como una función tan importante como la enseñanza de los alumnos, como la investigación y la difusión de la cultura. Son los tres ejes en los cuales se mueve y, desde luego, mucho tiempo se ha tomado esta parte de la difusión de la cultura como el “entretenimiento”, como “la jaula de las locas”, “todo mundo hace lo que quiere” y, sin embargo, es una función enormemente importante que yo creo que ha adquirido cada vez un perfil más claro, menos presionado por la ausencia de un organismo gubernamental. Después surgieron, primero, el INBA y, luego, Conaculta, y ahora la Secretaría de Cultura, que ha mantenido la construcción de un capital humano en la cultura a lo largo de mucho tiempo, pero antes no había manera de hacerlo; el efecto de esto se ve a lo largo del tiempo y, ahora también, en la actualidad.

Esas tres funciones reflejan la adquisición de obligaciones que la UNAM, que cualquier universidad no debería haber tenido; en México no había un Museo Nacional de Historia Natural (bueno, lo había, pero quedó adscrito a la Universidad, al Instituto de Biología en 1929, es decir, el equivalente a lo que es el Smithsonian o el Museo Británico en sus correspondientes países); no había un Observatorio Astronómico Nacional; no había observatorios ni sismológico, ni mareográfico, y todas estas cosas empezaron a incorporarse a la Universidad a falta de que el gobierno las tomara y se responsabilizara de ellas. Mucha gente ha criticado a la UNAM por tener esta gama de funciones, pero el hecho es que no había nadie que las hiciera; y yo creo que son una carga, son una carga seria, pero es una carga que tenemos que llevar porque evidentemente la historia y el desarrollo del país dejan muy claro que estas cuestiones todavía no se pueden hacer con la seriedad, con la calidad, con la credibilidad con la que sí se pueden en el seno de esta Universidad.

En 1929 se obtiene la autonomía, como señaló Javier, y se trata de una autonomía relacionada con la herencia española porque la mayor parte de las universidades autónomas están en países de habla hispana. Ustedes van a Estados Unidos y no hay tal cosa como “The Autonomous University of Stanford”, o “The Autonomous University of California”. Y tiene que ver, básicamente, con el hecho de poder tener, por un lado, libertad de expresión, que fue peleada fuertemente por Caso —aunque esto fue posterior al 29— y, también, con el hecho de evitar la interferencia gubernamental en el desarrollo de la universidad: de ideologías de cualquier tipo, religiosas, filosóficas, políticas, las que ustedes quieran. Y esto también fue una adquisición necesaria, me parece, absolutamente útil: si una universidad no es absolutamente libre en el análisis de las ideas que transmite a sus alumnos, empieza uno a dudar si es realmente una universidad. Esto es un punto de enorme importancia: esa libertad de exploración, de análisis, de búsqueda, de muchas formas de pensar, tanto en la ciencia como en la filosofía y como en la historia, en cualquier campo. Creo que es lo que hace, realmente, a una universidad fuerte y mucho más digna de ese nombre.

Esto me lleva a pensar en los Caso. Fue Antonio, precisamente, quien peleó y ganó en un debate (quizá el último debate fuerte y serio que ha habido en este país) que fue el Caso–Lombardo, en el que se jugaron ideas tan profundas, como la de si la educación debería tener una orientación determinada, clara, cualquiera que fuera, o si tenía que ser absolutamente libre. Y eso se jugó con dos personajes notables de la vida de este país, con todo lo que uno pueda estar o no de acuerdo. Lombardo Toledano era una figura y era un gran pensador también. El otro Caso, Alfonso, yo creo que ha sido el mejor rector de la UNAM, simplemente porque le dio la ley orgánica. Y la ley orgánica establece un sistema de operación de la Universidad que, verdaderamente, me parece ejemplar para una universidad del tipo de la Universidad Nacional; a lo mejor en una institución más pequeña, como podría ser el Colegio de México, u otras instituciones, pudiera no funcionar.

Yo recuerdo una vez, cuando vino Donald Kennedy, que era el presidente de la Universidad de Stanford, a visitarme (yo lo conocía porque él es biólogo) y me dijo: “Oye, a ver, ya no me cuentes del número de alumnos de la universidad —en ese tiempo tenía 275,000 estudiantes y casi 30,000 profesores y académicos—, no me cuentes de eso, los números ya me los sé; explícame cómo diablos funciona esta universidad con ese tamaño y esa complejidad”. Y en un momento pensé, y dije, bueno, lo que voy a hacer es explicarle la Ley Orgánica, y se la expliqué: esta ley establece un Consejo Universitario que está formado por representantes electos de los profesores, de los investigadores y de los alumnos, y esto constituye la mayoría del Consejo Universitario, que tiene además un suplente en caso de que el propietario no esté (los directores de escuelas, de facultades e institutos, o el rector), y también el consejo incluye a dos representantes de los trabajadores administrativos. Y ése es el órgano máximo de la Universidad, y ahí se aprueban nuevos programas, nuevas carreras, toda la reglamentación básica, toda la parte legislativa se aprueba ahí, excepto la Ley Orgánica porque ésa es obviamente de la competencia del Congreso; pero en este grupo tan representativo de toda la comunidad universitaria se analiza todo, tanto el estatuto general como el estatuto del personal académico.

Después existe otro órgano separado, que es la Junta de Gobierno. Son quince personajes que son designados por el Consejo Universitario y que se van renovando uno cada año; el más antiguo —no el más viejo— del grupo sale y el Consejo Universitario lo sustituye por otra persona. Si hay muerte —o alguna situación que amerite ausencia—, la misma Junta de Gobierno repone a la persona por el tiempo que le quedaba. Esas quince personas son académicos reconocidos y que tienen la función única de elegir al rector y a todos los directores de las escuelas, facultades e institutos. Tienen otras funciones, como dirimir diferencias entre autoridades; digamos si el rector tiene un pleito con algún director por algún caso específico que no se puede allanar de otra manera, es la Junta de Gobierno la que lo hace. Pero yo no recuerdo una función de ese tipo en todo el tiempo que he estado ahí. Porque las cosas se componen usualmente antes de que la sangre llegue al río; finalmente, está el Patronato de la Universidad, que está conformado por tres personas generalmente muy rectas e incontestables, y tienen relación con cuestiones financieras, y este Patronato es un organismo independiente del rector, como lo es la Junta de Gobierno, que vigila absolutamente toda la operación económica de la Universidad. No se emite un cheque en la Universidad si el Patronato no está de acuerdo. Y el rector no firma un bendito cheque nunca.

Y, desde luego, intervienen los consejos técnicos que analizan el ingreso, la promoción o la salida del personal académico, no es la decisión del director, sino de un consejo técnico formado en las escuelas por los alumnos y por los maestros, y en los institutos por los investigadores: son los que deciden, colegiadamente, los ganadores de concursos, las promociones, etc., de todo el personal académico. No hay una sola decisión unipersonal de nadie (o no debe haberla). Si ocurre, es ilegal, inadecuada. También están las comisiones dictaminadoras que son las que dan la opinión en cada caso de ingreso o promoción de cada una de las personas y en cada una de las dependencias.

Le comenté esto a Donald Kennedy y me dijo que quién había sido el genio que imaginó todo esto, que era verdaderamente impresionante. Le dije, bueno, pues un señor que se llamaba Alfonso Caso, claro, no él solo, obviamente tuvo a un grupo de juristas absolutamente de primera que le ayudó y elaboró este mecanismo de organización. Esto produjo un cambio profundo en la Universidad: de una época en la que había cambios de rectoría frecuentemente, menos que el periodo de cuatro años, en ocasiones varios en un año, a una situación muchísimo más tranquila y estable, con muchos rectores que han sido electos dos veces —que es lo máximo que se pueden reelegir— digamos, que la estructura quedó más organizada de finales de los cuarenta (1945–1948) hasta ahora.

Estos son hechos realmente importantes, que no se conocen cuando se habla de que no hay democracia en la Universidad. El grueso del organismo superior de la Universidad está electo por las comunidades correspondientes; no son los directores —que tampoco son nombrados por el rector—y, por lo tanto, tampoco tienen una obligación moral hacia el rector. Esto le da a la Universidad, con todo lo que implican las instituciones hechas por seres humanos, una condición de funcionamiento lo menos alejado posible de la academia. Y mantiene la vida académica de la Universidad en una situación razonablemente correcta y funcional, y ayuda mucho a la estabilidad de la institución y al desarrollo de la actividad de las escuelas, facultades e institutos. Yo creo que estos elementos han sido realmente cruciales para cumplir las funciones de lo que es una universidad: una institución que debiera ser la generadora de la inteligencia del país, por lo menos para una parte de las cosas que se requieren, una institución que forma a sus alumnos con el deseo de la búsqueda de nuevas cosas, de no admitir irracionalmente los problemas que tienen enfrente simplemente porque son dichos por el maestro o por el libro, orientados a esa búsqueda de nuevas cosas y maneras de entender y aclarar sus dudas, de poder realmente avanzar en el conocimiento que tienen. Y eso se puede hacer de la misma manera si uno quiere ser físico teórico o filósofo, que si uno quiere ser ingeniero civil; porque los puntos varían, pero el motivante para hacerlo es el que es esencial para estas cosas: la innovación, la creatividad de la gente no se pueden dar sin este elemento de búsqueda, de inquietud por analizar las cosas, para ver si son realmente como me dicen o si son diferentes.

Esto es para mí lo que hace fuerte a un país, y no es sorprendente que el país más fuerte en ese sentido, y la economía más potente —y yo diría también la sociedad con mayor capacidad académica en volumen—, sean los Estados Unidos, porque tienen el mejor sistema de educación superior del mundo. Punto. Y claro, hay cosas buenas y cosas malas, pero la gama de áreas que se cubren es gigantesca y la calidad de las buenas universidades es incomparable. O comparable con las mejores universidades de otros países. Esto es lo que hace a un país fuerte. Esto es lo que hace a nuestro país un país débil. Porque el gobierno mexicano —cuando digo “gobierno” me refiero a todos los gobiernos mexicanos—, la sociedad misma mexicana, no ha entendido, en mi opinión, para qué diantres son las universidades, que son vistas como un túnel en el que los padres llegan, depositan en la entrada del túnel al hijo, y por el otro lado sale con un diploma, listo para tener una chamba. ¿Qué pasa en medio? Quién sabe, hay profesores, hay clases, van a talleres, tienen salidas de campo, y, al final, sale mi hijo con un diploma. No hay esta concepción de que ahí se gesta el entendimiento del país. El entendimiento del entorno natural, social, económico, de la historia del país, de quiénes somos, de qué queremos ser, y esto es lo que le da a un país realmente el entendimiento de sí mismo y la capacidad de guiarse a sí mismo. Y este pedazo de actividad no está en la cabeza; vean ustedes nomás la estructura de la SEP, y vean lo que hay en cuanto al apoyo a la investigación en las universidades. Eso está en el Conacyt. Es decir, está en otro lado, cuando debería formar parte íntegra del mismo sistema de educación superior; toda la conceptualización de cómo apoyar esa función, de generar creadores —no repetidores—, en nuestros alumnos. Creadores en cualquier campo: desde el teatro hasta la física, hasta el derecho, la jurisprudencia, las leyes, la filosofía, la historia; no estamos generando el número de creadores que deberíamos estar creando.

Esto es una parte que a mí me frustra enormemente, porque lo viví directamente cuando iba yo a pelear el presupuesto de la UNAM, por ocho años. Permanentemente se debatía la cuestión de la investigación, siempre me decían que, a pesar de que teníamos muy buenos investigadores, no nos podían dar más dinero por el número de alumnos y esto y aquello; es decir, los presupuestos universitarios están en relación con el tamaño de la matrícula de las instituciones, hablando de las públicas propiamente, y estamos en algo terriblemente equivocado, porque “¿cuántos internos tienen en la cárcel y les damos dinero ahí para que salgan?”, es muy parecido a una evaluación de ese tipo. Ésta es una de las cosas que, creo yo, debe cambiar profundamente en México. No quiero decir que no haya habido apoyo a la investigación; les daré un ejemplo claro entre entender el valor de la investigación y el desarrollo del país. ¿Cuál ha sido la industria que ha mantenido la economía de este país desde hace 75… 78 años? Ha sido Pemex. Yo pensaría que para esa actividad, que es la actividad central económica del país, yo tendría al mejor grupo de investigadores dándome inteligencia y herramientas para saber cómo extraer el petróleo, qué hago con él, cómo lo comercializo, cómo lo proceso, cómo lo diversifico, etc. Pues no lo tenemos. Ésa comprensión, que debería ser el eje de información y de inteligencia sobre el recurso más importante en el que ha girado México por décadas —sí, hay un Instituto Mexicano del Petróleo, pero éste es una agencia, un despacho de ingeniería, básicamente para Pemex, para resolver problemas chiquitos—, está ausente y cuando no se ha entendido esto, me cuesta mucho trabajo creer que puedan llegar a entender la necesidad de la investigación en bioquímica o en filosofía o en historia, o en cualquier otro caso. Es un problema verdadero. De otra manera, lo que seguiremos haciendo es producir servidores para las grandes compañías, pero no tendremos creadores para entender a nuestro país y dirigirlo. Gracias.

 

Antonio Lazcano[4]

 Lo primero que quiero decir es que me da muchísimo gusto estar aquí. Yo soy de las personas convencidas de que uno no puede entender ni la historia de la cultura, ni la historia de la construcción del concepto de nación en México, ni el compromiso social que el mejor sector que  la Iglesia católica tiene, si uno no entiende la tradición de los jesuitas.

En mi familia se ha dicho, desde hace ya mucho tiempo, que toda buena familia tiene que tener un tío ateo y un tío jesuita y, con frecuencia, son la misma persona.

Bien, yo quisiera comenzar diciendo que la Edad Media nos dejó tres cosas que a menudo olvidamos. Una son los apellidos. En el mundo previo a la Edad Media yo sería “Antonio de Lazcanian Allende”, no existía el concepto de apellido; entre los romanos uno era parte de una tribu, la tribu de los Julia, por ejemplo. El segundo fenómeno que nos deja la Edad Media es la universidad. Estamos hablando de una institución que tiene más de 800 años. Y el tercer gran aporte de la gran Edad Media, y en esto sí los jesuitas fueron presididos por muchos siglos por otras órdenes religiosas, nos deja la champaña y los espíritus destilados. Que tampoco es un bien menor.

Ahora, legítimamente aquí se ha hecho alusión a la tradición histórica que vincula la tradición en México —en general a la universidad pública en México— con la Universidad de Salamanca, lo cual es cierto. Pero lo que también es cierto es que, si uno examina las formas en que se organizan o se conciben las universidades (y aquí no sólo públicas sino también privadas en todo el mundo), uno claramente puede distinguir tres tipos de universidad: la universidad francesa, con la cual nosotros tenemos un vínculo muy directo que ya explicó el doctor Garciadiego, cuya idea es desarrollar las humanidades, es ayudar a crear una sensación de espíritu o cultura nacional. Tenemos la universidad alemana, que fue creada, hace 200 años o menos, por Wilhelm von Humboldt —el hermano de Alexander von Humboldt quien, inspirado por el espíritu que había en el mundo germánico–parlante por ese grupo espléndido de los precursores de los investigadores contemporáneos, de los ilustrados que estaban en torno a la emperatriz María Teresa— se da cuenta de que el profesor ideal es el que hace paralelamente investigación y docencia. Y tenemos así una universidad que está dedicada a promover el desarrollo científico y tecnológico, por lo tanto, con un reflejo económico, de cada nación. Existen ejemplos admirables de este tipo de instituciones, que no tienen en su función básica la educación directamente y reflejan esta idea. Está, por ejemplo, el ETH en Suiza, el Instituto Tecnológico Superior de Suiza, en donde claramente los investigadores son profesores y al mismo tiempo están promoviendo y haciendo investigación aplicada o teórica de una manera extraordinaria. Aquí sí quiero precisar algo que por pudor nunca pongo en mi currículum: a Albert Einstein no le dieron un empleo en el ETH, y a mí sí, durante ocho meses.

Existe el tercer tipo de universidad, al que también se ha hecho referencia en estas ponencias, que es la universidad estadounidense que, si me permiten hacer una generalización muy burda, es básicamente concebida como negocio. En Estados Unidos, actualmente hay cerca de 4,000 universidades y colleges, lo que implica una transformación un poco rara de una institución medieval, pero en esos 4,000 colleges existen anualmente cerca de 56,000 doctorados; pero esos 56,000 doctorados vienen solamente de 87 de esas instituciones, y las grandes instituciones estadounidenses que mencionamos siempre, Stanford, Harvard, la Universidad de Chicago, Rockefeller, la de California, etc., son en su mayoría universidades en las cuales prevalece, muy fuertemente como ya afirmaba el doctor Sarukhán, la idea de una independencia no sólo económica sino también orgánica.

Si ustedes revisan la historia de la universidad mexicana en general, se darán cuenta de que hay una mezcla muy confusa y desigual en las distintas instituciones de las influencias de estos diferentes modelos de universidad; por ejemplo, ante el crecimiento demográfico enorme que hemos tenido, son muy pocos los profesores que dan clases y, simultáneamente, están haciendo investigación. Ése es un privilegio que a mí siempre me deja azorado, y envidioso, y que sería el caso de El Colegio de México.

El otro punto que es importantísimo entender es cómo se concibe la universidad en Estados Unidos; no sólo no hay autonomía, sino que no se olviden ustedes de que, por ejemplo, cuando se funda la Universidad Pontificia, no había que estar ordenado para dar clases. En Oxford, en la época, si no se estaba ordenado era imposible dar clases; la única excepción en el mundo británico era la Universidad de Edimburgo, y no en balde algunos de los grandes científicos y pensadores del Reino Unido se formaron ahí como, por ejemplo, Erasmo, Darwin, Robert Darwin y su hijo, Charles Darwin (que dejó la universidad porque no le gustaba estudiar medicina), pero se dan ustedes cuenta claramente de esta diferencia que separa el mundo secular del mundo religioso.

Otro punto esencial que hay que tener en mente es que algunas de las grandes instituciones estadounidenses fueron formadas por el capital privado a finales del siglo XIX, y aunque aquí voy a sonar un poco como militante del CGH, o de Morena, o de una cosa así (no lo soy), la verdad de las cosas es que uno sólo puede entender el influjo enorme de recursos en estas universidad, en Estados Unidos, en la medida en que desde, sobre todo después de la Primera Guerra Mundial y, muy visiblemente, después de la Segunda Guerra Mundial, el gran capital es el que está detrás de las universidades estadounidenses, y su crecimiento y desarrollo, para bien y para mal, refleja la expansión capitalista, imperialista de Estados Unidos; y no quisiera que se pensara que con esto estoy haciendo propaganda política e ideológica; no, simplemente lo subrayo como un hecho que es perfectamente visible. La Universidad de Stanford fue creada por la familia Stanford, que era una de las familias con mayor poder económico después de la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos, y se convierte junto con la Universidad Rockefeller, junto con la Universidad de Chicago, en un sitio donde el dinero no solamente está permitiendo vincular la investigación con la docencia, sino en el que, además, se crean las fundaciones que son una tradición anglosajona muy fuerte y que permite orientar, no necesariamente para bien, no necesariamente en el sentido cultural, científico, social más claro, la investigación y la docencia que se haga en estos sitios.

Hay un documento que no se ha mencionado aquí, que yo me pregunto cuántos conocemos. Yo lo leí hace apenas unos meses, impulsado por la lectura de un libro espléndido, que tiene un aire de ortodoxia marxista, un poco pedante, un poco chocante, de Henry Heller que se llama La universidad capitalista, en el que analiza con mucho cuidado el desarrollo y crecimiento de la universidad estadounidense, el papel de las fundaciones y, por ejemplo, ahí descubre uno que en 1946, Eisenhower, cuando todavía era el comandante en jefe de las fuerzas militares estadounidenses antes de ser presidente declaró, explícitamente, que el papel de las universidades estadounidenses en el futuro era estar ligadas al desarrollo armamentista, al desarrollo del capital, al desarrollo científico aplicado, y se olvida de algo que en México sería imposible no pensar, el papel de las universidades en términos sociales.

Esta declaración de Eisenhower es una demostración del éxito, en términos de expansión, en términos de desarrollo, que han sufrido las universidades estadunidenses, y que conviene tener presente. Pero al mismo tiempo, el doctor Sarukhán exponía el caso excepcional de la autonomía, que cuesta trabajo ya no sólo explicar sino traducir para nuestros colegas estadounidenses —no para nuestros colegas europeos o latinoamericanos—, que es la autonomía de verdad como un concepto que nos da una libertad de gobierno, de organización de la vida interna, de desarrollo de las actividades culturales, docentes, de investigación, absolutamente extraordinaria. Y déjenme poner un ejemplo muy concreto: en 1939, la Universidad de Nueva York invitó a Bertrand Russell a ser profesor; los poderes intelectuales de Russell eran absolutamente deslumbrantes, pero era un hombre con una vocación socialista y libertaria muy clara, y abiertamente declarado ateo; era un ateo militante (qué pereza ser ateo militante, es más fácil ser agnóstico), y él escribe un libro muy famoso que se llama ¿Por qué no soy cristiano? Bueno, cuando lo invita la Universidad de Nueva York se crea un escándalo tremendo en toda la ciudad —que, por cierto, en esa época tenía el mayor número de marxistas en todo Estados Unidos—, tan grande que el propio alcalde de Nueva York, La Guardia, el abuelo del que luego fue también un alcalde neoyorquino, dijo que o se le retiraba a Russell la oferta del profesorado, o explícitamente él se comprometía a quitar los recursos a la Universidad de Nueva York. Se dan ustedes cuenta de que eso sería imposible, absolutamente imposible en una universidad mexicana, pública, sería algo que nos aterrorizaría por la falta de libertad intelectual; pero es algo que también debemos mantener en mente porque a veces no nos damos cuenta del significado tan profundo que tiene el concepto de autonomía, y cómo, a veces, o lo deformamos o no lo sabemos utilizar bien, o lo desconocemos, cuando en realidad es central para la vida universitaria; recuerden inmediatamente los claustros medievales de las universidades, en donde la organización tenía un nivel de democracia extraordinaria, y no democracia en el sentido populista que se puede manejar en los términos contemporáneos, sino en el sentido de decidir quién daba clases, cómo daba clases, qué clases se daban, con claustros pequeños que tenían una vida colectiva extraordinariamente armoniosa, más o menos, entre ellos; no armoniosa con la gente de fuera. No olviden que universidad en el Medioevo significaba una especie de gremio; había universidad de carpinteros, o se podía hablar de universidades de médicos. La universidad tiene su primera aparición como una institución que establece la relación entre profesores y estudiantes en Bolonia, aparece en un decreto de Federico II, y está refiriéndose a los tumultos y a las revueltas que habían organizado los estudiantes; tenemos 800 años de tradición de huelgas, revueltas, etc. Y no olviden que la Universidad de Oxford tuvo murallas para proteger a la universidad del pueblo porque entraban en contradicción frecuente.

Entonces, la universidad siempre ha sido, necesariamente por su carácter mismo, un sitio que no siempre es aceptado por el entorno en donde está y que, a veces, resolvía las disputas en el interior y hacia fuera, como yo creo que hay que resolver a veces las disputas académicas. A golpes, ya, de plano.

Ahora, toda esta imagen que les estoy compartiendo de la universidad, que es muy atractiva, que es romántica, creo que en este momento está en una crisis absoluta; la universidad como institución. Y lo está porque estamos viviendo en un momento en el que la temporalidad de los empleos y las fuentes de financiamiento, para indicar dos casos concretos, dejan de ser un privilegio que la universidad puede mantener por sí misma; se difunde la copia del modelo estadounidense, donde hay profesores, investigadores que viven del “soft money”, la gente consigue sus propios recursos para hacer investigación, y de ahí salen sus salarios. Ése es un modelo que se está empezando a extender, o con el que se juega en otras partes del mundo. Déjenme poner otro ejemplo concreto: en Estados Unidos es muy frecuente que el investigador o investigadora de un grupo tenga que pagar el salario a sus estudiantes de posgrado a partir de los fondos de las subvenciones que recibe para hacer su investigación; en el caso mexicano (y no sé qué pase en el resto de América Latina al respecto), nosotros le exigimos al Estado que dé las becas para que se formen los nuevos investigadores en las distintas áreas; esto es algo que, si nosotros no nos vamos con atención, podemos perder rápidamente en medio de una reorganización de la política económica nacional, que depende cada vez más de gente ajena a la universidad y que no necesariamente entiende cuál es su función histórica y social.

Tenemos un problema enorme que también se puede rastrear en las universidades estadounidenses: si uno lee el documento de Eisenhower, y si uno lee textos que se han producido después, hay un énfasis en la creación de carreras nuevas; pero si ustedes se percatan, muchas de estas carreras nuevas lo que hacen es formar a la gente en problemas muy focalizados, perdiendo la tradición humanística que, por ejemplo, todavía tenemos en la UNAM, en los bachilleratos, en donde los estudiantes, les guste o no, aunque decidan ser matemáticos, están expuestos a la historia, a la filosofía, a las lenguas, a la música. Ahora, decía el doctor Sarukhán, a propósito de la permanencia o no del bachillerato de la UNAM (criticado y, a veces, es mal comprendido), pondré un ejemplo concreto del enorme significado que éste tiene en un país como México, de que el bachillerato forme parte de las universidades públicas: los colegios de ciencias y humanidades, y los distintos planteles de la Escuela Nacional Preparatoria, organizan cada año multitud de cursos de actualización de los profesores que imparten materias en el bachillerato, y estos profesores, los que van a mi laboratorio, les puedo garantizar que, cuando regresan a sus salones de clase en el bachillerato, pueden enseñar lo que se acaba de descubrir la semana pasada en los campos en los que uno está involucrado. Eso es un privilegio que no se encuentra, por ejemplo, en las universidades que los tienen separados (a los planteles de prepa). Y todos saben que el high school, e incluso el junior high school, en Estados Unidos, no bien entendido puede conllevar una serie de deformaciones intelectuales terribles, y todos ustedes también saben que los bachilleratos privados no tienen esta posibilidad de interacción en donde los estudiantes y los profesores son parte de una institución global que los agrupa de una manera espléndida.

Esto nos afecta en los famosos rankings de las universidades. Se ha puesto muy de moda el ranking de Shanghái, que es un negocio despiadado, porque uno de los criterios para saber en qué nivel queda una universidad tiene que ver con el número de artículos u obras originales que se publican respecto del número de profesores, con lo cual la UNAM, por ejemplo, efectivamente queda en desventaja porque nuestros profesores de tiempo completo incluyen no sólo a los de las facultades, no sólo a los investigadores, sino también a los profesores del bachillerato que tienen tiempo completo y que, en general, tienen muy poca oportunidad para estar haciendo investigación.

El gran problema que yo veo en este momento es que nos estamos moviendo con una serie de propuestas y, en unos casos, con hechos concretos que están modificando la universidad, para los cuales la sociedad no tiene necesariamente una respuesta adecuada. Les pongo un ejemplo que yo encuentro patético: el caso de los acuerdos de Bolonia, en donde se reunieron los representantes de los países miembros de la Comunidad Europea para ver cómo se tenían que organizar ahora las licenciaturas y los doctorados, y, después de muchas disquisiciones, se llegó a la conclusión de que una licenciatura no podía pasar de tres años y medio y se decidió compactar los estudios, y que los doctorados no podían pasar de tres años. Tenemos estudiantes que han hecho doctorados eternos o licenciaturas eternas. Les puedo contar un caso concreto: yo. Yo me tardé para terminar la licenciatura creo como ocho o nueve años, una cosa así, y el doctorado lo terminé de milagro. A veces creo que, incluso, debo secundaria todavía. Pero el hecho concreto es que un estudiante europeo no puede acogerse a esta visión benevolente de lo que son los estudios de licenciatura o de posgrado, y el problema concreto es que, si los doctorados solamente van a durar tres años, eso implica que las becas de doctorado sólo pueden durar tres años; en Francia se da como una gracia excepcional seis meses más y, cuando se trata de un alumno especialmente distinguido que está trabajando en un problema muy elaborado, otros seis meses; pero los estudiantes quedan en una situación muy precaria en la que se les da una especie de apoyo como si fueran empleados que han perdido el salario y, por lo tanto, pueden recibir por parte del Estado un complemento salarial.

El otro problema que hay en Europa, y muy visiblemente en México, es que, como bien decía el doctor Sarukhán, nosotros tenemos instituciones que han sido críticas en el desarrollo económico, en el desarrollo tecnológico, en el desarrollo científico del país, tenemos universidades que están creciendo; México es un país básicamente joven. Claramente la tendencia demográfica es abatir la edad promedio de los mexicanos, pero si se dan ustedes cuenta, a veces pedimos más recursos para la universidad pero no pedimos más empleos para los egresados de la universidad; corremos el riesgo de que nos ocurra lo que sucede, por ejemplo, en Italia, un país de la Comunidad Europea que tiene más científicos fuera de su territorio haciendo posdoctorados, que pueden ser vistos como una especie de formación adicional e intelectual, pero también pueden ser vistos como un truco que esconde que la gente no tiene derechos laborales, no tiene derecho a tener un empleo permanente, etc., y la mayor parte de esos científicos jóvenes está fuera.

Una situación así se está acercando muy peligrosamente a España; en México no; en México tenemos el problema del centralismo que venturosamente se ha ido acabando, y todavía tenemos posibilidades de empleos para nuestros científicos, para nuestros académicos recién recibidos que pueden encontrar todavía empleos (voy a usar un término que me choca) en “provincia”, pero todos ustedes saben que, en buena medida, la frase que usa la marquesa Calderón de la Barca, de que fuera de México todo es Cuautitlán, lamentablemente se sigue aplicando; probablemente no en Guadalajara, probablemente no en Monterrey, pero las desventuras por las que tienen que pasar científicos jóvenes, que es el caso que conozco directamente, que se van a Chiapas, o que se van a Oaxaca, o que se van a Baja California, son verdaderamente aterrorizantes.

Hay otro problema (que en la UNAM y, claramente, que en El Colegio de México no se da) que es el de la falta de apoyo a las humanidades. Hoy, en un mundo que concreta sus intereses y sus prioridades en el desarrollo económico, las humanidades están sufriendo de una manera pavorosa. Yo les sugeriría a ustedes, si me lo permiten, que leyeran los ensayos que son lacrimosos, pero muy reales, que publican académicos británicos en The Times Literary Supplement o en la London Review of Books, a los que todos podemos tener acceso sin ninguna dificultad —están en la red—, en donde se analiza la manera en la que a partir de la señora Thatcher se han ido acabando las políticas de apoyo a las humanidades en las grandes universidades inglesas con consecuencias a veces insospechadas. Por ejemplo, había un grupo de estudios afganos, muy poderoso, en una gran universidad británica, especialistas en literatura, cultura, lenguas, sociología de Afganistán, que fue abatido, que fue cerrado por falta de recursos y apoyos institucionales. Pues bien, cuando se vino todo el conflicto militar en Afganistán, no había especialistas que comprendieran realmente lo que estaba ocurriendo.

¿Se dan ustedes cuenta de que cualquier exigencia que uno haga para defender y desarrollar la universidad tiene que representar —y en eso creo que en la UNAM podemos estar muy orgullosos de lo que se hace— un equilibrio entre las ciencias naturales, entre las ciencias exactas, las artes y las humanidades?

Yo quisiera terminar diciendo que estoy convencido de que una de las instituciones más nobles que ha creado Occidente es, precisamente, la universidad. Pero no se olviden, como dicen todos los grandes historiadores de la universidad como institución, que las mejores universidades del mundo nacieron en la Edad Media cuando había una interacción con otras culturas. En Bolonia, la presencia musulmana era muy visible; en París, los estudios norafricanos; san Agustín, que era de la competencia (no era jesuita), claramente llevaba toda la tradición de lo que ahora llamamos el Magreb; en el caso de Salamanca, huelga decir toda la tradición musulmana, y esta visión de la universidad como un sitio que conjuga, promueve, desarrolla interacciones culturales, interacciones entre las disciplinas, creo que es una institución que nosotros debemos defender a toda costa. Muchas gracias.

 

[*] Ponencia presentada en VI Encuentro El Humanismo y las Humanidades en la Tradición Educativa de la Compañía de Jesús. Segunda mesa: La universidad en México, realizada en el ITESO, Tlaquepaque, Jalisco, 24 de octubre de 2017.

 

[1].     Doctor Honoris causa por la Universidad de Atenas, Grecia, y por la Universidad Nacional de San Martín, Argentina. Profesor investigador de El Colegio de México; desde 2008, miembro de la Academia Mexicana de la Historia y SNI III. Integrante de la Academia Mexicana de la Lengua y de la Junta de Gobierno de la UNAM, miembro del Colegio Nacional desde 2015.

[2].    Nota del editor. Pseudónimo del escritor bilbaíno Ricardo Gutiérrez Abascal.

[3].    Fue rector de la Universidad Nacional Autónoma de México de 1989 a 1997. Doctorado Honoris causa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Perú, por la Universidad de Gales, en Inglaterra, por la Universidad de Nueva York, por parte del Colegio de Posgraduados, por la Universidad de Colima y por la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Miembro de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Diversidad y del Colegio Nacional. Profesor e investigador emérito del Departamento de Ecología de la Biodiversidad de la UNAM, fundador del Instituto de Ecología. Coordinador nacional de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad; miembro de la US National Academy of Sciences y de la Royal Society de Londres; además, miembro titular de la Academia Mexicana de las Ciencias. Premio Nacional de la Ciencia y de las Artes, en el área ciencias físico–matemáticas y naturales en 1990; premio Semina Motum por la trascendencia de sus estudios ecológicos y otras muchas más distinciones a lo largo de su carrera.

[4].   Profesor investigador de El Colegio Nacional y de la Universidad Autónoma de México. Doctorado Honoris causa por la Universidad de Milán, Italia, y por la Universidad de Valencia, España. Doctor en Ciencias por la Universidad Autónoma de México. Coordinador del Laboratorio de Origen de la Vida; director honorario del Centro Lynn Margulis de Biología Evolutiva de las Islas Galápagos en Ecuador. Recibió, junto con el doctor José Sarukhán Kermez, la primera medalla de investigación científica Alfonso L. Herrera. Formó parte del Comité Científico de la nasa para supervisar la creación del Astrobiology Institute. En 2013, durante la tercera Cumbre de la Evolución en las Islas Galápagos, se le otorgó el Charles Darwin’s Distinguish Scientist Award. Presidente de la Gordon Conference of The Origins of Life, y presidente, en dos ocasiones, de la International Society For The Study of The Origins of Life. Es autor de más de 150 trabajos de investigación publicados en revistas de prestigio internacional.