Sobre La libertad del diablo

Luis García Orso[*]

Recepción: 23 de agosto de 2018
Aprobación: 31 de agosto de 2018

 

Víctimas y victimarios de la violencia por el crimen organizado en México están frente a nosotros en la pantalla. Siempre frente a mí, narrando lo que han vivido; las víctimas y los victimarios, desnudando su alma, a lo largo de setenta densos minutos. Todos ellos llevan una máscara de tela color beige que los hace iguales, casi iguales; todos arrastrados y heridos por la violencia y la muerte, por la impotencia y el miedo.

Hay de todas la edades, de Ciudad Juárez y Ciudad de México, de Puebla y del Estado de México. Se confiesan delante de mí. Las dos hermanas jovencitas que vieron cómo se llevaban a su madre que se entregó en lugar de ellas. La madre ya madura que busca a sus dos hijos, ante el frío desdén de las autoridades, para luego hallar a sus hijos sepultados en el desierto. El muchacho que empezó a delinquir para que se lo llevaran y así encontrar dónde están sus hermanos desaparecidos, y el otro inocente que es torturado y violado por hombres y mujeres policías municipales.

La misma máscara de tela que los hace a todos semejantes. También los federales y los militares, los asesinos. Porque “son órdenes por cumplir”. “Con uniforme eres alguien seguro, con poder; sin uniforme siento vergüenza, me da asco”. “Un torturador es alguien frío, solo, que ha de seguir”. Y están los jóvenes sicarios que me cuentan lo que han vivido: “Matar a alguien te da poder. Ya no sientes: es sólo una raya más”. “Sólo me duelen los niños, porque ellos no se dan cuenta, nomás se hincan y ya”.

No estamos ante una telenovela de narcos, tampoco ante una película de acción y violencia. No es la nota roja que quiere publicar el gobierno, ni la versión sesgada de Estados Unidos. Es la confesión que brota del alma, de los recuerdos, de los sentimientos guardados, del dolor. Las lágrimas van empapando la máscara. Todo está frente a mí. También los paisajes brumosos, tristes, desolados. No sé por qué estoy escuchando tantos secretos, pero en realidad son las voces de miles y miles de mexicanos; las voces que deberían oírse y mover a una respuesta. ¿Qué tienen que ver con nosotros tanta barbarie, tanta locura, tanto dolor? ¿No somos todos iguales? ¿Dónde nos perdimos?

El cineasta documentalista Everardo González (México, 1971) ha logrado con La libertad del diablo (premio Ariel 2018) un testimonio inédito y sobrecogedor de las entrañas de México. Con él consolida y rebasa el valor de sus trabajos anteriores: La canción del pulque (2003), Los ladrones viejos (2007), El cielo abierto (2011), Cuates de Australia (2011), El Paso (2016), todos ellos excelentes documentales. Para este último trabajo se le han unido el periodista Diego Enrique Osorno (Monterrey, 1970) en el guion, María Secco en la fotografía, y Quincas Moreira en la partitura musical.

Las confesiones de miles de familiares seguirán golpeando el corazón al final del documental: “Duele más un desaparecido que un muerto, ¿Por qué no logramos rescatarlos?, ¿Qué más pudimos haber hecho?”, “No hay ni perdón ni olvido”… Pero también la confesión de los asesinos: “Al matar, morí también yo; ya mi vida no tiene sentido, no merezco compasión…”. El miedo anida en unos y otros, el dolor también.

Todos llevamos la máscara de carne que nos iguala. ¿Qué creó la división, la enemistad, la muerte? ¿Qué nos puede reconciliar? De pronto, un anhelo de vivir y recibir compasión, de volver a ser iguales y hermanos nos puede salvar. Sólo un anhelo muy íntimo, la gracia de reconocernos en el otro.

 

[*] Profesor de Teología en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México; miembro de la Comisión Teológica de la Compañía de Jesús en México, miembro de Signis (Asociación Católica Mundial para la Comunicación). lgorso@jesuits.net