La universidad en la misión de la Compañía de Jesús (mesa de diálogo)

[*] 

Michael Garanzini, sj,
Roberto Jaramillo Bernal, sj,
María Luisa Aspe Armella
y Héctor Garza Saldívar, sj

Recepción: 25 de octubre de 2017
Aprobación: 22 de enero de 2018

 

Michael Garanzini, sj[1]

En primer término, quiero agradecer a los organizadores por la invitación y quiero felicitar a la universidad por su aniversario, es realmente un hito haber avanzado tanto en un periodo tan relativamente corto. Esta institución no es sólo un campus muy bonito, sino un lugar muy importante para Guadalajara, para México y dentro de la constelación de las universidades jesuitas en el mundo. El ITESO es una de las 180 universidades jesuitas que ofrecen educación superior en el mundo, algunas instituciones son más pequeñas que ustedes, quizás consisten en un solo colegio, por ejemplo: Colegio de Filosofía, pero otras universidades son más complejas, incluso, mucho más que el ITESO. Tenemos toda una gama de instituciones jesuitas, pero cada campo de las humanidades y cada campo de la ciencia queda cubierto en más de alguna universidad jesuita en el mundo. Hay universidades jesuitas en cada continente, entonces la pregunta siempre es: ¿cómo utilizamos esta herramienta para impulsar la misión de la Compañía de Jesús? Mi trabajo como secretario de Educación Universitaria para la Compañía de Jesús es promover este tipo de actividades para alentar una unión entre las diferentes instituciones y reforzarlas para mejorar.

A partir de 1970, la Compañía de Jesús se ha enfocado en clarificar cuáles temas quiere promover en todo nuestro servicio a nivel de universidades, secundarias, parroquias, centros de retiro. El tema primordial ha sido la justicia: ¿cómo construir una sociedad con base en la justicia?, y no queremos olvidar que ésta únicamente es posible si somos hombres o mujeres de fe. La justicia se vuelve extremadamente difícil y, a veces, imposible, si no se basa en los cimientos de creencias compartidas en una divinidad que dota a cada individuo de dignidad.

Si vamos a promover la justicia, podemos distraernos si no nos enfocamos en que cada individuo está dotado por el Creador con la dignidad que él o ella merece y, por ende, amerita nuestro respeto y nosotros debemos promover su individualidad y su dignidad como ser humano.

Así, nos enfocamos en el tema de la justicia y de la fe; la fe que hace justicia, la justicia que hace la fe. Y en todo el mundo, el profesorado y los estudiantes han sido atraídos a las instituciones educativas jesuitas a causa de esta misión. Como universidades, nosotros tenemos una misión que va más allá de la creación y diseminación de conocimiento; nuestra obligación es crear y diseminar conocimiento, pero también reflexionar sobre las necesidades de la gente y promover una sociedad más justa.

Algunas de las universidades están enfocadas al conocimiento profundo de la política, pero en el entendido de que ese conocimiento debe llevar a la acción, a hacer cosas, a corregir lo que no está bien en el mundo. Las últimas dos Congregaciones Generales[2] (una Congregación General es el órgano máximo de gobierno de la Orden y su único órgano legislativo) que dentro de esta sociedad global representan a los jesuitas, marcan una nueva visión de nuestro servicio sobre la que ahora se llama la atención: la reconciliación. Esto representa un reto para nosotros en las universidades, y me parece que no nos hemos enfocado lo suficiente para entender cómo nos impacta esta nueva perspectiva, ¿cómo reconciliar a las personas que tienen posturas opuestas para que se den cuenta de que hay problemas en torno a la justicia que han causado separación?

Quizás muchos de ustedes se interesen por el cambio climático, el tema de la degradación del medio ambiente. La justicia ambiental requiere que estudiemos, que investiguemos, que promovamos y que diseminemos información acerca del cambio climático y la agresión al medio ambiente, pero también requiere que movamos a la acción, y cuando hagamos este llamado a la acción, desde luego confrontaremos a diferentes personas. Cada vez que promovemos la justicia, hay personas que se sienten confrontadas. Una vez que nosotros logramos cierta conciencia de justicia, que alcanzamos cierto grado de entendimiento acerca de la necesidad de cambio ante una injusticia que debe ser corregida, una vez que se llega a ese tercer nivel (que ha de ser corregida), se requiere más esfuerzo y el trabajo que sigue es conjuntar a las partes para que avancen de manera unida; por ejemplo: ¿cómo abordamos el tema del cambio climático cuando está implicado el tema de los combustibles y cuando hay muchas personas que se ganan la vida en la industria de los combustibles provenientes de fósiles? En este punto, las universidades tienen que ofrecer alternativas al uso de combustibles a base de fósiles y sabemos que eso va a causar tensiones, problemas, porque hay muchos intereses asociados a esa fuente.

Conforme promovemos la justicia y mejores soluciones al problema de las energías renovables, hay que estar conscientes de que vamos a tener que ayudar a todos los interesados impactados por este tema a que trabajen de manera coordinada para resolverlo. Así, de la tarea de promover la justicia viene la necesidad de la corrección y esto viene de la mano con el trabajo de reconciliar las diferencias. No puedo pensar en un tema o en una industria en la que no se requiera un cambio por parte de los interesados, por parte de aquellos que permiten que la injusticia continúe; hay que llevarlos a que perciban la realidad desde nuestra perspectiva de buscar el bien común, que viene emparejada con la promoción de la justicia.

En los últimos años, en la Compañía de Jesús estamos reflexionando sobre cuáles son los grandes temas que deben caracterizar la investigación, el currículo y las actividades de docencia dentro de nuestras instituciones educativas. Hemos elegido seis temas, seis áreas de interés que buscamos promover en las 180 universidades que forman parte de la Compañía de Jesús.

Un primer eje consiste en entrenar a los líderes de nuestro profesorado y de nuestros administradores para que entiendan con mayor profundidad la misión de la Compañía de Jesús, y uno de los documentos que hemos seleccionado para tal efecto es el documento de la reconciliación como parte de la misión de la Compañía de Jesús, el cual desarrolla qué significa la reconciliación desde la perspectiva de la Compañía de Jesús.

El segundo eje que consideramos universal y que tenemos que abordar es el de la justicia económica y ambiental. Consideramos que en todos los departamentos y escuelas de nuestras universidades, sea facultad de negocios, de arquitectura, de ingeniería, de filosofía, de teología, de historia, ha de estar presente la perspectiva de la justicia económica y la justicia ambiental porque tienen que ver con ellas. Han de ser el sello de las instituciones de la Compañía de Jesús.

El tercer eje tiene que ver con la paz y la reconciliación. En casi todas las regiones, en todas las áreas del globo en las que nosotros tenemos una presencia institucional, sabemos que hay profundas divisiones, sabemos que hay tensiones y problemas históricos que deben ser abordados. Esto implica re–unir a los individuos que se han mantenido como extraños el uno para el otro.

El cuarto eje es el diálogo fe–cultura. Si damos un vistazo al mundo veremos que, en cada localidad donde reside una institución de la Compañía de Jesús, hay graves problemas para el entendimiento entre los distintos tipos de creencias; más aún, sabemos que fe y religión son los motores que impulsan la motivación de las personas. Frente a esta situación, las universidades jesuitas procuran y promueven la incorporación de individuos de cualquier creencia o cultura.

El quinto eje es la educación de las personas en situación vulnerable. Con el fin de incorporarlas a las universidades, el Sistema Universitario Jesuita ha creado centros educativos dirigidos especialmente a ellas.

El sexto y último eje tiene que ver con la formación de la clase política. Las instituciones de la Compañía de Jesús alrededor del mundo son conscientes de que hoy en día los niveles de discurso político y la fe en la democracia liberal tienden a la baja, mientras que las prácticas populistas cobran cada vez mayor fuerza. En consecuencia, creemos que la universidad jesuita tiene la obligación de forjar una nueva clase política concebida en un ambiente de respeto, tolerancia y entendimiento con miras al bienestar de los demás.

 

Roberto Jaramillo Bernal, sj[3]

En un mundo donde la universalidad del saber está amenazada diariamente (porque se universaliza lo banal y se banaliza lo que tendría o tiene valor universal) la universidad debe ser uno de los lugares propios y eminentes de la humanitas (lato y strictu sensu: modo de estar y ser en el mundo).

Este (complejo) “cambio de época” en el que andamos (difícil todavía de definir) ha traído consigo o supone la fragmentación de los saberes/dispersión de las informaciones, además de otras cosas como la fragmentación de las identidades y sus juegos, o de los partidos políticos (casi disolución), o la explosión y reformulación de la familia, o el resurgimiento de las agencias étnicas —otrora olvidadas o negadas— y la revelación de nuevas relaciones de género, etcétera.

Esa fragmentación es causa y fruto a la vez (como en la pregunta del huevo y la gallina) de un interesado juego de estrategias políticas, mediáticas, económicas, financieras, etc., bien articuladas y pretendidamente anónimas que utilizan a su servicio la universalización/promoción/visibilidad de la banalidad (desde las “marcas”, y con ellas los monopolios, las tendencias más variadas que definen gustos/preferencias/consumo, los gadgets y la imagen, hasta llegar a los lenguajes con “emoticones”, ¡qué desgracia!) y que promueven, al mismo tiempo, la atomización/fragmentación y el descrédito de las cosas difíciles o mejor, “de las cosas costosas”: el esfuerzo, la disciplina, la perseverancia, la austeridad, las rutinas, la argumentación, la escritura, la lectura, etcétera.

Así, por ejemplo, es pasmoso constatar la extraordinaria extensión del acceso al uso del teléfono celular (convertido hoy en casi todo menos en un teléfono), siendo que en la práctica lo que se ha estimulado a través de esa universalización no es tanto la comunicación cuanto la virtualidad/liquidez de las relaciones (Facebook, Instagram, Messenger). O podemos evocar la casi ausencia de la lectura (menos de tres libros al año por persona en América Latina, datos de Cerlalc)[4] o la relegación del esfuerzo que supone la escritura correcta con frases lógicas y completas, con verbos, comas, puntos, párrafos, etc., mientras que la gente se acostumbra a leer y a escribir en “el muro”, o se contenta con las frases introductorias en los boletines electrónicos, o dice comunicarse con siglas y nuevos micro–lenguajes como corazones, manos, pulgares para arriba o para abajo, etcétera.

¡Y ni qué hablar del mundo de las artes! Se volverían a morir —esta vez de tristeza— pintores, músicos y danzarines; imagínense que la canción más escuchada de la historia (4.6 mil millones de visitas; superando piezas como la Quinta Sinfonía) se llama Despacito, y miren las burradas que dice: “Si te pido un beso, ven dámelo/ Yo sé que estás pensándolo/ Llevo tiempo intentándolo/ Mami esto es dando y dándolo/ Sabes que tu corazón conmigo te hace bom bom/ Sabes que esa beba está buscando de mi bom bom/ Ven, prueba de mi boca para ver cómo te sabe/ Quiero, quiero, quiero ver cuánto amor a ti te cabe/ Yo no tengo prisa, yo me quiero dar el viaje/ Empecemos lento, después salvaje/ pasito a pasito, suave suavecito…”. ¿No es como para ponerse a llorar? O la otra “famosa” en la que un cantante de moda en Colombia, un tal Maluma, dice que “Y si con otro pasas el rato/ vamos a ser feliz, vamos a ser feliz/ felices los cuatro/ Te agrandamos el cuarto”.

Pero no por el hecho de estar aquí en una universidad estamos al resguardo de lo que pasa en el ámbito fundamental de la vida cotidiana (donde todos vivimos, y que, no por acaso, formatea/configura nuestra vida); eso sucede también en el ámbito de las ciencias. El pulular de institutos “de educación superior y de facultades” nos demuestra que la enseñanza/aprendizaje también se ha convertido/degradado en una mercancía, y que se compra y se vende como si fuese un bien de uso común sin valor agregado: en función de su capacidad de producción/ utilización, reutilización y transformación posterior. Esta realidad que pareciera responder a la necesidad y el derecho humano fundamental de educación de calidad para todos, ha llevado —de hecho— a que la dinámica natural de la demanda/oferta educativa y también de la investigación científica, sea guiada y se convierta en una pulverización de especializaciones que van haciendo crecer constantemente la inmediatez de los campos particulares, olvidando la importancia de visiones anteriores/visiones posibles más amplias; aunque ellas mismas hayan sido en su momento, o puedan ser, fruto de la especialización.

Esta dinámica, en la que la sociedad entera se ve hoy inmersa, pone a la universidad delante de sus orígenes y de su vocación fundamental: la universidad debe ser el lugar de diálogo y discusión de campos del saber, y de creación y afirmación de saberes mayores y más profundos, adjetivados como universales no por la acumulación de informaciones, sino por la capacidad de hacer síntesis (en plural: múltiples, acumulativas, exploratorias, cada vez más profundas, etc.), de hacer amarres, de crear visiones, de proponer sentidos y direcciones de acción. Ella está llamada a hacer dialogar los multiversos que la constituyen, bajo el principio de la unión —compleja pero fundamental— del conocimiento que de la realidad podemos tener los seres humanos.

Una institución es verdaderamente universitaria, entonces, no sólo porque promueve los diferentes saberes en el horizonte de la inter o de la transdisciplinariedad, sino porque genera conocimientos más amplios y comprensivos que colaboran en la generación de síntesis culturales que transforman realidades; no sólo porque realiza y promueve el espacio del diálogo, de la discrepancia y de la confrontación de posiciones, sino porque ella misma propone visiones y síntesis culturales mayores y más humanas; no sólo porque se abre al multiverso posible de nuestras sociedades y aspira a ser promotora de encuentro de las diferentes agencias en una realidad social determinada (sin huir de ningún camino de búsqueda a través de la ciencia y de la razón), sino porque proporciona a los campos del saber y los lenguajes específicos de la racionalidad (cada vez más especializados) lo que podríamos llamar “un marco de referencia” ético universal, crítico, que les aporta sentido y valor.

El saber universitario tiene que ser un “conocimiento honesto” con la realidad, es decir, no sólo riguroso sino crítico; un conocimiento que no se detiene en la labor analítica, sino que se articula y gana sentido en la labor sintética. Un conocimiento que integra y comprehende, en lugar de dividir y atomizar. Un conocimiento en el que quien conoce se conoce conociendo; un tipo de conocimiento que admite y valora el hecho de que en el acto mismo de conocer hay subjetividad, política (interés) y afectividad, comprometiendo no sólo al sujeto, sino a la institución y a la ciencia misma, y abriendo las síntesis (sucesivas) alcanzadas o a alcanzar a una cuestión verdaderamente ética.

El crecimiento y multiplicación de las especializaciones debe encontrar pues en la institución universitaria el lugar, el espacio, los instrumentos, el interés y la decisión institucional necesarios para hallar mínimos comunes múltiplos en términos teóricos, metodológicos, técnicos, pedagógicos, y también críticos, éticos: puntos de inflexión social y articulación política que permitan encontrar y proponer máximos comunes denominadores en términos de síntesis del conocimiento, y de visión antropológica y sociológica, es decir: nuevas posibilidades de uso, de realización humana, de convivencia, de entendimiento entre los diferentes, de proyecto político, de valores cívicos, de utilidad pública, etcétera.

Esta realidad convierte la tarea universitaria —no raramente— en un ejercicio de resistencia contracultural, que exige de la institución universitaria y de las personas que la encarnan un trabajo consciente (no sólo competente) que tiene implicaciones políticas no siempre fáciles de sortear.

Poner la universidad en sus funciones sustantivas al servicio de la humanitas (tanto lato como stricto sensu), en un contexto en el que nuestra idea del hombre/mujer se ensancha con la descentración del sujeto, y lo antropológico se llena de nuevos sentidos al reflexionar sobre sus mismas condiciones de reconocimiento y aproximación conceptual —particularmente después de las reflexiones del papa sobre la ecología integral—, es una labor, una tarea de resistencia contracultural poderosa.

Expresando una profunda convicción secular, la trigésimo cuarta Congregación General de la Compañía de Jesús afirmó que la “experiencia de los últimos decenios ha demostrado que el cambio social no consiste sólo en la transformación de las estructuras políticas y económicas, puesto que éstas tienen sus raíces en valores y actitudes socioculturales”.[5] Por eso humanismo y ética, significación y sentido, justicia y bien común deberán ocupar un papel preponderante en la universidad; lo que constituye no pocas veces una dificultad en aquellas sociedades y grupos más tradicionales y reactivos en los que existe un acuerdo, aunque sea tácito (y muchas veces inconsciente o no verbalizado), de que los proyectos éticos y humanísticos están confinados al ámbito estrictamente privado.

Las instituciones educativas de la Compañía de Jesús, en nuestro caso las universidades, dadas las condiciones por todos conocidas (históricas, sociológicas, ideológicas), tal vez más que cualquier otra institución social han de ser reflejamente conscientes de ello: “No nos hagamos ilusiones: el conocimiento no es neutro, porque implica siempre valores y una determinada concepción del ser humano. La docencia y la investigación no pueden dar la espalda a la sociedad que las rodea”, decía el P. Peter Hans Kolvenbach, antiguo Padre General de los jesuitas. Incluso cuando el conocimiento pretende presentarse como neutro, está basándose en una determinada concepción del hombre y de unos determinados valores, aunque sean los de un hombre cosificado, cerrado en sí mismo y desligado de toda relación trascendente. Y lo mismo pasa con las instituciones creadoras y transmisoras del saber: aunque pretendan ser y presentarse como neutras, en realidad no lo son ni pueden serlo.

Toda universidad es una institución de referencia en la sociedad en que se encuentra; ellas generan pensamiento, ofrecen un espacio de debate abierto sobre modelos de sociedad, sus egresados tienen una presencia e influjo en el tejido social, político y empresarial de la región o del país. Son generadoras de cultura y tradicionalmente se han considerado un instrumento de modernización; algunas han ejercido una influencia importante en el proceso de crecimiento de las naciones donde se ubican. Pero, tal como lo reconocía la Asociación de Universidades Confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina (AUSJAL) ya en 1995, todavía hoy

[…] puede haber una significativa divergencia entre estos objetivos superiores y los intereses reales de quienes optan por estudiar en ella; puede prevalecer entre sus miembros un sector social privilegiado y un afán de reductiva profesionalización para el éxito económico social individual puede amenazar permanentemente esta identidad. Las formas de financiamiento de estas obras tan costosas pueden establecer condicionamientos que no fomentan el clima propicio para desarrollar sus objetivos, o simplemente en nuestras universidades pueden encontrarse sin apoyo ni financiamiento aquellas tareas investigativas más orientadas a resolver problemas sociales y a promover cambios significativos […] Esto quiere decir que la tarea de las universidades de inspiración cristiana se desarrollará en medio de esas dificultades, sorteando la tentación entre la ingenuidad y la resignación, entre utopía proclamativa carente de medios y el realismo carente de toda inspiración elevadora.[6]

No faltarán ocasiones —deben abundar, creo yo— en las que la institución tenga que plantearse la necesidad de expresar abiertamente su opinión sobre algunas cuestiones públicas, teniendo “la valentía de expresar verdades incómodas […] para salvaguardar el bien auténtico de la sociedad”.[7] Como dice el número 116 de la Promotio Iustitiae:[8]

Si la Compañía ha hecho de la promoción de la justicia una de las dimensiones esenciales de su misión, las universidades en donde ella esté presente deben preguntarse en qué medida su investigación está realizada desde la perspectiva de los pobres y buscando la mejora de sus vidas, pues es en su sufrimiento donde se muestra de modo prominente la inhumanidad de las estructuras injustas: “nuestro punto de vista, por preferencia y por opción, es el de los pobres”.[9]

En una universidad jesuita eso se llama coherencia (la quinta “C”). Si el ideal de la pedagogía ignaciana es formar sujetos conscientes, competentes, compasivos y comprometidos, la universidad misma —en sus tareas sustantivas de enseñar, reflexionar y transformar (docencia, investigación y extensión), y en todas las dimensiones de sus funciones, (pedagógicas, administrativas o directivas)—, debe ser consciente, competente, compasiva y comprometida, y también: coherente. La tarea universitaria, así entendida, pone a la Compañía de Jesús en lugares que le son propios: las fronteras; allí donde se hace más visible y se fortalece la propia identidad en la medida en que se enfrenta con valentía y con inteligencia el conflicto con lo diferente.

Esto llevará a la universidad a integrar en su acción sustantiva (docencia, investigación y extensión) las problemáticas contemporáneas que más están perjudicando a los desfavorecidos y los graves problemas de la humanidad. Pero no sólo a hacer de ellas objeto de estudio, sino a plantearse su propio papel en la construcción de condiciones en las cuales se reproducen —en su interior y en su contexto social— las condiciones que se pretende superar.

Es obvio que la universidad, si quiere ser fiel a esa vocación, no puede convertirse en una francotiradora del saber y las destrezas acumuladas. Sin embargo, cabe hacerse honestamente la pregunta: ¿puede ella avanzar más allá de la episteme y las síntesis actuales sin subvertir las reglas (que como todos sabemos no son neutras en ninguno de los campos de acción político, económico/empresarial, religioso, comunicacional, cultural) que le trazan las comprensiones actuales? ¿No habrá que hacer también procesos de innovación, de renovación o de recreación institucional (financiera, organizacional, técnica, social–proxémica) si se quiere ir hasta allá? Eso sería una universidad verdaderamente “consciente”/autoconsciente/socio–consciente, y no sólo re–productora sino productora, creadora de nuevos sentidos.

¿Cómo ayudar, promover y asegurar la salida del “claustro” (no físico, sino mental)? Es decir, ¿cómo bajar del mundo de las ideas y de la reproducción teórica?, ¿cómo bajarse del mundo de las ideologías que de facto dominan en cada discurso/campo científico y sobre todo a través de su práctica, para actualizar su vocación y explorar mundos nuevos, problemas inéditos, posibilidades de síntesis diversas? ¿Cómo abrirle lugar (¿y qué lugares abrirle?) a los saberes y la sabiduría secularmente periférica o excluida?

Una última cuestión abierta, más interesada: ¿qué conversión tiene que ocurrir para que podamos integrar en esa tarea de la universidad también a los que tienen preguntas (problemas, desafíos urgentes por resolver) y que están trabajando en otras muchas instituciones por fuera de los claustros (físicos y mentales), de manera que la colaboración y el trabajo en–red–dados pueda dar más y mejores frutos en el rescate de la humanitas y toda su realidad y valor?

 

María Luisa Aspe Armella[10]

Quiero comenzar, como decimos en México, “curándome en salud”, y ello por dos razones que prefiero explicitar. La primera, como historiadora del fenómeno religioso que tiene como objeto de estudio privilegiado a la Compañía de Jesús contemporánea en México y, al mismo tiempo, como directora en una de sus obras, me encuentro en una situación incómoda. Y la segunda tiene que ver con los que me antecedieron en el uso de la palabra, el secretario de la Compañía de Jesús para la Educación Universitaria y el presidente de la Conferencia de Provinciales en América Latina y el Caribe, lo que me hizo modificar mi texto y no creo que haya mejorado. Así, lo que hice fue obviar muchas cosas que estaba segura de que ellos tratarían y que lo harían mejor que yo. Comienzo poniendo en contexto, de manera muy rápida, lo que es la historia de la educación jesuita en México para poder entrar en materia; también, en mi intervención me iré alejando de una perspectiva estrictamente académica para poder compartir, como ignaciana, las preocupaciones y contradicciones que se viven actualmente en la universidad y que quisiera explicitar.

Una reiteración que se hace todo el tiempo cuando se habla de la Compañía de Jesús es su indisociabilidad de lo educativo, esta relación se ha transformado en un lugar común: cualquiera que habla de la Compañía de Jesús se refiere, con más o menos convicción, a lo educativo, y en la historiografía, ni qué decir, es una obviedad hablar de la educación ligada a la Compañía de Jesús.

La afición por el magis hizo que los jesuitas se decantaran por la búsqueda de respuesta en la ciencia de Dios, decían, y en la práctica espiritual. Pasado el tiempo, esta inclinación por la educación también se adaptó a las circunstancias (si alguien sabe de adaptación a las circunstancias es la Compañía de Jesús). La Compañía pasó de establecimientos de formación teológica y de catedráticos en teología o en sagradas escrituras a la fundación de colegios y universidades. Durante los primeros siglos en la Nueva España, los jesuitas destacan por sus estudios teológicos que, a la sazón, eran los más importantes. Tenemos el caso de Nicolás Segura que, según Francisco Sosa, es considerado uno de los intelectuales más prominentes de la Nueva España. Ya en el siglo XVIII, con el giro intelectual de la época Ilustrada, los jesuitas cultivaron también las artes y las ciencias, baste mencionar el nombre de Eusebio Kino.

En el país independiente nacieron añoranzas por los jesuitas. Había un vacío, a causa de su expulsión, que no se podía llenar. Posteriormente, tanto conservadores como liberales coincidieron, y de esto tenemos bibliografía abundante para probarlo, en que los jesuitas eran quienes habían dado identidad y ciencia a México. Ustedes ya saben que se recrea la figura de Francisco Xavier Clavigero como aquel que dio nombre a nuestra nación. Y, aunque esto sea difícil de creer, por lo menos exactamente como se plantea, fueron precisamente los liberales, por paradójico que resulte, quienes sostuvieron esta idea: no se puede entender la primera identidad mexicana sin la Compañía de Jesús.

Los intelectuales mexicanos del siglo xix (prácticamente todos habían estudiado leyes) se jactaron, con orgullo, de tener raíces educativas jesuitas. Agustín Rivera, alumno del Seminario Conciliar de Guadalajara, decía que esta institución tuvo su origen genealógico en el Colegio de San Juan Bautista, aquel que se cerró en 1767 por la expatriación de los jesuitas. Otro alumno destacado del mismo Seminario Conciliar fue el literato tapatío José López Portillo y Rojas.

Es muy conocida la predilección que Porfirio Díaz tuvo por los jesuitas para formar alumnos. Esto habla de una confianza en que la educación impartida por los jesuitas llenaría las expectativas, pues una de las prioridades de la política porfiriana fue la educación moderna para la formación de hábiles profesionistas, lo cual entronca con esta competencia o sello de ser competentes, de la que nos hablaba el padre Jaramillo.

Es así como la Compañía de Jesús también crece con el tiempo. Cuando la educación se convierte en un hervidero de aspiraciones, una posibilidad de movilidad social y políticamente, hay que decirlo, un lugar que da cabida a personas de toda procedencia, se atestigua el nacimiento de las universidades jesuitas. Hasta aquí este breve contexto histórico.

Hablaré ahora de la inspiración cristiana de la universidad. Me voy a referir fundamentalmente a la Universidad Iberoamericana (aunque tengo algunos textos que hablan de la educación en general) porque quiero llegar a los dilemas que se plantean en la propia universidad. Además, la Ibero es el caso que mejor conozco. Rescataré algo la historia de la Ibero con la finalidad de ubicarnos en un tiempo determinado y señalar algunos puntos que son importantes.

La Universidad Iberoamericana nació en 1943, casi de la única manera imaginable, en un contexto de laicismo anticlerical y del monopolio público de la educación superior en México. Nace como universidad de inspiración cristiana y dependiente (como centro cultural universitario) de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Formular la universidad en términos de inspiración cristiana la deslindaba de la confesionalidad, históricamente sospechosa a los ojos del Estado, y la deslindaba también de los intentos reiterados de la jerarquía católica por impregnar el campo universitario de catolicismo. Entonces la fórmula jesuita se separa de lo que luego será el documento Ex Corde Ecclesiae (al que, como camisa de fuerza, entran las universidades católicas); se libera, al mismo tiempo, de la jerarquía (no totalmente) y de la desconfianza del Estado, por lo menos en lo que a catolicidad se refería.

La Ibero inauguró así un espacio de autonomía inédito frente a la institución eclesiástica. Pero la novedad de la fórmula no terminó ahí: tanto los alumnos como los maestros de esta primera universidad reconocían en el mundo secular una realidad irrevocable, a diferencia de la jerarquía católica que albergaba, y sigue albergando, la esperanza de reconstruir la cristiandad mexicana.

Esta formulación, no obstante, comprometía a la naciente universidad con una realidad. Su caracterización de inspiración cristiana conlleva una serie de responsabilidades que la distinguen de otros centros de educación, y aquí tengo que citar a Ellacuría: “El cristianismo de una universidad no puede medirse ni por las doctrinas que propugne, ni por los sacramentos que imparte, ni por las prácticas piadosas que realice”. Desde el inicio, la Ibero tuvo muy claro esto, había poca ritualidad, poca ceremonialidad, pero había, por otro lado, continuos ejercicios de introspección y de proyección.

Hago aquí un paréntesis porque hoy en día hay un fenómeno que todavía no acabamos de calibrar: es el aumento creciente de ritualidad en nuestra universidad, en una época claramente pos–religiosa, pos–secular.

Veinte años después de la formación de la Ibero que se fundó bajo este ideario, el jesuita Ernesto Meneses señalaba que la inspiración cristiana en una universidad le exige tener siempre presente el respeto a la persona humana, la justicia social, un clima de apertura, una especial sensibilidad para asuntos éticos, sociológicos y políticos, y la formación de una comunidad democrática, así como la existencia de un departamento académico de ciencias religiosas. Meneses recuerda que la inspiración cristiana le obliga a la universidad a adoptar un conjunto de valores: la libertad de conciencia, identidad cultural, justicia social, pluralismo, humanismo, la apertura, la democracia, la interdisciplinariedad y la excelencia académica.

Mientras pronuncio estas palabras, recuerdo que el Dr. José María García, un académico de la Ibero, acuñó el término de “iberoidad”; el término pasó a mejor vida, pero considero que el concepto es importante por lo que nos dice para aludir a la puesta en práctica de ese ideario. “Iberoidad” supone pertenencia, compromiso, participación y diálogo entre empleados y alumnos, es decir, la hoy difusa comunidad universitaria. Esto se traduce en que los alumnos, los empleados, no deben sentir que trabajan y estudian en ella, sino que trabajan y estudian para ella, en eso radica el éxito de la “iberoidad”.

También nos recuerda el Dr. Luis Vergara, quien es una institución dentro de la institución universitaria, que la calidad sin “iberoidad” es un contrasentido, una exaltación del medio sin llegar al fin. Pero “iberoidad” sin calidad puede ser algo aún peor, puede significar, en efecto, un desprestigio de los valores humanos que nos son tan queridos y, más importante aún, de la inspiración cristiana, que constituye, en última instancia, la razón de ser de la Ibero.

De ese modo, la inspiración cristiana no sólo le confería a la universidad la especial autonomía frente al Estado y frente a la jerarquía eclesiástica, sino que también la dotaba de una peculiaridad inequiparable con otras universidades del país. La Compañía de Jesús dejaba otra vez su huella en la educación en México.

La solidez que fue alcanzando la Ibero —y lo mismo se puede decir del ITESO, aunque con unos años menos— caminaba paralelamente con el cambio de rostro que experimentó la Compañía de Jesús en esa década de los sesenta. Se caracterizó por la innovación de su apostolado: el interés de incluir sectores y clases sociales que no estaban siendo tomadas en cuenta. En ese mismo sentido, logró crear canales de trabajo con instituciones oficiales; pensemos en el Centro de Estudios Educativos (CEE), que fue tan importante en la construcción de la política educativa de este país, de la cual, a mi juicio, no quedan ni los vestigios.

En esa circunstancia, la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús tuvo una influencia decisiva de inspiración más que programática del Concilio Vaticano ii, la propuesta del “aggiornamento” de Juan XXIII, de apertura de la Iglesia al mundo moderno y la noción posterior de “iglesia de los pobres” retumbarían mucho tiempo en suelo mexicano.

El mundo no era el mismo después de ese Concilio, ya no era más el enemigo del alma, había que acercarse a él, comprenderlo, penetrar, servir, evangelizarlo. Una nueva concepción de la Iglesia como “pueblo de Dios” y del ministerio como servicio al pueblo hizo eco en los jesuitas de esta provincia, al parecer deseosos de ubicar la misión de la Compañía en el mundo contemporáneo.

Sin duda, este nuevo espíritu impactó en los acontecimientos mexicanos del 68, en los que la Ibero fue una de las primeras universidades, la única privada, en pronunciarse y participar. En opinión, de nuevo, de Luis Vergara, “ese año detonó numerosísimos cambios para la Ibero, hubo una serie de factores que transformarían a la universidad como institución autogestora, un nuevo sello que la separa de otras universidades, de tutelaje propio”. Y estos factores fueron: los procesos de concientización inducidos por las acciones contestatarias de universitarios en todo el mundo; la experiencia del Consejo Nacional de Huelga del movimiento estudiantil del 68; las actitudes de cambio en la política económica (puestas de manifiesto por el presidente Echeverría), las transformaciones que se operaban en el seno de la Compañía de Jesús y, por último, el proyecto universitario del padre Meneses. Signo de que se entraba en nueva etapa fue la transformación del consejo universitario, un cuerpo colegiado que gestionaba todo lo relativo a lo académico, y la creación del Sindicato de Trabajadores. La Iberoamericana es la única universidad privada en la Ciudad de México que cuenta con un sindicato.

Toda esta serie de cambios y este proceso culminaron cuando en 1979 el plantel de la Ibero resultó afectado por el sismo. Pasado algún tiempo se construyó el plantel de Santa Fe. El cambio llevó a nuevas facetas, nuevas exploraciones, al grado de cambiar hasta el perfil del alumno de la Ibero. De una universidad incluyente, de clase media baja, se convirtió en una universidad con sello de élite, donde primaba la actividad empresarial. Hubo un inmediato descenso en su calidad académica, es decir, mientras que se elitizaba socialmente, bajaba el nivel académico, que luego se ha ido recuperando. La universidad de inspiración cristiana enfrenta hoy nuevos desafíos.

 

La inspiración cristiana hoy

Sabemos que a la actualidad se le ha denominado como posmodernidad, con todos los “peros” que tenga el concepto, pero no voy a entrar en ello. Una de las características de esta época, según se ha calificado, es la de la pérdida de los metarrelatos. Y hay que decir que uno de estos principales metarrelatos es el cristianismo; la creencia no sólo ha perdido su razón de ser tradicional, sino que la humanidad ha dejado, inclusive, de creer en el creer.

Por eso me gustaría abordar qué implicaciones tiene que trabajemos y estudiemos en una universidad en la posmodernidad, o si lo enunciamos de otra manera más conveniente a lo que hemos venido hablando, ¿qué implica una universidad cristiana en una sociedad poscristiana?

Según encuestas que hemos realizado, una amplia mayoría de estudiantes de la Ibero desconoce, o es totalmente indiferente, a su carácter de inspiración cristiana. Recuerdo el caso de una alumna de doctorado que me decía: “Me topé a un jesuita en la Ibero, no sé qué hacía aquí, pero es un fregón”.

Esta condición de la universidad puede provocar un efecto adverso al que se desearía, cuando el descrédito de la Iglesia identificada como jerarquía eclesiástica tiende a vincularse con la inspiración cristiana que la universidad defiende.

Una universidad de inspiración cristiana en una época poscristiana exige a sus miembros la implementación del diálogo fe–fe, esto es, el diálogo entre confesiones, pero no sólo eso, exige también el diálogo fe–cultura, pues es la cultura secular posmoderna la circunstancia histórica actual que acoge a la Universidad Iberoamericana. Ya no es posible, y qué bueno que no lo es, que el cristianismo se atribuya superioridad y diga ser la única verdad; el cristianismo ha de adecuarse a la exigencia de la integración de las diferencias.

Y es en esta tónica que la universidad no puede girar sobre su propio eje, sino que debe tener una apertura, como nos dice nuestro ideario, a las otredades; realizar un diálogo de respeto en el que no asuma un papel protagónico por considerarse la autoridad institucionalizada o la parte que representa a la mayoría; en suma, ya no puede pensarse esta interrelación en términos de mayorías o minorías, todas las partes deben tomarse en igualdad de condiciones.

El diálogo fe–fe de la Ibero ha venido ejerciéndose con constancia y relativamente bien, lo que se ejemplifica con claridad en la relación que tiene con la comunidad judía, que es representativa —y no lo digo numéricamente— en nuestra universidad.

Un aspecto de la cultura actual es la omnipresencia del mercado y de sus dinámicas en todos los sectores de la vida, a lo que hizo referencia el doctor Jaramillo. ¿Cómo puede verse la universidad de inspiración cristiana y propugnar un diálogo con esta cultura de mercado?

Hace algunos años el entonces rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, alertaba a miles de estudiantes en un foro (organizado nada menos que por Televisa): “Qué bueno que se vinculen más los programas educativos al sector productivo y a los grandes empleadores que son los empresarios, pero, cuidado, porque un error común en el que se cae cuando se avala esta tesis sin reflexión, es que empecemos a sujetar a los estudiantes al mercado y se pierda así la autonomía e independencia como parte esencial de su proceso educativo”.

Esta referencia ilustra, a mi juicio, la ambigüedad, por no decir la distorsión, que el mercado introduce tanto en el discurso como en las prácticas universitarias. Ambigüedad de la cual pareciera que en esta universidad no somos plenamente conscientes, aunque me queda claro que el discurso de rectoría sí lo es.

Me refiero a un documento constitucional: el marco conceptual para la revisión del sistema educativo, que me parece un ejemplo palpable, ahora caído en desuso, de la disociación que a veces se experimenta en la universidad entre la fidelidad a un discurso que la vincula con su misión tradicional y los requerimientos y las exigencias del mercado. El texto introduce las competencias genéricas en el lenguaje universitario: comunicación, liderazgo intelectual, organización de personas y tareas, innovación, cambio, perspectiva global humanista, manejo de sí; el texto nos presenta verdaderas dificultades cuando tratamos de explicárselo a los alumnos.

Por el contrario, y como tónica bastante generalizada, los académicos de la universidad no contemplan la orientación de las competencias genéricas en la formulación de los programas de sus cursos y, menos, en la impartición cotidiana de sus clases. Podemos leer en el mismo documento que la filosofía educativa, el ideario y otros documentos básicos de la universidad, expresan las opciones fundamentales de su modelo educativo y, un párrafo más adelante, que la calidad educativa en el sistema es entendida como formar hombres y mujeres capaces para los demás, procurando su formación teórica y técnica de profesionistas. Escuchar en un documento universitario esta conjunción, sorprende.

En una misma oración me parece que se enuncian, sin integrarse, divorciadas, la conciencia universitaria y las exigencias del mercado. No está de más recordar que el plan estratégico de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, para esos años, advierte la necesidad de tomar distancia del modelo meramente profesionalizante porque no transforma la realidad, ya que en el corazón mismo de la educación está la formación de personas y no de profesionistas. Sí, de personas que ejerzan como profesionistas.

Así, el mercado introduce de manera irremediable una contradicción lógica en el discurso universitario, lo marca haciéndolo parecer como un discurso incondicionado e incondicional. El humanismo, la justicia, la formación integral se presentan como pre-condiciones al mismo tiempo que la lógica mercantil dicta las comunicaciones, impone sus parámetros y el tipo de profesionales que el mercado está dispuesto a recibir.

No me parece que al interior de la comunidad universitaria hayamos pensado y comunicado suficientemente las condiciones reales de posibilidad del discurso de la universidad, de la forma de hacerlo efectivo, actual y pertinente frente a la lógica y práctica del mercado.

 

El compromiso social de la universidad

La Ibero ha manifestado la primacía que otorga a la justicia social en nuestra realidad, afirma que debe considerarse el indicador más claro de la calidad de la formación humana que la Ibero transmite. Y en seguida afirma que para la realización de la justicia social no bastan las acciones aisladas de los particulares, sino que es necesario estructurar las relaciones sociales entre los grupos que están en diversas condiciones, de modo que tengan la posibilidad real de desarrollarse como humanos dignos y de acceder a los bienes que para esto son necesarios.

Quisiera retomar algunas ideas que Ellacuría planteaba desde 1975 en una disertación sobre el sentido de la universidad. Asevera que “el sentido último de una universidad y lo que es en su realidad total deben mensurarse desde el criterio de su incidencia en la realidad histórica en la que se da, y a la que sirve”. Según entiendo esta idea, la universidad debe impactar a la realidad, pero, así como debe impactar, debe conocer bien la realidad. En otras palabras, la universidad que incide en la realidad debe estar bien situada, conocer de veras esa situación, debe entender qué posibilitó esa realidad a fin de proyectar una acción.

Ellacuría añade que “el ámbito propio de la actividad universitaria es la cultura y para el jesuita, añade, la universidad no puede cambiar este ámbito”. La razón de mantenerlo es precisamente la de subrayar la mismidad de la universidad y la de impedir que ésta desvirtúe su tarea política.

Pablo Latapí, gran conocedor de la educación y que había estado en la Compañía de Jesús, afirma que “la única manera justa y cabal de criticar una universidad privada o pública, católica o no, es preguntarse si es universidad, entendiendo por esto una relación creativa con la verdad”; si procesa críticamente la realidad, crea ciencia y conciencia, en su doble sentido ético e intelectual, si empeña sus energías para la justicia y responde a las exigencias del proceso histórico en el que se inserta.

La Universidad Iberoamericana parte de la misión de la Compañía de Jesús, que se formula como la fe y la promoción de la justicia, dando, actuando y optando a partir del horizonte de los que menos tienen y han sido excluidos. Lo que no significa, hay que aclarar, que se enfoque de manera directa en la educación de las clases marginadas (estoy hablando desde un contexto de universidad jesuita) sino que, a partir de la propia institución, del propio ser universitario, la erradicación de la exclusión, de todas las formas posibles de exclusión, se convierta en un criterio orientador y central de las actividades de la universidad.

Llegando el siglo XXI, la Ibero mantiene sus programas, sus apuestas y ha dirigido su camino hacia las reflexiones más profundas de injusticia. De esto hay numerosos ejemplos que no puedo exponer aquí, pero cabría someramente hacer mención del énfasis que hace la universidad en los programas de defensa de los migrantes, de los refugiados, el posicionamiento ante su condición indocumentada y los proyectos para posibilitar un trato más digno; asimismo, las acciones que pretenden contrarrestar la gravísima situación de feminicidios que vive el país. A partir de ahí retoman importancia la reflexión de género, el feminismo, la diversidad sexual.

Termino con las preguntas que, después de todo este recorrido histórico, me quedan rondando, que son retos, porque creo que todavía no se les ha dado una respuesta y que creo que tendríamos que ir ampliando. La primera tiene que ver con la identidad ignaciana. ¿Qué es esto de ignacianidad en una universidad, en esta etapa de la historia en que vivimos? Si acaso se llega a vivir una religión, es por supuesto una religión desinstitucionalizada. Y aquí me hago la pregunta, que me sorprende mucho, sobre el aumento de la ritualidad en la Ibero de México, no sé cómo pase en el ITESO. Los que llevamos más años en la Ibero nunca habíamos celebrado la fiesta de san Ignacio (aunque regresáramos de vacaciones en julio) cantando “Fundador sois Ignacio y general”, con comida gratis para toda la universidad. ¿Qué hay de la ritualidad? Necesariamente tengo que pensar en Mircea Eliade, ¿qué hay del rito cuando el mito es algo que ha quedado fuera de la jugada en esta era pos–secular?

La segunda pregunta que me hago tiene que ver con la tensión entre calidad académica e incidencia social, y pongo un ejemplo que estoy segura de que a ustedes les llega también: hace un mes llegamos en la Ibero de México a los 102 miembros del Sistema Nacional de Investigadores. Les pongo el caso del departamento que dirijo, el Departamento de Historia, que cuenta con una maestría que está en el programa de excelencia de Conacyt y que tiene más becados que cualquiera de los otros programas de posgrado de la universidad, aunque nuestra licenciatura es chiquitita. Veo clarísima esta tensión entre el Sistema Nacional de Investigadores con todas las aberraciones que tiene y con todo lo perverso que puede ser el sistema, pero que en la práctica ha sido un mecanismo para llevar a la Ibero a estudiantes de escasos recursos con potencial académico, que de otra manera no podrían estar ahí. Por su parte, las autoridades universitarias dicen que Conacyt no es importante. A mí lo que me queda es esta pregunta: ¿hacia dónde vamos con un sistema, por perverso que sea, pero que ha permitido que en la Ibero haya una mayor inclusión social? O la otra salida, si dejamos el esquema del Conacyt, ¿cómo vamos a poder consolidar una universidad que ha hecho su apuesta por el posgrado para la incidencia social?, ¿de dónde saldrán los recursos para tener posgrados de calidad? No es crítica, es pregunta, yo estoy comprometida con el proyecto de la universidad, pero es algo que creo que todavía no hemos logrado resolver.

El tercer tema que me queda rondando en la cabeza tiene que ver con la agenda, con la apuesta, con la misión de la Compañía de Jesús en la universidad. Yo creo, y permítanme el símil que voy a hacer, que al papa Francisco (al fin y al cabo, jesuita) y a la Universidad Iberoamericana les ha pasado lo mismo que a las redes sociales: acercan a los alejados y alejan a los cercanos. Yo creo que los principales detractores, opositores, de esta misión de la Compañía de Jesús en la universidad no están fuera, están dentro de la universidad, por la lógica de mercado, por esta concepción a la que ya se refería el padre Jaramillo de tener la intelectualidad como meta sin incidencia social. ¿Cómo resolver ese problema? Estoy segura, sin conocer la realidad, de que el ITESO también lo tiene; y esto con todas las implicaciones epistemológicas que conlleva.

Lo anterior me lleva a un cuarto reto que me parece importante y que tiene que ver con la espiritualidad: ¿qué es lo que debiera ser la espiritualidad en este contexto? En la Ibero tenemos “Ejercicios ignacianos para no creyentes: ateos y agnósticos” y uno se queda pensando: ¿qué pasa con mi ignacianidad?

En este sentido, creo que hay algo que habría que activar aquí, que es la espiritualidad como la reserva ética de las distintas religiones. Hace tres años me tocó coordinar, dirigir, la encuesta más grande que se ha hecho en América Latina sobre práctica religiosa en México. La encuesta perseguía saber no qué creen los católicos, los evangélicos, los de las distintas confesiones, sobre todo cristianos, sino cómo viven su fe. Y el enorme problema que veo aquí, y que creo que es un reto también para la universidad, es que lo autoritario, lo poco incluyente, está presente en todas estas confesiones religiosas. Pienso que un desafío importante que tiene la universidad es activar la reserva ética de las religiones y no su confesionalidad.

Después de esta mirada panorámica y de este encadenamiento de problemáticas por resolver, cabe decir que la universidad de inspiración cristiana debería mantener su dinámica de universidad bajo el sello y la apuesta de la misión de la Compañía de Jesús: no se desvirtuará la universidad si conserva la espiritualidad en términos de cohesionador social y si defiende la reserva ética propia de toda religión.

 

Héctor Garza Saldívar, sj[11]

Después de lo que han compartido nuestros invitados, quisiera hacer una especie de epílogo, en el que deseo recoger el tema del día según lo que hemos escuchado.

En el tiempo de san Ignacio, la universidad por supuesto que no era el espacio de adiestramiento profesional, tampoco era el espacio del cultivo y desarrollo de la ciencia moderna que aún estaba por iniciarse, o estaba iniciándose. Tampoco era el espacio para el cultivo y desarrollo de las técnicas o de la aplicación de las ciencias para el bien de la humanidad, para el mal también.

Pienso que lo que Ignacio vio en la universidad era, ante todo, el espacio al que, con insistencia, se refirió el padre Roberto: el espacio de lo que Cicerón llamaba la humanitas. Humanitas es un concepto interesante que Cicerón elabora en su Oratio pro Archia, a propósito de un tema muy candente de su tiempo, que era si se concedía la ciudadanía romana a los migrantes, tema que actualmente también acapara la atención internacional.

La Lex papia de peregrinis estaba proponiendo la expulsión de todos los migrantes de la urbe y Cicerón interviene en defensa del poeta Archias, por eso se llama la Oratio pro Archia, que era un extranjero en Roma. Y a propósito de esto, expone Cicerón su concepto de humanitas. En un artículo publicado ya en la revista de filosofía Daimon, Ángel Martínez Sánchez resume con estas palabras la argumentación de Cicerón: “El poeta es un ciudadano de Roma, pues cumple con los requisitos exigidos por la ley; ahora bien, aun si no cumpliera dichos requisitos exigidos por la ley, el derecho de ciudadanía debería de serle concedido”.

Lo primero lo mostraba Cicerón fácilmente, lo segundo le lleva todo el resto de la Oratio para argumentarlo, esto es: mostrar que cualquier persona que por su formación humana o sus méritos intelectuales haya adquirido un modo de pensar específico y viva según la “forma mentis” propia de la humanitas, decía Cicerón, ha conquistado, con creces, el derecho de la ciudadanía romana.

Y su idea es que la inmersión del ciudadano en el estudio de lo que después serán las artes liberales, que no son solamente el conocimiento por el conocimiento, sino el conocimiento para la vida y por la vida, decía Cicerón, revierte sus frutos en el interés público, e insistía en que es la comunidad entera la que se beneficia del cultivo de esta formación.
Dice Cicerón:

Yo reconozco que han existido muchos hombres de espíritu sobresaliente y sin formación y que, por una disposición casi divina de la mera naturaleza, se destacan como personas juiciosas y serias y de excelencia humana, incluso, agrego, que para alcanzar esta excelencia más vale muchas veces la naturaleza sin instrucción, que la instrucción sin naturaleza. Pero al mismo tiempo sostengo que cuando a la naturaleza excelente y brillante de un ser humano, se le añade una honda formación cultivada con esmero, suele producirse un “no sé qué” pre–claro y único.

Es claro que este ideal ciceroniano de humanitas está relacionado con la paideía de Grecia, aunque Cicerón lo completa y lo ahonda, lo enriquece.

Traigo esto a colación porque este concepto de humanitas tendrá gran influencia en el viraje posmedieval hacia la relevancia de lo que se empezó a llamar en las universidades del Renacimiento, los studia humanitatis. San Ignacio, en la parte cuarta de las Constituciones, a propósito de los colegios y las universidades de la Compañía, señalaba la importancia de esto, de estos “estudios de letra de humanidad”, tanto para la formación de los escolares jesuitas como de los laicos que empezaban a asistir a los colegios, y esto lo consideraba san Ignacio un concepto focal de la misión educativa de la Compañía.

La humanitas ciceroniana tiene que ver con el desarrollo, con el perfeccionamiento, con el ahondamiento de la humanidad en el ser humano. Esto es lo que san Ignacio traduce al inicio de esa cuarta parte como la finalidad de las letras o studio, que es la misma finalidad de los ejercicios espirituales: conseguir el último fin para el que fuimos creados.

Es la creación de un verdadero subiecto, que es la palabra que utiliza san Ignacio, al servicio de los demás para la mayor gloria de Dios y para ayudar a más conocer y servir a Dios nuestro creador. Algo muy parecido expresa un documento que se elaboró en la Compañía, todavía en tiempos de Pedro Arrupe como General de la Compañía, que se llama Las características de la educación de la Compañía de Jesús, y cito un breve pasaje:

[…] la educación jesuítica es la preparación para la vida, y la preparación para la vida es en sí misma preparación para la vida presente y para la vida futura; en este sentido, la formación de la persona no es un fin abstracto. La educación jesuítica está preocupada por la manera en que los estudiantes no solamente se van a formar, sino cómo van a aprovechar esta formación dentro de la comunidad humana en el servicio a los demás para alabar, hacer reverencia y servir a Dios.

Por eso, el éxito de la educación de la compañía no se mide tanto en términos de logros académicos de los estudiantes o de la competencia profesional de los profesores, sino más bien en términos de la calidad de la vida. Dios se revela especialmente en el misterio de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios, por ello, la educación jesuítica explora el significado de la vida humana y se preocupa por la formación total de cada estudiante como ser amado personalmente por Dios. El objetivo de la educación jesuítica consiste en ayudar al desarrollo más completo posible de todos los talentos que Dios ha dado a cada persona individual como miembro solidario de la comunidad humana.

Yo creo que a san Ignacio le fue pareciendo muy connatural la educación como algo que le competía a la Compañía y, aunque no lo había previsto antes, se le fue revelando como algo que se desprendía de su misión; por esto, la educación de la Compañía irá integrando y expresando gradualmente el método y el objeto espiritual de los ejercicios de san Ignacio que se incorporará a todos los colegios y universidades de la Compañía.

Esta concreción se tradujo en lo que se conoció como la Ratio Studiorum o plan de estudios, que fue aprobada en 1599 y que guió la educación de la Compañía en todos sus colegios y universidades hasta la supresión en 1773.

Ahora bien, yo pienso que la universidad renacentista, que es un poco la que le toca vivir a Ignacio (él y los primeros compañeros estudiaron en la universidad de París), era bastante asimilable, justamente a esta pretensión ignaciana. El mismo Ignacio veía que los estudios humanísticos y teológicos en los que se centraba la universidad renacentista eran totalmente adecuados para la misión de la Compañía; en cambio, “El estudio de medicina y leyes, lo veía San Ignacio como más remoto de nuestro Instituto”. Curiosamente. Claro, estamos en el siglo XVI.

Ahora, hemos escuchado el primer día de esta semana de humanidades la evolución de la institución universitaria renacentista, la universidad napoleónica y, luego, la universidad moderna, cuyo paradigma fue la universidad de Berlín, hasta la universidad actual. Y la universidad actual se aglutina alrededor del cultivo del desarrollo de las ciencias y de la tecnología y en el nuevo paradigma que surge en la modernidad de la profesionalización de los quehaceres humanos. Hemos visto los problemas que esto ha generado, que también se abordaron el lunes y algunos de los cuales nos acaba de señalar la doctora Aspe.

Evidentemente que la universidad de la Compañía también ha tenido que irse adaptando y adecuando, pero también esto ha creado, para la misión educativa de la Compañía, grandes retos para seguir siendo fieles a aquella misión original de sus centros educativos, de formar personas conscientes de sí mismas, capaces de penetrar y apropiarse la hondura del propio ser, que pudiera alumbrar luces y oscuridades que nos acompañan en el proceso de devenir seres humanos libres, críticos, creativos, solidarios. Personas humanizadas que después puedan profesionalizarse en algún quehacer, pero que en este proceso de profesionalización puedan ya llevar consigo esta enorme riqueza de su propia formación y desarrollo humano. Este proceso, evidentemente, exige formación intelectual, seria, profunda, rigurosa.

Y entonces surgen estos problemas que no se planteaban antes pero que se nos plantean ahora en la universidad de la Compañía, que es esto que ya señalaba la doctora Aspe, estas inquietudes de lo que pretenden las universidades hoy, estos seis campos que señalaba el padre Garanzini, cómo ahora la Compañía se tiene que adecuar a esta nueva situación de la universidad y cómo responder, seguir respondiendo, para ser fieles a esta misión de la Compañía.

La Compañía de Jesús, en algún sentido, recreó la educación; es notable el éxito impresionante que tuvo la misión educativa: la multiplicación fenomenal de los colegios y universidades desde el nacimiento de la Compañía hasta su supresión, pero a partir de la restauración la Compañía tuvo que irse adecuando, no abriendo el campo, sino, adecuando a las nuevas formas que fue adquiriendo la universidad. Y la educación de la Compañía tuvo que ir siguiendo pautas que venían de otros lados y adecuarse lo mejor posible, como lo estamos intentando hacer todavía, a esas instituciones universitarias y a esas pautas que surgen de muchas fuentes.

Es cierto que en todo este proceso de la restauración se han multiplicado los colegios, las universidades de la Compañía en el mundo, más o menos exitosas unos y otras. Pero también es cierto que actualmente las instituciones van siendo enormes y que aquí, por ejemplo, en el ITESO, tenemos alrededor de once mil estudiantes, y hay otras mucho más grandes. ¿Cómo se puede responder a este objetivo fundamental de la educación como la creación de la humanitas en este contexto?

De muchas maneras, la Compañía tiene que ir luchando a contracorriente frente a lo que ahora es la universidad; el corazón de la universidad ya no está en la creación de la humanitas como lo estuvo antes, el corazón de la universidad ahora está en el desarrollo de las ciencias, en la gestión empresarial cada vez más eficaz de la institución. Las instituciones no van a cambiar, dijéramos, a nuestro tenor, se pueden hacer muchas cosas como se están haciendo en las universidades, como apuntaba el padre Garanzini, se plantean retos, se plantean problemas, se plantea todo esto; pero, ¿cuál es la capacidad real, o cómo realmente podemos transformar o ir llevando la institución universitaria hacia algo que ahora ya no es el núcleo de la universidad?

Y entonces surgen preguntas, por ejemplo, ¿podría ser que la Compañía como tal vaya tomando más un papel orientador, inspirador en las universidades, que vayan quedando en manos de laicos que han asumido el espíritu de Ignacio, incluso laicos que se han apropiado su potente espiritualidad? ¿No será el momento de que la Compañía vaya probando nuevas formas de centrar, de recuperar, en la medida de nuestras capacidades, su misión educativa?

Ahora, por ejemplo, surgen muchas alternativas a las universidades como los centros de investigación, centros de finanzas y economía, centros de altos estudios, centros de ciencias sociales, centros de humanitas en los que podamos ir creando la posibilidad de esos hombres y mujeres que realmente sean para los demás, creando las posibilidades de esos hombres y mujeres que puedan responder a los desafíos y a estos problemas que señalaba el padre Garanzini como las grandes temáticas que interpelan ahora, el conjunto, la universalidad de la Compañía en el mundo.

Esto es y seguirá siendo un centro fundamental de la misión educativa de la educación de la Compañía, sea o no educación superior. De alguna forma será el momento de recrear, un poco otra vez, de intentar recrear la educación.

 

Fuentes documentales

Desafíos de América Latina y Propuesta Educativa, AUSJAL/Universidad Rafael Landívar, Bogotá, 1995.

“Documento Especial. La Promoción de la Justicia en las Universidades de la Compañía” en Promotio Iustitiae, Secretariado para la Justicia Social y la Ecología de la Curia General de la Compañía de Jesús, s/l, Nº 116, año 2014/3, p.29. http://www.sjweb.info/documents/sjs/pj/docs_pdf/PJ_116_ESP.pdf

Kolvenbach, Peter–Hans, “Discurso con motivo de la celebración del Primer Centenario de la Universidad Pontificia Comillas, Madrid 01 octubre 1991” en Selección de escritos del P. Peter–Hans Kolvenbach, 1991–2007, Curia Provincial de España de la Compañía de Jesús, Madrid, 2008, pp. 260–271.

——   “El servicio de la fe y la promoción de la justicia en la educación universitaria de la Compañía de Jesús en los Estados Unidos, Universidad de Santa Clara, 6 octubre 2000” en Selección de escritos del P. Peter–Hans Kolvenbach, 1991–2007, Curia Provincial de España de la Compañía de Jesús, Madrid, 2008, pp. 294–310.

——   “La Universidad de la Compañía de Jesús a la Luz del Carisma Ignaciano”, Reunión Internacional de la Educación Superior de la Compañía, Roma, mayo de 2001.

——   XXXIV Congregación General de la Compañía de Jesús, decreto 3, No. 10.

 

[*] Ponencias presentadas en el VI Encuentro El Humanismo y las Humanidades en la Tradición Educativa de la Compañía de Jesús. Tercera mesa: La universidad en la misión de la Compañía de Jesús, realizada en el ITESO, Tlaquepaque, Jalisco, 25 de octubre de 2017.

 

[1].     Secretario para la Educación Universitaria de la Compañía de Jesús en el plano internacional; de 2001 a 2015 fue presidente de la Loyola University.

[2].    Nota del editor. Se refiere a la XXXV Congregación General de la Compañía de Jesús realizada del 7 de enero al 6 de marzo de 2008 y a la XXXVI Congregación General realizada del 2 de octubre al 12 de noviembre de 2016.

[3].    Presidente de la Conferencia de Provinciales en América Latina y el Caribe (CPAL); anteriormente fue delegado del Sector Social de la CPAL y es fundador de distintas instituciones como el Centro de Derechos Humanos en Manaos, Brasil.

[4].    Centro Regional para al Fomento del Libro en América Latina y el Caribe, bajo los auspicios de la UNESCO.

[5].    XXXIV Congregación General de la Compañía de Jesús, decreto 3, No. 10. Nota del editor. El ponente envió el texto de su participación. Es la razón por la cual incluye referencias documentales.

[6].    Desafíos de América Latina y Propuesta Educativa, AUSJAL/Universidad Rafael Landívar, Bogotá, 1995, punto 93.

[7].    Peter–Hans Kolvenbach, “Discurso con motivo de la celebración del Primer Centenario de la Universidad Pontificia de Comillas, Madrid 01 octubre 1991” en Selección de escritos del P. Peter–Hans Kolvenbach, 1991–2007, Curia Provincial de España de la Compañía de Jesús, Madrid, 2008, pp. 260–271.

[8].    “Documento Especial. La Promoción de la Justicia en las Universidades de la Compañía” en Promotio Iustitiae, Secretariado para la Justicia Social y la Ecología de la Curia General de la Compañía de Jesús, s/l, Nº 116, año 2014 / 3, p. 29.

[9].    Peter–Hans Kolvenbach, “El servicio de la fe y la promoción de la justicia en la educación universitaria de la Compañía de Jesús en los Estados Unidos, Universidad de Santa Clara, 6 octubre de 2000” en Selección de escritos del P. Peter–Hans Kolvenbach, 1991–2007, Curia Provincial de España de la Compañía de Jesús, Madrid, 2008, pp. 294–310.

[10].    Directora y profesora del Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México. Sus líneas de investigación se enfocan en la historia de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús a lo largo del siglo XX, en especial sus transformaciones ocurridas a partir del Concilio Vaticano II.

[11].    Profesor investigador del Departamento de Filosofía y Humanidades del ITESO. Sus líneas de investigación son la historia de la filosofía y la formación.