Sobre Una pastelería en Tokio

Luis García Orso, sj [*]

 

La directora japonesa Naomi Kawase reúne en una pequeña pastelería a tres personas de distintas generaciones: una anciana, un adulto y una jovencita colegiala. Tres vidas que no conocemos y que se irán amasando y sirviendo como los panecillos rellenos de frijoles dulces que los han hecho encontrarse.

Sentaro es un hombre triste y cansado, y está a cargo del pequeño negocio de barrio. Wakana es una jovencita callada y solitaria que acude ahí a tomar un refrigerio. Sus semblantes contrastan con el rostro alegre y jovial de la anciana Tokue, que llega a solicitar el trabajo de ayudante de pastelería que pide un letrero exterior. Sentaro trata de explicarle a Tokue que ella no tiene la edad ni las fuerzas para un trabajo exigente y tempranero en la pastelería. La vieja lo tratará de convencer llevándole la salsa de frijoles dulces que ella prepara para rellenar las tortitas llamadas dorayakis; a Sentaro le gustará tanto que aceptará trabajar con la anciana. El negocio empezará a tener cada vez más clientes, encantados de comer unos dorayakis tan sabrosos, hasta que la historia pasada de cada uno de los protagonistas toque el presente.

Saber cocer y preparar los frijoles rojos (an, del título original del filme) requiere mucho cuidado, paciencia, tiempo, cariño; pero la vida también pide lo mismo. Los frijoles, el pan, y cada cosa y cada persona que llegan a nosotros, son regalos para ayudarnos a vivir; regalos inmerecidos para gustar y agradecer. La vieja Tokue sabe de cocina y sabe de la vida, y lo va compartiendo con una sonrisa y una delicadeza que nos atrapan, y unos ojos abiertos a todo. Entonces, las tres almas solas que se han encontrado en la sencilla panadería irán poco a poco cociendo aquello que traen de su historia, nada agradable, y podrán compartirlo con un nuevo sabor y una nueva mirada.

La directora va narrando con un ritmo lento y una cámara atenta a los pequeños detalles para que también nosotros tengamos tiempo de cocinar y gustar lo que va sucediendo en nuestro interior. “¿Qué te hace estar triste?” —le pregunta Tokue al panadero—. “Mira que la luna brilla siempre para ti”. La existencia de cada quien puede estar encerrada en espacios muy estrechos —como el cuarto o el negocio de Sentaro—, pero afuera brilla la luz, sopla el viento, se abren los cerezos blancos, ríen las jovencitas, cantan los pájaros… Hay que detenerse, hacer silencio, contemplar, escuchar… Las cosas más simples de la vida están ahí para nosotros. Las personas llegan y se van, pero hay algunas que nos tocan el corazón y nos enseñan a vivir en libertad y con sentido. Entonces se quedan, aunque ya no estén.

 

[*] Profesor de Teología en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México; miembro de la Comisión Teológica de la Compañía de Jesús en México, miembro de Signis (Asociación Católica Mundial para la Comunicación). lgorso@jesuits.net