Perspectivas de la educación superior en la misión apostólica de los jesuitas

[*]

Michael Garanzini, sj [**]

Recepción: 26 de octubre de 2017
Aprobación: 23 de enero de 2018

 

Aprecio la oportunidad que me han dado de participar en este espacio, en virtud de que quiero mostrarles algunas cosas en las que yo mismo he estado pensando y reflexionando. Originalmente se me solicitó hablar acerca de mis actividades como director universitario y como vicepresidente del área académica. Mi campo de especialidad es la terapia familiar; se trata de un trasfondo particularmente bueno para hacerse cargo de una universidad, como lo hago yo; pues la terapia familiar consiste fundamentalmente en lucha, en cómo luchar con justicia y presteza. Y es que las universidades son lugares donde se lucha sanamente y donde se debe lidiar con personas luchando sanamente. Es cierto que se trata de un trasfondo fecundo, pero puede que debido a él yo suela pensar de manera recurrente en términos de luchas y problemas. Para evitar caer en este esquema, hoy tengo pensado hacer algo distinto.

 

En mi conferencia trataré de responder a tres preguntas:

  1. ¿Cuál es la verdadera inspiración detrás de la universidad jesuita? Y cuando digo inspiración me refiero al sentido de la palabra en latín “inspirare”, es decir, iniciar, respirar/traer a la vida; pero también sostener. ¿Qué mantiene con vida a la educación jesuita?
  2. ¿Cuál es nuestra situación actual?, esto es, ¿cómo estamos nosotros en este mundo contemporáneo?
  • ¿Cuáles son los propósitos de la educación jesuita para el futuro?, o bien, ¿hacia dónde debería dirigirse la educación jesuita en un futuro?

 

I

Comienzo por la primera pregunta: la inspiración de la educación jesuita. Es algo que ustedes ya deberían de saber, puesto que, o son jesuitas o conocen a jesuitas; por lo tanto, les ofrezco una disculpa, ya que lo que enseguida enunciaré no les tendría por qué representar novedad alguna. Es ‘material viejo’, algo ciertamente bien sabido ante lo cual puede que me deban, incluso, corregir. Y como soy terapeuta familiar, no tengo problema con respecto a ser corregido o desafiado, siempre que combatamos con justicia.

Partiré de los ejercicios espirituales de San Ignacio. Los ejercicios espirituales de San Ignacio constituyen su más grande obsequio a la Iglesia. No así, empero, los jesuitas en tanto orden. Es debatible, incluso, si los jesuitas podrían ser considerados un obsequio para la Iglesia. En fin, los ejercicios espirituales de San Ignacio son lo que hace que un jesuita sea tal. Además, considero que son en sí la inspiración en la universidad. Cuando uno se retira espiritualmente con el apoyo de estos ejercicios, lo que sucede es que el mismo San Ignacio invita a comenzar el periodo de oración pidiendo por la gracia que se necesita. Ignacio pregunta, ¿qué es lo que tú deseas obtener a partir de este momento de gracia? Esto es una manera particularmente nueva de entender la oración. Y es que la mayoría de la gente, cuando dice “es momento de orar”, se sienta en el templo o en su habitación, junta sus manos, hace la señal de la cruz y comienza a hablarle a Dios acerca de lo que sea que traiga en la cabeza, o bien, lee algún escrito y reflexiona en torno a él. Por el contrario, San Ignacio dice “comienza tu oración pidiendo por la gracia que necesitas”, en otras palabras, la intencionalidad lo es todo. ¿Qué es lo que deseas lograr?, ¿qué es lo que quieres obtener? Una vez que lo sabes, pide a Dios por la gracia necesaria para que ello suceda.

En una de sus primeras meditaciones, San Ignacio le dice al participante de un ejercicio espiritual: quiero que imagines a los tres miembros de la Santísima Trinidad. Colócate con ellos, quizá en tu habitación, observándolos, y pregúntate por lo que ven ellos cuando miran al mundo; y cuando miran al mundo, imagina que comienzan un diálogo entre ellos: “¿qué es lo que vemos? Vemos lo que hemos creado. Vemos muchas cosas buenas, aunque también vemos que hay muchos problemas. Vemos que la humanidad, la cima de nuestra creación, está desgarrada, dividida, que abunda el pecado en todo el mundo”. Luego, la Santísima Trinidad —dice San Ignacio al participante— tiene una con-moción a hacer algo respecto a ello. Así, Dios Padre dice a Dios Hijo: “necesitamos enviarte para que logres cambiar, vigorizar y re-traer a la vida del espíritu a la familia humana que tan desesperadamente necesita ser rescatada de su condición actual”. Entonces la Santísima Trinidad se con-mociona nuevamente y envía al Hijo, y más tarde al Espíritu Santo, cuando aquél deja la vida humana, esta existencia”. ¿Qué es lo que está haciendo San Ignacio? Él nos está solicitando considerar una noción de Dios que es, ante todo, “dialógica”, en conversación mutua; una noción de Dios que se con-mociona, que puede moverse, que tiene sentimientos como los nuestros; y un Dios que, al con-moverse, actúa, pues pretende hacer de este mundo, su creación, algo mejor de lo que es, rescatándolo de su propia tendencia a la autodestrucción. Esto es muy interesante, pues cuando uno piensa acerca de la imagen que se tiene de Dios, uno tiene que preguntarse a sí mismo: “¿cómo es que imagino a ese Dios que yo adoro, cuestiono, o bien, rechazo?”. ¿Cómo representas al Dios al que le hablas?, ¿cómo es el Dios que habita en tu cabeza y en tu corazón? Para San Ignacio el Dios que adoramos es un Dios compasivo, conversativo (desesperado por dialogar con nosotros) y activo (quiere mejorar las cosas para nosotros). Interesante. Santa Teresa de Ávila alguna vez dijo —y ella es contemporánea de San Ignacio, tenía la misma visión que él— “eventualmente te tornas el Dios que tú mismo adoras”. ¡Qué reflexión tan brillante! El Dios que adoras tendrá repercusiones drásticas sobre ti: si tu Dios es crítico, si tu Dios es distante, si tu Dios es cariñoso, si tu Dios está emocionalmente conectado contigo, si tu Dios está ansioso de aproximarse hasta ti; dependiendo de cuál sea la imagen que tengas de tu Dios te configurarás tú mismo, eventualmente tú te tornarás el tipo de persona según la representación que te haces de Dios.

La siguiente cosa que San Ignacio le pide hacer al participante del ejercicio es, tomando en cuenta lo anterior, pensar en cuál sería su respuesta. “¿Cómo te sientes —le dice San Ignacio— en medio de este diálogo entre los miembros de la Santísima Trinidad?” La contemplación y la reflexión conducen al diálogo, el cual revela sentimientos y emociones que finalmente conducen a la acción. Esto se convierte en el paradigma de San Ignacio para prácticamente todo.

Las instituciones jesuitas, por implicación, no deben ser lugares que, como torres de marfil, simplemente contemplan el mundo. Sea que se trate de matemáticas, de física, de historia, en fin, sin importar el campo de estudio, no debemos ser un lugar que sencillamente contempla y progresa en el conocimiento. Por el contrario, debemos ser un lugar ansioso por dialogar con el mundo a través de las distintas disciplinas; porque las ciencias y las disciplinas son insuficientes por su cuenta. Y todo ello nos conduce eventualmente a dar una respuesta; algo dentro de nosotros nos llama, nos impulsa a la acción. La universidad jesuita es más un método que un lugar; es un cómo hacemos las cosas a diferencia de cualquier otra universidad. Es un instrumento y, cuando San Ignacio lo descubre, porque en los inicios en la Universidad de París donde conoció a sus compañeros y comenzó con la primera comunidad de lo que más adelante se consolidaría como la Compañía de Jesús, no pensó en las universidades como un instrumento idóneo para responder al llamado de Dios (él había decidido ir a la Universidad de París y aprender varios idiomas porque creía que tenía que ser mejor que los demás si quería hacer algo por este mundo). Esto es algo que descubre después. Pero el caso es que la universidad es un instrumento muy importante para traer al mundo el tipo de curación, de crecimiento y de orden que las comunidades necesitan. Así que San Ignacio se involucró en el ámbito universitario, al principio quizá con algo de renuencia, hasta que eventualmente se percató de que aquel era un muy buen espacio y una muy buena herramienta. Se percató de que no era necesario hacer las cosas tal y como las solía hacer la prestigiosa Universidad de París, sino que se pueden hacer de manera un tanto distinta. Pensaba que era necesario hacer las cosas de un modo más “intencionado”, en un modo distinto (y hablaremos en torno a ello en breve).

Siguiendo el modo de los ejercicios, en nuestras universidades el estudiante pasa a ocupar el lugar central que anteriormente ocupaba el conocimiento. El estudiante es, por tanto, el enfoque central en la universidad jesuita, su corazón. ¿Y qué sucede con el estudiante? Tal es la pregunta que más importa a la universidad jesuita. “¿Quiénes llegan a ser?”, solía decir el padre Peter Hans Kolvenbach, sj. “Lo que los estudiantes lleguen a ser será la medida de nuestra universidad”. Así pues, la formación del estudiante, de la persona, lo era todo. ¿Y qué es lo que queremos de los estudiantes? Queremos que sean contemplativos, reflexivos, aplicados, especializados, pero, además, dialógicos con el mundo en el que habitan y entre ellos mismos, queremos que además reconozcan que pueden ser con-movidos a hacer algo; que sientan que son llamados a algo que los conduce a la acción. Que participen en crear una nueva comunidad, así como lo hizo Dios, quien quiere que sean co-creadores junto con Él. Entonces, con esta idea en mente, ¿qué es lo que vemos cuando miramos hacia abajo al mundo de hoy, tal y como lo hicieron las personas divinas de la Santísima Trinidad?, ¿cuál es el mundo que vemos en el que nuestros estudiantes están viviendo, invitándose, trabajando, y del cual queremos que hagan algo mejor?

 

II

Cuando miramos hacia abajo para observar el mundo de hoy hay que preguntarnos cuál es ese mundo para el cual los estudiantes se están preparando. En primer lugar, es un mundo más globalizado, es decir, los estudiantes están conectados por doquier y ven todo alrededor del mundo: las noticias de lo que sucede en África, en España, en Estados Unidos, están inmediatamente disponibles para ellos. Viven en un mundo en el que todo está completamente conectado, para bien y para mal, y ellos lo saben. Lo que sucede aquí en Guadalajara es impactado por lo que sucede en el mundo e impacta en el resto de mundo. Ellos lo entienden. También saben que este mundo globalizado está sobresaturado de información, lo que los pone en riesgo, junto con todos nosotros, y han de descartar o de bloquear muchas cosas. Sabemos por ejemplo que, en términos políticos, la gente solo consulta información que concuerda con su posición política. Esto es parte del fenómeno de vivir en un mundo globalizado y tener demasiada información, razón por la cual la gente descarta todo aquello que no desea ver.

Nuestros estudiantes son tecnológicamente impulsados, somos tecnológicamente dependientes. Por ejemplo: si algo anda mal con nuestro vehículo, en la primera persona que pensamos que podría ayudarnos es un mecánico, pero lo cierto es que en realidad precisaremos de un técnico en computadoras porque hay ya tantos dispositivos computarizados al interior de los vehículos actuales que ya no es tan simple como coger una llave inglesa, abrir el capó o meterse debajo del carro y repararlo; la mayor parte de los componentes de los vehículos están computarizados. En síntesis, estamos completamente conectados. Otro caso: vivimos con nuestros iPhones, los cuales están conectados a cualquier parte del mundo y, en consecuencia, no sólo tenemos un exceso de información, sino que estamos siendo muy superficiales para tratar el conocimiento que adquirimos. En efecto, somos muy superficiales en torno a lo que entendemos sobre el mundo que nos circunda. Es muy complejo. Elegimos, por así decirlo, ‘desconectarnos’. Hay aspectos muy deshumanizantes en lo que respecta a la globalización y al irrefrenable progreso tecnológico que progresivamente nos empobrece como personas, hace que nos incomode cada vez más la presencia del otro, nos torna indiferentes respecto a nuestra comunidad, nos posiciona en el centro del Universo; en fin, vivimos en un periodo de tiempo en virtud del cual lo que significa ser humano es una nueva pregunta antropológica, ¿qué significa ser persona humana hoy y cómo lo vemos?, ¿como un consumidor?, ¿como un defensor de alguna ideología para manipular?, ¿como un ciudadano? ¿Qué es el ser humano?, ¿qué es la persona hoy en día?

Los jóvenes ven por igual contrastes sociales cada vez más acentuados. Está el mundo del rico y el del pobre; el del poder y el de la impotencia absoluta; crímenes y violencia a veces en escalas estremecedoras. La juventud actual sabe muy bien que el planeta se muestra desafiante, que tiene un límite y que incluso detalles mínimos impactan en su vida.

 Yo nunca crecí pensando cosas como esta: si todos en este mundo vivieren como se vive en Estados Unidos, mi país, precisaríamos de dos o tres planetas adicionales para tener recursos suficientes con miras a sobrevivir. Por consiguiente, es imposible que todos en la tierra vivan como se vive en el primer mundo. ¿Cómo resolver este problema? La gente que no vive en el primer mundo quiere obtener los beneficios de vivir en él trabajando duro para construir una sociedad que les permita acceder a ellos. Los jóvenes de hoy también ven —y yo considero que esto se ha vuelto más evidente en los últimos días— limitaciones en la democracia liberal. Lo que quiero decir con esto es que la democracia, las sociedades democráticas, están pasando por momentos difíciles. Quizá ello se deba a que confiamos demasiado en encuestas aplicadas a la sociedad, puede ser; pero el caso es que la democracia liberal no está consiguiendo solventar los problemas. Vemos entonces emerger el populismo: basta echar un vistazo a lo que sucede en Filipinas, en Venezuela, en Estados Unidos (con Trump), en India (con Modi) y en Francia, países en los que los líderes populistas están al alza; además algunos países europeos están desmoronándose. Todo ello indica que la democracia liberal está en apuros.

 A propósito de estas dificultades de nuestras formas políticas, hay dos libros recientes muy interesantes que yo encuentro sumamente desafiantes y que vale la pena revisar. Se trata de The culture of narcisism, de Christopher Lasch, escrito en los años cincuenta. Hizo una predicción muy atinada acerca de hacia dónde vamos y el otro es The Age of Anger: History of the Present de Pankaj Mishra, un hindú que estudia a Europa. Pienso que fue muy atinado, en algo: logró predecir (escribió su obra antes de que Trump se alzara con el poder en Estados Unidos o Modi en India, etcétera) que aquellos que no tuviesen cabida en el régimen democrático liberal comenzarían a rebelarse contra él. Así, en consecuencia, Mishra asegura que lo que estamos viendo en nuestros días es un conjunto de políticas del resentimiento. Es, pues, una reacción de la gente que fue expulsada de los beneficios de aquel mundo.

 Con todo esto, mi diagnóstico respecto a la juventud de hoy en día es el siguiente: los jóvenes intentan ser idealistas y quieren ser generosos, pero están consumidos y preocupados por ser alguien en este mundo y tener los mismos bienes o más que sus padres. Más aún, son consumidos por el “carrerismo”[3] pese a que sueñan con ser más idealistas y generosos. Empero, debajo de todo esto, pienso que lo que vemos en muchos de los jóvenes que hoy en día se acercan a nosotros es retraimiento, preocupación y miedo, esto es, una penetrante inseguridad. No se sienten seguros acerca del futuro. Y lo cierto es que la inseguridad nos puede paralizar y refrenar, disuadiéndonos de tomar riesgos y de crecer. ¿Cuánto le toma a la gente elegir un esposo o una esposa? Se pone cada vez más difícil. ¿Cuánto tiempo le toma a uno decir “yo elegí realmente esta carrera y daré todo mi ser en ella”? En fin, parece que todas nuestras tomas de decisión están tomándonos más tiempo porque nos sentimos inseguros.

Sostengo que la universidad jesuita tiene que abordar este asunto apelando a la formación del estudiante. Que no se trate simplemente de una transferencia de conocimientos o de habilidades, sino cuestionarse cómo ayudar al estudiante para que sea un ser humano íntegro, tal y como está destinado a ser. Aquel profesor que argumenta: “mi trabajo consiste sólo en transferir conocimiento y ellos (los estudiantes) han de adquirir las habilidades que necesitan para sobresalir en su campo de estudio”, le hace realmente un mal a sus estudiantes, se distancia de ellos, los hace a un lado sin importar la clase de conocimiento que se esté enseñando, pues de lo que se trata es de formar a la persona como un todo. Tal ha sido siempre el sello característico de la universidad jesuita. Así, el profesor de una facultad jesuítica diría: “como estudiante, lo que tú piensas es importante para mí; cómo tú piensas es aún más importante para mí; y, más aún, lo que tú sientes es también importante para mí. Por lo tanto, lo que hagas con lo que te enseño es lo que realmente me interesa”. Tal es, pues, el enfoque que debe tener un profesor que forma parte de un sistema universitario jesuita.

 

III

¿Hacia dónde debemos dirigir nuestra atención como educación jesuita? El padre Kolvenbach alguna vez exhortó a las universidades jesuitas a volver a su interés histórico por las humanidades, los estudios humanísticos y a pensar en torno a la gestación de un nuevo humanismo. Recuperando esto considero que lo primero que tendríamos que hacer es retornar a la pregunta antropológica acerca de qué es ser humano hoy, así como repensar en qué es aquello que pretendemos transmitir. ¿Cuál es la cultura, cuál es la herencia intelectual que queremos transmitir en esta época? Así, el padre Kolvenbach exhorta a una clase particular de humanismo, un humanismo social que coloca al estudiante, a la comunidad de estudiantes, en el centro; que cultiva el celo por la justicia, enseña el respeto por la diversidad humana y promueve la acción y el liderazgo. Un nuevo humanismo —yo creo— que velará por autores y escritores que estén más allá del canon occidental, que tomará en cuenta pensadores de todo el mundo; un nuevo humanismo que producirá una perspectiva genuinamente global bajo la cual los estudiantes serán preparados y formados para el liderazgo, no únicamente dentro de esta comunidad, sino en interconexión con todas las comunidades impactadas por lo que el estudiante y su comunidad hacen. Defiendo que este humanismo social tiene que cultivar a la persona humana de nuevo, tal y como fue creada, es decir, única y dotada de toda la integridad con la que Dios la pretendió. Asimismo, debe estar basado en la justicia y no en ideologías políticas, al igual que ha de estar preocupado por el cuidado del planeta.

Lo segundo que tendríamos que hacer es recuperar la tradición de la retórica. Lo que quiero decir es que las escuelas jesuitas, desde sus inicios, fueron conocidas por tratarse de lugares en donde los estudiantes se preparaban para entender lo que piensan y cómo es que piensan; de suerte que el estudiante pueda ser capaz de expresar con claridad y cuidado lo que piensa. La única manera de lograrlo es entendiendo a la persona con la que se dialoga. Si se puede hablar a alguien, entonces se puede hablar con alguien, pues cuando se internaliza al otro no se dicen cosas que el otro no pueda escuchar o entender. Todo profesor conoce la lucha que representa cada día, en cada clase, responder a la pregunta: “¿cómo digo esto, de suerte que consiga darme a entender por mis estudiantes?” Pues bien, esto es parte de la tradición retórica. En efecto, cuando el estudiante se preparaba para expresarse de forma oral o escrita, reconocía que la posibilidad de un argumento o posición convincente exigía de suyo un autoconocimiento por parte del estudiante mismo, al igual que un conocimiento de los otros. Esto es un esquema de la totalidad de una persona en labor de comunicación; por lo tanto, pienso que tenemos que recuperar esto porque si hay una habilidad que está en peligro de desaparecer en esta era tecnológica es la habilidad para comunicarnos. Hablo de verdadera comunicación y verdadera retórica que implica un conocimiento pleno sobre quién se es y qué es lo que se recibe de los otros. No es posible expresar la totalidad de quién se es en un hashtag o un emoticono al interior de un tuit. Esto no es comunicación y, por lo mismo, hemos de recuperar la tradición retórica.

Una última cosa en la que tenemos que trabajar es en una universidad como modelo de acción en tanto comprometida con la comunidad. Así, la universidad se consolida como un modelo para el estudiante en su vida. Un modelo en cuanto a lo que significa reflejar, entender, entrar en diálogo con otros, ser llamado, responder y aprender desde lo que se responde. Ciertamente, la universidad por sí misma debe ser una comunidad a cargo de esto.

Es interesante que la reputación de excelencia académica que ostenta la educación jesuita está sostenida en estos tres aspectos: (1) Un nuevo humanismo social (2) que recupera la tradición retórica (3) tornándose en un modelo de acción. En efecto, las instituciones educativas jesuitas fueron conocidas por mantener una filosofía y una teología que colocan a la persona en el centro de la creación, así como también fueron conocidas por desarrollar su currículum basadas en esa creencia. A diferencia, pues, de la Universidad de París en el siglo XVI o de las universidades estatales actuales, las universidades jesuitas preparan a la persona de manera integral. La universidad jesuita es un modelo de acción que se inserta en la comunidad y que apoya a la comunidad. Cuando la gente dice que los jesuitas destacan por su excelencia académica, yo creo que se refieren a esto.

Hay un último punto en torno al cual me gustaría reparar. Somos afortunados en esta era de vivir en un mundo que posee una Iglesia Católica liderada por un hombre llamado Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco. ¿Por qué digo que somos afortunados a causa de esto? Porque considero que su estilo de liderazgo es un modelo para el tipo de persona que queremos ayudar a crear en las universidades jesuitas. Él conoce bien cómo expresar lo bueno y lo malo, al igual que sabe de qué manera reflejarlos. Además, es un hombre honesto y valiente comunicándose con otros y habla con la verdad ante los poderosos y siempre nos llama a un compromiso personal; en todo lo que suele escribir trata acerca de aquello a lo que somos llamados a hacer y de si estamos cambiando en pos de convertirnos en mejores personas. Él no tiende a escribir tratados sobre diversos temas, en lugar de ello nos insta a emprender la acción. Es una persona que hace lo que dice; así, si invita a la gente a acoger emigrantes, él mismo les brinda acogida. Formalmente: si pide que la gente haga algo, él mismo predica con el ejemplo. Somos, pues, afortunados porque es un hombre reflexivo, recto y propositivo. Creo que es el tipo de liderazgo que todos queremos.

La reflexión va más allá del ámbito del conocimiento. Es una cuestión de síntesis que cobra relevancia; es una cuestión de integridad: consiste en vivir, hablar y juzgar con honestidad y estar abierto a la crítica y la corrección. Es cuestión de intencionalidad, iniciativa y tendencia a la acción, a hacer más y mejores cosas.

 

[*] Conferencia presentada el 26 de octubre de 2017 en el marco del vi Encuentro El Humanismo y las Humanidades en la Tradición Educativa de la Compañía de Jesús. Pasado, actualidad y desafíos de la universidad en el mundo, en México, en la misión educativa jesuita.

[**] Secretario para la educación universitaria de la Compañía de Jesús.

[3] Nota del editor. Política o práctica académica que consiste en la imposición de avanzar en los estudios superiores, muchas veces a costa de la propia integridad personal. No existe traducción al español para este concepto.