Almodóvar: dolor y gloria

Luis García Orso, sj[*]

 

Recepción: 2 de agosto de 2019

Aprobación: 26 de agosto de 2019

 

La última película de Pedro Almodóvar es quizás la más autobiográfica de su filmografía (no obstante que tenga pasajes de ficción). La historia está centrada en un director de cine, de unos 60 años de edad, y en los recuerdos y reencuentros con los amores más entrañables de su vida: su madre, su infancia, su pareja de hace treinta años, sus películas y el cine. Y todo en una muy sensible reconciliación con la vida.

Salvador Mallo es el director aquejado de todos los dolores físicos posibles y de todo el dolor del alma, que lo han dejado en la inactividad, la depresión, la soledad. Antonio Banderas (alter ego de Almodóvar) transmite de manera extraordinaria, con todo el lenguaje corporal y sentimental, a este hombre cansado y enfermo. Desde la primera escena, sumergido en la piscina, mostrando la cicatriz de una cirugía en la columna vertebral, aparece el hombre herido que necesita entrar al seno de su madre, al líquido amniótico, y volver a nacer. Así que su primer recuerdo es de los días felices cuando niño junto a su madre: “A tu vera”, cantan las mujeres.

Un encuentro fortuito con una vieja amiga (como tantas otras anécdotas en su vida) y el reestreno de una película de su juventud, hacen que Salvador busque al actor con el que se distanció hace 32 años. Así comienza la íntima confesión (que es toda la película) y su historia de reconciliación: el cine de pueblo que olía a brisa de verano y a orines de niño, las letras que enseñaba al joven albañil analfabeto en la cueva-casa, el primer deseo sexual, el Madrid de la movida española de los años ochenta, la fama y los viajes por todas partes “para huir de Madrid”, el actor con quien se reencuentra, los guiones del pasado y los que no ha querido filmar, la droga y el vacío, todas las enfermedades del cuerpo y del alma, el hombre que llenó su vida como nadie más, el recuerdo y la ausencia de su madre. Almodóvar logra regalarnos una historia íntima y de memoria del corazón con una maestría extraordinaria, en el guion, la dirección, las actuaciones, los colores, la estética, la música.

El cineasta manchego inició en 1980 su carrera fílmica conocida y reconocida. Esta última película parece condensar las memorias más queridas que pueden caber en un largometraje por parte de un artista genial al llegar a sus 70 años de edad, y el recuento también de otras películas.  En Dolor y gloria, los 32 años que han transcurrido desde el rompimiento con su actor predilecto coinciden con La ley del deseo (1987), donde un jovencito de 26 años (el principiante Antonio Banderas) se enamora obsesivamente de un director de cine (Eusebio Poncela). De hecho, Almodóvar rompió con Poncela muy probablemente por el consumo de heroína del actor que complicaba las labores de cineasta.  Pero el consumo de droga es parte de la euforia de los españoles tras la caída de la dictadura y así aparece en los tres primeros filmes de nuestro director. La infancia de Pedro, en el colegio de los curas y cantando en el coro, se cuenta más extensamente en La mala educación (2004), y la vuelta al pueblo y a la madre es el tema de Volver (2006), pero la madre (con Julieta y con Banderas) está también en Matador (1986). Y la secretaria personal de Almodóvar de tantísimos años y su mayor confidente, Lola García, está en el personaje que interpreta aquí Nora Navas.

Pero quizás las referencias más cercanas se dan con sus dos grandes obras dramáticas: Todo sobre mi madre (1999) y Hable con ella (2001).  En Dolor y gloria, aun contando con tantos personajes entrañables, el amor de la madre abre y cierra la narración, en las brillantes actuaciones de Penélope Cruz y Julieta Serrano: Almodóvar no existe sin su madre. Y la más bella reconciliación de la historia se dará cuando el cineasta hable con los dos hombres que marcaron para siempre su vida: el actor y el amante, interpretados respectivamente por dos actores que llenan la pantalla, Asier Etxeandia y Leonardo Sbaraglia.

Almodóvar logra contar su historia haciendo que muchos personajes entren y salgan sin perder nada del hilo de la narración, cerrando perfectamente el ciclo de cada uno. Así son un prodigio de escritura y de actuación los siete minutos del argentino Sbaraglia, los nueve de Julieta Serrano, el monólogo de Asier en el teatro y el último recuerdo de Eduardo el albañil.

Almodóvar, en su etapa madura como ser humano y como artista, nos comparte desde lo más hondo su confesión íntima, honesta, conmovedora; desde su frágil humanidad brota la enorme ternura con la que ha podido llegar al perdón y a la reconciliación: consigo mismo, con la vida, con sus recuerdos, con sus amores y deseos. Entre las confesiones más puras del filme están aquellas de: “Yo me quedé en Madrid, y el cine me salvó; pero Marcelo se salvó lejos de mí”; “Yo me he formado contigo, madre, y con las vecinas”. Volver al primer amor salva a Salvador del dolor y le regresa la vida y la gloria.

 

NOTA AL PIE

[*]  Profesor de Teología en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México; miembro de la Comisión Teológica de la Compañía de Jesús en México, miembro de la Asociación Católica Mundial para la Comunicación (SIGNIS). lgorso@jesuits.net