¿Qué sentido tiene el marxismo en el siglo XXI, en América Latina, aquí y ahora?

Luis Ignacio Román Morales[*]

 

Recepción: 21 de diciembre de 2019 .
Aprobación: 13 de marzo de 2020

 

Resumen. Román Morales, Luis Ignacio. ¿Qué sentido tiene el marxismo en el siglo XXI, en América Latina, aquí y ahora? El siglo XXI ya es mayor de edad, y con él crecen tanto los riesgos como las esperanzas globales; se aceleran y profundizan las crisis, el empobrecimiento, la concentración de la riqueza y el deterioro ambiental. La IV Revolución Industrial supone la posibilidad de resolver grandes problemas humanos, al tiempo que crea una amenaza histórica de pérdida de empleos y de aumento de la precariedad; la comunicación inmediata a escala planetaria es una realidad para una proporción cada vez mayor de la población, mientras los rezagos sociales crecen en paralelo. Paradójicamente, el mundo está cada vez más globalizado y arrinconado en ultranacionalismos y marginación. ¿Qué nos dicen Marx y el marxismo en estas circunstancias, en particular en Latinoamérica? ¿Deben guardarse sus planteamientos en el baúl de los recuerdos o son plenamente vigentes? De ser lo segundo, ¿cómo retomar a Marx, qué cuestionar y qué recuperar de sus bases fundamentales? Estas notas efectúan una reflexión al respecto.

Palabras clave: Marx, IV Revolución Industrial, crisis, América Latina, empleo, concentración de la riqueza.

 

Abstract. Román Morales, Luis Ignacio. What Sense Does Marxism Make in the 21st Century, in Latin America, Here and Now? The 21st century has come of age, which magnifies both the global risks and the global hopes; crises, impoverishment, wealth concentration and environmental degradation are all growing faster and sending down deeper roots. The Fourth Industrial Revolution touts the possibility of resolving all of humankind’s major problems once and for, while at the same time threatening historical job losses and increased precarity; immediate, planet–spanning communication is a reality for a growing portion of the population, while certain social groups lag farther and farther behind. Paradoxically, the world is more globalized than ever before, even as it cowers behind ultra–nationalisms and marginalization. What do Marx and Marxism have to say to us in these circumstances, particularly in Latin America? Should they be locked away in a chest with other anachronisms, or put on prominent display? In the latter case, how are we to take up Marx again? What should we question of the fundamentals, and what should we hold on to? These notes offer a reflection on these questions.

Key words: Marx, Fourth Industrial Revolution, crises, Latin America, employment, wealth concentration.

 

… esos pobres no se han enterado que Carlos Marx
está muerto y enterrado.

— Joan Manuel Serrat

 

La teoría del valor–trabajo, el plusvalor, la alienación del trabajo, el carácter fetichista de la mercancía, el modo de producción capitalista, los burgueses y proletarios, la explotación del trabajador, la acumulación originaria, la composición orgánica del capital, la tendencia descendente de la tasa de ganancia, el ejército industrial de reserva, la sobrepoblación relativa, el trabajo productivo e improductivo, el método de la economía política, los ciclos del capital–dinero y de la mercancía, “la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”, “proletarios de todos los países, uníos”… ¿qué sentido tiene todo esto en la IV Revolución Industrial?

 

Marx en la IV Revolución Industrial

En este mundo del siglo XXI, asociado a la IV Revolución Industrial, a la perspectiva de una disminución histórica de la figura del obrero industrial y aun de múltiples profesiones intelectuales, se espera que el empleo económico sea cada vez más escaso. De acuerdo con la base de datos de la Organización Internacional del Trabajo (ilostat), se sabe que ya en el 2018 sólo 20.3 por ciento del empleo total está constituido por “trabajadores artesanales y afines” y “operadoras de planta, de maquinaria y ensambladores”.[1] En México la proporción es más alta: 14.3 de los 55.2 millones de ocupados registrados por el inegi para el tercer trimestre de 2019 (25.9 por ciento) están clasificados como “trabajadores industriales, artesanos y ayudantes”.[2] Ante la expectativa de una clase obrera, proletaria, cada vez menor, parecería que muchas de las categorías socieconómicas del marxismo carecen de sentido actual. ¿Será así?

“La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”, reza el Manifiesto Comunista. La cuestión aquí es cómo categorizamos a la humanidad para afirmar que tal clasificación expresa la contraposición entre las clases constituidas. En el constructo marxista las clases están definidas en función del lugar que ocupan las personas en los procesos de producción de la riqueza. De hecho, Marx define la economía política (en oposición a lo que él denomina economía vulgar) a partir de explicar que el valor de los productos (y por lo tanto, la generación de la riqueza) está dado en los procesos de producción, y no en los de circulación de éstos. Así, no es el dinero o el comercio lo que genera la riqueza, sino la producción misma. Bajo tal premisa, la sociedad está esencialmente dividida entre, por una parte, quienes disponen de los medios de producción (el capital o la tierra) y utilizan la fuerza de trabajo del resto de la sociedad (los trabajadores) para activar tales medios y generar valor, y, por otra parte, esos trabajadores. Para que este sistema opere se requiere que la inmensa mayoría de la sociedad esté desprovista de medios de producción y, por lo tanto, tenga que emplear su propia fuerza de trabajo a cambio de un salario para producir riqueza en beneficio de los propietarios de tales medios.

¿Quién creó los medios de producción, especialmente el capital? Los mismos trabajadores. En otras palabras, junto con la naturaleza, el trabajador es el creador innato de la riqueza. La misma liturgia católica reza: “Bendito sea el pan fruto de la tierra y del trabajo del hombre” (el pan no viene del capital, del dinero, del comercio o de la especulación bursátil).

Sin embargo, en Marx no puede decirse que sea el trabajador individual lo que genera la riqueza. En seguimiento de la tradición aristotélica, Marx parte de la concepción holística del ser humano, el zoon politikon, lo que implica que la sociedad es anterior al individuo; el ser humano se hace tal en su vida gregaria. La producción es, por lo tanto, resultado de tal actividad gregaria, y se complejiza continuamente. Las máquinas, los edificios, los insumos, etc., son producto del trabajo pretérito al que se agrega la fuerza de trabajo vivo que produce nuevos bienes. Además, la división del trabajo (sexual, técnica, social e internacional) genera un entramado cada vez mayor de actividades, lo que vuelve imposible identificar a un autor individual de casi cualquier producto. En última instancia, la pantalla o el papel en donde usted lee estas líneas es producto del trabajo acumulado de toda la historia de la humanidad.

Lo anterior confronta diametralmente la concepción predominante de la economía, que se basa en la racionalidad de las decisiones individuales. No es lo que cada trabajador añade a la producción lo que define su productividad (productividad marginal), sino que es la estructura de producción y la lógica de interrelación social entre los trabajadores y los capitalistas lo que determina el plusvalor, la ganancia, el salario. Son pues las relaciones sociales de producción las que determinan las condiciones de generación y reparto de la riqueza creada.

La cuestión ahora, en los años veinte del siglo XXI, es la creciente disociación del trabajo “vivo” con la producción creciente. Cuando las máquinas sean robots de autoaprendizaje, cuando podamos adquirir una “mercancía” que consista en una clave de computadora a partir de la cual imprimiremos en una máquina 3d el producto deseado, cuando los autos no tengan conductores, cuando las siembras y las cosechas prácticamente no requieran de trabajadores agrícolas… entonces cabrá preguntarnos dónde queda el plusvalor, dónde quedan las clases sociales, dónde queda el marxismo.

A lo anterior cabe agregar la generación de una inmensa frontera gris entre el trabajo que Marx denomina productivo y el trabajo improductivo. Si asociamos el primero a los sectores agropecuario, minero e industrial, ¿dónde quedan las industrias que producen bienes no tangibles, como en el caso de la electricidad (históricamente denominada “industria” en México, pero conocida como “servicios básicos para la producción” por parte de las Naciones Unidas)? ¿Cómo calificar el trabajo en una computadora con sistema cad–cam (diseño y manufactura asistidos por computadora), donde el diseño se traduce en una producción real inmediata? ¿Cómo tipificar la producción de software, la de apps para celulares o la integración de servicios como Uber o Amazon?

La división marxista de trabajo productivo e improductivo queda en entredicho ante los cambios tecnológicos, y con ello también permanece la interrogante sobre la división social entre burgueses y proletarios. Lo que no queda en entredicho es la distinción entre generación, uso y apropiación de la riqueza. La generación colectiva, social e histórica de la riqueza se enfrenta a una apropiación cada vez más privada, elitista y ambientalmente depredadora. Ahora, el problema fundamental no es sólo el papel que desempeña cada quien en la producción de la riqueza, sino cuál es su papel en la distribución de ésta.

En su interpretación sobre el Estado, Marx lo considera un instrumento al servicio de la clase dominante. Así, un sistema capitalista engendra un derecho capitalista y un Estado igualmente capitalista. Sin embargo, al interior del marxismo, diversas corrientes posteriores matizaron tal interpretación. ¿Podría el Estado tener intereses propios (Estado Sujeto)? ¿Podría tener cierta autonomía respecto de las clases dominantes para enfrentar las contradicciones del sistema imperante (por ejemplo, enfrentar amplias capas de la burguesía para salvaguardar al capitalismo frente a sus propios monopolios y la centralización del poder)? ¿Podría el Estado ser una relación social en la que se expresen las contradicciones entre las distintas clases sociales? Las teorías Estado–instrumento, Estado–sujeto, autonomía relativa y Estado–relación social forman un amplio abanico de interpretaciones neo y postmarxistas, que en algunos casos validan y, en otros rechazan la generación de propuestas alternativas de desarrollo al interior del sistema capitalista.

En diversos enfoques keynesianos, postkeynesianos y neokeynesianos, así como en formulaciones sincréticas (como en la teoría francesa de la regulación, la teoría italiana de la innovación, la teoría de las convenciones o, en parte, en el neoinstitucionalismo), el Estado es un factor clave en la redistribución del ingreso y de la riqueza. Los Regímenes de Bienestar (escandinavo o alemán, parcialmente el francés, el coreano del sur o el japonés) remiten a lógicas de funcionamiento capitalista en las que hay un enorme cuidado por evitar la polarización social y económica. En alguna medida, la presión ejercida internacionalmente por el marxismo en la formación de sindicatos, en su presencia dentro del debate filosófico, económico, sociológico y antropológico, en la denuncia social y en su influencia sobre otras corrientes, permitió que el capitalismo no siempre siguiera una tendencia social y ambientalmente depredadora.

Sin embargo, a raíz del derrumbe del “socialismo real” (principalmente a partir de la caída del Muro de Berlín y de la urss), las formas más ortodoxas del capitalismo y su dinámica de “libre mercado” han tenido un contrapeso cada vez más débil y lograron imponerse de forma cada vez más contundente, hasta inicios del siglo actual. El marxismo esperaba que el socialismo venciera al capitalismo como resultado del desarrollo más libre y extendido de sus fuerzas productivas: el avance tecnológico y la productividad de los trabajadores. Paradójicamente, el capitalismo real venció al socialismo real, precisamente en virtud de estas mismas fuerzas productivas. No obstante, quedan excepciones híbridas, especialmente el caso de la economía de China.

El éxito del capitalismo de libre mercado se expresó en las recomendaciones del Consenso de Washington, planteado por Williamson en 1989: condenaba el déficit público y proponía nuevas prioridades en el gasto público, preminencia a los impuestos al consumo, privatización, desregulación, paridad de la moneda determinada por el mercado, apertura comercial, liberalización financiera, promoción a la inversión foránea y mayores garantías a los derechos de propiedad privada. Los seguidores más disciplinados del Consenso se ubicaron en América Latina: Chile (a partir de Pinochet y con algunos matices en las épocas de Lagos y de Bachelet), Argentina (durante la gestión de Menem), Perú (con Fujimori), Brasil (con Collor), Venezuela (durante el segundo periodo de Carlos Andrés Pérez), Colombia (con Uribe), México (de Salinas a Peña Nieto), Ecuador (con Bucaram), etc. En todos los casos los resultados sociales han sido lamentables. En cambio, el sincretismo de China o de Corea del Sur, e incluso de gobiernos latinoamericanos posteriores a la extrema liberalización, dan cuenta de fuertes cuestionamientos a la óptica dominante.

El Estado ha perdido gran parte de su capacidad redistributiva del ingreso y de la riqueza y, con ello, ha revitalizado las tesis marxistas del Estado–instrumento, lo que implica la agudización de las contradicciones sociales. El culto al libre mercado alimenta los argumentos del marxismo en el sentido de que interpreta al Estado como un instrumento de los grandes poderes económicos.

La victoria del libre mercado sobre el marxismo se convirtió en el germen de su propia crisis mayor. El capitalismo tiende a agudizar tensiones sociales por doquier, que ahora están atizando ya no la globalización y la apertura total de mercados, sino su antítesis: los ultranacionalismos y el terror a lo extranjero. Hay varios ejemplos de esto. Las elecciones al parlamento europeo del 2018, donde cuatro de los cinco partidos que más diputados colocaron fueron de corte ultranacionalista, el Brexit inglés (luego integrado en la lógica del partido conservador y la decisión de la salida “dura” de la Unión Europea), la Unión Nacional (anterior Frente Nacional) francesa, la liga italiana y el de derecho y justicia polaco. Por igual se consolidaron los partidos ultranacionalistas de alternativa federal en Alemania y Vox en España. La presencia ultranacionalista es enorme en Austria, Holanda, Hungría y, ahora, hasta en Suecia y Grecia. En los Estados Unidos ha sido una de las banderas fundamentales de Trump y, en Brasil, uno de los ejes de Bolsonaro. La derecha está rebasando al capitalismo con los enormes riesgos que ello implica. La historia no ha llegado a su fin.

¿Qué tiene que decirnos Marx en este panorama? Mucho. En la Introducción general a la crítica de la economía política[3] de 1859 él señala que individualmente la distribución aparece como resultado de la producción (no se puede repartir lo que no se produce), pero son las condiciones de distribución las que socialmente delimitan las condiciones de producción. Desde que nacemos nos insertamos en una estructura dada de distribución, independientemente de nuestros deseos, nuestras capacidades o de la productividad que pudiésemos llegar a tener. En una canción, el cantautor francés Maxime Leforestier decía: “Uno no escoge a sus padres, uno no escoge a su familia, uno tampoco escoge las banquetas de Manila, de París o de Argel para aprender a caminar. Nacer en algún lugar, para aquel que ha nacido es siempre un azar”.[4] Piketty muestra en El capital en el siglo XXI[5] que la principal fuente de acumulación de riquezas es la herencia, lo que parece asemejarse más a una reproducción feudal de privilegios que a una dinámica capitalista meritocrática. Social, geográfica e intergeneracionalmente, la distribución precede a la producción. Tal vez éste sea el elemento esencial del materialismo histórico marxista que necesitamos integrar hoy a la estructuración de las clases sociales: el papel de los individuos y los hogares no sólo en la producción, sino en la distribución de la riqueza.

Si recuperamos de Marx tan sólo la esencial dicotomía burguesía–proletariado, las transformaciones históricas tienden a superarlo. En cambio, si recuperamos prioritariamente la tendencia a la polarización social, las contradicciones del libre mercado, la tendencia inherente del sistema al cambio tecnológico cada vez mayor, la enajenación del trabajo, el fetichismo de la mercancía o la concentración de la riqueza, entonces Marx sigue plenamente vivo.

La polarización social se expresa en la cada vez mayor concentración, no sólo del ingreso, sino también del patrimonio y del conjunto de la riqueza: dieciséis personas detentan más riqueza que la mitad más pobre de la humanidad.

El libre mercado cada vez más monopolizado y menos libre. Un inmenso mar de microempresas nacen y mueren día con día; tratados de “libre comercio” que liberalizan al interior de los países firmantes, pero cierran sus fronteras a otros competidores (como en el caso del t–mec con respecto de China); un libre mercado que impide, mediante el aseguramiento de “propiedad intelectual”, que potenciales competidores para la producción de medicamentos puedan quitarles trozos de mercado a las grandes farmacéuticas; un libre mercado que condena al sector informal; un libre mercado que globaliza al mercado de capitales y su libre circulación global, pero que crea grandes bloques, cual fortalezas inexpugnables en el mercado de dinero (el espacio del dólar, frente al euro y frente al yen–yuan) y en el mercado de bienes y servicios, y más cerrado en términos continentales que abierto al mundo; un libre mercado en donde los derivados financieros pueden circular por cualquier parte del mundo, pero los seres humanos de los países pobres deben resignarse a su suerte en su lugar de origen, so pena de jugarse la vida en el Mediterráneo, en su travesía por México, en el Río Bravo, en el Suchiate, en las fronteras de Venezuela o en cualquier sitio limítrofe entre zonas de miseria y de violencia, y zonas en circunstancias donde se pudiese vivir un tanto mejor. Poco importa que las riquezas naturales de los lugares pobres se vayan a los lugares ricos, los seres humanos parecen no valer lo que valen tales riquezas.

La IV Revolución Industrial implica un absurdo. Como nunca antes, el trabajo histórico de nosotros, los seres humanos, puede simultáneamente satisfacer nuestras necesidades y liberarnos del sometimiento a las actividades peligrosas, enajenantes y sumamente indignas. Sin embargo, este gran logro humano no se traduce en un salto esperanzador hacia nuevas realizaciones vitales, sino en la brutal amenaza de la pérdida masiva del empleo en sociedades donde se requiere de éste para tener ingresos, y éstos son indispensables para adquirir gran parte de los satisfactores de la vida cotidiana. En términos de Marx, el maravilloso avance de las fuerzas productivas choca contra el muro de relaciones de producción construidas sobre los cimientos de un sistema en el que producimos colectivamente, pero la apropiación de la riqueza generada se concentra cada vez en menos manos a escala global.

 

Marx ante la crisis del libre mercado

El Informe 2018 de Oxfam presenta una narración de Lan, obrera textil vietnamita, que declara:

Cuando quedé embarazada me dejaron trabajar en el almacén. Estaba lleno de cajas de zapatos, y mi trabajo consistía en ponerles un sello. Aquellos zapatos le hubieran venido muy bien a mi hijo, eran muy bonitos. Me gustaría que mi hijo tuviera unos zapatos como aquellos, pero no puede ser. Creo que le gustarían y lo siento por él. Los zapatos son preciosos. Usted sabe que un par de zapatos de los que hacemos aquí valen más que todo mi sueldo de un mes.[6]

¿Cuánto vale Lan?, ¿cuánto vale su hijo? En términos de mercado, el valor mensual del trabajo de Lan es menor que el de un par de zapatos producidos en masa. Y el valor de su hijo es aún menor, pues todo el trabajo de Lan debe satisfacer las necesidades de ella, de su hijo y vaya usted a saber de quiénes y de qué más. En el libre mercado se define así el valor de las cosas.

La lógica predominante en economía tiende a revertir el sentido que asignó Marx al trabajo como el creador de la riqueza, frente a la postura de David Ricardo, de los factores de producción (capital y trabajo), o de Adam Smith (capital, tierra y trabajo). En la teoría del capital humano, el sustantivo es el capital, mientras que el humano es sólo un adjetivo. El ser humano vale sólo en tanto que sea un valor rentabilizable, en tanto que sea productivo, eficiente y competitivo. ¿Cómo se mide eso? En función de su contribución al producto total, de su productividad marginal. A partir del supuesto de que el salario es igual a la productividad marginal del trabajo (lo que un trabajador agrega en determinado tiempo al valor de la producción), los miles, decenas de miles o cientos de miles de sellos que Lan pueda colocar mensualmente en las cajas de zapatos no valen lo mismo que un par de zapatos. Lan vale lo que valen esos sellos. Ante esto, Fromm interpreta a Marx de la siguiente manera:

La enajenación (o “extrañamiento”) significa, para Marx, que el hombre no se experimenta a sí mismo como el factor activo en su captación del mundo, sino que el mundo (la naturaleza, los demás y él mismo) permanece ajeno a él. Están por encima y en contra suya como objetos, aunque puedan ser objetos de su propia creación. La enajenación es, esencialmente, experimentar al mundo y a uno mismo pasiva, receptivamente, como sujeto separado del objeto.

Todo el concepto de la enajenación encontró su primera expresión en el pensamiento occidental en el concepto de idolatría del Antiguo Testamento. La esencia de lo que los profetas llaman “idolatría” no es que el hombre adore a muchos dioses en vez de a uno solo. Es que los ídolos son obras de la mano del hombre, son cosas y el hombre se postra y adora a las cosas: adora lo que él mismo ha creado. Al hacerlo, se transforma en cosa. Transfiere a las cosas de su creación los atributos de su propia vida y en lugar de reconocerse a sí mismo como la persona creadora, está en contacto consigo mismo sólo a través del culto al ídolo. Se ha vuelto extraño a sus propias fuerzas vitales, a la riqueza de sus propias potencialidades y está en contacto consigo mismo sólo indirectamente, como sumisión a la vida congelada en los ídolos.[7]

Marx lo expresa de otro modo al término del “Capítulo I” de El capital (El carácter fetichista de la mercancía):

Se modifica la forma de la madera, por ejemplo, cuando de ella se hace una mesa. No obstante, la mesa sigue siendo madera, una cosa ordinaria, sensible. Pero no bien entra a la escena como mercancía, se trasmuta en cosa sensorialmente suprasensible. No sólo se mantiene tiesa apoyando sus patas en el suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías y de su testa de palo brotan quimeras mucho más caprichosas que si, por libre determinación, se lanzara a bailar.[8]

La enajenación del trabajo fue tolerada durante el siglo XX a cambio de salarios crecientes, estabilidad laboral, consumo de masas y una fuerte penetración cultural a favor del individualismo. Sin embargo, ante la creciente interdependencia de los mercados, la globalización y la preminencia del mercado sobre los derechos sociales, los logros del siglo XX tienden a diluirse en el siglo XXI.

La globalización era avizorada por Marx en el Manifiesto Comunista del siguiente modo:

Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo. En lugar del aislamiento y la autarquía de las regiones y naciones, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material como a la intelectual.[9]

Como señalamos antes, en este siglo XXI las crisis económicas y la polarización social han facilitado el auge de los hipernacionalismos. Las discusiones principales giran en torno al papel que debe desempeñar el Estado y a las explicaciones sobre crisis “importadas” (como lo reiteraba Felipe Calderón con respecto de la crisis del 2008 en México) o nativas. La explicación marxista va en el sentido de un planeta capaz de producir cada vez más, pero sin que ello resuelva las carencias y necesidades de la inmensa mayoría de la población. Es el avance de las fuerzas productivas obstaculizado por las relaciones de producción capitalistas. Al respecto, Marx dice:

Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros […]

Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean, de forma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial se destruye sistemáticamente, no sólo una parte de los productos elaborados, sino incluso las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la sobreproducción.

Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía […]. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros.[10]

Sin embargo, la indignación social alimentada por el aparato teórico y metodológico del marxismo contribuyó a formar contrapesos al poder económico. ¿Marx ha ayudado a salvar al capitalismo?

Si entendemos que la lucha de clases implica una contrafuerza a la concentración y centralización del poder económico, la respuesta puede ser positiva. En cambio, si consideramos que el pago al trabajador no ha superado el que representa el valor de su fuerza de trabajo, el de la adquisición de los medios para la propia reproducción de esa fuerza, entonces la polarización social no tiene obstáculos. En este sentido, las mejoras sociales durante gran parte del siglo XX pudieron salvar al capitalismo, pero la liberalización plena de los mercados y el sometimiento del Estado a los intereses de los grandes empresarios tienden a profundizar las crisis y la inviabilidad del sistema. La defensa a ultranza del libre mercado termina por favorecer las crisis mayores del capitalismo.

 

Y en México y América Latina, ¿qué caso tiene el marxismo?

América Latina es una síntesis de la historia y de las contradicciones del planeta entero. Es la región que cuenta con un pib per cápita más cercano al promedio mundial: 16,583 contra 17,913 dólares anuales (en paridad de poder de compra en dólares del 2018), lo que equivale a 93 por ciento del promedio global. En otras palabras, si el ingreso del mundo estuviese repartido igualitariamente, ese mundo tendría condiciones similares a las de América Latina. Sin embargo, en su interior es la región más desigual del planeta, lo que significa que, a pesar de tener condiciones promedio comunes con las del mundo, la mayor parte de su población está en la pobreza, mientras que una pequeña élite puede vivir en condiciones similares o superiores a aquéllas con las que cuentan los grupos de ingreso superiores en los países más ricos del globo.

La desigualdad latinoamericana se acompaña de la superposición de múltiples formas de producción, tecnologías y culturas al interior de cada sociedad. La escuela estructuralista de la Comisión Económica para América Latina (cepal) ha considerado a los países de esta región como heterogéneos y especializados, a diferencia de los llamados países centrales, caracterizados por ser homogéneos y diversificados. Por esto la cepal refiere que los países centrales sustituyen constantemente sus tecnologías, actualizándolas en función del propio desarrollo científico técnico. En América Latina, en cambio, se traslapan formas de producción de todo tipo, desde las más tradicionales (y en algunos casos arcaicas) hasta las que emplean las tecnologías más desarrolladas. En cuanto a la diversificación de sus economías, en los países centrales se genera una gran variedad de bienes, tanto de consumo como de capital; mientras que en América Latina la producción se especializa en ciertos bienes de consumo, y es marginal la de bienes de capital o de tecnología propia.

Lo anterior supone una particularidad de la región: a diferencia de las economías más desarrolladas, América Latina mantiene múltiples formas de producción precarias y una alta dependencia tecnológica; pero a diferencia de las regiones más pobres del planeta, cuenta con una amplia producción manufacturera (incluso de alta tecnología) y con estratos socioeconómicos medios altamente significativos que reproducen formas de consumo similares a las de países más desarrollados. En otros términos, en América Latina coexisten formas de producción predominantemente capitalistas con una multiplicidad de otras formas de organización que van desde lógicas semi–feudales hasta estructuras cooperativas y solidarias, aun en grandes industrias.

Bajo tales circunstancias, el traslado mecánico de las argumentaciones clásicas del marxismo al entorno latinoamericano implica el desdén de sus particularidades históricas y sociales. Sin embargo, la negación de tales argumentaciones significa el abandono de una de las tradiciones críticas que pueden explicar mejor la polarización social y económica que vive la región. Lo fundamental está entonces no en aceptar o negar acríticamente el valor que tiene el marxismo para entender nuestras realidades y generar posibilidades alternativas, sino en abordar los alcances y límites que tiene en nuestras propias circunstancias.

En el caso específico de México, 1) si partimos de la lógica de clases definida en función de la posición en el trabajo; y 2) si ubicamos a) a los empleadores como aquellos que disponen de los medios para emplear la fuerza de trabajo de otras personas; b) a los trabajadores por cuenta propia como aquellos que no están subordinados a un tercero, pero que tampoco poseen trabajadores a su servicio; c) a los subordinados como los asalariados que se suman a quienes aun sin percibir un salario dependen de un empleador (comisiones, propinas, etc.), y finalmente d) a los trabajadores sin pago (principalmente familiares), la estructura al tercer trimestre de 2019 sería la que se muestra en la tabla 3.1.

Conforme al tabulador de esta tabla, los empleadores representan 4.8 por ciento de la población ocupada, en tanto que los asalariados abarcan 64.2 por ciento de los trabajadores. Hasta aquí la distinción marxista de clases sociales resulta consistente con la estructura del empleo en México. Sin embargo, 74.6 por ciento de los empleadores se ubica en micronegocios (unidades económicas de hasta cinco trabajadores, salvo en la industria manufacturera, en la que se consideran hasta quince trabajadores), y 16.2 por ciento está en unidades agropecuarias. Sólo uno de cada diez sería un patrón en empresas pequeñas, medianas, grandes o no especificadas.

Lo anterior lleva a una afirmación que parecería un contrasentido: la mayoría de los empleadores cuenta con remuneraciones sumamente reducidas. De hecho, 1.4 por ciento de ellos no percibe ingresos (dueños de pequeñas parcelas agrícolas en donde laboran sus familiares); 13.7 por ciento tiene ingresos iguales o menores al salario mínimo; 22.7 por ciento percibe de uno a dos salarios mínimos; 28.4 por ciento, de dos a tres salarios mínimos, y 20.2 por ciento, de tres a cinco salarios mínimos. Sólo 13.7 por ciento de los empleadores (293,828 personas) obtiene ingresos mayores a cinco salarios mínimos, es decir, más de 15,500 pesos mensuales, al tercer trimestre de 2019. Únicamente en los medianos y grandes establecimientos predominan los ingresos superiores de los empleadores.

Lo anterior conduce a un matiz importante: no son los empleadores en su conjunto quienes detentan una posición privilegiada en la estructura distributiva del ingreso, sino que son solamente los empleadores de unidades económicas medianas y grandes. En términos de la estructura distributiva, los empleadores agropecuarios (en su gran mayoría), así como los micro y pequeños, se encuentran en situaciones equiparables a los asalariados.

En efecto, 17.5 por ciento de los asalariados percibe ingresos equivalentes a, cuando mucho, un salario mínimo; 44.1 por ciento percibe de uno a dos salarios mínimos; 23.2 por ciento, de dos a tres salarios mínimos; 10.8 por ciento, de tres a cinco salarios mínimos, y sólo 3.9 por ciento más de cinco salarios mínimos. La estructura es notoriamente más precaria que en el caso de los empleadores. Aun así, 14.7 por ciento de los asalariados cuenta con remuneraciones que son superiores a las que percibe 64.8 por ciento de los empleadores. En un sentido inverso, 33.8 por ciento de los empleadores obtiene más ingresos que 85 por ciento de los asalariados.

El traslape en la esfera distributiva entre las condiciones de ingreso de empleadores y asalariados permite intuir que la enorme concentración del mercado en manos de unas cuantas empresas termina por afectar gravemente a la mayoría de los empleadores y asalariados por igual. En otras palabras, en México no es sólo el papel en la producción lo que determina los ingresos, la reproducción social y la vida cotidiana de los trabajadores, sino que influye también su papel de dominio o de subordinación en las estructuras de distribución del ingreso, de la riqueza y de la concentración de los mercados.

 

Conclusión y comentarios finales

Curiosamente, un traslado mecánico del pensamiento marxista a nuestra situación histórica y geográfica actual implica una negación del propio marxismo como teoría y en cambio supone su adopción como dogma. Por otra parte, una recuperación auténtica del marxismo supone considerar sus alcances y límites en una sociedad como la mexicana del siglo XXI, en tanto implica una valoración de todo aquello que ha desarrollado con una inmensa riqueza teórica, metodológica, conceptual y empírica, para interpretar las condiciones de desarrollo de las sociedades contemporáneas. Al mismo tiempo se requiere cuestionar el conjunto de elementos que no han sido constatados por la historia, así como aquellos que deberían ser reinterpretados para poder mantener la vigencia de un pensamiento revolucionario cuya significación mayor ha sido el cuestionamiento del individualismo económico y la justificación de la desigualdad y del empobrecimiento social. La vigencia del marxismo pasa también por la posibilidad que tengamos de interrogarlo, de adaptarlo a circunstancias diversas y de no convertirlo en letra muerta.

La cuestión distributiva es fundamental; pero lo es más el sentido de la dignidad humana, que está por encima del trabajo que se realice en la esfera del mercado. En términos de Erich Fromm:

La crítica principal de Marx al capitalismo no es la injusticia en la distribución de la riqueza; es la perversión del trabajo en un trabajo forzado, enajenado, sin sentido, que transforma al hombre en un “monstruo tullido”. El concepto del trabajo de Marx, como expresión de la individualidad del hombre, se expresa sucintamente en su visión de la abolición completa de la sumersión del hombre en una sola ocupación durante toda su vida. Como el fin del desarrollo humano es el del desarrollo del hombre total, universal, el hombre tiene que emanciparse de la influencia paralizadora de la especialización.[11]

En suma, el marxismo ha desarrollado grandes aportes, entre los que cabe enunciar:

  • La articulación entre filosofía, sociología, ética y economía.
  • La recuperación del papel orgánico de la economía.
  • La producción como base de la creación de la riqueza y de la teoría del valor–trabajo.
  • La teoría de la plusvalía (plusvalor).
  • La internalización de la tecnología (estudio de la composición orgánica).
  • La crítica al fetichismo de la mercancía.
  • Los ciclos de reproducción del capital.
  • El método de la economía política.
  • La organización político–sindical.

Sin embargo, a la luz de la historia, cabe debatir en torno a otros tantos puntos sobre los que el mundo actual requiere reinterpretaciones plurales y tal vez sincréticas:

  • El debate sobre el trabajo productivo e improductivo.
  • La tendencia descendente de la tasa de ganancia.
  • La distinción entre desarrollo y subdesarrollo a partir de los aportes de la cepal y de la teoría de la dependencia.
  • El papel del Estado en la economía (¿instrumento, sujeto propio, autonomía relativa, relación social?)
  • La estructuración de las clases sociales (que aquí hemos bosquejado brevemente para el caso mexicano).
  • La tendencia a la pauperización de la clase obrera frente al fordismo, al keynesianismo y a la constitución de regímenes de bienestar universalistas (como en el caso de los países escandinavos) aun dentro del capitalismo.

 

Fuentes documentales

ENOE–INEGI, tercer trimestre, 2019. https://www.inegi.org.mx/contenidos/programas/enoe/15ymas/doc/resultados_ciudades_enoe_2019_trim3.pdf Consultado 21/XII/2019.

Fromm, Erich, Marx y su concepto del hombre, Fondo de Cultura Económica, México, 1962.

ILOSTAT, the leading source of labour statistics, Employment by occupation – ILO modelled estimates, Nov. 2019, International Labour Organization, noviembre de 2019, https://www.ilo.org/ilostat/faces/oracle/webcenter/portalapp/pagehierarchy/Page33.jspx  Consultado 21/XII/2019.

Marx, Karl, Introducción general a la crítica de la economía política, Siglo XXI, Madrid, 2008.

——   El capital. Crítica de la economía política, Siglo XXI, Madrid, 2017.

Marx, Karl y Engels, Friedrich, Manifiesto del Partido Comunista, Fondo de Cultura Económica, México, 1973.

——  Manifiesto del Partido Comunista, Verbum, Madrid, 2019.

OXFAM, Informe 2018: Premiar al trabajo, no la riqueza, oxfam, Oxford, 2018.

Piketty, Thomas, El capital en el siglo XXI, Fondo de Cultura Económica, México, 2014.

Plateforme Musicale, Maxime Le Forestier – Être né quelque part (avec paroles), YouTube, 28 de mayo de 2019, https://www.youtube.com/watch?v=H-WpvJx6nfQ  Consultado 21/XII/2019.

 

 

[*] Doctor en Estructuras Productivas por la Universidad París vii, D.E.A. en Economía del Trabajo y Política Social por la Universidad París x. Profesor–investigador en el iteso. iroman@iteso.mx

 

[1].  ILOSTAT, the leading source of labour statistics, Employment by occupation – ILO modelled estimates, Nov. 2019, International Labour Organization, noviembre de 2019.

[2].  ENOE–INEGI, tercer trimestre 2019.

[3].  Véase Karl Marx, Introducción general a la crítica de la economía política, Siglo XXI, Madrid, 2008.

[4].  Plateforme Musicale, Maxime Le Forestier – Être né quelque part (avec paroles), YouTube, 28 de mayo de 2019, https://www.youtube.com/watch?v=H-WpvJx6nfQ  Consultado 21/XII/2019.

[5].  Véase Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, Fondo de Cultura Económica, México, 2014.

[6].   OXFAM, Informe 2018: Premiar al trabajo, no la riqueza, OXFAM, Oxford, 2018, p. 76.

[7].  Erich Fromm, Marx y su concepto del hombre, Fondo de Cultura Económica, México, 1962, p. 31.

[8].  Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política, Siglo XXI, Madrid, 2017, p. 122.

[9].  Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto del Partido Comunista, Fondo de Cultura Económica, México, 1973, p. 159.

[10]. Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto del Partido Comunista, Verbum, Madrid, 2019, pp. 18–19 y 26.

[11]. Erich Fromm, Marx y su concepto…, p. 30.