El Homo sapiens sin conciencia de especie

Juan Diego Ortiz Acosta[*]

 

Recepción: 11 de marzo de 2022
Aprobación: 26 de abril de 2022

 

Resumen. Ortiz Acosta, Juan Diego. El Homo sapiens sin conciencia de especie. En el presente trabajo expongo la urgente necesidad de que el ser humano entienda de otra manera su relación con la naturaleza, de la que es parte. El análisis de este texto plantea la posibilidad de que el Homo sapiens transite hacia una conciencia de especie que le permita comprender el valor de la biodiversidad y las interdependencias que posibilitan la vida en el planeta. Es dar el salto desde una visión antropocéntrica sobre el mundo hacia una mirada ecocéntrica, en la que el animal humano asume la responsabilidad de cuidarse a sí mismo como especie–humanidad y de cuidar a las otras especies del entorno natural. En este sentido se retoman planteamientos que han expuesto con anterioridad autores como Edgar Morin, Leonardo Boff, José María Vigil y Piotr Kropotkin, quienes advierten, junto con otros muchos pensadores, que la inconciencia del sapiens sobre la naturaleza sigue provocando una enorme depredación ambiental.

Palabras clave: Homo sapiens, conciencia, especie, espiritualidad, ayuda mutua, depredación.

 

Abstract. Ortiz Acosta, Juan Diego. Homo sapiens Without Awareness of Species. In this text I put forth the urgent need for human beings to develop a different understanding of their relationship with nature, of which they are part. The analysis proposes the possibility of Homo sapiens shifting toward an awareness of species that will enable them to grasp the value of biodiversity and the interdependences that make life possible on the planet. This involves making a leap from an anthropocentric view of the world toward an ecocentric way of seeing, where the human animal takes on the responsibility of caring for itself as species–humanity and of caring for other species that also inhabit the ecosystem. In this sense, the text returns to proposals made earlier by authors such as Edgar Morin, Leonardo Boff, José María Vigil, and Piotr Kropotkin, who warn, together with many other thinkers, that sapiens’ obliviousness to nature continues to wreak environmental havoc.

Key words: Homo sapiens, awareness, species, spirituality, mutual aid, depredation.

 

Introducción

El interés particular de este texto es resaltar la relevancia de comprender al ser humano como una especie que comparte, junto con otros millones de especies, este hábitat que constituye el mundo. De acuerdo con un informe científico recién publicado sobre diversidad biológica se estima que en el planeta existen alrededor de 8 millones de especies animales y vegetales, de las cuales un millón se encuentra en peligro de extinción.[1] Ante este último dato es preciso recalcar que la cosmovisión dominante que prevalece desde hace siglos es el antropocentrismo, un planteamiento que sitúa al Homo sapiens como centro del planeta y del universo, y que ha traído por consecuencia un proceso de abuso, explotación y destrucción de la naturaleza, en aras de satisfacer las necesidades y los deseos de este ser que presume su capacidad de pensar y razonar.

La autorreferencia perniciosa a la inteligencia humana y su poder con respecto al resto de especies naturales se ha convertido en un gran problema; un asunto que se ha debatido desde diversas perspectivas filosóficas, sociales, políticas e, incluso, espirituales. Desde hace tiempo hay preocupación y alarma por el proceso antropocéntrico de dominación de la naturaleza, que hoy ha llegado a dimensiones inimaginables que ponen en serio riesgo el futuro del planeta. Hace 22 años el teólogo de la liberación, filósofo y ecologista Leonardo Boff sostenía que esta mentalidad autodestructiva del ser humano tiene peligrosos instintos de violencia y deseos de dominación que nos nublan la vista y los sentidos para poder apreciar el valor profundo de la vida y la naturaleza. Indicaba que el antropocentrismo, al contemplar al ser humano como rey del universo, considera que las otras especies vivas están disponibles para su placer.[2]

Al prevalecer la cultura antropocéntrica se acentúan los actos que atentan contra la biodiversidad y los ecosistemas; cultura íntimamente asociada al desarrollo del capitalismo que, como sistema de producción y mercantilización, transforma la vida de otras especies en bienes de consumo y enriquecimiento. Los deseos de poder productivistas y los hábitos de hiperconsumo de las sociedades contemporáneas depredan y devoran el planeta. La inconciencia sobre la naturaleza sigue generando cosmovisiones acerca de que las otras especies de flora y fauna de la Tierra son inferiores y que sólo poseen un valor mercantil de utilidad para el ser humano, lo que lleva a considerar que su existencia no tiene importancia más allá de su transformación en bienes de consumo.

No existe aún, de manera generalizada, una cosmología que haga comprender la interdependencia del Homo sapiens respecto de las demás especies, en la que radique la posibilidad de una existencia planetaria a largo plazo. No se está valorando, ni respetando, ni cuidando la vida en toda su integridad; sólo existe una mirada autorreferencial como género humano, pero no como especie que constituye, junto con otras más, la biodiversidad del mundo. En las sociedades modernas aún prevalece la inconsciencia de que las necesidades vitales como respirar oxígeno, consumir agua y alimentos, así como tener climas estables y bienes para el confort, dependen de la interrelación armoniosa con la naturaleza. Tal inconciencia ha tensado la relación con los ecosistemas y provocado una prolongada destrucción de miles de especies.

En este sentido, no hay que olvidar que hombres y mujeres son animales vertebrados de la clase de los mamíferos, del orden de los primates, de la familia de los homínidos, del género Homo, de la especie sapiens. Así como la ballena franca del pacífico es un animal vertebrado de la clase de los mamíferos, del orden de los artiodáctilos, de la familia de los balénidos, del género Eubalaena, de la especie Eubalaena japónica, especie marítima que, por cierto, se encuentra en peligro de extinción debido a la pesca indiscriminada que el Homo sapiens ha realizado desde hace mucho tiempo sobre ésta y otras numerosas especies del mar.

El también llamado homocentrismo del ser humano, como forma de pensamiento y acto depredador, junto con el capitalismo, como práctica de producción y generación de una cultura del individualismo, han originado el egocentrismo que, según el filósofo mexicano Leonardo da Jandra, consiste en la búsqueda de placer y poder que se convierten en imperativo egóico lo que lleva al individuo a privilegiar por encima de todo el ser en, por y para sí mismo. En consecuencia, aquél vive en conflicto con los demás, en este caso, con la naturaleza y con su inmensidad de organismos sobre los que ejerce violencia. Una naturaleza ante la cual el hombre, con su torpe imaginación, se ha escindido para verse fuera de ella y así legitimar su explotación para fines propios, mientras desconoce e invalida las interdependencias en el mundo vivo. De esta manera, según Da Jandra, egocentrismo y soberbia son dos de las expresiones más notorias que han derrotado al humanismo.[3]

En esta relación utilitaria del animal humano con respecto al resto del mundo cabe la pregunta siguiente: ¿quién se necesita más? ¿Será el Homo sapiens, que requiere para su existencia la interrelación vital con las otras especies? ¿O será la gran biodiversidad del planeta, que demanda más la interrelación con los humanos? La respuesta salta a la vista: el ser humano es el que más necesita de las otras especies para vivir. Si es así, entonces se debería tener respeto y cuidado por la naturaleza, ya que de ella depende la viabilidad de la vida humana. Sin embargo, esto aún no es parte de la conciencia del sapiens, y por eso sigue depredando y consumiendo los recursos naturales convertidos en bienes y servicios. La humanidad no ha transitado hacia una conciencia de especie que le permita comprender el inmenso valor existencial de los bosques, la fauna, los insectos como las abejas, el mar, los ríos y los ecosistemas generadores de vida.

Para abordar el problema planteado se hará una revisión reflexiva de autores como Edgar Morin, Leonardo Boff, José María Vigil, Piotr Kropotkin y Enrique Dussel. Sin embargo, hay que precisar que existe una amplia bibliografía de otros pensadores que, desde diversas perspectivas, han estudiado el tema que aquí se expone,[4] los cuales también discuten sobre la crisis medioambiental y se plantean la necesidad de darle un giro al pensamiento dominante de destrucción de la biodiversidad, la cual constituye la comunidad de vida del planeta que se entreteje y hace posible la existencia. Como sostiene Boff: “Todo lo que existe, coexiste. Todo lo que coexiste preexiste. Y todo lo que coexiste y preexiste subsiste a través de una tela infinita de relaciones omnicomprensivas. Nada existe fuera de la relación. Todo se relaciona con todo en todos los puntos”.[5]

 

Hacia una conciencia de especie

En octubre de 1999 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) publicó un texto titulado Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, cuyo autor es el filósofo y sociólogo francés Edgar Morin. Esta obra tiene un profundo sentido de transformación de los contenidos de la educación moderna. En el capítulo VII, “La ética del género humano”, Morin explica la importancia de que generemos una conciencia para comprender la vida de las personas desde tres dimensiones: individual, social y de especie; es decir, comprendernos como seres tridimensionales.

Morin expone que cada uno de estos términos (individuo–sociedad–especie) es al mismo tiempo medio y fin de los otros. Indica que no se puede absolutizar ninguno ni hacer de uno solo el fin supremo de la triada. “Estos elementos no se podrían comprender de manera disociada: toda concepción del género humano significa desarrollo conjunto de las autonomías individuales, de las participaciones comunitarias y del sentido de pertenencia a la especie humana. En medio de esta triada compleja emerge la conciencia”.[6] Esta tridimensionalidad es lo que dotaría a la vida del sujeto de una nueva ética, denominada por Morin ética del género humano, la cual ampliaría el marco de responsabilidades humanas más allá del cuidado de la individualidad de cada persona para situar también ese compromiso del individuo en la sociedad y asumirse como especie en el sentido de adjudicar su pertenencia a la humanidad que se encuentra amenazada por las tendencias de autodestrucción aún impulsadas en todas partes del mundo.

Tener conciencia de especie implica, según Morin, dar sentido de realización a la humanidad como conciencia común y solidaridad planetaria; conciencia de que habitamos la Tierra–Patria. Para este autor “la humanidad ha dejado de ser una noción solamente ideal, se ha vuelto una comunidad de destino y sólo la conciencia de esta comunidad la puede conducir a una comunidad de vida; la humanidad, de ahora en adelante, es una noción ética: ella es lo que debe ser realizado por todos y en cada uno”.[7] En este sentido, la solidaridad planetaria se convierte en acto humano que supone un querer conservar la vida, tener conciencia de que sólo se cuenta con este mundo, y no otro, para reproducir al género humano; pero a su vez, esa solidaridad planetaria implica el cuidado de las otras formas de vida, de las otras especies con las cuales se comparte el hábitat y se establecen interrelaciones e interdependencias que hacen posible la existencia.

En Los siete saberes… Morin no trata de manera explícita este último aspecto de que la persona se asuma como especie en solidaridad con otras especies. Lo trabaja en otra obra suya publicada años más tarde, titulada La Vía. Para el futuro de la humanidad. En ese texto plantea la necesidad de una reforma de nuestra manera de pensar que vaya más allá de las cuestiones técnicas para comprender la relación vital entre la humanidad (especie) y la naturaleza. Se trata de una reforma del pensamiento que llevaría al género humano a reconocerse “como hijos de la Tierra, hijos de la vida e hijos del cosmos”.[8]

Que el Homo sapiens se asuma como especie implica reconocerse en las otras formas de vida de este gran ecosistema que es la Tierra–Patria. Exige, a decir de Morin, demoler la disyunción absoluta entre lo humano y lo natural. Esta conciencia emergente resituaría el lugar de lo humano en la naturaleza, lo que a su vez posibilitaría una renovada relación con el mundo animal y vegetal, así como con las biodiversidades que constituyen ese todo, que es el mundo, donde lo humano es una de las partes, no el todo. Tener conciencia de ser especie podría generar el advenimiento de una conciencia ecológica que, sin embargo, en opinión de este mismo autor, no se ha inscrito en un gran pensamiento político moderno ni ha suscitado la aparición de una fuerza planetaria con el poder de dar un giro conceptual a la subjetividad humana para contener los procesos de autodestrucción. De cualquier manera, el planteamiento de la tridimensionalidad (individuo–sociedad–especie) amplía las posibilidades de una mejor comprensión ontológica de la persona para asumir responsabilidades mayores y profundas que re–encaucen el cuidado de la Madre Tierra; pero también supone el cuidado del propio individuo y de la sociedad misma en sus intrínsecas relaciones.

Los siete saberes…, si bien es una obra que plantea, como reforma del pensamiento, que el género humano se asuma también como especie —porque, según Morin, es la propia humanidad que habita este único mundo, lo que supone la responsabilidad de cuidarse a sí misma—, en esta misma reflexión, igualmente explicita que la humanidad, ya entendida como especie, debe además modificar su comportamiento con las otras especies para frenar tanto su depredación como la relación de desigualdad que establece con el mundo natural; una desigualdad que ha significado que aquélla, como supuesta especie mayor con inteligencia, se apropiase y explotase la biodiversidad, poniendo en entredicho su propia capacidad de razonamiento, ya que con sus actos de devastación atenta contra sí misma. Al parecer, al humano no le basta con generar desigualdad social en su propia especie, sino que además reproduce las diferencias para imponer su derecho de apropiación de las otras especies, descobijando al mundo animal y vegetal de su propio manto existencial. Así, el sapiens se convierte en una especie cuasidivina que puede dar y quitar la vida.

En este mismo sentido, José María Vigil afirma que los seres humanos no tenemos derecho a imponer nuestros derechos sobre los de otras especies,

[…] porque todas las especies vivas somos producto del mismo proceso biológico evolutivo que se ha dado en este planeta. Formamos parte de una misma y única “Comunidad de vida”, y dependemos de los ecosistemas en los que nuestra especie ha surgido […]. Toda la vida en este planeta forma un mismo y único árbol genealógico. No puedo mirar el mundo de la vida como un objeto que pudiera mirar desde fuera, ni desde arriba, como quien mirara hacia un nivel inferior… sino desde dentro de la misma. Comunidad de la vida, de la que formo parte; no antropocéntricamente, sino biocosmocéntricamente; es, ciertamente, otra visión, con la que vemos el mundo de otra manera.[9]

Tal sería una nueva visión sobre la biodiversidad, sobre la naturaleza. Es la nueva conciencia emergente que se requiere como humanidad–especie con respecto a la flora y la fauna que cohabita el mundo. Tal es la reforma del pensamiento y el tener conciencia de especie. Según Vigil la especie humana debe abrirse a una empatía profunda con toda la comunidad planetaria de vida, con vistas a que le proporcione el sentido de pertenencia, y no de propiedad, y le autolimite su potencial destructivo. Desde una postura radical y urgente expone que

[…] en la actualidad el género humano resulta disfuncional para el planeta, y su proliferación resulta una plaga, como un cáncer que va destruyendo las bases de la vida; si el cáncer no es extirpado acabará con el equilibrio y con la vida del planeta, y consigo mismo. Es urgente que evolucione, o que ceda el puesto a otra especie que sea funcional a la supervivencia y al florecimiento de la vida.[10]

Son palabras fuertes las de Vigil, y los datos de la devastación son fehacientes. Queda poco tiempo y los estudiosos del planeta han afirmado que el proceso de autodestrucción puede incluso ser irreversible si no se corrige el comportamiento de los humanos, tanto de aquéllos que sobreexplotan los recursos naturales de manera sistémica con fines de lucro como de quienes sobreconsumen todo tipo de bienes provenientes de la transformación de la flora, la fauna y los minerales del subsuelo.

Este fenómeno irrazonable de destrucción del hábitat en la Tierra se ha dado de dos maneras distintas. Por un lado, por medio de la explotación directa de la naturaleza a través de la caza y la pesca intensivas, el tráfico de especies, la deforestación, el extractivismo, la contaminación de ríos, lagunas y mares, así como la sobreexplotación de especies para el consumo. Y, por otro lado, la destrucción ambiental de los ecosistemas y su biodiversidad se materializa en el calentamiento global, que es producido por la acción humana al lanzar a la atmósfera gases con alto contenido de dióxido de carbono. Según la Organización Meteorológica Mundial la concentración de este gas alcanzó un nuevo récord en 2018, que en términos porcentuales equivale a 147 por ciento del nivel preindustrial en 1750. De acuerdo con un reporte del organismo el incremento que se produjo de 2017 a 2018 superó el crecimiento medio de los últimos diez años.[11]

A este respecto es pertinente señalar que en el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU se advierte que alrededor de 48 por ciento de las especies animales y vegetales del planeta corren un alto riesgo de extinción si continúa elevándose la temperatura de la Tierra. Ello ocurriría en el peor de los escenarios posibles, esto es, si incrementa un promedio de cinco grados centígrados, lo cual produciría en el largo plazo (entre 2041 y 2100) esa extinción con carácter irreversible por el daño a los ecosistemas. En el informe se consigna que, de seguir las actuales tendencias del cambio climático, junto con otros factores, podrían producirse pérdidas y degradación de la mayoría de los bosques, así como de arrecifes de coral y zonas húmedas costeras en el mundo.[12] Los datos científicos son reveladores, al igual que las evidencias empíricas de la destrucción en cualquier región del planeta, razón mayor por la que debe haber un giro ético y de mentalidad para cuidar al Homo sapiens y al resto de especies que conforman el ecosistema global.

Vigil propone, ante el escenario depredador, el desarrollo de una nueva espiritualidad acorde con una renovada visión sobre la naturaleza.
Una espiritualidad que, según él, recree una nueva sensibilidad, empatía e inspiración que reconcilien al ser humano con el planeta, ante el cual se está en guerra por el proceso de destrucción de miles de ecosistemas y especies. Espiritualidad “recentrada de nuevo en la realidad, en la vida, en la naturaleza, en el planeta, en Gaia, en el cosmos”.[13] Se trata, de acuerdo con el autor, de un sentir y un vivir oikocentrados, esto es, centrados en nuestro hogar–cósmico, con un pensamiento que supere el antropocentrismo, el humanocentrismo y el teocentrismo tradicional que coloca la divinidad fuera de la Tierra, en un cielo lejano, y que es adorada más allá de la veneración que se debiese tener por la vida en nuestro planeta. Con esta nueva espiritualidad, afirma, es muy probable que la humanidad dé el giro, el cambio y la gran transformación que necesita hacer para pasar de una civilización conquistadora, extractiva y destructiva, “a la vez” a favor de la vida, del planeta y de la fraternidad.[14]

En esta misma perspectiva de procurar que el Homo sapiens tome conciencia de especie (como lo expresa Morin), o bien, de que la especie humana deba abrirse a una empatía profunda con toda la comunidad de vida del planeta y a una nueva espiritualidad (como lo indica Vigil), el escritor ruso Piotr Kropotkin postula que la conciencia de la solidaridad humana es la que ha posibilitado la evolución y el progreso de las sociedades.

En el mundo animal hemos visto que la vasta mayoría de las especies viven en sociedades, y que hallan en la asociación las mejores armas para su lucha por la vida, entendida ésta, por supuesto, en su sentido darwiniano amplio: no como una lucha únicamente por los medios de subsistencia, sino como una lucha contra todas las condiciones desfavorables para la especie […].[15] Pero vemos también que la práctica de la ayuda mutua y sus desarrollos sucesivos han creado las condiciones mismas de la vida en sociedad en la que al hombre se le posibilitó el desarrollo de sus artes, conocimiento e inteligencia […].[16]

De acuerdo con Kropotkin, la ayuda mutua en el mundo animal y en el mundo humano se puede rastrear desde los orígenes mismos de la evolución; aunque admite que la autoafirmación del individuo en busca de reconocimiento y poder ha sido también una huella profunda en el desarrollo de la civilización. Sin embargo, reconoce que los hábitos sociales tanto en las especies animales como en los seres humanos tienen un peso mayor en la historia, a tal grado que en el caso del Homo sapiens le han permitido crear las instituciones a través de las cuales ha construido su propio orden social y político para el progreso hasta hoy alcanzado. Es decir, plantea la relevancia de la solidaridad humana y la ayuda mutua para alcanzar la sobrevivencia y el bienestar del ecosistema social y natural. Precisa que el progreso ético de la humanidad se alcanza por medio de la ayuda mutua, y no a través de la lucha mutua.[17]

Así, este autor, en sintonía con la idea de urgencia de ser conscientes del autocuidado y la autoconservación como especie humana, reconoce que la mejor garantía de una evolución más elevada de nuestra raza pasa por la solidaridad, y no por la autodestrucción. De esta manera, que el ser humano tome conciencia de especie tiene la implicación de cuidar la humanidad y de proteger el extenso mundo de especies que cohabitan la Madre Tierra. Tal concepto del mundo es, por cierto, muy acertado, ya que este hábitat planetario es el que propicia la vida y el que genera las condiciones de la existencia. De ahí que las culturas indígenas sean muy sabias al denominar al planeta “Pachamama”.

Por otra parte, y en sintonía con lo antes expuesto, el filósofo Enrique Dussel, cuando se refiere a la ética de la liberación, señala que la ética no sólo se ocupa de los fundamentos de juicios subjetivos de valor, sino que cumple la exigencia urgente de la sobrevivencia del ser humano, el cual debiese ser autoconsciente y autorresponsable de los acontecimientos del mundo. Pone como ejemplo la crisis ecológica producida por el capitalismo tecnológico, de la cual la especie humana es claramente la causante; pero a su vez la puede corregir autorresponsablemente, porque, de lo contrario, la humanidad seguirá su camino de autodestrucción. Señala que el sujeto ético “debe actuar para producir, reproducir y desarrollar autorresponsablemente la vida concreta de cada ser humano, en una comunidad de vida que se comparte pulsional y solidariamente teniendo como referencia última a toda la humanidad”.[18] Este enunciado tiene, según el autor, pretensión de universalidad.

De esta manera, Dussel, desde la ética de la liberación, coloca a la humanidad como foco de la reflexividad de valor; aunque de manera particular coloca a las víctimas que sufren la opresión del sistema dominante, como pueden ser los pobres, las mujeres violentadas y otros sujetos sufrientes que reclaman la dignidad de su ser (incluida la naturaleza). Y lo que cuestiona es que se ponga en riesgo la comunidad de vida que representa la propia humanidad, por lo que exige un movimiento radical y crítico de toma de conciencia sobre el mundo para que se recuperen las condiciones que hacen posible la reproducción de la vida y evitar su destrucción. La autoconsciencia sobre ello y la emergencia de una ética liberadora crítica, expuesta por Dussel, se puede emparentar con la ética del género humano de Morin, así como con la nueva espiritualidad de Vigil, o bien, con el principio de ayuda mutua que favorece la evolución de la vida, de acuerdo con Kropotkin, ya que todos estos planteamientos están enfocados a crear una subjetividad actuante a favor de la humanidad y del resto de especies que forman parte de este gran ecosistema social y natural que representa el planeta.

 

El otro problema

El punto clave del problema planteado es cómo y quién debe asumir el enorme desafío de conducir lo antes expuesto, es decir, cómo lograr la reforma del pensamiento, la conciencia de especie, la nueva espiritualidad y la introyección de que la ayuda mutua es mejor que la competencia para propiciar otro tipo de relación con las demás especies y al interior de la especie sapiens. El cómo implica un cambio cultural planetario y local, mientras el quién tiene que ver con los sistemas educativos del mundo en todos los niveles. Sobre lo primero es pertinente apelar a Ana Cristina Ramírez, filósofa y antropóloga mexicana, quien indica desde la perspectiva filosófica que el cambio cultural para transformar la mentalidad autodestructiva y utilitaria puede darse a través de la documentación, la reflexión y la crítica responsable. Precisa que la esperanza de construir un mundo vivible para todas las especies pasa por ese cambio cultural, el cual supone una profunda reflexión del historial de dominación del Homo sapiens sobre la biodiversidad. Tal cavilación pudiese ser llevada a cabo en las escuelas y en todo el entramado institucional y legal de las sociedades para generar una visión ecocentrada que rebase el antropocentrismo clásico.

Sin embargo, esta pensadora advierte, por ejemplo, que pensar la fauna —y no se diga la flora— no ha sido una prioridad de la filosofía. Indica que el filósofo ha padecido un olvido agudo de la cuestión animal; olvido sistémico y progresivo, según dice, y que, desde luego, trasciende hacia los ecosistemas y la crisis ambiental, donde la voz de la filosofía no se escucha. Pero, además, no sólo la filosofía cumple un papel marginal en el debate sobre la naturaleza, sino que también la antropología sigue sin ocuparse del problema. Ramírez señala que esta ciencia sigue repitiendo que estudia al hombre, es decir, a la humanidad, mientras da por sentado que los animales no son antropológicamente relevantes.[19]

Visto el problema desde las ciencias, en este caso, desde el saber antropológico y la filosofía, se constata la escisión entre el ser humano y la naturaleza; un asunto del que, por cierto, se culpa sobremanera a René Descartes y su filosofía dualista. Es tan profunda esta separación, que se traduce en la especialización del conocimiento que hoy estudia la realidad desde una multiplicidad de disciplinas sin conectar esos pedazos de realidad para entender la vida humana y de las otras especies en sus relaciones profundas. Pero, volviendo a la filosofía, es necesario reconocer que no sólo ha perdido la voz en el campo de la ecología, sino también en la economía, en la política, en la ingeniería electrónica…; es decir, parecería que aquélla no quiere o no puede ser protagonista en los problemas y debates del mundo contemporáneo. En las universidades se imparten escasamente cursos de filosofía de la naturaleza, filosofía de la tecnología, o bien, filosofía de la economía; asignaturas que abordan problemas concretos y urgentes de la contemporaneidad. Se percibe que la filosofía no ha terminado por involucrarse en los profundos desafíos de la realidad moderna, por lo que, al parecer, sigue priorizando la enseñanza filosófica de todos los tiempos; pero sin una conexión con las lacerantes heridas que afectan a millones de personas y especies de todo tipo.

En sintonía con la autora, es necesario pensar al Homo sapiens desde su historicidad y su capacidad reflexiva para que pueda comprender sus relaciones con el mundo natural. En otras palabras, lograr que tome conciencia de sus vínculos con otras especies y los asuma para que desarrolle una cultura del cuidado y pueda valorar la profunda importancia que tienen un árbol, un río, un murciélago o las algas marinas de los mares, que son las principales productoras de oxígeno en el planeta. Se trataría de transitar hacia el re–encantamiento con el mundo, de que los miembros de la especie humana fraternicen entre sí y con el resto de especies vitales para la reproducción de la vida.

Si desde las ciencias, la filosofía y las religiones se ha concebido a la especie humana como superior a las demás, colocándola en la cúspide de la evolución en el planeta, entonces el sapiens tiene una responsabilidad mayor en el cuidado de la Tierra. Las diferencias en su evolución con respecto a esa otredad representada por las otras especies vivas no deberían ser entendidas en el sentido de que el género humano es mejor o superior con respecto al reino animal y a la inmensidad vegetal del mundo. Por el contrario, la capacidad de lenguaje, de reflexividad y de pensamiento del Homo sapiens tendría que ponerse al servicio de la naturaleza de la que es parte para cuidar, conservar y sostener los equilibrios en el ecosistema; y no para explotar, depredar y destruir a las otras especies.

En términos filosóficos eso implica desarrollar y poner en juego la alteridad para que la especie humana cambie su perspectiva y descubra esa otredad natural que reclama ser escuchada para frenar su destrucción; un cambio que conlleva a su vez estructurar una ética que posibilite nuevas valoraciones y nuevas prácticas que respeten el entorno. Se trata de evolucionar hacia una nueva conciencia, una conciencia de especie, una nueva espiritualidad que nos sitúe dentro de la naturaleza para percibir, sentir y latir junto con la biodiversidad que representa la vida en la Madre Tierra. Gran reto que tienen enfrente las filosofías, las ciencias y las religiones para que el sapiens se piense de otra manera y les ponga límites a sus necesidades, deseos y consumo.

En este aspecto no se puede desconocer que el ser humano es un ser necesitado que requiere para su existencia de comida, agua, vestido, vivienda, transporte, educación y un sinfín de necesidades básicas y creadas, para cuya satisfacción ha recurrido a la naturaleza, para servirse de ella de manera irracional, rompiendo los equilibrios con el paso de los siglos. El sapiens seguirá necesitando de las otras especies para su sobrevivencia; pero eso no implica que se siga teniendo el mismo patrón de explotación ni de hiperconsumo ni de frenética industrialización. Aquí también es necesario repensar cómo satisfacer las necesidades humanas en el mediano plazo a través de un giro al tipo de producción y a los estilos de vida capitalistas que sustentan la felicidad en el tener y en la acumulación. La especie humana debe entender que la inmensa mayoría de bienes que produce la industria para el propio consumo implica la afectación de otras especies animales, de la flora y del subsuelo. Todo esto es razón suficiente para repensar la hiperproducción y el hiperconsumo de un sector de la población global.

 

Conclusiones

Nadie puede dudar de que, a estas alturas de la devastación planetaria, se requiere de una filosofía de la naturaleza capaz de hacer reflexionar al sapiens; así como se necesitan una antropología, una teología, una sociología y una política al servicio de la humanidad y de la biodiversidad. No bastan las estrategias gubernamentales, los programas, los avances tecnológicos ni las visiones de sustentabilidad para frenar semejante fenómeno de autodestrucción. Se requiere también un profundo cambio cultural en el campo axiológico y educativo que posibilite la autoconciencia de la humanidad para que pueda mirarse como una especie en riesgo de sobrevivencia y pueda tener ese gran encuentro cara–a–cara con la otredad negada que es la naturaleza, y, de esta manera, se creen las condiciones para salvar la comunidad de vida que es la Tierra–Patria; pero ya no desde una visión antropocéntrica, sino desde una ecocéntrica que englobe todas las especies que cohabitan el mundo.

De este modo, y de acuerdo con las categorías de la filosofía de la liberación, será posible dejar de ver a la naturaleza como la periferia del mundo, como el sujeto oprimido sin dignidad, como la biodiversidad sobre la que no se ha hecho justicia, como la exterioridad sin voz que es oprimida por una totalidad dominante: el género humano. Es esa otredad negada la que se debe mirar de otra manera para que deje de ser mera mercancía, utilidad, y deje de ser depredada por el animal humano entronizado, el cual aprendió de ciertas religiones, de pensamientos filosóficos y del capitalismo, que la naturaleza es para explotarse, sin ser consciente de que ese acto atenta en el corto, mediano y largo plazo contra sí mismo. La propuesta de evolucionar hacia una conciencia de especie está en sintonía con otras propuestas, como la del movimiento feminista que trabaja para generar una conciencia de género, o la teoría marxista que sustenta la necesidad de transitar hacia una conciencia de clase. La evolución de la vida no es sólo biológica, sino también del pensamiento, y de ahí que resulte imprescindible repensar el papel del sapiens en la inmensa cadena de relaciones que es la naturaleza.

Se podrá pensar que la propuesta de evolucionar hacia una conciencia de especie es idealista, ya que el realismo político, económico y la imperiosa satisfacción de las grandes necesidades humanas son tan fuertes que no hacen factible ese planteamiento utópico de querer igualar la especie humana con las otras para buscar equilibrios y sustentabilidades. Sin embargo, vista la realidad desastrosa, el idealismo de una toma de conciencia ecológica tiene que abrirse paso para convertirse en realidad. Lo que está en juego es la vida en el planeta. Ni más ni menos.

 

Fuentes documentales

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Zaffaroni, Eugenio, La Pachamama y el Humano, Ediciones Colihue, Buenos Aires, 2012.

 

[*] Doctor en Cooperación e Intervención Social por la Universidad de Oviedo. Profesor investigador en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Guadalajara. jdiego_ortiz@hotmail.com

 

[1]. Plataforma Intergubernamental Científico–normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas, El Informe de la Evaluación Mundial sobre la Diversidad Biológica y los Servicios de los Ecosistemas. Resumen para los Encargados de la Formulación de Políticas, Bonn, Alemania, 29 de mayo de 2019 https://ipbes.net/sites/default/files/2020-02/ipbes_global_assessment_report_summary_for_policymakers_es.pdf  Consultado 11/v/2022.

[2] Leonardo Boff, La dignidad de la tierra. Ecología, mundialización, espiritualidad. La emergencia de un nuevo paradigma, Trotta, Madrid, 2000, p. 177.

[3] Leonardo da Jandra, Filosofía para desencantados, Ediciones Atalanta, Girona, 2014, pp. 47–59.

[4] Eugenio Zaffaroni, La Pachamama y el Humano, Ediciones Colihue, Buenos Aires, 2012; Eudald Carbonell, Elogio del futuro. Manifiesto por una conciencia crítica de especie, Arpa Editores, Barcelona, 2018; Marta Segarra, Humanimales. Abrir las fronteras de lo humano, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2022; María Dorantes, “El desarrollo de la relación del ser humano con la naturaleza: una visión desde la perspectiva de género” en Alternativas en Psicología, Asociación Mexicana de Alternativas en Psicología, México, Nº 36, noviembre de 2016, pp. 8–20; Ramiro Ávila, El derecho de la naturaleza: fundamentos, Quito, 2010, Repositorio Universidad Andina Simón Bolívar, https://repositorio.uasb.edu.ec/bitstream/10644/1087/1/%c3%81vila-%20CON001-El%20derecho%20de%20la%20naturaleza-s.pdf  Consultado 11/II/2022; Asael Mercado y Arminda Ruiz, “El concepto de las crisis ambientales en los teóricos de la sociedad del riesgo” en Espacios Públicos, Universidad Autónoma del Estado de México, México, vol. 9, Nº 18, 2016, pp. 194–213.

[5] Leonardo Boff, La dignidad de la tierra…, p. 19.

[6] Edgar Morin, Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, UNESCO, París, 1999, p. 54.  http://centroderecursos.alboan.org/ebooks/0000/0549/5_mor_sie.pdf Consultado 10/II/2022.

[7] Ibidem, p. 59.

[8] Edgar Morín, La Vía. Para el futuro de la humanidad, Paidós, Barcelona, 2011, p. 81.

[9] José María Vigil, “Contra la catástrofe climática, una nueva visión y una nueva espiritualidad” en Marià Corbí (Coord.), La orientación final de los proyectos axiológicos colectivos en las sociedades de conocimiento, Bubok, Barcelona, 2016, p. 97.

[10] Ibidem, p. 93.

[11] Organización Meteorológica Mundial, La concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera alcanza un nuevo récord, Ginebra, 25 de noviembre de 2019. https://public.wmo.int/es/media/comunicados-de-prensa/la-concentraci%C3%B3n-de-gases-de-efecto-invernadero-en-la-atm%C3%B3sfera-alcanza  Consultado el 06/iii/2022.

[12] Intergovernmental Panel on Climate Change, “Climate Change 2022. Impacts, Adaptation and Vulnerability. Summary for Policymakers”, World Meteorological Organization/ United Nations Environment Programme, 27 de febrero de 2022. https://report.ipcc.ch/ar6wg2/pdf/IPCC_AR6_WGII_FinalDraft_FullReport.pdf  Consultado 02/iii/2022.

[13] José María Vigil, “Contra la catástrofe climática…”, p. 104.

[14] Ibidem, pp. 105–106.

[15] Piotr Kropotkin, La ayuda mutua, Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 2009, p. 321. https://abenzaide.files.wordpress.com/2014/08/la-ayuda-mutua.pdf Consultado 26/I/2022.

[16] Ibidem, pp. 324–325.

[17] Ibidem, p. 328.

[18] Enrique Dussel, Ética de la Liberación. En la edad de la globalización y de la exclusión, Trotta, Madrid, 2009, p. 140.

[19] Ana Cristina Ramírez, De humanos y otros animales, Dríada, México, 2009, pp. 23–28.