La historia de una idea

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José Israel Carranza[**]

 

Recepción: 17 de octubre de 2022

 

“Su mente —dice Paul Lafargue en una bonita metáfora— era como un buque de guerra con las calderas encendidas, siempre dispuesto a zarpar al instante hacia cualquier rumbo por los mares del pensamiento”. La imagen corresponde al que quizá fue el periodo más agitado en la vida de Karl Marx, cuando trataba de evitar el desastre hacia el que parecía encaminarse la Primera Internacional:

[…] tenía que contentar a los sindicalistas ingleses, a quienes sólo les interesaba ganar las huelgas, sin importarles lo más mínimo su ‘papel histórico’; a los proudhonianos franceses, opuestos a las huelgas y a la colectivización de los medios de producción, y que tenían fe en las sociedades cooperativas y en los créditos baratos; a los partidarios del patriota Mazzini, principalmente interesado en la liberación de Italia y deseoso de mantenerse al margen de la lucha de clases.

Mediante una copiosa correspondencia con la que coordinaba a sus lugartenientes desde Londres, Marx logró que en el Congreso de Basilea, en 1869, “los partidarios de la colectivización derrotaran rotundamente a sus adversarios”. Pero entonces apareció Mijaíl Bakunin… y la aparente armonía conseguida voló por los aires. No era tiempo aún de que aquel buque de guerra atracara, pues le quedaba todavía por explorar el más vasto de los océanos que habría de surcar: El capital.

Si toda idea es, también, su formulación, no sólo no es absurdo que la tarea de reconstrucción de la historia de esa idea esté en manos de un crítico literario; es posible, incluso, que considerar las formas por principio de cuentas favorezca comprensiones inadvertidas para cualquier otra perspectiva. Así, una revisión estilística del uso que hicieron Marx y Engels de la dialéctica hegeliana, por ejemplo, puede apreciar los modos en que ésta se les impuso adoptando la consistencia de un mito, que perpetuaron y a cuyos poderes confiaron la incontrovertibilidad de sus descubrimientos. Pero, además, al entender esos descubrimientos, en buena medida, como frutos del empeño creador, con toda su impetuosidad y también con sus más dramáticas vacilaciones, esa reconstrucción restituye a las ideas una profunda imbricación con la vida real, esa zona de lo humano que la historia del pensamiento muchas veces prefiere eludir. Y lo que ocurre entonces es apasionante.

Eso es lo que hay en Hacia la estación de Finlandia, de Edmund Wilson (1895–1972), que rehace la historia de la idea del socialismo, con sus vicisitudes, sus hazañas, sus fracasos, sus formidables esperanzas y la descorazonadora constatación de sus incesantes imposibilidades. Como lo advierte el subtítulo, lo que el libro busca ser es, ante todo, un Ensayo sobre la forma de escribir y hacer historia, y como lo declara su autor en la “Introducción de 1971”, “Este libro debería leerse […] como un relato fundamentalmente verídico de cuanto hicieron los revolucionarios para, en su opinión, ‘lograr un mundo mejor’”. (Esa “Introducción” obra, en cierto modo, como una justificación de las intenciones que guiaron al autor hacia 1940, cuando publicó la primera edición: “[…] no sospeché que la Unión Soviética pudiera convertirse en una de las tiranías más odiosas que jamás existieron, y que Stalin pudiera llegar a ser el más cruel y amoral de todos los despóticos zares rusos”). Y como un relato se lee, en efecto, desde que Jules Michelet halló la inspiración primaria de la idea socialista en su lectura de Vico, en las vísperas de la Revolución francesa, hasta el momento de 1917 en que Lenin arribó a la estación de Finlandia, en San Petersburgo, para que el mundo ya jamás volviera a ser igual.

El mismo Wilson, poseído, tal vez, por la ensoñación que animó, según los presenta, a los protagonistas del numeroso elenco de su historia, facilita no únicamente el conocimiento de las circunstancias en que fue abriéndose paso aquella idea, sino también el arranque de exámenes filosóficos, psicológicos, sociológicos y económicos que bien pueden emprenderse a partir de su lectura, aun cuando la solvencia teórica no sea precisamente su punto fuerte (o es más bien que tal solvencia no le interesa gran cosa). Pero lo que más le importa es el entendimiento de las motivaciones personales de los individuos, tal como haría un novelista enfrascado en el conocimiento profundo de sus personajes. No hay lugar, sobra decirlo, para la ficción; pero sí para la imaginación y la emoción que, inevitablemente, toman el control de la lectura y pueden depararle al lector asombros insospechados e incesantes ocasiones de maravilla.

 

[*] Reseña de la obra de Edmund Wilson, Hacia la estación de Finlandia, Debate, Barcelona, 2021. Traducción de R. Tomero, M. E. Zalén, J. P. Gortázar y Aurora Echevarría.

[**] Ensayista, narrador, editor y periodista. Es profesor de literatura en el ITESO, editor de las revistas Luvina, de la Universidad de Guadalajara, y Magis, del ITESO, y editorialista del diario Mural. Su libro más reciente es la novela Tromsø (Malpaso, Barcelona, 2018). Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte.