Finitud, violencia, acogida, esperanza

[*]

Dr. Pedro Antonio Reyes Linares, sj [**]

Recepción: 2 de febrero de 2017
Aprobación: 13 de diciembre de 2017

 

Resumen. Reyes Linares, Pedro Antonio. Finitud, violencia, acogida, esperanza. La intención del artículo es acercarnos al diálogo contemporáneo que, a partir del pensamiento fenomenológico existencial de Heidegger sobre la finitud de la existencia humana, ha encontrado vías de pensamiento que permiten mantener la tensión hacia la realización ética y política, amenazada en nuestro tiempo por la violencia de modelos antropológicos y sociales unidimensionales. Pensadores como John Caputo, Adriana Cavarero, Jacques Derrida y Xavier Zubiri han propuesto la sobreabundancia como carácter fundamental de la afectividad en que se constituye la humanidad, y que da la clave para repensar la historia como ámbito de creación de un ambiente humano de acogida, confianza y esperanza que como una fuente constante e insondable posibilita la realización siempre nueva de la vida interpersonal.
Palabras clave. Finitud, ética, política, fenomenología, afectividad, historia.

 

Abstract. Reyes Linares, Pedro Antonio. Finiteness, Violence, Welcoming, Hope. The intention of the article is to introduce readers to the contemporary dialogue based on Hiedegger’s existential phenomenological thinking about the finiteness of human existence that has opened up lines of reflection that keep us focused on achieving ethical and political realization, which are threatened in today’s world by the violence of one–dimensional anthropological and social models. Thinkers such as John Caputo, Adriana Cavarero, Jacques Derrida and Xavier Zubiri have proposed superabundance as the fundamental character of the affectivity in which humanity is constituted, and that provides the key for rethinking history as the setting of creation of a human context of welcoming, trust and hope, as a constant and unfathomable source that makes it possible to realize and constantly renew interpersonal life.
Key words. Finiteness, ethics, politics, phenomenology, affectivity, history.

 

En la filosofía actual el tiempo y la historia se han remitido a la manera propia de realidad que somos las personas humanas. Desde hace casi más de un siglo, y retomando voces todavía más antiguas, se ha descrito al ser humano en términos de tiempo, desde la paradoja de la impermanencia del presente y la irrealidad del pasado y del futuro, que quedan, uno sólo en el modo del recuerdo y el otro en el del proyecto. Las investigaciones releídas creativamente por Heidegger a este respecto nos pusieron delante del ser humano como uno que se trae a sí mismo a la existencia, anticipándose proyectivamente desde el futuro, definiendo un modo de estar en las cosas, en el mundo, y reconfigurando en ese proyecto todo lo sido, tanto su pasado como el modo de quedar en ese casi punto impermanente que en lenguaje coloquial llamamos yo, y que no es sino contingencia evanescente en cada proyección. Pero el proyecto sólo es posible en el horizonte de sentido y cualquier esfuerzo por dar consistencia a lo logrado trae consigo la definición última de ese horizonte, la muerte como desfondamiento radical de todo lo que pudiese entretenernos en la fantasía de la permanencia, y la exigencia igualmente radical de asumir con algo que suena a arrojo en el primer Heidegger y como serenidad en el segundo, la condición contingente de la existencia.[1] 

Fueron estos desarrollos los que hicieron que el pensamiento empezara a reconocer que la finitud, más que un hecho en la existencia, era un modo de ser. No se trataba de algo que nos aconteciera, sino del modo más propio que nos definía, lo que realmente nos hacía humanos. Ser finitos era nuestra definición más propia. Y la definición de ese modo de ser parecía quedar irremediablemente ligada a la muerte, como última condición de la existencia. Ser finito era ser mortal, y en ese modo de ser habría de definirse no sólo toda situación de nuestra vida biográfica e individual sino también la historia, ya no como el conjunto de hechos que subyacían a toda existencia humana, sino como el contexto y horizonte que el ser contingente incorporaba, como límite y posibilidad, en su proyección, manifestando lo que en ese contexto era posible hacer, hasta que las posibilidades alumbradas por la primera contingencia del ser, su propio aparecer como ser, que siempre se daba en ese modo definido, no dieran ya para otra cosa, sino para su cristalización y fosilización, repetición incesante de la posibilidad, con el mínimo de variación. El análisis de Heidegger se tornaba apocalíptico.[2] La historia se convertía en la descripción de una “época” del ser, amanecida en el poema de Parménides y ya fosilizada en nuestra modernidad y posmodernidad técnica.

Lo que quisiera compartir son algunas reflexiones que reconocen su deuda con autores y autoras que han dialogado con esta propuesta de Heidegger y han encontrado caminos insospechados para seguir pensando nuestra finitud de un modo tal que nos permita una visión diferente de la historia, desautorizando la lectura meramente apocalíptica y abriendo las posibilidades de mantener la tensión humana por el pensamiento y la realización ética y política. Entre los nombres que quiero recordar, a modo también de invitación para que los convirtamos en parte de nuestra literatura de consulta y cabecera, están Jacques Derrida, especialmente en la relectura y apropiación que de él ha hecho John Caputo en sus obras Hermenéutica radical —de la que esperamos pronto contar con su traducción publicada— y La debilidad de Dios, ya traducida en Ediciones Prometeo; Adriana Cavarero, cuya obra Para más de una voz[3] espera todavía su traducción al castellano, para que podamos apreciar su discusión con Derrida sobre la importancia de la consideración vocal y expresiva de la persona (de la mano de las reflexiones de Merleau–Ponty) y la exigencia de reconocimiento de la unicidad que plantea; Anthony Steinbock, quien retomó lo que varios estudiosos de Husserl habían venido apuntando desde los años setenta, sobre la importancia de la afectividad y los estudios sobre la intersubjetividad en el último periodo de la vida del pensador alemán, para recuperar una visión más integral, generativa y menos subjetivista de su fenomenología;[4] Hannah Arendt y su insistencia en la recuperación del carácter natal de la existencia humana y de la socialidad de esa natalidad,[5] y Xavier Zubiri, cuya insistencia en la alteridad real en el acto mismo del sentir tiene ecos de la discusión que él mismo mantuvo con Heidegger, en tiempos tal vez demasiado tempranos y encerrados en la España franquista para ser reconocidos en toda justicia en el resto del mundo filosófico, pero que, a mi modo de entender, guarda mucha cercanía con estas posiciones.[6] Apoyado en la reflexión de estos pensadores y pensadoras, arriesgando un ejercicio de relectura, espero poder ofrecer una interpretación de lo que podríamos entender hoy por un pensamiento desde la finitud que nos replantee el problema de la historia y de su originalidad.

Volvamos pues al hilo de pensamiento con que iniciamos este documento. Es a esta visión apocalíptica a la que Caputo señalará como una desviación en el proyecto que Heidegger había abrazado, más que creado, con sus primeras investigaciones, deudoras ya del mismo proyecto husserliano de fenomenología (por lo menos en su insistencia en el necesario trabajo incesante, y en principio interminable, de constitución del sentido por medio de la interpretación) y de la insistencia kierkegaardiana en el análisis de la existencia humana como una apertura constante a la elección de sí mismo, sin garantías, sino en temor y temblor. Privilegiando sólo la posibilidad apocalíptica, Heidegger habría olvidado las verdaderas lecciones que le habían precedido y que, de seguirlas, podrían haber mostrado la riqueza de posibilidades en el proyecto original. La lectura apocalíptica de la época era, tal vez, la última escapatoria al temor y temblor de la existencia. Es por ello que Caputo titula a su obra Hermenéutica radical, precisamente recuperando esas raíces que permitirían otra manera de considerar lo finito, abrazando de una manera más total su contingencia, su carácter siempre alumbrador de posibilidades, marcado, más que por la angustia, por el gozo gratuito de dar esas posibilidades y, en ellas, darse en lo más propio de su ser. Es este carácter iniciante, naciente, el que quisiera recuperar ahora.

Volvamos, pues, a la consideración de la impermanencia del “ahora”, del presente, clásica desde los análisis de Agustín de Hipona en el libro XI de sus Confesiones.[7] Es verdad, cada “ahora” pasa, sin que seamos capaces de detenerlo queda invariablemente transformado en su modo de ser: deja de ser presente y es pasado, inalcanzable ya en la misma manera en que se presentaba. La mismidad y la presencia nos muestran aquí su fantasía, que hace engañoso cualquier intento de fundarse en ellas. Derrida, a quien Caputo sigue de cerca, ha mostrado la imposibilidad de una metafísica de la presencia, pero ha ido más allá en su análisis, al recuperar, en lo que queda del paso inapresable de la presencia, una huella, un resto, que no ha podido ser atrapado en el sentido constituido para reunir ese paso en una figura fija a la cual confiar nuestra certeza. Decimos, “lo que pasa es esto” y pretendemos que el “esto” represente perfectamente lo que ha estado en la presencia, y no es así. El “esto” nos marca el sentido que constituye nuestra propia proyección y en el que lo que ha pasado queda inmerso, reconfigurado y constituido de alguna manera. Pero una exploración fenomenológica de cómo aparece ese “esto”, como la que Derrida emprende en Voz y fenómeno,[8] y antes, con un lenguaje mucho más escolástico, en su trabajo de habilitación sobre la génesis en Husserl, recientemente publicado en castellano,[9] deja testimonio de algo más: un fondo afectivo que no ha quedado reducido, que está ahí en el “esto”, como fuente de ese “esto” pero sin perder ese carácter de ser fuente, de ser “más” que lo que el “esto” puede reunir: es un vibrante principio en el que descansa toda constitución de presencia, o el que precisamente hace imposible toda posibilidad de descanso en la presencia. Está haciendo posible la reunión que el “esto” representa, pero inmediatamente es posibilidad de deconstrucción de esa representación para dar incesantemente, una y otra vez, representantes igualmente válidos y posibles. En cada sentido dado quedamos por dar, deudores de lo que ahí esté por venir.

Es este fondo afectivo, antiguo compañero en resistencia en la historia de una filosofía que pretende perfecta certeza, el que ha sido llamado “resto” en diferentes propuestas. La sensibilidad no parece quedar formalizada en la elaboración intelectiva que se pueda hacer de ella, porque no consiste únicamente en datos para la intelección, sino que tiene un estatuto propio, la afección, que no puede ser meramente contenida en una configuración. Mantiene su fuerza, su capacidad generativa, de modo que lo que se presenta como objetividad o como subjetividad queda siempre como correlativo en ese fondo previo, vivo, de la afección, sin poder ser encerrados en sus respectivas formalizaciones. La distinción de mundo y vida, fundamental desde los primeros trabajos de Husserl, toma aquí una densidad y un carácter de fundamentalidad que parecía le había sido injustamente negado en los desarrollos fenomenológicos tanto de Heidegger como del mismo Husserl en la etapa del primer libro de Ideas y hasta las Meditaciones cartesianas.[10]

Las conclusiones que Derrida extrae de este descubrimiento permiten repensar en sus mismas raíces lo que significa la finitud. No precisamente la muerte, sino el carácter naciente que se abre en cada “materia” afectiva. En cada definición, en cada paso de nuestro camino se mantiene la “materia” como una apertura, no sólo formal sino concreta, a lo que haya de venir. Pide, nos solicita, diría Derrida, acogerla, recibirla de alguna forma, que ella misma motiva y permite, sin que se agote en ella su capacidad generativa. Con esto, toda definición marca, a un tiempo, su carácter no definitivo pero sí definitorio. Lo que venga no vendrá sin esa definición, sino en ella mostrando su inagotable potencial de creatividad, pero ninguna de ellas marcará definitivamente, por su mero despliegue, el porvenir. No podríamos, entonces, considerarnos asegurados por lo ya sido, por lo hecho, por lo ya logrado, ni por ningún porvenir definitivo que pudiera quedar fijo ahí. Seríamos más bien pregunta abierta, lanzada a nosotros mismos, no para descubrir únicamente lo que ya estaba dicho que podíamos ser pero que todavía no conocíamos, sino para hacerlo nacer, recuperando así el oficio de “partera” que Sócrates heredó de su madre y con el que describió su propio quehacer.

Es esta pregunta la que nos pone constantemente, si nos tomamos en serio cada paso, en temor y temblor. Es en ella donde hay que mostrar arrojo, pero también gratitud, porque aparece como tiempo oportuno, siempre naciente, en lo que nos está pasando, afectándonos con irreductible alteridad. Ella es, también, tentación. Nos hace acariciar lo dado y su seguridad, al tiempo que también sentimos y tanteamos el por–venir que está anunciándose. ¿Hemos de dar un paso creativo aunque incierto o volveremos a lo ya acostumbrado y seguro? No hay parámetro que garantice lo que se ha de responder. Es, tal vez, responsabilidad en su estado más puro, más libre, dar lo que decido dar, acogiendo la incertidumbre que nos constituye radicalmente, porque incluso lo que más pudiese asegurarme me abre nuevamente a acoger lo que ha pasado con el paso que he decidido, con la fuerza vibrante del nacimiento de los múltiples caminos que pueden abrirse ahí.

De ahí que cambie la clave, porque tal vez no es en la obra y la decisión de hacer donde haya que ubicar la trascendencia ética. Tal vez se encontrará ésta más bien en la disposición a acoger esa condición naciente en cada definición, para abrirse a responder nuevamente por lo que ahí se puede dar. Es esa disposición la que resulta, entonces, fundamental, no la que espera la muerte, sino la que en cada momento se dispone a nacer ayudando a nacer. Dar nacimiento a una disposición para encontrarme en ella también acogido como naciente, como quien desde esa definición concreta ha de volver a nacer ayudando a nacer. Una definición que es cuerpo, que más que ser nosotros mismos, está dándose como un entretiempo, no ya lo sido, no todavía el porvenir, afectividad vibrante, suspendida en sí misma, pero que es carne y huesos, músculos, cartílagos, fluidos, energía, aire, sexo, hábito… Es aquí donde Adriana Cavarero, reconociendo su deuda con Derrida, lleva más lejos la descripción, descubriendo en el cuerpo no sólo la huella, sino la afectividad viva, orgánica, concreta, histórica, material. Ella la condensa en el término “voz”. Voz no es sólo sentido y significado, sino aire en un cuerpo, tensión y relajamiento, músculos y huesos, posición y duración: es cuerpo en afección, este cuerpo único. Cada cuerpo es materia vibrante en acogida, fecundante, engendrante en la concreción de todos sus dinamismos, individuales y también sociales. La materialidad viva del cuerpo, su carácter de fuente, antes que de objeto localizable, de entretiempo antes que de presencia, pero también de vulnerable, materia que puede ser alcanzada y herida, aplastada
o destruida.

Esta materialidad del cuerpo, piensa Cavarero, se presenta, entonces, como una solicitación, retomando el término de Derrida, pero lo que solicita no es solamente una conciencia que le dé cabida y le preste figuras y representaciones. Solicita espacios, configuraciones de la convivencia que le permitan significarse en ella, ser acogida como un cuerpo con otros cuerpos, vital y vibrante con ellos, también vitales y vibrantes. En cada cuerpo habría que reconocer esta especie de condición “coral”, en donde cada una de las voces es única y requiere ser acogida físicamente en el conjunto con todas las demás. La afectividad nos ha constituido también en esa unicidad que nos reta porque lo que está abriéndose en ella no es de nadie más sino de las propias personas que están siendo afectadas al quedar implicadas en esa empresa coral, y desde ahí, cada una requiere espacio, tiempo, lugar de acogida en donde pueda dar juego a lo que está solicitándole su propia afectividad, al tiempo que da también espacio, tiempo y juego a lo que se le solicita en la afectividad de los demás. Todos los coros se forman en formas concretas, materiales, personales, en riesgo siempre de ser sorprendidas por la voz (la propia y la ajena), y teniendo que optar por abrirse a la novedad de esa voz o excluirla. Cada cuerpo está afectado y afectando a otros cuerpos, cada cuerpo es una solicitación en los otros cuerpos, marcando con su alteridad única la afectividad de otros cuerpos. Cada cuerpo habrá de responder no sólo a su propia afectividad, vibrante inagotabilidad, sino también al otro cuerpo, buscando un modo de acoger su absoluta alteridad. Y en esta búsqueda, con sus respuestas, omisiones, distracciones, obcecaciones, está contándose la entraña de la historia y está jugándose la fragilidad de cada uno de nuestros cuerpos y de su fecundidad. No solamente estamos a merced unos de otros, sino que somos requeridos, conminados a inventar y crear formas de convivencia en común, donde sí pueda caber cada una de las voces (y que se reinventen una y otra vez en la aparición de nuevas voces). Tal vez Cavarero describe así la política que Arendt soñó, siempre requerida por esa “democracia por venir” del Derrida de los tiempos de la lucha universitaria.[11]

De ahí que la pregunta se traslade a la pregunta por lo que hacemos con esos cuerpos, no como meros objetos, si nos hemos capacitado para acogerlos en su vibrante materialidad, dándoles espacio y tiempo suficiente para dar de sí definiciones propias y abiertas a seguir dejando nacer y ayudando a nacer. Y es la reflexión en torno a esta pregunta la que puede acompañar el devenir histórico que se va forjando en la acogida de esta materialidad. No es una ética terminante, que pretenda llegar a una configuración última, sino una que se pone en cuestión en cada cuerpo, en cada momento en que logra dar figura a la acogida, pues vuelve a quedar solicitado a acoger el nacimiento de otra voz o de otra virtualidad de la misma voz (un balbuceo, un gemido, un gruñido o un silencio) como nuevo nacimiento desde lo que se ha acogido. La pregunta por la ética que acompaña a la historia es el requerimiento
a buscar y encontrar, cuasi–crear diría Zubiri,[12] una fecundidad inédita, a inventarla, a darle una figura nuestra, nacida en la unicidad de nuestros encuentros, encuentro de únicos, de cuerpos vivos, para darle lugar a la riqueza de la realidad.

Plantear así la pregunta ética nos devuelve otra pregunta no menos inquietante: ¿podemos confiarnos a esa respuesta?, ¿podemos hacerlo a la vista de tantos cuerpos desaparecidos, lastimados, destrozados súbita o lentamente?, ¿podemos confiar todavía la historia a nuestra propia responsabilidad y creatividad? Esta pregunta atraviesa la historia de la filosofía y las respuestas positivas y las negativas se acumulan en ella. Nuestra disposición a pensarla con miedo, como si no pudiéramos confiarnos así, tiene que ver, tal vez, con que nuestro tiempo parece celebrar las respuestas que han privilegiado la desconfianza. El tratamiento de Derrida y los de los otros autores que hemos citado aquí nos recuerdan, sin embargo, que es responsabilidad nuestra conceder a esa desconfianza la totalidad. La acumulación de historias de fracasos, más todavía, de cuerpos violentados, no nos condena sino que nos requiere, como nos requiere también la acumulación de éxitos y cuidados. Ambas nos requieren como únicos, como responsables de proponer, de arriesgar, con temor y temblor, un modo de dar acogida que pensamos que sí pudiera dar lugar a los otros cuerpos y a su vibrante materialidad, y al nuestro propio, en el porvenir.

Quisiera concluir tan sólo presentando lo que podría servir como motivación a esa confianza. No puede serlo terminantemente, pues más que de confianza estaríamos hablando de evidencia. Se trata simplemente de motivación (palabra que, por otro lado, ha venido ganando terreno filosófico desde las investigaciones del último Husserl). Se trata de esto, también yo he sido acogido, como cada uno de nosotros. Somos materialidad recibida, acogida, a la que se le abrió espacio, otras personas se lo abrieron en su propia vida, para dar de sí. Hubo brazos que se hicieron cuna, cuerpo que me recibió y fue morada, trabajo, esfuerzo, paciencia, escucha, alimento para mi carne concreta, recibida y soportada en su más mordiente vulnerabilidad. Alguien (siempre un alguien o muchos) abrió ese espacio en la historia, que todavía no era mía, y definió ese espacio con su propio cuerpo, material y culturalmente, para entregármelo, para afectarme reguladamente en él y para abrirme ahí un propio porvenir. Mi primera conciencia se dio ya en ese espacio recreado por otros para mí. Yo nunca fui uno en absoluto, nunca definido en individual, sino siempre y desde el principio en relación, único recibido en un coro de otros. Recibido no sólo con otros, sino en su espacio, en su vida; no sólo en su mundo y su horizonte de sentido, sino en el ámbito de las cosas que iban haciendo morada para mí, pues concedieron afirmarse en el requerimiento que se les exigía desde mí, mi cuerpo, mi voz, mi llanto, etc. He ahí cómo naciendo también hice nacer en ellos, y también ellos quedaron, al recibirme, recreados y lanzados a confiar en que podían recrear por mí y para mí.

Es en esta confianza donde la historia se hace seguimiento. Ya no meramente sucesión, sino seguimiento de unas personas a otras, de la recreación obrada por unas para acoger a otras, a la nueva recreación de las anteriormente acogidas para dar lugar a las nuevas o a las de antes, pero en una nueva forma. En la historia como seguimiento el sujeto viene siempre como un segundo, siempre acogido y siempre lanzado a definirse en la definición que otros le van prestando, al tiempo que también define a los otros en su capacidad de recrearse para darle lugar. Así, la historia, el mundo histórico, no es un puro horizonte de significación, sino espacio concreto modelado por las actividades creativas en el seno de las relaciones intersubjetivas, intercorpóreas, donde se juega concretamente el destino y el sentido que las personas nos podamos dar.

 

Bibliografía

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Bagedelli, Pablo, “Entre el ser y la vida: el concepto de natalidad en Hannah Arendt y la posibilidad de una ontología política” en Revista SAAP, vol. 5, no. 1, enero–junio de 2011, Buenos Aires. http://www.scielo.org.ar/pdf/rsaap/v5n1/v5n1a02.pdf Consultado 2/02/2017.

Caputo, John, Radical Hermeneutics. Repetition, Deconstruction, and the Hermeneutic Project, Indiana University Press, Bloomington, 1988.

Cavarero, Adriana, For More than One Voice. Toward a Philosophy of Vocal Expression, Stanford University Press, Stanford, 2005.

Derrida, Jacques, Canallas. Dos ensayos sobre la razón, Trotta, Madrid, 2005.

——   El problema de la génesis en la filosofía de Husserl, Sígueme, Salamanca, 2015.

——   La voz y el fenómeno. Introducción al problema del signo en la fenomenología de Husserl, Pre–textos, Valencia, 1993.

Heidegger, Martin, Ser y tiempo, Trotta, Madrid, 2016.

Rancière, Jacques, “La démocratie est–elle à venir? Éthique et politique chez Jacques Derrida”, Les Temps Modernes, Gallimard, 2012/2013, núm. 669–670, pp. 157–173.

Reyes, Pedro, Sobre la disyunción. Una clave fenomenológica en la filosofía de la realidad de Xavier Zubiri, Tesis doctoral de Filosofía, Universidad Pontificia de Comillas, Madrid, 2015.

Steinbock, Anthony, Home and Beyond. Generative Phenomenology after Husserl, Northwestern University Press, Evanston, 1995, Col. Studies in Phenomenology and Existential Philosophy.

Zubiri, Xavier, Tres dimensiones del ser humano: individual, social, histórica, Alianza, Madrid, 2006.

 

[*] Filosofía en el Fondo, ciclo de conferencias 2016, Tiempo e historia. Filosofía y experiencia de finitud, Librería José Luis Martínez del Fondo de Cultura Económica, 19 de octubre de 2016.

[**] Profesor del ITESO. parl1974@gmail.com

 

[1].     Es muy difícil un resumen tan apretado de la filosofía de Heidegger, particularmente su antropología, que no resulte inadecuado. Resulta indispensable sugerir la lectura directa de su Ser y tiempo, Trotta, Madrid, 2016, y acompañarlo del comentario crítico que John Caputo hace en su Radical Hermeneutics. Repetition, Deconstruction, and the Hermeneutic Project, Bloomington, Indiana University Press, 1988. Ver especialmente los capítulos iii y vii.

[2].    John Caputo, Radical Hermeneutics…, capítulo VI: Hermes and the Dispatches of Being.

[3].    Adriana Cavarero, For More than One Voice. Toward a Philosophy of Vocal Expression, Stanford University Press, Stanford, 2005.

[4].    Anthony Steinbock, Home and Beyond. Generative Phenomenology after Husserl, Northwestern University Press, Evanston, 1995, Col. Studies in Phenomenology and Existential Philosophy.

[5].    Para una consideración complexiva del concepto de natalidad y su relación con la socialidad e, incluso, con la ontología política, ver Pablo Bagedelli, “Entre el ser y la vida: el concepto de natalidad en Hannah Arendt y la posibilidad de una ontología política”, Revista SAAP, vol. 5, núm. 1, enero–junio de 2011, Buenos Aires.

[6].    Para un tratamiento más completo de esta discusión de Zubiri con Heidegger y su resultado en la propia obra zubiriana, ver Pedro Reyes, Sobre la disyunción. Una clave fenomenológica en la filosofía de la realidad de Xavier Zubiri, Tesis doctoral de Filosofía, Universidad Pontificia de Comillas, Madrid, 2015.

[7].    San Agustín, Obras completas de San Agustín II: Confesiones, BAC, Madrid, 2013.

[8].    Jacques Derrida, La voz y el fenómeno. Introducción al problema del signo en la fenomenología de Husserl, Pre–textos, Valencia, 1993.

[9].    Jacques Derrida, El problema de la génesis en la filosofía de Husserl, Sígueme, Salamanca, 2015.

[10].    Anthony Steinbock, Home and Beyond…, pp. 20–76.

[11].    Jacques Derrida, Canallas. Dos ensayos sobre la razón, Trotta, Madrid, 2005. Con la propuesta de Cavarero, tal vez se pueda situar y satisfacer la crítica de Jacques Rancière a Derrida sobre la ausencia de un sujeto político en su propuesta de “democracia por venir”. Ver Jacques Rancière, “La démocratie est-elle à venir? Éthique et politique chez Jacques Derrida”, Les Temps Modernes, Gallimard, París, 2012/3 núm. 669-670, pp. 157–173.

[12].    Para considerar el interesante tratamiento de la historia a partir de este concepto, ver Xavier Zubiri, Tres dimensiones del ser humano: individual, social, histórica, Alianza, Madrid, 2006.

Hacia una realización de la(s) justicia(s): Los espacios de la contingencia

Carlos Alonso Grande Aldana[*]

Recepción: 30 de mayo de 2017
Aprobación: 12 de julio de 2017

 

Resumen. Grande Aldana, Carlos Alonso. Hacia una realización de la(s) justicia(s): Los espacios de la contingencia. ¿Cómo es que con maneras tan sofisticadas de concebir una teoría de la justicia su realización termina por ser su mayor problema? El presente ensayo propone una lectura que dé cuenta de los principales problemas de la modernidad que entreveran las fallas sistémicas del capitalismo y sus implicaciones para una realización de la justicia. Finalmente, se reflexiona sobre la contingencia y las consecuencias que tendría asumirla.
Palabras clave: Contingencia, sistema, justicias, espacio, haber.

 

Abstract. Grande Aldana, Carlos Alonso. Toward a Realization of Justice(s): Spaces of Contingency. How can it be that after sophisticated efforts are made to conceive of a theory of justice, its realization proves to be the biggest problem? This essay proposes an interpretation that identifies the main problems of modernity that permeate the systemic failures of capitalism and their implications for a realization of justice. Finally, the author reflects on contingency and the consequences of assuming it.
Key words: Contingency, system, justices, space, having.

 

Ay, ¿a quién podemos entonces recurrir?
A los ángeles no, a los hombres, no,
y los animales, sagaces, se dan cuenta ya
de que no estamos muy seguros,
no nos sentimos en casa en el
mundo interpretado.

Elegía I. Rainer María Rilke.

 

Judith Butler toma como punto de partida para su ensayo Dar cuenta de sí mismo una cita de Adorno, la cual retomo como apertura para el mío: “Probablemente podamos decir que las cuestiones morales siempre surgen cuando las normas morales de comportamiento dejan de ser obvias e indiscutidas en la vida de una comunidad”.[1] La preocupación de Butler es más que explícita: ¿cuáles son las condiciones para plantear una filosofía moral dentro de los marcos sociales contemporáneos? El análisis de esta pregunta es lo que me ocupará en estas pocas páginas, que después de varias cinceladas, podría quedar de la siguiente manera: ¿cómo se realizaría “La Justicia” llevando al extremo a la contingencia? La meta es llegar a reformular la pregunta misma.

Butler, siguiendo con su reflexión de Adorno, dice: “[…] el ethos colectivo instrumentaliza la violencia para mantener la apariencia de su carácter colectivo”,[2] y en palabras más propias: “[…] el problema no radica en la universalidad como tal, sino en una operación de esa universalidad que no es sensible a la particularidad cultural ni se reformula a sí misma en respuesta a las condiciones sociales y culturales”.[3] La conjunción de estas tres citas nos lleva a que, si tenemos que preguntar por las condiciones de posibilidad de la filosofía moral enmarcada en las circunstancias prácticas —que es lo mismo que preguntar cómo es que se daría una filosofía moral en la contingencia—,[4] es precisamente porque ya no hay moral alguna, como lo expresa bien la cita de Adorno. Queda clausurada la morada y, como consecuencia, cualquier intento de comunitarismo, cualquier apelación a un sentido donado y unitario. En todo caso, si se niega melancólicamente esta pérdida diría que la pregunta podría leerse de una manera más poética: ¿cómo habitar la casa en ruinas? O, lo que es lo mismo, ¿cómo habitar la contingencia? Preguntamos, sí, porque estamos en la intemperie abismal de la modernidad y sólo nos queda la pregunta y la búsqueda de modos de habitarla, es decir, llevar la pregunta al extremo.

¿Cómo se perdió la casa? ¿Por qué entrecomillamos “La Justicia”? Para responder rigurosamente tendríamos que valernos de muchas hermenéuticas y muchos libros que han desarrollado e interpretado la historia de la filosofía. A riesgo de ser demasiado sucintos, digamos que el proyecto ilustrado, representado aquí por Kant y Hume, consistía en la primera palabra de uno de los libros más importantes de la historia de la filosofía: Crítica de la razón pura. La interpretación a la que apelamos para nuestros propósitos es la que entiende por crítica el afanoso intento de demarcar los límites de la razón. El criticismo kantiano, en este sentido, afirma que la razón no lo puede todo y que con ese límite y esa distancia hay que vivir. Dicho de una manera filosóficamente canónica: no se puede conocer la cosa en sí.[5] Hume —las más de las ocasiones habitando en el ostracismo de la historia de la filosofía— es probablemente más agudo que Kant al sostener que “[…] las distinciones morales no son producto de la razón. La razón es totalmente inactiva, por lo que nunca puede ser origen de un principio tan activo como lo es la conciencia o sentimiento de lo moral”.[6]

Esta pequeña revisión de las tesis de Kant y de Hume permite constatar que la Ilustración, en términos muy gruesos, no terminó por realizarse como proyecto y, como era de suponerse, lo que sucedió fue que anhelamos llegar al límite: por usar las expresiones ya usadas, el idealismo alemán borró los límites de la razón e hizo de ésta algo activo. Dicho también canónicamente: se aprehendió la cosa en sí. Era la pretensión de aprehender la Totalidad, escrita ya en mayúsculas, la Razón. Ese momento culmen (expresado con Hegel) es, también, la caída total, puesto que a partir de ahí el todo se identificó con la nada: la Razón, la Universalidad, al hacerse una misma tuvo que abrazar a la contingencia, al fracaso, que ni Fichte ni Schelling quisieron tomar a pesar de que ninguno de los tres representantes del idealismo había errado en su intento de aprehender al Absoluto.[7]

A partir de ahí todas las disquisiciones morales y sociales se volvieron una cuestión de echar a andar al aparato más sofisticado que el ser humano había creado: el motor de la Razón. En este sentido, y retomando la reflexión inicial de Butler con Adorno, al ya no haber pregunta por la Razón, al ser ésta la operación que domina todo, podríamos decir que “la Razón se hizo moral”[8] y, bajo esa perspectiva, ¿qué morada puede ser hogar si el techo, los muros y la puerta no se alcanzan a distinguir, si lo que hay son sólo sicomoros que entreveran la luz de infinitas estrellas muertas en el tiempo? Fue entonces que los “La”, los “El” seguidos de un sustantivo, resaltando su unidad inequívoca con mayúsculas, tomaron el control: “La Razón”, “El Progreso”, “La Justicia”, “La Sociedad”: llevar a su máximo esplendor a la Razón nos dejó con–en el Nihilismo y, en el contexto al que estoy haciendo alusión, con un fuerte desconsuelo.

Como no me propongo hacer una hermenéutica aguda, exhaustiva y precisa de la historia de la filosofía, mas sí tomar en cuenta sus inexorables consecuencias contemporáneas, diré que el meollo del asunto fue que la idealidad se patentizó en la realidad y, a raíz de esto, lo que sucedió fue un cortocircuito, una disrupción que se alimenta a sí misma y que tocó el pináculo erigiéndose en la forma de capitalismo, donde las cosas tienen valor y precio porque, en el fondo, no valen nada.[9]

La falla intrínseca de la Razón que se expresa con el Sistema y con–en el nihilismo, es básicamente que si la razón ha de serlo todo, tiene que hacer del todo la contingencia y, por tanto, “La Justicia” (y cualquier aparente unidad) implica las justicias, la “necesaria fragmentación”[10] contingente. En estos términos, la realización de “La Justicia” implica, necesariamente[11] su irrealización, su reverso, puesto que la idealidad está en constante pugna con la realidad para arrebatarle su lugar. Porque, ¿qué es la idealidad en sí misma? Nada. Es parte connatural del sistema que, para que haya justicia, tenga que haber injusticia. Este reverso es intrínseco a todo el sistema. Como dice Foucault: “Es sin duda prudente no tratar acerca de la racionalización de la sociedad o de la cultura como un todo, sino analizar este proceso en varios dominios: locura, enfermedad, muerte, crimen, sexualidad”.[12]

Este reverso que Foucault expresa como locura, sexualidad, crimen, es de capital importancia para nuestros propósitos: todo lo sometido, lo que no tiene nombre, los hombres y mujeres reducidos a número, la mano de obra que sólo es mano de obra, los marginados, los que no tienen rostro, todo ese remanente que queda oculto y, sin embargo, es lo que sostiene la marcha del sistema. El sistema para ser sistema tiene que someter, y eso es simple y clara muestra del contractualismo. Si hay un contrato es porque nuestra palabra como hombres y mujeres y, por así decirlo, nuestro “honor” no vale nada; lo que ha de valer es nuestra subordinación al Estado y, en consecuencia, nuestra faz ahora, en vez de ser tomada como subjetividad particular e irreductible, es sólo una imagen recalcitrante de una id (identificación del ciudadano), porque ser ciudadano es sinónimo de ser criminal en potencia.[13] Butler no se equivoca al decir que la universalidad per se no es violenta (puesto que, como ya vimos y a continuación retomaremos, la idealidad en sí misma no es nada, la razón de suyo es amoral, siguiendo a Hume), pero puesto que todo lo que opera en el sistema es vínculo racional, termina siendo un mecanismo de poder y de control, como Foucault desarrolla hondamente. Por tanto, y ésa es un poco la paradoja, se es criminal, en el fondo, porque se falta al contrato (que, de suyo, implica un despojo, un sometimiento) y no al valor propio de una persona; porque el crimen implica una falta para todos los que participan del contrato más allá de que se haya realizado bajo circunstancias particulares. Éste es todo un tema que, desgraciadamente, sólo puedo tocar de soslayo.

Lo que me ocupa, pues, habiendo dicho todo lo anterior, es retomar la pregunta por la realización de “La Justicia” llevando al extremo la contingencia y profundizando en ella. Antes de continuar, una aclaración imprescindible: de lo que sigue no trato en modo alguno de elaborar una reflexión que “salga”, “denuncie”, o “impela” de manera “pseudorrevolucionaria” a derrumbar al sistema (nada más “prosistema” que eso); por el contrario, lo que sigue es un intento de pensar el sistema en su máxima expresión, llegar al paroxismo de la falla connatural del sistema horadando en la oscuridad, en lo innombrable, en aquellas vidas soterradas en el olvido donde el poder se ejerce tan pulcramente: horadar en la disrupción que sostiene al sistema, en lo más horrendo y misterioso de ese anhelo que se llamaba ser humano.

Ya dijimos que “La Justicia” es irrealizable o, dicho de una manera más precisa, se realiza en injusticia; ya vimos también que esa aparente unidad conlleva su inminente disgregación en multiplicidad, en justicias. “La Justicia”, al igual que todas las unidades y discursos de verdad que se dan al interior del poder, se da contenidos a ella misma, es ella “la verdad” y, por tanto, el discurso regulador de todo lo que tiene que cuadrar con él mismo. Lo anterior, además del explícito foucaultiano, tiene implicaciones muy importantes en términos de Hume: ¿mi interés, mi querer, es de verdad mío? ¿No será que mis intereses y quereres, dentro de todas estas relaciones de poder y de sistema, han sido troquelados en función del discurso dominante? ¿No es esto una manifestación más de la muerte del individuo? Nuestros quereres son sólo estelas del poder. En realidad es una represión a lo más misterioso y hondo de nuestro ser, a nuestra propia indeterminación (“quiero porque quiero”, y nada más, diría Hume). El espejismo del “Yo” (y de su aparente interés) “vale” en tanto que empata con el interés del sistema. ¿Y cuál es el interés del sistema, si ya vimos que el sistema es capitalismo y el capitalismo es nihilismo?

Y entonces es cuando tenemos que recordar la pregunta que retoma Foucault de Nietzsche: “Pues aquí, en aquel que tiene el discurso y, más profundamente, detenta la palabra, se reúne todo el lenguaje. A esta pregunta nietzscheana: ¿quién habla? responde Mallarmé […] quien habla, en su soledad, en su frágil vibración, en su nada es la palabra misma —no en el sentido de la palabra, sino su ser enigmático y precario—”.[14] En realidad, esta cita es el punto de inflexión, como bien recalca el propio Foucault, de toda la filosofía contemporánea, en esa distancia incontestable entre la pregunta de Nietzsche y la respuesta de Mallarmé. Este ensayo es un intento más de respuesta o incluso de reformulación de esa pregunta.

Entonces, ¿quién habla? No el poder. El poder se ejerce, se autoejerce y, cuando mucho, nos posee. Se vive y se habita en el poder, irremediablemente. Pero como vimos al principio de esta reflexión, este habitar no implica algo así como una “casa”:[15] habitamos la multiplicidad de todos los lenguajes, de todos los discursos y, en lo que nos compete más específicamente, de todas las justicias. Habitar la multiplicidad es habitar la contingencia, pero aún no hemos llegado a la raigambre del asunto. La tesis de Merleau–Ponty, “el cuerpo, más que estar en el espacio, habita en él y, ulteriormente, en el vacío”,[16] expresa cómo se desenvuelve el cuerpo en el Espacio dominado por las relaciones de poder. El cuerpo habita en el vacío puesto que está controlado, puesto que es objeto. El espacio como vacío es precisamente “El Espacio”, el corpus mismo, todos los cuerpos y, a la vez, ninguno. Si preguntamos en esta clave otra vez: ¿quién habla? de nuevo tenemos silencio, objetos sin voz. Intentar darle una significatividad a esta pregunta nietzscheana y, por extensión, a nuestra pregunta por la contingencia y las justicias, implica preguntar por el haber mismo; no ya por “El Espacio”, sino por los espacios, donde los cuerpos ya no sean vacío. Para desentrañar un poco más la pregunta inicial de cómo se realizaría “La Justicia” desde una noción aguda de la contingencia es necesario volver a poner sobre la mesa dos veces más la pregunta nietzscheana en la que me he apoyado.

En un primer nivel, he dado cuenta ya de que esa pregunta en realidad sólo se realiza renunciando a la universalidad y apelando a las parcelas, a las justicias y, más profundamente, a la imposibilidad y a la completa incertidumbre de que tales justicias en efecto se realizarán porque, para hacerlo, tienen que asumir todas las relaciones de poder y de sistema que se han tocado hasta ahora. En pocas palabras —y como reza el epígrafe que escogí de uno de mis poetas predilectos para esta reflexión—,[17] nos quedaría habitar la casa interpretándola, haciendo hermenéuticas consistentes que permitan, aun en la más ingente intemperie de la contingencia, realizar lo que esté a nuestro alcance para asumir las justicias, siempre inacabadas, y aun a sabiendas de que la misma interpretación, la misma panorámica puede ser fútil, como ahora todo de hecho lo es. Aceptar, en otras palabras, la finitud y el irremediable estado efímero y volátil de todas las cosas y de todas las maneras de verlas, de nosotros mismos, y ya no sentir por ello una extraña clase de melancolía arraigada que nos haga pensar que la podredumbre que nos toca vivir ahora es un infierno. Es lo que hay, y hay que asumirlo. Si de nuevo planteamos en este primer nivel la pregunta ¿quién habla?, diríamos que, y no hay de otra, “nosotros”: “yo”, “tú”; responderíamos con la fugacidad del lenguaje fragmentado pero sin escapar de éste, con la ilusión efectiva de que ese “yo” tan volátil es lo que me queda para tratar de responder, aunque sea de una manera estentórea, a la pregunta. Esa representación tan moderna, de la cual no podemos, ni podremos, escapar. Saber que todo discurso se va a morir. Aceptar que la verdad, en el sentido en el que ahora la hemos manejado como mero mecanismo de poder o como poder mismo, nos fragmenta, nos escinde, nos carcome aunque no nos demos cuenta. Habría que buscar una significatividad más profunda para esa verdad, pero no ya apelando a quimeras metafísicas que se disolvieron hace mucho, y a sabiendas de las mareas infinitesimales de significados de nuestra vida y la de los otros.

En un segundo nivel, y ya asumida la contingencia hasta ese punto, sólo quisiera especular, por último, sobre el haber mismo. ¿Es que acaso hemos llevado y pensado hasta el extremo a la contingencia? ¿Nos hemos zambullido lo suficiente en el abismo de lo que llamábamos ser humano? Estrictamente, la contingencia llevada a sus consecuencias últimas implica la indefinición total: nada más cercano al ser humano a pesar de la cosificación del sistema. Para esto retomo la noción del hay de Emmanuel Lévinas: “Ni nada ni ser. A veces empleo la expresión ‘el tercero excluido’. De ese ‘hay’ que persiste no se puede decir que es un acontecimiento de ser. Tampoco se puede decir que es la nada, aunque no haya ninguna cosa. De l’existence à l’existant intenta describir eso tan horrible, y lo describe, por lo demás, como horror y enloquecimiento”.[18] En este sentido, podríamos decir que esta noción de hay es algo así como lo irracional de lo irracional, aquello donde, cabalmente, el mundo construido por la racionalidad intenta someter esta noche de locura que por definición es indefinible.

Las disquisiciones del todo y la nada implican, y éste es uno de los signos de nuestra modernidad, que los discursos girarán en torno al fortalecimiento o desmembramiento de las verdades.[19] La razón ha sometido a lo irracional, y decimos “irracional” porque no tenemos otra manera de describir eso tan horroroso e inefable; por ello es que es imposible captar su dimensión, puesto que va más allá de ser magnitud y, en consecuencia, porque nunca es un sometimiento total. Para ser precisos y consistentes, este hay ni siquiera tendría que presuponer un más allá o un interior del fondo de la cuestión; vaya, ni siquiera un fondo. Si volviéramos a preguntar ¿quién es el que habla? no habría respuesta alguna, puesto que lo que emana de ese hay no puede ser discurso alguno. Valgámonos de la expresión indefinición pura. Aquí ni las elaboraciones ilusorias bastan. No hay un “yo”, “tú”, u “otro”. Es algo mucho más drástico. Tratando de abonar al argumento podríamos apelar, tal vez, a una clase de yo fragmentario, de un yo escindido, que ponga en tela de juicio que la fenomenología conjunta la sucesión de representaciones en una unidad, en una conciencia. Sin embargo, esto sigue siendo vacuo ya que, aunque el espacio donde se desenvolvería ese yo fragmentado es un espacio de suyo también fragmentado, no podríamos siquiera hablar de un yo fragmentado, porque el yo sigue presuponiendo, a fin de cuentas, una unidad y no una multiplicidad. Ni la misma unidad ni la multiplicidad bastan para ahondar en este vasto mar que trato de dilucidar aunque sea un poco; sólo queda, entonces, pensar la posibilidad de que este extremo de la contingencia, este hay, territorio inhóspito donde habitan nuestras indefiniciones, podría dar pie a seguir pensando la contingencia de una manera más aguda, pero con el irremediable resultado de que no podremos escapar de la palabra, de una vida conciliada sin verdad. Tal vez podamos hablar entonces de una fenomenología disruptiva que se ocupe de explorar este hay. Pero ni siquiera sé si eso dará fruto alguno; y, mucho menos aún, si tal intento merecería el nombre de fenomenología.

 

Bibliografía

Agamben, Giorgio, Desnudez, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2011.

Butler, Judith, Dar cuenta de sí mismo: Violencia ética y responsabilidad, Amorrortu, Buenos Aires, 2009.

Foucault, Michel, Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas, Siglo xxi, México, 2010.

——   ¿Qué es la Ilustración?, Alción, Buenos Aires, 1996.

——   Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, Siglo xxi, México, 2000.

Hume, David, Tratado de la naturaleza humana, Tecnos, Madrid, 2005.

Kant, Immanuel, Crítica de la razón pura, Taurus, Madrid, 2013.

Lévinas, Emmanuel, Ética e infinito, La balsa de la Medusa, Madrid, 2008.

Sloterdijk, Peter, En el mundo interior del capital: para una teoría filosófica de la globalización, Siruela, Madrid, 2010.

 

[*] Profesor de Filosofía del Instituto de Ciencias, estudiante de la Maestría en Filosofía y Ciencias Sociales. ic685139@iteso.mx

 

[1].     Judith Butler, Dar cuenta de sí mismo: violencia ética y responsabilidad, Amorrortu, Buenos Aires, 2009, p. 13.

[2].    Ibidem, p. 15.

[3].    Ibidem, p. 17.

[4].    Esta noción de contingencia es de capital importancia como hilo conductor para nuestro presente ensayo, como se verá en su momento con una interpretación de Hegel y sus consecuencias derivadas; por el momento me limito a señalar que la contingencia es ese estatus de mera posibilidad, habiendo renunciado a todo fundamento metafísico, que posibilita y requiere de numerosas interpretaciones a falta de la ya mencionada unívoca mirada metafísica.

[5].    “Hemos pretendido afirmar que todas nuestras intuiciones no son más que una representación fenoménica; que las cosas que intuimos no son en sí mismas tal como las intuimos, ni sus relaciones tienen en sí mismas el carácter con que se nos manifiestan […] El más claro conocimiento del fenómeno de los objetos, que es lo único que de ellos nos es dado, jamás nos haría conocer en qué consisten en sí mismos”. Immanuel Kant, Crítica de la razón pura, Taurus, Madrid, 2013, pp. 82–83.

[6].    David Hume. Tratado de la naturaleza humana. Tecnos, Madrid, 2005, p. 620.

[7].    Es importante recalcar que bajo la interpretación que estamos realizando, ninguno de los tres representantes del idealismo alemán erró en su intento de llevar al límite la razón. Al percatarse de que ese intento implicaba de suyo una falla connatural de la razón misma (como se seguirá reflexionando en las siguientes líneas), Hegel fue el único que decidió asumirla como parte intrínseca del sistema mismo. Cfr. Nota 4 de este ensayo.

[8].    Como veremos, no habrá a partir de este punto una realidad separada de la idealidad: idea y realidad se vuelven una identidad.

[9].    Para ahondar en el tema del capitalismo forzosamente tendríamos que desarrollar una hermenéutica de Marx, cuestión que nos excede en estas pocas páginas. Nos limitamos a señalar que, para nuestra interpretación, identificamos capitalismo con nihilismo porque ambas expresiones denotan el punto álgido de la falla connatural del sistema: la contingencia. Cfr. Notas 4 y 7 del presente ensayo.

[10].    Inquiriendo más sobre la cuestión, el punto es cómo se expresa con este sustantivo y su epíteto: al apodíctico carácter irresoluble le es concomitante, indefectiblemente, su multiplicidad, su fragmentación.

[11].    Es necesario resaltar el valor apodíctico, cosificante y riguroso de la racionalización.

[12]     Michel Foucault, ¿Qué es la Ilustración?, Alción, Buenos Aires, 1996, p. 19.

[13].    “Ahora la identidad no es algo que concierne esencialmente al reconocimiento y al prestigio social de la persona, sino que, en cambio, responde a la necesidad de asegurar otro tipo de reconocimiento, el del criminal reincidente, por parte del agente de policía”. Giorgio Agamben, Desnudez, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2011, p. 70.

[14].    Michel Foucault, Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas, Siglo xxi, México, 2010, p. 319.

[15].    Y es que habitar ya no lo entendemos aquí como estar en una morada (moral), firme y unificada, como se veía al principio del ensayo, sino que, después de las interpretaciones efectuadas, habitamos irremediablemente ya en la multiplicidad, en la contingencia, en la falla connatural del sistema.

[16].    La cita de Merleau–Ponty y esta interpretación fueron extraídas de Peter Sloterdijk, En el mundo interior del capital: para una teoría filosófica de la globalización, Siruela, Madrid, 2010, p. 136.

[17].    Hay que aclarar las cosas para no pensar que nuestro poeta, Rilke, nos hace un guiño explícito que nos mueva a hacer hermenéutica. En este punto desentendiéndome de la careta filosófica y poniéndome la poética, considero que el valor poético del verso mismo (no nos sentimos en casa en el mundo interpretado) nos invita a sumergirnos en el mar del verso, invitación, ora plausible, ora reprochable —en el fondo no lo sé—, que tal vez comulgue con la reflexión final del texto.

[18].    Emmanuel Lévinas, Ética e infinito, La balsa de la Medusa, Madrid, 2008, p. 44. El subrayado es mío.

[19].    No se olvide que una verdad siempre tiene su correlato.

Capítulo décimo primero: La crítica de la idea de la nada. Significado

Jorge Manzano Vargas, sj ()

Recepción: 14 de diciembre de 2015
Aprobación: 8 de enero de 2016

 

Resumen. Manzano Vargas, Jorge. Capítulo décimo primero: la crítica de la idea de la nada. Significado. Este capítulo está dedicado a revisar la crítica que Bergson hizo a la idea de la Nada. Jorge Manzano hace gala de profundos y extensos conocimientos al problematizar y poner en relación, por una parte, el pensamiento de Bergson y, por la otra, elementos y autores clave de la historia de la filosofía. El texto se divide en cinco grandes apartados: La nada, la angustia y el optimismo bergsoniano; Alcance de la crítica; Los argumentos; La idea de la nada y la creación y, por último, La nada y los contingentes.
Palabras clave: Idea de la nada, angustia, optimismo bergsoniano, creación, contingencia.

Abstract. Manzano Vargas, Jorge. Chapter Eleven: Critique of the Idea of Nothingness. Meaning. This chapter focuses on Bergson’s critique of the idea of Nothingness. Jorge Manzano puts his deep and extensive knowledge to work as he problematizes and relates Bergson’s thinking on the one hand, and key elements and authors from the history of philosophy on the other. The text is divided into five sections: Nothingness, anguish and Bergsonian optimism; Scope of the critique; The arguments; The idea of nothingness and creation; and finally, Nothingness and contingencies.
Key words: Idea of nothingness, anguish, Bergsonian optimism, creation, contingency.

 

La nada, la angustia y el optimismo bergsoniano

A primera vista pudiera parecer que la crítica de Bergson es una mera evocación de Parménides,[1] que decía: “Nunca lograrás que sea lo que no es; aparta mejor tu pensamiento de este camino”.[2] Pero puede situarse mejor en línea platónica, más matizada y exacta.

Es verdad que Sócrates dice a Teeteto: “Quien enuncia la Nada, nada enuncia”.[3] Y el Extranjero del Sofista dice: “Quien habla del No–ser, no dice nada”.[4] “La Nada, en rigor no se puede proferir ni pensar”.[5] Pero precisamente lo que Platón quiere probar es que hay un ser del no–ser; que el no–ser es, bajo cierto aspecto; y que el ser, en algún modo, no es. Era un punto capital para llegar a la conclusión, contra los sofistas, de que el error es posible. Se conoce el pasaje en el que el extranjero determina cinco géneros supremos: el ser, el reposo, el movimiento, lo mismo, lo otro. Cada término participa del ser. Cada término participa de lo mismo, en cuanto es idéntico a sí mismo. Cada término participa también de lo otro, en cuanto se distingue y no se identifica con los demás. Esto es, en toda la serie, la naturaleza de lo otro hace de cada uno un otro que el ser, o sea, no–ser. Entonces cada uno es ser y no–ser, naturalmente bajo diversos respectos. Cuando enunciamos el no–ser, no enunciamos algo contradictorio del ser, sino otra cosa.[6] Hay comunicación entre los géneros: el ser y lo otro penetran a través de todos, y se compenetran mutuamente. El otro, participando del ser, es. Es, sin embargo, no aquello del cual participa (no se identifica con el ser), sino con lo otro; y como es otro que el ser, es forzosamente no–ser. El ser, a su vez, participando de lo otro, será otro que el resto de los géneros. No se identifica con ninguno de ellos, ni con su conjunto. De modo que el ser, en muchísimas maneras, no es.[7]

Esta doctrina se emparenta con la crítica bergsoniana, que no considera una ausencia como ausencia total pura y simple, sino como una presencia, la presencia de lo otro. Bajo un aspecto se trata de verdadera ausencia, de un no–ser: “no hay nada” de lo que me interesa. Bajo otro aspecto se da en realidad una presencia: hay ser; hay otra cosa —lo otro de lo que habla Platón— pero que no me interesa. Por tanto, no se trata de ausencia o vacío total. En este punto la originalidad de Bergson está en el desenvolvimiento de la argumentación y en su explicación psicológica de nuestras expresiones sobre la “nada”: se supone una decepción, un echar de menos, una esperanza frustrada; en general, un estado afectivo.

La nada absoluta rechazada por Bergson como una idea absurda es, también, olímpicamente olvidada por Platón: “En cuanto a no sé qué contradictorio del ser, hace tiempo que le dijimos adiós, sin preocuparnos por saber si se da o no, si es racional o totalmente irracional”.[8]

No será inútil recordar la concepción de Malebranche, en línea platónica. Para él, también pensar en la nada (sentido fuerte de la palabra) es lo mismo que no pensar.[9] Los problemas que de aquí podrían sobrevenir son resueltos también por lo otro. En efecto, “Mi mano no es mi cabeza, mi silla, mi habitación… Ella contiene, por así decir, una infinidad de nadas, la nada de todo aquello que ella no es”.[10]

Teodoro le dice a Aristo: supongamos que Dios aniquila todo, excepto a ti y a mí, pero que Dios presenta a nuestro espíritu las mismas ideas que tenemos en este momento: nos moveríamos entonces en un mundo inteligible. Pues bien, eso es lo que en verdad pasa. Aristo le replica que, si él no piensa en esas ideas, entonces todo pasa a la nada. Y entonces Teodoro le responde que eso sería verdad si Aristo hubiera producido las ideas; pero que las ideas son eternas, inmutables y divinas…[11]

Ya sabemos lo que piensa Bergson del mundo de las Ideas.

Se presenta mucho al bergsonismo como un optimismo, y lo es. Pero entre líneas se deja entender que es un optimismo tipo Leibniz, y no lo es; o un optimismo ciego e ingenuo, y tampoco lo es.[12] Bergson no tendría ojos sino para el gozo y el élan místico; pero el duro y campesino deber, el pecado, el mal, la angustia existencial, lo propiamente humano y finito, lo rehúye. Es más, la nada, que desempeña tan importante papel hoy en día, es para él una mera pseudo–idea, que no tiene qué hacer en filosofía; que lo único que ha hecho es enturbiar nuestra mirada con los falsos problemas que suscita.

Es verdad que Bergson no elaboró reflexiones especiales sobre la angustia y demás problemas existenciales. No fueron problemas de su época, sino problemas específicamente de la postguerra de los años 1939 a 1945. Es verdad que tampoco elaboró especialmente teorías sobre el pecado ni el mal; sólo insinuó que muy probablemente la solución habría que encontrarla con una mirada de simplicidad. No que el tema no le preocupara ni lo estudiara, sino que no creyó haber llegado a conclusiones que pudiera publicar.[13] Pero no se ha de exagerar; podemos encontrar en la obra de Bergson ciertos temas no tan gozosos: hay un placer amargo, una lucha inútil.[14] La misma risa tiene su dosis de amargura.[15] Rideau hace notar el tono nada optimista del capítulo cuarto de Deux Sources.[16] Quisiéramos también hacer recordar los fracasos del élan vital, y la experiencia de “lo terrible” que supone la noche oscura.

La nada que criticó Bergson como una pseudo–idea no es la nada de los existencialistas. No se trata, por ejemplo, de la nada de Kierkegaard. En el estado de inocencia del paraíso, dice Kierkegaard, hay paz y quietud, pero hay también algo más que no es ni inquietud ni lucha, es la nada: como el hombre inocente desconoce la diferencia entre el bien y el mal, no hay nada contra qué luchar. Esta nada tiene su efecto: la nada engendra la angustia,[17] angustia ante la libertad como posibilidad para la posibilidad. Y el hombre no puede huir de la angustia, porque la ama; pero tampoco puede amarla propiamente, porque la huye. Sobreviene entonces la prohibición de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, prohibición que angustia al primer hombre, porque despierta en él la posibilidad de la libertad, la angustiosa posibilidad de “poder”, que es de nuevo una nada. Tal posibilidad es y no es, porque él la ama y la huye. Viene luego la conminación de la pena: si comes de ese árbol, morirás. Tal vez Adán no comprende estas palabras, pero podemos imaginar que recibe con ellas la idea de lo terrible. La posibilidad infinita de “poder” trae como consecuencia otra posibilidad; y la inocencia llega a una situación extrema: angustia ante la prohibición y ante la pena. El hombre todavía no es culpable, pero experimenta ya la angustia de la perdición.[18]

En los individuos posteriores, la nada —objeto de la angustia— se transforma cada vez más en otra cosa. Es verdad que Kierkegaard tratará de atenuar esta frase, pero, en todo caso, la nada de la angustia es un conjunto de presentimientos que se reflejan en sí mismos y se acercan cada vez más al individuo. No se trata de una nada con la cual el hombre no tenga qué hacer, sino una nada que está en viva relación con la ignorancia de la conciencia. Se trata de una predisposición.[19]

En comparación con Adán, el hombre posterior es más sensual. La sensualidad no es pecaminosidad, pero el hombre tiene ya un ambiente histórico en el que ve la sensualidad como pudiendo significar pecaminosidad. En el hombre que no ha pecado todavía el conocimiento del pecado es un conocimiento oscuro, pero este conocimiento es una nueva posibilidad, y la libertad es presa entonces de una angustia todavía más grande.[20] Kierkegaard llegará a mostrar que la angustia salva mediante la fe.

Podemos fácilmente apreciar que la nada criticada por Bergson no es la nada de Kierkegaard. Esta nada kierkegaardiana no es una nada absoluta: tenemos primero al hombre y al paraíso y, después, toda una historia. Tampoco es la nada parcial criticada por Bergson. Esa nada atrayente de Kierkegaard, como el profundo abismo que nos invita a precipitarnos en él, es el futuro de mis actos y de mi destino. La mirada de Kierkegaard es angustiosa. La de Bergson es más tranquila: él ve con optimismo cómo se abren anchurosas las puertas del porvenir. Pero ni el optimismo bergsoniano ni la angustia kierkegaardiana —viendo las cosas desde el bergsonismo— provienen propiamente ex nihilo, de una nada entendida en el sentido fuerte de la palabra que se extendiera en el futuro. Provienen de las experiencias, de relaciones y situaciones dadas y, ante todo, de la finitud de la libertad.

En la filosofía de Heidegger la nada impregna toda la existencia humana. Si el hombre vuelve su mirada al pasado, experimenta la nada, al encontrarse como arrojado en el mundo (Geworfenheit), sin poder disipar la oscuridad de su origen. Si se vuelve al futuro, también experimenta la nada, ante la posibilidad, ante el inquietante “poder” (Macht), ante la incertidumbre del futuro, con la muerte como única certidumbre. Apremiado por esta nada del pasado y esta nada del futuro, el hombre se deja caer (verfallen) en la realidad presente, se sumerge en las cosas, se despersonaliza. Es el estadio de inautenticidad, en el que irremediablemente se encuentra el hombre, de nuevo, con la experiencia de la nada, de una nada que es revelada por la angustia. Habría que afrontar la angustia, decidirse por la nada, para llegar a la existencia auténtica, pues en la nada se resuelve la totalidad de la existencia humana (y la totalidad del tiempo).

Hasta aquí, es claro que la nada criticada por Bergson no es la nada de Heidegger, aunque éste se proponga la pregunta repudiada por Bergson: “¿Por qué hay algo, más bien que nada?”[21] “Es verdad que la Nada es más primitiva que el No y que la Negación”[22] y que “la nada es la negación absoluta de la totalidad de los entes”,[23] pero hay un sentido más profundo y misterioso de la nada:[24] “La nada, en cuanto lo Otro de los entes, es el velo del Ser”.[25] De modo que la nada no es un abismo vacío, sino la manifestación del Ser. En el estadio inauténtico, la angustia descubre la nada,[26] pero es la nada de los entes, la nada del ente particular, no la negación del Ser. La angustia, la nada, tiene su dinamismo: a través de la angustia y de la nada, caídos los velos, el Ser se manifestará. Por eso no parece que Heidegger vaya contra la crítica de Bergson, pues, aunque considera la nada como objeto de la metafísica, en realidad está considerando el objeto tradicional, el Ser; si bien, como dice Johannes Baptist Lotz, “bajo las vestiduras de la Nada”.[27]

En realidad, la comparación de la nada criticada por Bergson con la nada de las diversas filosofías existencialistas no es tan sencilla. Las breves alusiones que vamos haciendo son simplemente un esbozo de lo que pudiera ser un estudio futuro. La dificultad proviene, entre otras cosas, de las diversas interpretaciones dadas por los diversos autores. El asunto, por ejemplo, es muy delicado en el caso de Sartre. Hay momentos en que parece inspirarse completamente en la crítica bergsoniana; por ejemplo, cuando presenta la conciencia como existiendo por sí misma, aclara que no es que salga de la nada, pues no hay una “nada de conciencia” anterior a la conciencia; antes de ella sólo hay una plenitud de ser (recuérdese que hay oposición neta entre ser y conciencia). Para que haya una nada de conciencia, es menester, primero, una conciencia que haya sido y que no es más; segundo, otra conciencia testigo que capte la nada de la primera conciencia.[28] Y también cuando afirma que se puede tener conciencia de una ausencia, pero que esta ausencia parece más bien un fondo de presencia.[29] Igualmente, en un pasaje de gran sabor bergsoniano, advierte que no pensemos la nada como un abismo de donde saliera el ser y muestra que el uso corriente de la idea de la nada supone una especificación previa del ser: “No toques nada”, esto es, nada de estos objetos. “No sé nada”, esto es, nada de este tema, etc. Y precisa que no es menester la nada para pensar el ser.[30] Este último pasaje, de los más serenos de L’être et le néant, parece ser el que deba dirigir toda interpretación. También se perciben aires bergsonianos en un momento de la intensa meditación de La nausée. Un círculo se explica muy bien, pero no existe: es un círculo ideal. En cambio esta raíz del jardín…[31]

 Jean Wahl señala,[32] sin embargo, un continuo e inconsecuente vaivén sartriano entre las posiciones de Heidegger, Bergson, Hegel y Husserl. También parecería Sartre, a veces, tener en cuenta la doctrina de Platón en el Sofista; y a veces, olvidarla lamentablemente.[33] Para citar un ejemplo nada más de este vaivén: al preguntarse cómo sería posible que la naturaleza humana “creara” la Nada, vemos que la condición de posibilidad es una nada […] pero una nada activa, pues se trata de la libertad.[34]

Probablemente este vaivén inquieto se deba, en el fondo, al intento de no aceptar de ningún modo la dualidad de potencia y acto: todo está en acto, y esto se afirma ya desde el principio.[35] Intento irrealizable, pues no podrá evitar absolutamente esa dualidad de acto y potencia, como lo muestra Joseph de Finance.[36]

Para el punto que nos ocupa, si la “nada” de Sartre es en el fondo “algo” —eficaz o ineficaz—, es una nada no criticada por Bergson (esto es, si en el fondo más que de ausencia se trata de una presencia). Caso contrario, sí; y de ahí se explicarían las incongruencias señaladas.

En síntesis, la experiencia de la nada de la que hablan los existencialistas no es una experiencia de “nada”, sino más bien, como hace notar Joseph de Finance, una experiencia del límite.[37]

 Como se ha visto a lo largo de este estudio, la nada criticada por Bergson es un cero, un vacío absoluto dejado por una realidad; sea esta realidad que desaparece, la totalidad de los seres (nada absoluta), sea un solo ser (nada relativa). Tampoco es el ser limitado, que ocupa un lugar muy importante en su filosofía. Así, nuestra duración tiene una tensión determinada y, por tanto, finita. La materia tiene también su duración, con otra tensión también finita. La corriente vital que se organiza con la materia es finita. Y si hay unas realidades desbordantes (espíritu, duración, intuición, memoria pura, percepción pura, compenetración, materia —todo ello finito, por lo demás—), también hay unas realidades desbordadas (inteligencia, instantes, instinto, memoria corporal, percepción corporal, extensión, conocimiento que tenemos de la materia). Hay también dramas en la evolución de la vida, hay titubeos y fracasos del élan, aun retrocesos; la conciencia se adormece, se apaga. Y si es verdad que todos somos capaces de la intuición de nuestra duración interior, y aun de la intuición mística o al menos de poder percibir sus ecos, de hecho, no todos la tenemos y algunos quizá ni siquiera atendamos a tal eco. Todo es solidario, lleno, móvil; pero ahí vimos también que nuestro egoísmo provoca rupturas: egoísmo de tipo benigno cuando componemos y descomponemos la materia para satisfacer las necesidades vitales, pero también egoísmo maligno cuando la inteligencia amenaza romper la cohesión social; o cuando aceptando familia y nación, se cierra en ellas y hace la guerra a otras familias, a otra nación. La humanidad al galope que quería ir a franquear todos los obstáculos, aun la misma muerte, a veces ya no galopa junto a mí, sino contra mí; y se lanza a tantas aventuras destructivas que a ella le toca preguntarse si quiere aún seguir viviendo.[38]

La resultante sí es optimismo. Porque Bergson propone una solución a base de las realidades desbordantes. Su mérito estuvo ahí. Como el mérito de los existencialistas es el de experimentar en toda su crudeza las realidades negativas. Este capital también está repleto de intereses, aunque conviene que esto no se sepa. Porque si la alegría y el gozo tocan un absoluto, también lo tocan la amargura y la angustia. Sólo que hay que saber apurarlas hasta el fondo.

 

Alcance de la crítica

La crítica de la idea de la nada viene a ser el reverso de lo que al principio llamábamos primera mirada de Bergson. Mirada comprensiva que ve una realidad llena y en movimiento. Ésta es, desde luego, una fórmula breve y que pudiera resultar engañosa: hay que entenderla dentro del bergsonismo; en sí misma quisiera ser muy rica y abarcar el bergsonismo entero, las observaciones hechas en este estudio podrán compensar en cierta forma su esquematismo. Bergson no habló propiamente de su mirada primera, espontánea, de tipo comprensivo. Sí habló de realidades complejas y móviles, pero ¿cómo supo que eran complejas y móviles? Lo supo experimentalmente, en cuanto al yo, al contacto con la duración interior. Ahora bien, esta duración interior tenía una tensión determinada, una tensión de cierta magnitud.[39] De ahí el legítimo presentimiento de otras duraciones, con aquella conciencia que vimos a base de color. Con estas duraciones habría también que entrar en contacto, si fuera posible; al menos se plantearía el problema. Tal era la situación antes de L’évolution créatrice.

Sólo que ese entrar en contacto, primero con la propia duración y luego con otras duraciones, se verifica por una intuición. Esta intuición[40] es algo muy complejo y, sobre todo, es el fruto de un largo esfuerzo de experiencia y de reflexión. La primera mirada de la que venimos hablando es previa a todo esto. Es la mirada que tiene un hombre cuando comienza a filosofar; es algo muy distinto de la intuición. Lo “masivo”[41] de cada obra de Bergson se debe en parte a que su intuición correspondió de todo a todo con su mirada original.

Bergson sabe que la intuición es difícil de obtener. Recordemos aquí únicamente que es menester invertir nuestro modo natural de pensar, pues en la vida corriente pensamos en orden a la acción y podemos caer en la tentación, hemos caído en la tentación, de pensar de la misma manera, sea cuando actuamos, sea cuando especulamos.

Éste es un mecanismo[42] ya espontáneo, fatal para la especulación, que da origen a una ilusión: pretender ir de lo inmóvil a lo que se mueve; y así explicamos el yo por una serie de “estados”, o por unos “estados” que se van acomodando en una “forma”, pero que carecen de movimiento de duración. Además, no es ésta una ilusión que viene sola. Aquel mecanismo del que hablábamos origina una segunda ilusión: creer que se puede partir de lo vacío para explicar lo lleno; y así partíamos del desorden para explicar el orden, y pretenderemos explicar el ser a partir de la idea de la nada.

En la práctica de la vida fabricamos los objetos que nos hacen falta, objetos que no existían: de su ausencia, pasamos a producir su presencia y este tránsito de una especie de vacío a una presencia es lo que caracteriza nuestras producciones. Claro que ese vacío no es absoluto, pues necesitamos materiales pre–existentes, pero sabemos bien que el objeto deseado no existe todavía. Sólo que cierto automatismo nos lleva a trasladar al terreno especulativo estos procesos de tipo práctico y, como tales procesos prescinden de la duración auténtica,[43] especulamos sin tener en cuenta esta duración; pensaremos lo que se mueve a base de inmovilidades y lo lleno a base de vacíos: lo inmóvil, el vacío, la ausencia, serán originarios. Así, veíamos la fabricación como el paso de una ausencia a una presencia y, al especular, asimilaremos la creación a la fabricación; es verdad que para ésta necesitábamos materiales pre–existentes, pero como en la creación se trata precisamente de explicar el origen del ser, lo explicaremos como un tránsito de la nada al ser;[44] y si no con formales palabras, al menos inconscientemente damos una prioridad a la idea de la nada: la nada sería de derecho, no necesita explicación; pero si hay un ser, ése sí que necesita explicación. Bergson considera que esta manera de ver conduce a insolubles problemas y, queriendo llegar al fondo, elabora su ingeniosa prueba de que la idea de la nada es una pseudo–idea, contradictoria en sí misma, algo así como la cuadratura del círculo.[45] Dos ilusiones vendrían, por tanto, a disolver esa realidad llena y móvil vista por Bergson: lo lleno se explicaría por lo vacío, lo móvil por lo inmóvil. Su crítica de la idea de la nada tratará de salvaguardar aquella realidad llena y móvil —que es la duración— y librarla de aquellas ilusiones.

Viendo las cosas bajo otro aspecto, ¿qué problema de fondo está tocando Bergson? Supuesto Dios,[46] ¿se fija únicamente en los seres creados?, ¿o el problema que está viendo es el de la “razón suficiente” de todo el Ser (Dios y seres creados)?, ¿o sólo el problema de la razón suficiente de Dios? Entre sus críticos no hay acuerdo sobre este punto, ¿o confunde Bergson los diferentes problemas, y no hace de ellos sino uno solo?

Por lo pronto, no se trata del “origen temporal” de los seres creados. En L’évolution créatrice se suponen dadas la corriente vital y la materia; lo cual no quiere decir que las considere “eternas”, coeternas a Dios: entre líneas se dejaba ver la pregunta, las preguntas, qué era, en el fondo, ese élan; de dónde venía, a dónde iba, por qué tantas aventuras, si se bastaba o no a sí mismo.[47] Tampoco intenta Bergson mostrar que no hay contingentes, como veremos más adelante; toda su filosofía, y en concreto L’évolution créatrice, es un canto a la contingencia; tanto que en momentos parecía ser el canto del cisne. Tampoco intenta probar que no se da la creación; mucho antes de Deux sources la creación es fundamental en el bergsonismo, está muy ligada a la duración y a la libertad; claro que sobre todo se refiere a la creación humana, pero no deja de hablar de la creación divina antes de Deux sources.

El problema que Bergson tiene delante es el de la razón suficiente de Dios, aunque, consiguientemente, y sólo consiguientemente, se trate también del problema de la razón suficiente de todos los seres. En definitiva, dirá Bergson que Dios tiene en sí mismo su propia razón suficiente, pero lo dirá en lenguaje bergsoniano: la duración divina se basta a sí misma; no necesita un apoyo de tipo lógico; ni necesita, para ser explicada, de un triunfo sobre la nada. Dios no es engendrado lógicamente de la nada. Porque si se parte de la idea de la nada para llegar a la de Ser,[48] este Ser será de esencia lógica o matemática, esto es, intemporal, sin movimiento, sin duración. Pero en realidad es de esencia psicológica. Vive.[49]

Explica Bergson que en el fondo de estas concepciones hay un desdén por todo lo que dura: una existencia que dura no sería capaz de explicarse por sí misma, de explicar su triunfo sobre la inexistencia.[50] Una existencia que dura no parece consistente. En cambio, un principio lógico como a = a nos parece que triunfa de toda eternidad. De ahí que se considere al principio de todas las cosas a modo de un axioma lógico o de una definición matemática. Bergson reprocha a estas concepciones que no dejan lugar a la verdadera libertad, que es creación eficaz. Y no da Bergson golpes al aire; cita concretamente dos filosofías, la de Leibniz y, especialmente, la de Spinoza.[51] En ellos piensa ante todo cuando dice que la idea de la nada es el “secreto resorte”[52] del pensamiento filosófico. Ella es la que nos hará dudar de la consistencia de una duración. Y, sin embargo, la duración divina es plenísima. Representarse la nada equivale a pensar que esa duración muy bien hubiera podido no ser,[53] pero esto es un pseudo–problema. En otras palabras, que pudieran parecer paradójicas: quien pretende explicar el Ser a partir de la nada, ignorará el verdadero Ser, ignorará la verdadera creación; y es que desconoció la duración actuante; el movimiento y la actividad, necesitarían explicación y se explicarán por lo inmóvil; por tanto, como Dios se basta a sí mismo, no puede “durar”.

Éste es pues el problema de fondo en la crítica que nos ocupa: la duración divina. Y Bergson la afirma, modestamente, es verdad: “una realidad que se basta a sí misma no es necesariamente una realidad ajena a la duración”.[54] Tal era el objetivo de su crítica, y con este presupuesto hay que leerla. Es verdad que esa conclusión supone la existencia de Dios como una hipótesis: el presentimiento del espectro de colores era sólo presentimiento; y las líneas de hechos de Matière et mémoire, y de L’evolution créatrice no eran para Bergson suficientes. Las expresiones “que Dios viva”, “que Dios dure” se refieren a Él. Pero ¿cómo podemos nosotros llegar a conocerlo? Desde luego no fundándonos en la idea de la nada, primero, porque es impotente; es más, contradictoria; y segundo, porque así sólo se llegaría a un principio de tipo lógico o matemático, no a un Dios vivo. La experiencia mística le resolvería este problema a Bergson.

 

Los argumentos[55] 

Resumiré la crítica que hizo Bergson de la idea de la nada, pero su lectura directa es irreemplazable. Sostiene Bergson que representarse la nada consiste en imaginarla o en concebirla. Pero que tanto la imagen como la idea de la nada son imposibles.

 

La imagen de la nada es imposible[56]

Si trato de suprimir imaginariamente los objetos exteriores, queda al menos presente mi conciencia propia que imagina la supresión; y si intento suprimir esta conciencia, se enciende otra conciencia, un momento antes, para asistir a la desaparición de la primera; ésta pasa a ser un objeto exterior para la conciencia nueva. De modo que mi imaginación se representa siempre algo, sea exterior, sea interior. Podré imaginar una nada de lo exterior, o una nada de lo interior, por separado, pero no las dos a la vez. En este vaivén hay un punto intermedio en el que nos hacemos la ilusión de imaginar la nada de todo, pero en realidad en ese punto se ven tanto lo interior como lo exterior, más un salto perpetuo entre ambos, más la negativa de detenerse en uno de ellos. La idea de la nada es imposible.

 

Primer argumento[57]

Atendamos al proceso por el cual se forma la idea de la nada. Como cada cosa se puede suponer abolida, vamos aboliendo una a una; y la nada no sería sino el límite de tal operación. Pero si la abolición es una operación cuyo mecanismo implica que se efectúe forzosamente sobre una parte del todo, y no sobre el todo mismo, el paso al límite será tan absurdo como la cuadratura del círculo. En efecto:

  • Suprimamos objetos. Ahí donde estaba uno, “ya no hay nada”. Nada de ese objeto, pero hay otro en su lugar; no deja un vacío de sí mismo. El lugar desocupado o “vacío” que pienso es una ausencia; sólo que no hay ausencia sino para un ser capaz de recordar y de echar algo de menos, que expresa su decepción diciendo que ya no hay nada; pero esto es una coloración afectiva del pensamiento. Un ser sin esta carga afectiva, sin memoria ni previsión, percibiría sólo la presencia de algo, nunca hablaría de ausencias. Hay la sustitución de una cosa por otra; pero hay preferencia de la primera. La idea de la nada parcial no es sino la interferencia entre este sentimiento de preferencia y aquella idea de sustitución.
  • Suprimamos estados de conciencia. Percibimos, evidentemente, fenómenos que se producen, y no fenómenos que no se producen. Una inteligencia sin deseo, sin carga afectiva de ninguna especie, no concebiría ninguna ausencia ni vacío. La concepción del vacío nace cuando se presenta un estado nuevo, mientras la conciencia queda ligada al recuerdo de un estado anterior. Se compara entonces algo lleno, presente (el estado actual), con otro lleno que desapareció (el estado anterior). Así, la representación del vacío se resuelve en dos elementos positivos: la idea, distinta o confusa, de una sustitución, y el sentimiento, experimentado o imaginado, de un deseo, de una decepción, de un echar de menos.

En resumen, suprimir una cosa consiste en reemplazarla por otra.[58] La supresión de todo implica verdadera contradicción, pues tal operación destruiría la condición que le permite efectuarse.

 

Segundo argumento[59]

Se dirá que no hay que pensar en desaparición y abolición, pues éstas son operaciones físicas. Habría más bien que pensar el objeto “existente”, y luego borrar intelectualmente esa existencia, para pensarlo “inexistente”. Veamos lo que sucede.

Entre pensar un objeto y pensarlo existente, no hay ninguna diferencia. Lo hizo notar Kant en su crítica al argumento ontológico. La idea del objeto A inexistente no consiste en retirarle la existencia —pues la representación de la existencia del objeto es inseparable de la representación del objeto— sino en añadir algo: se añade la idea de una exclusión de este objeto por la realidad actual en general que lo suplanta; pero explícitamente no nos ocupamos de ésta, pues sólo nos interesa la exclusión de A. De modo que el acto por el cual se declara un objeto irreal establece la existencia de lo real en general; declara, es verdad, que la existencia atribuida al objeto es una existencia ideal, la de un simple posible; pero la idealidad de un objeto, o mera posibilidad, no tiene sentido sino en relación con una realidad que envía a la región del simple posible ese sujeto incompatible con ella. Por extraño que pueda parecer, hay más y no menos en la idea de un objeto concebido como no existiendo, que en la idea del mismo objeto concebido como existiendo; porque aquélla es la idea del objeto existiendo más la representación de una exclusión de este objeto por la realidad actual considerada en bloque.

 

Tercer argumento[60]

Se dirá que basta un “no” para pensar el objeto inexistente; y que pensemos algo o no lo pensemos, el “no” basta para obtener la idea de la nada. Si afirmamos sucesivamente las diversas cosas, llegamos a la idea de Todo; de la misma manera, negando una a una las cosas, negando el mismo Todo, llegaríamos a la idea de la nada.

Pues bien, todas las dificultades y todos los errores vienen de este pretendido poder de la negación, pues consideramos que negación y afirmación son simétricas. Pero no lo son. La afirmación expresa lo que yo experimento; se refiere directamente a las cosas: “esta mesa es negra”, y puede llegar a constituir una idea; es un acto de la inteligencia pura. En cambio, cuando profiero un juicio negativo, por ejemplo, “esta mesa no es blanca”, evidentemente no he experimentado la “ausencia de blanco”; no me refiero por tanto a una cosa, sino a un juicio posible (afirmativo), que trato de apartar. Esto es, el juicio negativo afirma algo no de una cosa sino de una afirmación; y por tanto no llega a constituir ninguna idea, pues se trata de un juicio sobre otro juicio, no sobre una cosa. Ni es tampoco la negación obra de la inteligencia pura: además del objeto hay una persona —otro, o yo mismo— a quien trato de prevenir de un error; la negación mira a alguien, no sólo a algo, hay un comienzo de sociedad; la negación tiene entonces un carácter pedagógico y social.

Pero hay algo más: la afirmación es un acto completo del espíritu; en cambio la negación no es sino la mitad de un acto intelectual. Si te digo que la mesa no es blanca, te prevengo de un error y esta advertencia implica una sustitución; sólo que yo no digo cuál debe ser el juicio afirmativo que debe sustituir el primer juicio que intentabas afirmar; lo dejo indeterminado, o porque no interesa de momento o porque no lo sé. Cada vez que pego un “no” a una afirmación, cada vez que niego, realizo dos actos bien determinados: primero, me intereso en lo que afirma otro, o en lo que iba a decir, o a lo que hubiera podido decir, y lo prevengo. Segundo, anuncio que una segunda afirmación —cuyo contenido no especifico— deberá venir a sustituir a la otra. El carácter especial de la negación proviene de la superposición del primero al segundo; constata una sustitución, pero se ocupa sólo de lo reemplazado, no del reemplazante. Sólo que, para seguir viendo al reemplazado, hay que volver la espalda a la realidad, que fluye del pasado al presente. Como un viajero que viera para atrás y no quisiera conocer a cada instante sino el punto en que acaba de estar, que no determinaría jamás su posición actual sino en relación con la que acaba de dejar, y nunca en función de sí misma.

Consideremos un juicio de existencia, no meramente atributivo. “El objeto A no existe”. Por el sólo hecho de pensar el objeto A le atribuyo una especie de existencia, aunque sea la de un simple posible, esto es, la de una pura idea. Por tanto, en el juicio “el objeto A no es” se supone una afirmación previa del tipo “el objeto A fue”, o “será” o más generalmente “existe al menos como simple posible”. Y cuando digo que “no es”, quiero decir que, si se va más adelante, si se erige el objeto posible en objeto real, se equivoca uno, y que el posible de que hablo queda excluido de la realidad actual como incompatible con ella. Los juicios que establecen la no existencia de una cosa son juicios que expresan el contraste entre lo posible y lo actual, esto es, entre dos especies de existencias, una pensada y otra constatada. En lugar de ese posible hay otra realidad; pero por hipótesis nos interesamos sólo por el posible indicado, y no nos importa la otra realidad.

En el plano de la lógica formal, afirmar y negar son simétricos. “El suelo está húmedo”, “el suelo no está húmedo”. En ambos casos habría un fin social: propagar la verdad en el primero, prevenir un error en el segundo. Pero esta simetría es aparente y superficial. Supongamos abolido el lenguaje, disuelta la sociedad, atrofiada en el hombre toda iniciativa intelectual, toda facultad de juzgarse a sí mismo: la humedad del suelo no dejará de subsistir, capaz de registrarse en la sensación, y de enviar una representación vaga a la inteligencia. La inteligencia afirmará todavía, en términos implícitos. Esto es, ni los conceptos distintos, ni las palabras, ni el deseo de propagar la verdad, ni el de mejorarse y juzgarse pertenecían a la esencia de la afirmación. Esa inteligencia pasiva no tendría ninguna gana de negar. Se objetará que también lo seco puede venir a registrarse. Sí, sólo que las proposiciones “el suelo está húmedo” y “el suelo está seco”, tienen contenidos muy diferentes. La segunda implica que se han experimentado las sensaciones específicas de lo seco; en tanto la primera no lo exige y aun podría ser formulada por un pez inteligente que no hubiera percibido nunca sino lo húmedo; se supone que este pez tendría que elevarse hasta la distinción de lo real y de lo posible, y que procurase querer prevenir el error de sus congéneres.

En resumen, para un espíritu que siguiera pura y simplemente el hilo de la experiencia, no habría vacío, ni nada, aun relativa o parcial, ni negación posible. Tal espíritu vería hechos que suceden a hechos, estados a estados, cosas a cosas; viviría en lo actual; y si fuera capaz de juzgar, no afirmaría sino la existencia del presente. Demos memoria a este espíritu, pero ante todo el deseo de entretenerse en el pasado; démosle la facultad de disociar y distinguir. Entonces se verá en el cambio la realidad de un contraste entre lo que fue y lo que es; se elevará a la representación de lo posible en general; volverá la espalda al presente para fijarse en el pasado, y hablará de una desaparición. De modo que la idea de abolición no es una pura idea; implica que se echa de menos el pasado. De la abolición a la negación no queda sino otro paso. Basta representarse ese contraste de lo que es, no sólo con lo que fue, sino también con todo lo que hubiera podido ser.

Así es como la negación presenta un carácter asimétrico al de la afirmación. Y es que la forma negativa aprovecha la afirmación que se encuentra en el fondo de ella; el fantasma se objetiva, y se forma la idea de vacío o nada parcial: el objeto se ve reemplazado ya no por una cosa, sino por el vacío que deja, esto es, por la negación misma. Y como esta operación se realiza sobre cualquier cosa, la suponemos alguna vez efectuada sobre todas las cosas en bloque, y obtenemos así la idea de la nada absoluta. Pero analizando esta idea de nada encontramos que no es sino la idea de Todo más un movimiento del espíritu que salta indefinidamente de una cosa a otra, que se rehúsa a mantenerse quieto, y que concentra su atención sobre esta negativa, no determinando jamás su posición actual sino por relación con la que acaba de dejar. Se trata pues de una representación eminentemente comprensiva y llena.[61]

 

La idea de la nada y la creación

Vimos que Bergson criticaba especialmente las concepciones de Leibniz, pero sobre todo las de Spinoza. ¿Alcanza también a otras filosofías? De hecho, critica el mismo error fundamental —desconocer la verdadera duración— a muchos otros filósofos, en otros pasajes, pero especialmente en el capítulo cuarto de L’évolution créatrice hace la crítica de la idea de la nada expuesta por los monistas, los paralelistas, Kant, Spencer, por no hablar de los filósofos griegos, especialmente Aristóteles.

Albert Thibaudet hace notar que Bergson hizo un bloque demasiado artificial con toda la filosofía anterior, y que no conoció las adquisiciones de la filosofía perenne. Acepta la conclusión de Bergson de que partiendo de la nada no se llega al ser, pero le reprocha esa generalización sobre los filósofos anteriores, que antes de Bergson, y antes de Kant, ya veían claro. Ya según Aristóteles, el filósofo le pregunta primero al universo por qué existe, pero termina por caer en la cuenta que sería vano preguntarle sobre la posibilidad de su no existencia. De manera que no habría que generalizar y decir que todos esos filósofos partieron de la nada para llegar al ser. Thibaudet considera justo el reproche de Bergson únicamente —y quizá— con respecto a Wolff; pero de ninguna manera sería justo con respecto a Fichte, Schelling, Hegel y Schopenhauer; y es que ningún gran filósofo se ha contentado con una existencia puramente lógica; tanto que más bien reprochan a las filosofías anteriores el haberse contentado con ella.[62]

André Bremond, por su parte, considera injusto el reproche de Bergson con respecto a Platón y Aristóteles en particular: Platón y Aristóteles buscaron las causas del ser, pero no postularon el primado del no ser. Al contrario: se busca la causa del ser imperfecto, “no porque es, sino porque no se basta”.[63]

Podríamos preguntarnos si la crítica bergsoniana va dirigida también contra la escolástica que usa la expresión creatio ex nihilo. Por lo pronto, que es el punto más importante, ¿la escolástica desconoce la vida divina?, ¿niega la escolástica la “duración” de Dios, entendida en el sentido de una plenitud de vida (que es el sentido bergsoniano)? El Dios de la escolástica ¿es, sin más, el Motor immovilis de Aristóteles? Es verdad que la escolástica tiene un problema difícil, pero no por eso insoluto, en conciliar la vida divina con la inmutabilidad. Dios es inmutable en cuanto no pasa de la potencia al acto; pero vive, “dura”. Me parece que Bergson, en el fondo, aunque en otro lenguaje, si se quiere sólo insinuado, pero en un plano superior, coincide con esa visión fundamental escolástica. El Dios de Bergson vive, es actividad. Y si bien no expresó la problemática en términos de acto y potencia, sí veía que la diferencia era infinita, entre Dios y las cosas, precisamente en el orden de esa actividad o duración.

Por lo demás, ¿esa explicación escolástica da la prioridad a la nada sobre el Ser?, ¿ve en Dios un triunfo sobre la nada? Es verdad que se usa la expresión creatio ex nihilo, pero esta expresión no se aplica al caso de Dios; la escolástica no dice que Dios fuera creado ex nihilo, ni que hubiera aparecido ex nihilo. En este punto, que es el más importante (recordemos el problema de fondo que supone la crítica bergsoniana), hay más bien acuerdo fundamental.

Tampoco habría que establecer una diferencia en cuanto a la concepción de un mundo eterno o de un principio temporal del mundo; aquí ni Bergson se definió ni la escolástica considera haber definido el punto.[64] Ni tampoco en la necesidad de una experiencia. Bergson parte de una experiencia. Y también la escolástica, que en este problema considera más que nunca necesaria esa experiencia, pues a priori, sólo por el concepto de Dios sabe ella muy bien que no llegaría sino a un principio lógico.

Donde pudiera haber divergencia sería en el problema de la creación de los seres, en el que la escolástica aplica la fórmula creatio ex nihilo. Y también en el problema del dinamismo espiritual capaz de llegar a la existencia de Dios a partir de los contingentes.

Se impone primero una cuidadosa distinción. La escolástica sigue este camino: primero, de los seres contingentes llega a la existencia de Dios. Queda establecida una relación de dependencia. Segundo, una vez probada la existencia de Dios, en un segundo paso, prueba que Dios crea los seres contingentes. La relación de dependencia se afina en una relación de creatura.

Pues bien, en cuanto al segundo paso, me parece que no hay diferencia fundamental en las dos concepciones, bien que se trate de perspectivas muy diferentes. Y es que Bergson no definiría la creación como una productio rei ex nihilo sui et subiecti,[65] sino como una aparición de novedad. Él rehusará la referencia a la nada, pues le parece un espejismo. Por diferentes que puedan parecer las expresiones, digo que no hay diferencia fundamental, pues la escolástica no pretende con esa fórmula señalar la nada como una especie de materia prima, ni de principio lógico anterior, ni de tapete sobre el cual se vienen a extender los seres, ni como una suerte de espacio eternamente anterior; pretende indicar la aparición de una novedad, sobre todo la usa como símbolo para indicar la relación absoluta de dependencia de la creatura con respecto a Dios. Quizás Bergson no hubiera tenido mayor dificultad con esa fórmula, con tal que no se la hiciera salir de su función de símbolo; pero probablemente este simbolismo le habría parecido muy arbitrario.[66]

 

La nada y los contingentes

Queda por ver el asunto del primer paso, y en primer lugar si Bergson niega los contingentes. Su crítica quiere establecer que la nada absoluta es impensable; y que la nada relativa también, como un vacío absoluto que dejara de sí mismo este ser concreto, y con mayor razón la totalidad del universo.[67] 

Ahora bien, esto no es negar los contingentes ni mucho menos establecer la “necesidad” de los contingentes. Porque la nada relativa es impensable como el vacío absoluto que G dejara de sí mismo, pero ¿la desaparición de G, como sustitución? Esto sí es pensable. Y esto lo acepta Bergson; es más, ahí reside el fundamento de su argumentación. Este G puede ser “sustituido”, en el sentido de que abolido él, queda lo demás, queda la realidad en general u otra particular que lo sustituye. Ahora bien, a mí me importa mucho este G, que soy yo, o tú, o él… Lo que niega Bergson es que abolido G, sustituido por otro, quede una “nada” o un vacío o un hueco en la realidad. Esto basta y sobra para que G sea realmente contingente.

Se podrá objetar que sí, que eso es verdad, pero que al menos el conjunto de los contingentes, esa realidad en general, se concibe como necesario, porque siempre que un G cualquiera queda abolido, hay otro en su lugar, de modo que Bergson supone que siempre tiene que haber contingentes; y si bien cada G es un verdadero contingente, eso no impide otorgar la necesidad a la realidad en general. Y esto significa que se niega la contingencia, pues se otorga a los seres finitos una necesidad divina.

Es verdad que una abolición de todos los contingentes es inconcebible en el bergsonismo. Pero no en virtud de un principio lógico necesitante, sino en virtud de que habíamos partido de lo real, de la experiencia. Por un lado, me basta que este G pueda desaparecer para que tenga yo mis contingentes verdaderos, así sean sustituidos por otros. Entonces, ¿forzosamente habrá contingentes? Sí, en el supuesto en el que estamos, si no abandonamos de pronto nuestro estado de la cuestión. Partimos de una experiencia, y de una experiencia llena; hemos partido de duraciones.

Notemos que, para establecer la idea de creación, forzosamente se supone un contingente que la establezca; y que esto no quiere decir que se dé necesidad metafísica al contingente, se trata sólo de una condición; porque al establecer la idea de creación, hace falta una creatura, pues si no hubiera creatura, no habría nadie preocupado por establecer nada. Indudablemente Bergson no llega a la idea de creación por un raciocinio, sino por vía experimental, como vimos en la creación humana.[68]

Se dirá que no se trata ahora de la creación, sino del paso anterior, esto es, del paso del contingente para llegar a la existencia de Dios.[69] Tal frase no haría sino confirmar lo dicho. Porque si se quiere llegar a Dios a partir del contingente, habrá que suponer forzosamente la presencia al menos de un contingente. Y de hecho procede así la prueba escolástica: se supone una experiencia del contingente, experiencia externa o interna, o ambas a la vez; al menos la contingencia del hombre que está tratando de probar la existencia de Dios, al menos la contingencia de sus actos de conciencia. De modo que la escolástica tampoco se apoya propiamente en la idea de la nada; parte de la experiencia de un contingente, como forzosa condición —lo cual, como hemos visto,
no da al contingente ninguna necesidad metafísica— de modo que
si no tuviera esa experiencia, recaería quizá en una forma del argumento ontológico, posibilidad que justamente rehúsa.[70]

En resumen, consideramos que la crítica de Bergson, lejos de negar la contingencia y lejos de atribuirle la necesidad, viene a concordar, en el punto de partida —experiencia dentro de una realidad finita— con la escolástica, si bien sus caminos serán divergentes.

Queda por ver el movimiento que nos lleva, a partir de la experiencia vivencial de los contingentes, a buscar la explicación satisfactoria de su existencia y a encontrarla en la existencia de un ser absolutamente necesario. La escolástica no usa aquí la expresión creatio ex nihilo; la usa en el segundo paso, de Dios a las criaturas, cuando determina la relación de dependencia en relación de creación, pero no en el primer paso, cuando partiendo de un ser limitado (no de la nada), llega a la existencia de Dios. Es claro además que no se trata de una experiencia en el sentido más preciso, y de sólo una experiencia: hay experiencia y reflexión.

Pues bien, este argumento no le gustaba a Bergson.[71] Y no le gustaba porque según él quien argumentaba en esa forma había partido con un presupuesto equivocado, se había fijado no en la realidad más auténtica de ese contingente, sino sólo en “condensaciones” o “estados” de ese contingente: había notado dos estados diversos A y B del contingente, estados que no eran iguales, y en esto era en lo que hacía hincapié, pero dejaba escapar el movimiento del contingente; es más, lo consideraba como una debilidad del contingente y, por tanto, buscaba fundar, explicar, encontrar la razón suficiente de por qué se daba esa debilidad. ¿A dónde llegaría este argumento? Llegará, sí, a un Principio, pero a un Principio que no tendrá esa debilidad, esto es, llegará a un Principio que no dura; a un Principio cuya inmutabilidad podrá explicar y fundar la movilidad del contingente, movilidad que aparece como una degradación (no emanatista desde luego, Bergson no diría esto del argumento) o una debilitación del modo de ser del Primer Principio. Ahora bien, todas las consideraciones filosóficas le habían mostrado a Bergson que lo más consistente de la realidad era la duración: un movimiento, una actividad, pero un movimiento sustancial, recordemos, un movimiento pleno y simple a la vez; la duración no era una debilidad ni una caída. La finitud de la duración se manifestará no porque sea duración, sino porque es una duración de una determinada magnitud de tensión; de modo que Bergson no niega los contingentes en cuanto tales, lo que niega es un contingente hecho “cosa” del cual no se podría llegar sino a un Principio “cosa”. Eso es lo que negaría Bergson, lo que no le gustaría del argumento.

En cuanto al principio de razón suficiente, ya hemos indicado que si bien no escribió ningún tratado sobre los primeros principios, sí los usó; y los usó mucho. Citamos dos ejemplos relacionados con nuestro tema. Usa el principio de no contradicción cuando prueba que la idea de la nada es contradictoria y usa, sobre todo, el principio de razón suficiente para llegar a la existencia y naturaleza de Dios: el profundo acuerdo de los místicos encuentra su razón suficiente en la existencia real de Dios.[72]

Subrayé en un párrafo anterior el según él. ¿Parte la escolástica verdaderamente de esos presupuestos? Y hacemos la pregunta porque algunos escolásticos hicieron una réplica tan fuerte que dejaron para siempre la idea de que Bergson había tocado los argumentos escolásticos. ¿Eran realmente los argumentos de la escolástica los que Bergson criticó? Quizá fue una falsificación de la escolástica.[73] Se dirá entonces que debía haberlos estudiado mejor; y sí, es verdad, pero lamentablemente algunos de sus críticos escolásticos, en especial Tonquédec y Maritain, por no hablar de Lemaitre y de otros, pudieron darle una falsa idea de lo que era la escolástica. No que ellos no fueran escolásticos, pero leyeron la obra de Bergson como si la hubiera escrito un escolástico, sin notar la enorme diferencia de terminologías. Y navegando con la bandera de la escolástica entablaron terrible batalla. Es verdad que con el tiempo se aminoró un tanto la impaciencia dialéctica de Maritain y Tonquédec, pero no del todo.[74]

Volviendo a la escolástica, en ella, ¿se piensa así el argumento?, ¿considera el contingente como dos “estados–cosa” unidos por una realidad de segundo orden que sería el movimiento, y llega a Dios, por ese argumento, como a una “cosa”, esto es, intenta identificar en él cuanto en las creaturas fuesen “estados”, por simple supresión del “movimiento” (vida o acto, diría la escolástica)? Cuando la escolástica define la vida como una perfección por la cual el ser que se dice vivo es capaz de moverse a sí mismo, esto es, capaz de una operación inmanente, ve en esta operación un perfeccionamiento de la creatura. En Dios purificará esta noción y concebirá a Dios inmutable, sin movimiento, porque la escolástica entiende por movimiento el paso de la potencia al acto; y en Dios no podría darse este paso, pues se supondría una composición en Dios. Y sin embargo nada obsta para que diga que Dios vive, para que diga que Dios es acto puro.

Es más, el acto vital es perfectivo y, sin embargo, la concepción escolástica afirma la vida en Dios, pero al mismo tiempo dice que es absolutamente perfecto y, por tanto, que no se perfecciona, de nuevo en el sentido de que no pasa de la potencia al acto. Y usará en un sentido amplio esa auto–perfección característica de la vida cuando la aplica a Dios, para decir que posee en forma eminente cuanto las creaturas pudiesen alcanzar por el cambio. Ahora bien, el sentido del “movimiento” —tránsito de la potencia al acto— no es el sentido bergsoniano de movimiento. Aquí se trata de terminologías diversas. Y fue lo que no vieron muchos de sus críticos, entendieron el movimiento bergsoniano con contenido escolástico, sumamente precisivo.

Y si Bergson veía en el “movimiento” de la escolástica el mismo sentido (más comprensivo) que él mismo le daba, es natural que no pudiera aceptar sus argumentos; pues al suprimir el movimiento en Dios se suprimía en él esa vida incesante que ya lo caracteriza en L’évolution créatrice.

Entonces, lo que la escolástica considera una debilidad no es la vida misma sino la finitud de la vida; también en la escolástica gustan los vivientes, ávidamente, “la copa de la vida”.[75] Como lo que parece a Bergson la realidad más consistente no es el motus metaphysicus de la escolástica, sino un movimiento sustancial, este “movimiento” bergsoniano se asemeja mucho, quizá se identifica, al menos en ciertos órdenes, al “acto” de la escolástica. No los identifico, indico simplemente una semejanza o, aun, una identificación, pero no en todos los órdenes; entre otras cosas, porque la concepción escolástica del acto y de la potencia es una teoría ya muy elaborada y Bergson no podría suscribirla en todos los pormenores. Pero si atendemos al contenido originario del acto escolástico, que es el de operación, se podrían disipar muchos malentendidos.

No es mi propósito comparar el bergsonismo con otras filosofías, ni en su conjunto, ni mucho menos en todos los aspectos en que pudieran compararse, no es el objeto de esta tesis, me he alargado mucho en ello sólo con el propósito de precisar mejor las posiciones bergsonianas. La originalidad fundamental de Bergson fue la de haber trabajado sobre la duración como un movimiento sustancial y de ver en ella la realidad más consistente. Pero no quiso hacer una escuela, ni dejar un “sistema” filosófico, irreductible a otros. El que es verdadero bergsoniano, como dijimos, no es el que repite sin más el Magister dixit, el que defiende a todo trance las “tesis” del maestro. Se trata más bien del espíritu filosófico. Se trata del método de experiencia y reflexión, de la experiencia integral. Para ello es necesario “instalarse en la duración” porque de otro modo se trabajaría sólo con vistas parciales de la realidad. Estas vistas parciales son las que producen escuelas filosóficas irreductibles. Y si se llegara a ejercitar una mirada totalizante no habría desacuerdos, dice Bergson. Ya no habría escuelas filosóficas sino la filosofía. Y la filosofía sería una obra de conjunto.

¿Pero es ésta una función exclusiva del bergsonismo? En realidad, todas las escuelas filosóficas se han interesado por la filosofía. El ideal pregonado por Bergson de una sola y auténtica filosofía, una obra de conjunto que avanza y se perfecciona por la participación de todos los filósofos, ¿no es una realidad? Es cierto que “nuestra duración”, sumamente dividida, no podrá quizá percibir sino los “estallidos divergentes” de un solo y mismo obús, no podrá ver sino un inmenso desorden de opiniones en las diferentes escuelas filosóficas; quizá nuestra duración no esté tan concentrada para ver una “armada al galope que galopa junto a mí”, sino que sólo la veo que galopa contra mí. Pero tal vez a un dios que viera todo desde lo alto —para usar otra frase de Bergson—,[76] le parecería todo esto muy simple; tan simple, “como la confianza de las flores que se abren en la primavera”.

 

Bibliografía

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[1].     Régis Jolivet relaciona a Bergson con Parménides, pero dice que en el fondo lo que Bergson hace es la apología de Heráclito. Régis Jolivet, “À la recherche de Dieu. Notes critiques sur la théodicée de M. Edouard Le Roy” en Archives de philosophie, Editions Beauchesne, París, Vol. VIII, cuaderno 2, 1931, pp. 1–87, pp. 79–80. Ver especialmente el apéndice 1 La critique bergsonienne de l’idée de néant, pp. 74–83.

[2].    Οὐ γὰρ μή ποτε τοῦτο δαμῇ, φησίν, εἶναι μὴ ἐόντα ἀλλὰ σὺ τῆσδ᾽ ἀφ᾽ ὁδοῦ διζήμενος εἷργε νόημα. Platón, Le Sophiste, Les Belles Lettres, París, 1925, 237 a.

[3].    Ὁ ἄρα μὴ ὂν δοξάζων οὐδὲν δοξάζει. Platón, Théétète, Les Belles Lettres, París, 1924, 189 a.

[4].    Platón, Le Sophiste…, 237 e.

[5].    ἄφθεγκτόν τε αὐτὸ καὶ ἂρρητον καὶ ἂλογου. Ibidem, 238 e.

[6].    ‘Οπόταν τ ὸ μὴ ὂν λέγωμεν, ὡς ἔοιχεν, οὐκ ἐυαντίον τι λέγομεν τοῦ ὄντος ἀλλ’ ἕτερον μόνον. Ibidem, 257 b.

[7].    ὥστε τὸ ὂν ἀναμϕισβητήτως αὗ μυρίσ ἐπὶ μυρίοις οὐκ εστι. Ibidem, 259 b.

[8].    ‘Ημεῖσ γὰο περὶ μὲν ἐναντίου τινὸς αὐτῷ χαίρειν πάλαι λέγομεν, εἴτ ἔοτιν εἴτε υή, λόγον ἔχον ἢ και παντάπασιν ἄλογον. Ibidem, 258 e.

[9].    Nicolás Malebranche. “Entretiens avec un philosophe chinois” en Nicolás Malebranche, Oeuvres complètes, Vrin, París, 1958, pp. 4, 5, 9. Ver también Nicolás Malebrance, Recherche de la verité, Vol. II, Vrin, París, 1946, p. 56.

[10].    “Ma main n’est pas ma tête, ma chaise, ma chambre… Elle renferme pour ainsi dire, une infinité de néants, le néant de tout ce qu’elle n’est point”. Ibidem, p. 4.

[11].    Nicolás Malebranche, “Entretiens sur la métaphysique et sur la religión” en Oeuvres complètes, Vrin, París, 1965, Entretien I, pp. 38–40.

[12].    Parece que también se simplifica con el “optimismo” de Leibniz. Jean Guitton dice que el universo de Leibniz es más bien un universo de drama y angustia. Jean Guitton, Génie de Pascal, Aubier, París, 1962, p. 111.

[13].    Cfr. Jacques Chevalier, Entretiens avec Bergson, Plon, París, 1959, p. 103.

[14].    Henri Bergson, “L’évolution créatrice” en Henri Bergson, Oeuvres complètes, Presses Universitaires de France, París, 1963, p. 8. En adelante, esta obra se cita como oc.

[15].    Henri Bergson, “Le rire” en oc, pp. 152–153.

[16].    Emile Rideau, “Actualité de Bergson” en revista Études religieuses, historiques et littéraires, par des pères de la Compagnie de Jésus, París, No. 327, 1967, p. 641.

[17].    “Ma quale effetto ha il nulla? Esso genera la angoscia”. Søren Kierkegaard, Il concetto della angoscia, Sansoni, Florencia, 1953, p. 50.

[18].    Ibidem, pp. 50–55.

[19].    Ibidem, p. 75.

[20].   Ibidem, p. 90.

[21].    “Warum ist überhaupt Seiendes und nicht vielmehr Nichts? Das ist die Frage? Martin Heidegger, Einführung in die Metaphysik, Niemeyer, Tubinga, 1953, p. 1.

[22].   “Das Nichts ist ursprünglichen als das Nicht und die Verneinung”. Martin Heidegger, Was ist Metaphysick, Klostermann, Fráncfort, 1960, p. 28.

[23].   “Das Nitchs ist die vollständige Verneinung der Alleheit des Seienden”. Ibidem, p. 29.

[24].   “Die rätselhafte Mehrdeutigkeit des Nichts”. Ibidem, p. 46.

[25].   “Das Nichts als das Andere zum Seienden ist der Schleier des Seins”. Ibidem, p. 51.

[26].   “Die Angst offenbart das Nichts”. Ibidem, p. 32.

[27].   “Im Gewande des Nichts”. Johannes Baptist Lotz, Sein und Existenz, Herder, Friburgo, 1965, p. 191. Para un buen estudio del epílogo de Was ist Metaphysik y su relación con Sein und Zeit, ver las pp. 190–197 de esta obra.

[28]    Jean Paul Sartre, L’être et le néant, Gallimard, París, 1943, p. 22.

[29].   Ibidem, p. 27.

[30].   Ibidem, pp. 51–52.

[31].    Jean Paul Sartre, La nausée, Gallimard, París, 1951, p. 164.

[32].   Jean Wahl, Essai sur le néant d’un problème, París, Deucalion, 1946. Ver también Jean Wahl, Sur l’introduction à L’être et le néant, París, Deucalion, 1950.

[33].   Jean Wahl, Essai sur…, p. 54.

[34].   Ibidem, p. 64. Ver también Jean Paul Sartre, L’être…, p. 65.

[35].   Jean Paul Sartre, L’être…, p. 12.

[36].   Joseph de Finance, “La négation de la puissance chez Sartre” en Sapientia Aquinatis, Congressum Thomisticum Internationale, Officium libri catholici, Roma, 1955, pp. 473–481.

[37].   Joseph de Finance, Connaissance de l’être, Desclée, París–Brujas, 1966, p. 92.

[38].   Henri Bergson, “Les deux sources de la morale et de la religión” en oc, pp. 979–1247.

[39].   Véase el capítulo sexto, el punto “Una conciencia a base de color” en Jorge Manzano, “Duraciones de tensión diferente”, Xipe totek, Revista del Departamento de Filosofía y Humanidades, iteso, Tlaquepaque, Jal., núm. 101, enero–mayo, 2017, pp. 12–20.

[40].   Véase el capítulo cuarto, el punto “Características del método intuitivo en Bergson” en Jorge Manzano, “El método intuitivo”, Xipe totek, Revista del Departamento de Filosofía y Humanidades, iteso, Tlaquepaque, Jal., núm. 99, julio–septiembre, 2016, pp. 201–212.

[41].    Cfr. Jacques Chevalier, Entretiens…, p. 120. Bergson le decía a Chevalier que sus libros eran de tipo “masivo”, porque los diversos elementos eran inseparables entre sí.

[42].   Henri Bergson, “L’évolution créatrice” en oc, pp. 487–809.

[43].   Ibidem, p. 273.

[44].   Acerca de la tendencia del entendimiento a reificar las abstracciones y a pensar los seres de razón del mismo modo que los seres reales, véase Joseph de Finance, Connaissance…, p. 38. Esta tendencia puede llegar a graciosos extremos, como en el Poema de Nihilo de Ioannis Passeratii (publicado en Martini Schoockii, Tractatus philosophicus de nihilo, Typis viduae Edzardi Agricolae, Groninga, 1961, pp. 125–127): “Ecce autem… invenit mea Musa Nihil: ne despice munus: Nam Nihil est gemmis, Nihil est pretiosius auro… Nihil irriguo formosius horto, floridius pratis, Zephyri clementius aura… Nihil altius astris…”. Fredegisus en su “Epistola de Nihilo et tenebris” (publicada en Jacques Paul Migne, Patrologiae Latina Cursus Completus, t. cv, Bibliotheca cleri universe, Petit–Montrouge, 1851, pp. 751–756), un documento antiguo muy curioso, se propone probar la realidad de la nada y de las tinieblas. El autor sostiene que, así como todo nombre finito significa algo (hombre, piedra…), también “la nada” se refiere a lo que significa: “Igitur nihil ad id quod significat refertur”, p. 752. Entonces la nada no sólo es algo, sino algo grande: “non solum aliquid… sed etiam magnum quiddam”, p. 753. Su argumentación nos parece ahora demasiado ingenua, como si diera a los nombres, o conceptos, una fuerza especial para “realizar” sus contenidos. Y es que todavía no se había disociado pensar y ser. Todavía faltaban dos siglos para que san Anselmo elaborara el argumento ontológico. En todo caso, añade Fredegisus, el asunto es difícil: si no podemos comprender del todo los elementos, menos comprenderemos la nada, de donde aquéllos se originaron, p. 753. Y así no se explicita qué es lo que la nada significa.

[45].   En los mismos términos se expresa Carl Gustav Carus: “[es] ist vonselbst klar, dass ein Nichts, selbst als ein Positives und als ein andere Positive Begrenzendes gedacht, notwendig ein Unding sein müsse und so wenig existieren kann als ein viereckiger Kreis”. Citado en Vladimir Jankélévitch, Henri Bergson, Presses Universitaires de France, París, 1959, p. 210.

[46].   Bergson publicó esta crítica de la idea de la nada en noviembre de 1906 en la Revue philosophique, pero la incorporó a L’évolution créatrice en 1907. En esta época, que se extenderá hasta 1932, Bergson no elaboró ninguna teodicea. Es verdad que ya ciertas líneas de hechos, como lo hemos advertido, se habían dibujado; pero en todo caso se puede considerar que habla de Dios sólo hipotéticamente: si
la filosofía llega a la existencia de Dios, tendrá que ver que Dios dura. Pero no es una hipótesis pura, a causa de la nitidez con que esas líneas de hechos se dibujaban.

[47].   Henri Bergson, “Les deux sources…”, p. 264.

[48].   Henri Bergson, “L’évolution…”, p. 298. Ver también Henri Bergson, “Introductions à La pensée et le mouvant” en oc, pp. 48, 50.

[49].   Idem. Bergson usa aquí la palabra Ser (Être). Se ve, por el contexto, que está pensando en Dios. Probablemente usa la palabra Ser porque no admite que por este procedimiento se llegue a un Dios verdadero. Ver Ibidem, pp. 47–48, 66.

[50].   Henri Bergson. “L’évolution…”, p. 276.

[51].    Ibidem, pp. 276–277 y 350–354.

[52].   “Le ressort caché”. Ibidem, p. 275.

[53].   Henri Bergson, “Introductions à La pensée…”, p. 66.

[54].   “Une réalité qui se suffit à elle–même n’est pas nécessairement une réalité étrangère à la durée”. Henri Bergson, “L’évolution…”, p. 298. El subrayado es de Bergson.

[55].   Ibidem, pp. 273–298. En particular, pp. 278–295. Se puede consultar también Henri Bergson, “Les deux sources…”, pp. 266–267; Henri Bergson, “Introductions à La pensée…”, pp. 65–69; Henri Bergson, “Le possible et le réel” en oc, pp. 105–109.

[56].   Henri Bergson, “L’évolution…”, pp. 278–279. En general, nadie niega este punto. Bergson va haciendo desaparecer todo con la imaginación, y hace ver que al final, curiosamente, hay más cosas que al principio.

[57].   Ibidem, pp. 280–283.

[58].   Vladimir Jankélévitch hace resaltar la originalidad de Bergson al explicar las turbaciones psicológicas como la alucinación y el delirio como presencias, más que como ausencias o negaciones; y así otros fenómenos. Vladimir Jankélévitch, “Henri…”, pp. 206–209.

[59].   Henri Bergson, “L’évolution…”, pp. 283–286.

[60].   Ibidem, pp. 286–295.

[61].    El resumen que acabo de hacer en este apartado contiene muchos pasajes traducidos textualmente. Dada su extensión, me excuso de reproducir el original francés.

[62].   Albert Thibaudet, Le bergsonisme I, Nouvelle Revue Française, París, 1923, pp. 138–143.

[63].   “Non parce qu’il est, mais parce qu’il n’est pas assez”. André Bremond, “Réflexions sur l’homme dans la philosophie de Bergson” en Archives de philosophie, Centre Sèvres-Facultés Jésuites de Paris, París, No. XVII, 1, 1947, p. 139.

[64].   Edouard Le Roy hace notar que no se ha de entender la creación como un balcón temporal desde el cual pudiéramos contemplar “la nada anterior al mundo”. Edouard Le Roy, L’exigence idéaliste et le fait de l’évolution, Boivin, París, 1927, xv, p. 235; Edouard Le Roy, Les origines humaines et l’évolution de l’intelligence, Boivin, París, 1931, p. 135; Edouard Le Roy, Le problème de Dieu, L’artisan du libre, París, 1930, pp. 91–92; Edouard Le Roy, Introduction à l’étude du problème religieux, Aubier, París, 1944, pp. 108–109: Edouard Le Roy, Essai d’une philosophie première, T. II. L’Action, Presses Universitaires de France, París, 1958, pp. 798, 813.

[65].   Nota del editor. La expresión se refiere a la producción de una cosa sin necesitar absolutamente nada preexistente, es decir, sin que previamente exista absolutamente nada de la cosa, ni de su forma ni de su materia.

[66].   ¿Por qué, cuándo y cómo nació esta expresión? La filosofía antigua ni siquiera llegó a la idea de creación. Es verdad que el hombre puede llegar a esta idea partiendo de las creaturas, y sólo con la luz natural de la razón. Históricamente lo supo por la Revelación; y no la elaboró filosóficamente sino una vez que sabía, por vía no filosófica, que había creación. Según parece la primera vez en la historia conocida que se usó la fórmula “crear de la nada” proviene de la madre de los Macabeos, quien dijo que Dios había hecho todas las cosas de la nada, (2 Mac 7, 28), ¿qué entendió esa señora con tal expresión?, ¿el tapete, el receptáculo, la materia prima de la que hablábamos? Simplemente se refería a la absoluta dependencia, en la línea de existencia, de las creaturas con respecto a Dios; no con estos términos, pero con otros equivalentes. La inspiración de la Escritura no elimina, necesariamente, de su lenguaje, expresiones bajo cierto aspecto defectuosas, pero aptas, bajo otros aspectos, para transmitir su mensaje. Cuando nosotros, y la Escritura, decimos que “salió el sol”, ¿estamos en un error? Un astrónomo inconsecuente lo diría de inmediato. Sin embargo, conocemos bien el sentido que damos a nuestras palabras. Y la Escritura usa ese mismo lenguaje humano, pues no intenta darnos una lección científica, sino la palabra de Dios en una forma sencilla, humana, al alcance de todos. Tampoco intenta, por boca de la madre de los Macabeos, decirnos que esa expresión de que Dios hizo todas las cosas de la nada hay que entenderla en toda la amplitud de su forma gramatical, y que debemos considerar la nada como una materia prima de los seres, o como un principio lógicamente anterior.

[67].   “Ainsi se forme l’idée de vide ou de néant partiel, une chose se trouvant remplacée non plus par une autre chose, mais pour un vide qu’elle laisse, c’est à-dire par la négation d’elle-même”. Henri Bergson, “L’évolution…”, p. 295.

[68].   Véase el capítulo décimo, el punto “la creación humana” en Jorge Manzano, “La emoción creadora” en Xipe totek, Revista del Departamento de Filosofía y Humanidades, ITESO, Tlaquepaque, Jal., núm. 105, enero–marzo, 2018, pp. 7–19.

[69].   Esto hay que pensarlo desde el terreno escolástico, porque Bergson sigue otro camino.

[70].   Hay una “necesidad” de tipo concreto y existencial en lo que es contingente y precario: lo que es una vez, no puede no ser (o no haber sido). Ver André Marc, La dialectique de l’affirmation, Desclée, París, 1952, pp. 179–180; y es que nada hay tan contingente que no sea, de algún modo, necesario: “Nihil enim est adeo contingens, quin in se aliquid necessarium habeat”. Santo Tomás, Summa Theologica, i, Nápoles, 1846, q. 86, a.3. Nota del editor. Nos fue imposible localizar la casa editora de esta edición utilizada por el autor.

[71].    No se ve claro si Bergson consideró este argumento tal como lo entiende la escolástica. De modo que el párrafo del texto supone simplemente la hipótesis de que Bergson lo hubiera considerado. La crítica bergsoniana iría dirigida más bien contra la forma de argumentación que lleva al motor immovilis.

[72].   Henri Bergson, “Les deux sources…”, p. 262.

[73].   Ya hemos hablado de la interesante tesis de Madeleine Barthélemy–Maudale, quien afirma que Bergson no criticó al verdadero Kant, sino al Kant popular. También hemos citado a Albert Thibaudet y a André Bremond, que corrigen las opiniones de Bergson sobre los otros filósofos. Benedetto Croce se sorprendió cuando oyó de labios de Bergson que éste no había leído a Hegel. ¿Fueron entonces más bien imaginarios los adversarios de Bergson, y no los filósofos de la historia? No es punto de nuestra tesis. Pero sí parecen válidas las críticas de Bergson a las posiciones por él definidas. Hubiera sido muy difícil que Bergson hubiera profundizado en todas las filosofías, como lo hizo, por ejemplo, con Plotino, Berkeley y Spinoza. Primero, porque en su tiempo no se disponía de tantas monografías sobre estos autores, que han permitido, poco a poco, llegar a su comprensión más o menos justa. Segundo y, sobre todo, este estudio de profundización de autores es muy útil y necesario; y muy arduo también; “pesada tarea” que hace experimentar “el peso del arado y la resistencia del suelo”; pero Bergson tenía “otro cometido”. No tuvo tiempo siquiera para “ver pasar”, en la caverna, “sombras vanas”; sólo tuvo tiempo para contemplar “el astro deslumbrante”.

[74].   Se cuenta que en una reunión con motivo del Centenario de Bergson (1959), Tonquédec lo elogió; pero que terminó de pronto, diciendo que no había que exagerar. Por su parte, Maritain, en su reciente libro Le paysan de la Garonne, reserva la categoría de filósofo, de entre todos los hombres a partir de Descartes hasta nuestros días, sólo a Bergson (a Blondel le da una especie de accésit). Pero esto no quiere decir que haya retirado sus críticas de La philosophie bergsonienne ni de De Bergson à Thomas d’Aquin. Jacques Maritain, Le paysan de la Garonne, Desclée, París, 1966, p. 152.

[75].   Henri Bergson, “L’évolution…”, p. 222.

[76].   Henri Bergson, “Les deux sources…”, p. 220.

[77].   Nota del editor. Nos fue imposible localizar la casa editora de esta edición utilizada por el autor.

Presentación

Esta edición 106 de Xipe totek abre con tres ensayos en los que lo existente, la posibilidad de la justicia y la esperanza se presentan desde ópticas críticas que ayudan a enriquecer la reflexión filosófica.

En primer lugar, presentamos el capítulo undécimo del estudio que Jorge Manzano hizo sobre Bergson, capítulo en el que el fundador de esta revista analiza la crítica que el filósofo francés formuló a propósito de la idea de la nada. Para Bergson, señala el padre Manzano, la nada criticada es “un cero, un vacío absoluto dejado por una realidad”, pero tal idea, más bien “pseudo-idea”, sería contradictoria en sí misma, “algo así como la cuadratura del círculo”. Es la imposibilidad de esa cuadratura la que Manzano desglosa, desmenuzando la nada en los existencialistas y reinterpretando la concepción de la creación y la nada en la escolástica. A final de cuentas, “representarse la nada consiste en imaginarla o en concebirla”, pero tanto la imagen como la idea de la nada son imposibles, pues “si trato de suprimir imaginariamente los objetos exteriores, queda al menos presente mi conciencia propia que imagina la supresión”.

En relación con la posibilidad de la justicia, Carlos Alonso Grande cuestiona cuáles son “las condiciones de posibilidad de la filosofía moral en las circunstancias prácticas actuales”. El autor desarrolla su reflexión en torno a la contingencia y a la ausencia de moral, y sintetiza la problemática en una pregunta “¿cómo habitar la casa en ruinas? O, lo que es lo mismo, ¿cómo habitar la contingencia?”

Por su parte, Pedro Reyes, plantea, desde pensadores como John  Caputo, Jacques Derrida y Adriana Cavarero, la posibilidad de pensar nuestra propia finitud de una manera tal “que nos permita una visión diferente de la historia, desautorizando la lectura meramente apocalíptica y abriendo las posibilidades de mantener la tensión humana por el pensamiento y la realización ética y política”. Así, sostiene el autor, “la acumulación de historias de fracasos, más todavía, de cuerpos violentados, no nos condena sino que nos requiere, como nos requiere también la acumulación de éxitos y fracasos”.

En continuidad con las reflexiones sobre la universidad que se  expusieron en el VI Encuentro El Humanismo y las Humanidades, ahora  publicamos las conferencias de Roberto Rodríguez–Gómez y de Laura Rumbley. Ante la pregunta sobre cuál es y en qué consiste la responsabilidad social que tienen las universidades, Rodríguez señala que la educación superior es un bien público por ser un derecho de los ciudadanos y, para hacer efectivo ese derecho, han de asegurarse cuatro condiciones:  una cobertura amplia para satisfacer la demanda de la población, ser costeable, garantizar la calidad académica y una oferta coherente con el sector laboral, es decir, que haya empleabilidad de los egresados

Por su parte, Laura Rumbley analiza el ámbito de la internacionalización de la universidad con base en el contexto actual de un mundo con grandes y rápidos flujos de personas, de culturas, de ideas, de tecnologías, de influencias políticas y de actividades comerciales. Este panorama desafía a las universidades a concebir “un modo nuevo que las conecte con el mundo de una manera diferente a como se hacía en el pasado”. Lo anterior exigirá “un proceso de integración internacional intercultural o global en casi todo lo que hace la universidad”.

En nuestra sección de cine, Luis García Orso, desde una reflexión teológica y elementos propios de la experiencia de los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, profundiza notablemente su comentario sobre la película Silencio. García Orso destaca la profunda experiencia espiritual que genera el filme de Martin Scorsese, la cual califica como “un don inesperado, incluso porque deja ver justamente la fuente verdadera que siempre ha alimentado el auténtico dinamismo misionero de la Iglesia”, una historia que trasciende sus personajes, como “tantas personas de todas las épocas que pelean y se entregan, cada día, por buscar y encontrar a Dios”.

Cerramos la edición con nuestra carpeta de Derechos Humanos con un texto coordinado por David Velasco en el que se comentan los documentos del 14º Periodo de Sesiones ante el Comité de Protección de los Derechos de todos los Trabajadores y de sus Familias.

Como siempre, gracias a todos nuestros lectores por su apoyo.

No. 106 Educación superior, esperanza, justicia

Contenidos

PRESENTACIÓN [PDF] [HTML]
IN MEMORIAM JORGE MANZANO
Capítulo décimo primero: la crítica de la
idea de la nada. Significado
Jorge Manzano Vargas, sj ()
[PDF] [HTML]
ACERCAMIENTOS FILOSÓFICOS
Hacia una realización de la(s) justicia(s):
los espacios de la contingencia
Carlos Alonso Grande Aldana
[PDF] [HTML]
Finitud, violencia, acogida, esperanza
Pedro Antonio Reyes Linares, sj
[PDF] [HTML]
SOBRE LA UNIVERSIDAD
La educación superior como bien público
Roberto Rodríguez-Gómez
[PDF] [HTML]
La internacionalización de la educación
superior: consideraciones estratégicas
y práctica
Laura Rumble
[PDF] [HTML]
CINE
Silencio. Una confesión amorosa de la fe
Luis García Orso, sj
[PDF] [HTML]
DERECHOS HUMANOS
Una profunda herida: el infierno de los
trabajadores migrantes y sus familias
David Velasco Yáñez, sj  (coordinador)
[PDF] [HTML]

México ante el Examen Periódico Universal, examen fallido

David Velasco Yáñez, sj (coordinador)[*]

Recepción: 31 de julio de 2017
Aprobación: 25 de enero de 2018

 

Abstract. Velasco Yáñez David. Mexico and the Universal Periodic Review. Failed Exam. The Universal Periodic Review is a mechanism created by the General Assembly of the United Nations for the purpose of evaluating the examined state’s level of compliance with the United Nations Charter and the voluntary commitments it has assumed, primarily. Mexico has been evaluated twice —in 2009 and in 2013— and it will be evaluated in 2018. This article examines how the mechanism worked the second time the Mexican State underwent the review.
Key words: Universal Periodic Review, United Nations Human Rights Council, Mexico, civil society organizations, systematic human rights violations

Resumen. Velasco Yáñez, David. México ante el Examen Periódico Universal, examen fallido. El Examen Periódico Universal es un mecanismo creado por la Asamblea General de las Naciones Unidas con el objetivo de evaluar el grado de cumplimiento del Estado examinado respecto a la Carta de Naciones Unidas y sus compromisos voluntarios asumidos, principalmente. México ha sido evaluado dos veces —en 2009 y en 2013— y será evaluado en 2018. Este artículo analiza cómo funcionó el mecanismo en la segunda evaluación al Estado mexicano.
Palabras clave: Examen Periódico Universal, Consejo de Derechos Humanos de la ONU, México, organizaciones de la sociedad civil, violación sistemática de derechos humanos

 

Introducción

A diferencia de los exámenes realizados por los comités de expertos, el Examen Periódico Universal (EPU) del Sistema de las Naciones Unidas (ONU) examina el cumplimiento del conjunto del derecho internacional de los derechos humanos (DIDH), mediante un procedimiento especial que se explica en el primer apartado. Los Estados examinados, en este caso el Estado mexicano (EM), entregan un “Informe Nacional” (IN) a los examinadores, el cual analizaremos en el segundo apartado. La Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACNUDH) entrega dos documentos al Grupo de Trabajo del Mecanismo del Examen Periódico Universal (GTMEPU). El primero es un resumen que concentra 43 informes enviados por Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC) más un informe enviado por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y otro por la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF), que analizamos en el tercer apartado. El segundo documento es la recapitulación de las recomendaciones hechas al EM por parte de los órganos de los tratados, especialistas en la materia. Lo examinamos en el cuarto apartado. El quinto apartado analiza la exposición de la delegación del EM y su diálogo interactivo con los examinadores. No hay relatorías que den cuenta de los detalles de la sesión. Es sólo una parte del informe del Grupo de Trabajo del Mecanismo del Examen Periódico Universal (GTMEPU) que presenta al Consejo de Derechos Humanos (CDH). En el sexto apartado analizamos las conclusiones y recomendaciones del GTMEPU. Subrayamos algunas de sus virtudes, pero, sobre todo, sus enormes limitaciones. En el séptimo apartado comparamos las propuestas de las OSC y los organismos autónomos con las recomendaciones finales del EPU. Finalmente, establecemos conclusiones orientadas al tercer EPU al EM que será en 2018.

 

¿Qué es y cómo funciona el Examen Periódico Universal?

El EPU fue creado el 15 de marzo de 2006 en virtud de la Resolución 60/251 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, la que estableció el Consejo de Derechos Humanos. El punto 5, inciso e de dicha resolución, establece que:

Realizará un examen periódico universal, basado en información objetiva y fidedigna, sobre el cumplimiento por cada Estado de sus obligaciones y compromisos en materia de derechos humanos de una forma que garantice la universalidad del examen y la igualdad de trato respecto de todos los Estados […] será un mecanismo cooperativo, basado en un diálogo interactivo, con la participación plena del país de que se trate y teniendo en consideración sus necesidades de fomento de la capacidad; dicho mecanismo complementará y no duplicará la labor de los órganos creados en virtud de tratados.

El Examen se basa en la Carta de las Naciones Unidas entre otros compromisos e instrumentos de los que el Estado forma parte. Los principios que le dan sustento son:

a) Complementar y no duplicar la labor de otros mecanismos de derechos humanos, aportando así un valor agregado.

b) No prolongarse demasiado. Debe ser realista y no consumir una cantidad desproporcionada de tiempo y de recursos humanos y financieros.

c) Asegurar la participación de todos los actores interesados pertinentes, con inclusión de las organizaciones no gubernamentales y de las instituciones nacionales de derechos humanos, de conformidad con la resolución 60/251 de la Asamblea General de 15 de marzo de 2006 y la resolución 1996/31 del Consejo Económico y Social de 25 de julio de 1996, así como cualquier decisión que el Consejo pueda adoptar al respecto.[1]

Sus objetivos fundamentales son:

a) El cumplimiento de las obligaciones y los compromisos del Estado en materia de derechos humanos y la evaluación de los avances y los retos a los que se enfrenta.

b) El fomento de la plena cooperación y el compromiso con el Consejo, otros órganos de derechos humanos y la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.[2]

Un año después de celebrar su primera reunión, el 18 de junio de 2007, el Consejo adoptó, a través de su Resolución 5/1, un paquete de construcción institucional en el que se incluyó el mecanismo de EPU. El Examen ofrece a cada Estado la oportunidad de declarar qué medidas ha adoptado para mejorar la situación de los derechos humanos y cumplir sus obligaciones. Este documento se conoce como “Informe Nacional” (IN).

El EPU se basa en ese informe, y en una compilación, preparada por la OACNUDH, de los informes, comentarios y observaciones sobre el Estado examinado, emitidos por órganos internacionales de derechos humanos, por organismos autónomos de derechos humanos —en el caso de México, la CNDH— y por OSC. La resolución 5/1 en el punto 15, inciso c, especifica que el papel de la Oficina del Alto Comisionado con respecto a la información proporcionada por otros interlocutores consiste en preparar “un resumen de dicha información que no excederá de diez páginas”.

El examen tiene lugar en Ginebra, Suiza, en el Palais des Nations, sede de Naciones Unidas en Europa. El GTMEPU está integrado por los 47 miembros del Consejo de Derechos Humanos y es presidido por el Presidente del Consejo. Durante cada sesión un grupo de tres Estados, conocido como troika, funge como relator. La selección de las troikas para cada Estado se hace a través de un sorteo. Las OSC pueden asistir a la sesión, pero no tomar la palabra. La revisión se inicia con la presentación del IN por el Estado revisado y sus respuestas a las preguntas anticipadas, entregadas a la troika por los Estados diez días antes de la revisión. Posteriormente comienza el diálogo interactivo de tres horas y media entre el Estado examinado y los Estados del GTMEPU. Cualquier Estado miembro puede hacer preguntas, comentarios o recomendaciones. Al final, el Estado en revisión presenta sus observaciones concluyentes. En total, el Estado tiene 70 minutos para intervenir; el GTMEPU, 140. Después de la sesión la troika prepara el informe del GTMEPU. Éste contiene un resumen del diálogo interactivo. Ese informe se adopta durante la sesión del GTMEPU, días después del examen. El Consejo adopta el resultado del Examen y alienta al Estado a celebrar consultas e instrumentar recomendaciones. En teoría, el EPU se asegura de que todos los países se hagan responsables de los progresos o fallas durante la instrumentación de las recomendaciones. De ser necesario, el Consejo abordará los casos de los Estados que no cooperen.

 

El Informe Nacional

El EM presentó su segundo IN ante el EPU el 6 de agosto de 2013. La encargada de su redacción fue la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE). La delegación mexicana estuvo encabezada por el entonces secretario de Relaciones Exteriores, José Antonio Meade Kuribreña. En general, el IN versó sobre el “Pacto por México” de diciembre de 2012 en el cual “se refrendó la defensa de los derechos humanos como política de Estado”.[3] Además se afirmó que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ha contribuido a “impulsar en todo el país el cumplimiento de las obligaciones internacionales del Estado en materia de DH”.[4] El IN buscó elogiar reformas y leyes, así como el financiamiento de múltiples programas sociales que el Estado ha instaurado.

 

Derechos económicos, sociales, culturales y ambientales (DESCA) 

El EM destacó que se expidió la Ley Federal de Responsabilidad Ambiental; que al Seguro Popular se han adherido más de 52 millones de mexicanos hasta el año 2012; que se otorgaron 8.8 millones de financiamientos de 2008 a 2012; que desde comienzos de 2013 la Cruzada Nacional contra el Hambre “busca garantizar la seguridad alimentaria y nutrición de los 7.4 millones de personas en pobreza extrema”;[5] que se crearon el Servicio Profesional Docente, el Programa de Becas a Estudiantes Indígenas del Nivel Superior, el Programa de Albergues Escolares Indígenas, que se constituyó como organismo público autónomo el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación y que se estableció la Comisión Intersecretarial para la Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil, la Protección de los Adolescentes Trabajadores en Edad Permitida en México, y el Servicio Nacional de Empleo (SNE).

 

Derechos civiles y políticos

El EM justificó su defensa a los derechos civiles y políticos de los mexicanos con el reconocimiento de las candidaturas independientes y con la puesta en marcha del Sistema Penal Acusatorio, entre otras cosas. También reconoció que falta “potenciar la participación de los pueblos y comunidades indígenas en la vida política del país”;[6] que se creó la Unidad de Vinculación Ciudadana en la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) para “resolver controversias entre las fuerzas armadas y la sociedad”,[7] así como la Ley General de Víctimas, y en el tema de trata de personas, de tortura y de desapariciones forzadas destacó la Ley General para Prevenir, Sancionar y Erradicar los Delitos en Materia de Trata de Personas y para la Protección y Asistencia a las Víctimas de esos Delitos, publicada en 2012,[8] la Ley Federal para Prevenir y Sancionar la Tortura[9] y la tipificación en el artículo 215A del Código Penal Federal mediante el tipo penal “detención legal o ilegal de una persona”. Aunque informó que entre febrero y julio de 2013 la PGRpgr abrió 99 indagatorias por tortura, no especificó si éstas concluyeron.

Sobre la libertad de expresión y la violación de derechos a los defensores y defensoras de derechos humanos, el EM especificó que para junio de 2012 se creó “el Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas” en el que participan periodistas y defensores que la sociedad civil propone, y que ya han recibido 87 solicitudes de incorporación.[10]

 

Derecho a la igualdad y no discriminación y derechos de grupos específicos

El EM sostuvo que en abril de 2012 se tipificó la discriminación como delito a escala federal, y que las constituciones de 19 estados la prohíben. Sobre la migración, señaló que la Ley de Migración “despenaliza la condición indocumentada y garantiza la protección de los derechos y la seguridad de los migrantes extranjeros, asegura el acceso a la justicia, a la educación, a la salud y a los actos del registro civil, incorpora los principios rectores del interés superior de la niñez y la unidad familiar, independientemente de la situación migratoria”.[11] Respecto de los grupos indígenas, reconoció que falta la “armonización del marco jurídico nacional en la materia”.[12] Por otro lado, también enumeró diversos mecanismos que ha puesto en marcha el gobierno para avanzar en materia de consultas indígenas y atención con traducción en las diversas áreas.[13] En un tercio de cuartilla, el EM aceptó que “tiene rezagos en el reconocimiento y visibilidad de su población afrodescendiente, ya que no ha contado con instrumentos de medición estadística que la incluyan”.[14] En el caso de los niños, niñas y adolescentes (NNA) se refirió a programas que procuran seguir la Convención sobre los Derechos del Niño, así como a “protocolos para la atención de NNA en escenarios de delincuencia organizada con respeto a sus DH”.[15]

 

Vinculación con el Sistema Internacional

Al final del informe, el EM sostiene que ya se han retirado declaraciones interpretativas[16] de “la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, así como del Protocolo Facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño, relativo a la participación de niños en conflictos armados”.[17]

En todo el IN, el EM elogia reiterativamente sus programas, encuestas, leyes y reformas.

 

Resumen de la información recibida de la sociedad civil y de órganos autónomos y comparación con el resumen de la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos

En 43 informes,[18] las OSC retrataron la situación de los derechos humanos en México, así como el nivel de cumplimiento de las recomendaciones hechas por el GTMEPU en 2009 y las elaboradas por los distintos mecanismos de la ONU. Su intención era que el GTMEPU conociera el grado de cumplimiento de los instrumentos internacionales de DH que el EM ha firmado y lo retomara durante el diálogo interactivo. La OACNUDH recibió los informes y elaboró un resumen que envió al GTMEPU para que ellos compararan ese documento con el in, llegaran a conclusiones y elaboraran recomendaciones.

En los informes recibidos por la OACNUDH salen a la luz las graves violaciones de derechos humanos que se viven en México. Entre las problemáticas más concurrentes se encuentran:

 

Niños y adolescentes

End child prostitution, child pornography and trafficking of children for sexual purposes (ECPAT México) pide al Estado mexicano que se armonicen leyes estatales referentes a la Trata de Personas conforme a la Ley General.[19] Por otra parte, Save The Children recomienda que se revisen las leyes penales federales y estatales para identificar vacíos en los Derechos de Protección de Niños,[20] mientras que Istituto Internazionale Maria Ausiliatrice & International Volunteerism Organization for Women, Education, Development (IIMA & VIDES) recomiendan que se garantice la universalidad y gratuidad de la educación primaria, con especial atención al derecho a la educación de los niños indígenas.[21] También pide al EM que continúe con los esfuerzos para erradicar la explotación sexual de NNA. ECPAT México pide que se mejore la cobertura y calidad de los tribunales y centros de detención especializados en justicia para adolescentes y que se cree un registro de adolescentes en conflicto con la ley.[22]

 

Migrantes

Entre las medidas que recomienda Amnistía Internacional (AI) se encuentran legislar la prohibición de la detención de la niñez migrante; que se generen espacios para brindar cuidados y atenciones a la infancia migrante no acompañada y fortalecer la figura del Oficial de Protección a la Infancia para que cumpla con una función de protección.[23] Recomienda también que se lleven a cabo acciones para prevenir y castigar abusos del crimen organizado y funcionarios públicos contra los migrantes.

 

Mujeres y niñas

AI pide que no se discrimine por su relativa corta edad a mujeres que buscan salud sexual y reproductiva.[24] El Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE) reitera esta recomendación y encomienda que las mujeres indígenas puedan acceder a servicios seguros, de calidad y gratuitos para el aborto legal.[25] La Fundación Paso a Paso solicita que se brinden oportunidades de apoyo a mujeres indígenas con discapacidad para vivir de manera sustentable en sus entornos y que se les consulte en la conformación de la nueva política verde.[26] La Comunicación Conjunta 16 (JS16) recomienda que se diseñe e instrumente una política agraria con perspectiva de género.[27]

 

Defensores de derechos humanos y periodistas

 AI solicita poner fin a las amenazas, ataques y asesinatos de DDH y periodistas y velar por que se investigue exhaustiva y eficazmente para llevar a los responsables ante la justicia.[28] CIVICUS retoma el tema y añade que también deberían estar sujetos a la justicia funcionarios del EM; además, pide que los ataques contra los periodistas y los DDH sean condenados públicamente por altos funcionarios gubernamentales.[29] Coinciden en estas recomendaciones Consorcio Oaxaca,[30] La Comunicación Conjunta 18 (JS18),[31] Front Line Defenders (FLD), la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) y Reporters Without Borders. AI recomienda prestar apoyo financiero y político al mecanismo.[32] La Comunicación Conjunta 17 (JS17) indica que se deben asegurar recursos para la correcta implementación y ejecución del mismo.[33]

 

Pueblos y comunidades indígenas

AI sostiene que los pueblos y comunidades indígenas deben ser consultados durante el desarrollo y la puesta en marcha de políticas que fortalezcan su acceso a la vivienda, salud, educación, agua y otros servicios.[34] Consorcio Oaxaca, el Grupo de Investigación en Derechos Humanos y Sostenibilidad (GIDHS–EdPAC),[35] la University of Oklahoma College of Law (UOCL)[36] y la Asociación Interamericana para la Defensa del Ambiente (AIDA)[37] coinciden en que se les debe consultar e informar sobre mega–proyectos de desarrollo o explotación que afectan sus tierras. IIMA & VIDES recomiendan adoptar medidas para que la diversidad cultural sea reconocida como riqueza para todo el país.[38]

 

Comunidad lésbico, gay, bisexual, transexual, transgénero, travesti e intersexual (LGBTTTI)

Las recomendaciones que emitió esta comunidad se refieren a ampliar la categoría de género en el artículo 1º de la Constitución para que las personas transexuales, transgénero, travestis e intersexuales sean incluidas y para que el CONAPRED tenga alcance en todas las entidades federativas para investigar, sancionar y castigar a quienes infrinjan la Ley para Prevenir y Erradicar la Discriminación.[39]

 

Armonización de leyes nacionales e internacionales

AI recomendó establecer un calendario para la revisión de la legislación nacional en materia de DH para asegurar su compatibilidad con los estándares internacionales.[40] La Coalición México por los derechos de las personas con discapacidad (COAMEX) pidió que se armonice la Ley del Trabajo con la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (CDPC).[41] La Organización Mundial contra la Tortura (OMCT) pidió armonizar la criminalización de la tortura en todas las legislaciones federales y estatales conforme a la Convención de las Naciones Unidas contra la Tortura.[42]

 

Sistema de Justicia Penal y Penitenciario

La Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (CMDPDH) y el Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia (IMDHD) recomendaron acelerar los procesos de instrumentación del nuevo sistema de justicia penal en los planos estatal y federal, asegurar recursos económicos y humanos para garantizar el liderazgo del Consejo de Coordinación para la Implementación del Sistema de Justicia Penal, aprobar un Código Federal de Procedimientos Penales Único para su instauración, la capacitación de elementos del Ministerio Público y policías de investigación en las nuevas técnicas de investigación requeridas para su efectivo funcionamiento y, por último, desarrollar una campaña de difusión sobre las implicaciones del nuevo sistema de justicia.[43]

 

Fuero militar

La CMDPDH y el IMDHD pidieron reformar el Código de Justicia Militar, en especial el artículo 57, para prohibir que militares involucrados en violaciones de DH sean juzgados por Tribunales Militares y acatar los criterios de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) en los cuales se prohíbe la aplicación extensiva de la jurisdicción militar en casos en los que están involucrados civiles.[44]

 

Tortura

Ocho OSC pidieron que se reforme la legislación sobre el delito de tortura en el plano federal y en las 32 entidades estatales en línea con las normas internacionales, asegurarse de que las presuntas víctimas de tortura y otros malos tratos tengan pronto acceso a exámenes médicos independientes y fiables de conformidad con las normas internacionales (Protocolo de Estambul); que las conclusiones de estos exámenes se basen en la misma prueba que los exámenes médicos oficiales en los procesos penales y que se asegure que no se utilicen en los tribunales pruebas obtenidas bajo tortura.

 

Desaparición forzada

Respecto a esta problemática, las OSC recomiendan aplicar plenamente las recomendaciones del Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas sobre desapariciones forzadas o involuntarias; instituir una base de datos nacional completa de desaparecidos; establecer un mecanismo de búsqueda rápida y establecer a escala federal el delito de desaparición forzada.

 

Arraigo

Las OSC exhortaron a eliminar las órdenes de arraigo, a asegurar que todas las detenciones se lleven a cabo legalmente, se registren en detalle en una base de datos nacional a la que puedan acceder las partes afectadas y a usar la detención preventiva sólo excepcionalmente.

 

Desplazamiento forzado

Las OSC pidieron establecer un mecanismo de acopio de datos a escala nacional; realizar un perfil del desplazamiento mediante encuestas en las localidades más afectadas por la violencia para estimar el número de personas desplazadas en razón de ello, así como identificar sus necesidades de protección y crear un fondo federal nacional para la atención de las personas desplazadas por la violencia que proporcione apoyo financiero a los programas de protección.

 

Recomendaciones del OACNUDH

En total, los informes de las OSC suman 300 páginas; sin embargo, el resumen elaborado por la OACNUDH es de sólo 11, como establece la Asamblea General de las Naciones Unidas. Muchas preocupaciones y recomendaciones de las OSC quedan fuera porque la OACNUDH censura, lo que ocasiona que el GTMEPU tenga un contexto sesgado sobre la situación de los derechos humanos en México. En consecuencia, sus observaciones y recomendaciones no responden de manera adecuada a la grave crisis mexicana ni a las preocupaciones expresadas por la sociedad civil, a pesar de que el resumen incorpora algunas propuestas de la CNDH y de la CDHDF.

En el resumen de la OACNUDH se minimiza la problemática de las muertes maternas, la cual también es destacada por varias OSC, y que afecta en mayor grado a las mujeres pertenecientes a las comunidades indígenas. Otras problemáticas que fueron invisibilizadas en el resumen son el acoso callejero, el hostigamiento y el acoso laboral. No se alcanza a reflejar la situación de violencia, discriminación, marginalización, criminalización, injusticia e impunidad que se vive en las comunidades indígenas. Cabe recuperar la recomendación elaborada por el Colegio de Derecho de la Universidad de Oklahoma, la cual no fue incluida en el resumen: “Realizar estudios que examinen los efectos de todos los nuevos proyectos de desarrollo sobre el modo de vida de las comunidades indígenas, en un esfuerzo por asegurar que la cultura indígena siga siendo cada vez más comprendida y respetada por el gobierno”.[45] A diferencia de la OACNUDH, AIDA destaca diversos problemas relacionados con la situación del medio ambiente en el país, por lo que recomienda a México instrumentar la reforma constitucional del artículo 107 de la Constitución para garantizar acciones efectivas de protección al derecho al medio ambiente sano. Igualmente, algunas de las problemáticas relacionadas con los NNA fueron invisibilizadas, como la participación de menores en las fuerzas armadas, el reclutamiento por parte de los grupos del crimen organizado, los impactos de la violencia en este sector de la población, las redes de trata y explotación sexual a las que están expuestos y los problemas que enfrenta la población infantil callejera, al igual que la criminalización, pobreza, estigmatización, criminalización y limpias callejeras por parte del EM. En cuanto a las personas con discapacidad, el resumen dedica un párrafo, en el que si bien se exponen las principales recomendaciones de la COAMEX al EM, no se logra reflejar la invisibilización de este grupo en México.

Otra de las problemáticas que no fueron rescatadas por la OACNUDH y que acertadamente resalta la OSC Privacy International México es el relacionado con el derecho de los ciudadanos a la privacidad y
la mínima intervención a sus comunicaciones. Este derecho engloba la facultad de los individuos a tener un área de desarrollo e interacción libre de intervención estatal, y precisa que cuando ésta se presente se practique de la manera menos lesiva a los individuos. Esta problemática cobra relevancia en el contexto actual en el que se dio a conocer —gracias al informe “Gobierno Espía”, elaborado por Artículo 19, socialtic y R3D— que el EM ha utilizado el software Pegasus para espiar a DDH, periodistas y abogados activistas. Este software sólo se vende a los gobiernos para que lleven a cabo acciones de inteligencia contra el crimen organizado y el terrorismo; sin embargo, en México se utiliza para espiar a aquellos que son considerados enemigos del EM, como las personas DDH y periodistas. Recientemente, un reportaje del New York Times denunció esta situación provocando un gran escándalo en México.

En relación con la libertad de expresión y protección de periodistas, Reporters Without Borders realiza una importante recomendación que no es resaltada por el resumen de la OACNUDH, la cual consiste en que se revisen la Ley Federal de Radio y Televisión y la Ley de Telecomunicaciones para combatir el monopolio que caracteriza al panorama mediático mexicano y al mismo tiempo respaldar la libertad de expresión de los periodistas.

Finalmente, una de las problemáticas que más resaltan y preocupan a la sociedad civil y que no se recupera en el resumen es la represión de la protesta social en México. A pesar de que se le ha recomendado al Estado no utilizar la fuerza pública en contra de las y los manifestantes y que garantice el derecho a la libertad de expresión y de reunión, el EM sigue utilizando las mismas prácticas de represión contra la protesta social, como ocurrió el 1 de diciembre de 2012, fecha en la que miles de personas en diferentes estados salieron a manifestarse en contra de la toma de protesta de Enrique Peña Nieto como presidente, y en la Ciudad de México fueron reprimidos por las fuerzas policiales.

Vemos pues cómo fueron censuradas muchas de las problemáticas y recomendaciones hechas por la sociedad civil en el documento elaborado por la OACNUDH. No hay claridad sobre los lineamientos que este órgano utiliza para decidir qué información recupera y cuál deja fuera, lo que puede provocar que el GTMEPU se quede corto en los comentarios, las observaciones y recomendaciones que emite.

 

Recopilación de recomendaciones de los órganos de los tratados hecha por la OACNUDH

La OACNUDH prepara la recopilación de la información presentada en los informes de los órganos de tratados y los procedimientos especiales.[46] Esta recopilación se divide en tres partes: la primera presenta los antecedentes y el marco de los tratados internacionales a los cuales México está suscrito, las obligaciones internacionales que esto le implica, así como el marco constitucional, legislativo y la infraestructura institucional y de derechos humanos interna del EM para el correcto cumplimiento de estas obligaciones. La segunda parte presenta la situación del EM con respecto a la cooperación realizada con los mecanismos de derechos humanos y con la OACNUDH. Por último, la tercera parte presenta el estado de cumplimiento de las obligaciones internacionales en materia de derechos humanos del EM. A continuación, se presenta un resumen de la recopilación presentada el 12 de agosto de 2013 ante el GTMEPU en su 17º periodo de sesiones.

 

Antecedentes y marco constitucional

Se resumen las ratificaciones de México a las distintas convenciones y protocolos, así como las reservas hechas, los procedimientos de investigación suscritos y la ratificación de otros instrumentos internacionales relevantes en materia de DH. Además, se enumeran algunas observaciones y peticiones hechas por algunos relatores especiales, grupos de trabajo y comités, entre las que destacan la del Relator Especial sobre las Ejecuciones Extrajudiciales, Sumarias o Arbitrarias, quien recomendó retirar la declaración interpretativa de la Convención sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de los crímenes de lesa humanidad; la del ACNUR, que alentó al EM a que se adhiriera a la Convención de 1961 para reducir los casos de apatridia, y el Grupo de Trabajo sobre las Desapariciones Forzadas o Involuntarias recomendó que aceptara la competencia del Comité contra las Desapariciones Forzadas (CED) en relación con las denuncias presentadas por los particulares y los Estados.[47]

En la segunda parte del apartado, el CEDAW observa la falta de armonización del sistema de justicia y la legislación penal con las reformas constitucionales; el Relator Especial sobre las ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias remarcó la falta de coherencia en el ámbito estatal y federal de un marco jurídico sobre el uso de la fuerza por parte de los agentes del orden, la falta de inclusión en los códigos penales del país del delito de desaparición forzada, del derecho de asilo, de la definición de tortura en el ámbito estatal y de la definición de feminicidio de acuerdo con las definiciones de los instrumentos internacionales de DH. El CED recomendó que “armonizara su legislación sobre los pueblos indígenas en todos los ámbitos”.[48]

 

Cooperación con los mecanismos de derechos humanos

La recopilación hace hincapié en la poca puntualidad del EM en la presentación de sus informes respectivos ante los distintos instrumentos internacionales suscritos en materia de derechos humanos.[49] Destaca que durante el periodo examinado se enviaron alrededor de 115 denuncias y llamamientos urgentes, pero el gobierno mexicano sólo respondió a 41.[50] Además, “En 2013, el WGEID señaló que, desde su establecimiento, había remitido 505 casos al Gobierno, de los cuales […] 327 seguían pendientes de resolución”.[51]

 

Cumplimiento de las obligaciones internacionales en materia de derechos humanos

El CED muestra preocupación por la discriminación racial; el CEDAW por “la multiplicidad de formas de discriminación de la mujer indígena de las zonas rurales”; el Comité de Derechos Humanos “por la discriminación basada en la orientación sexual”; el WGEID recomendó “que se considerara la posibilidad de retirar las fuerzas militares de las operaciones de seguridad pública”; el Relator Especial sobre las ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias señaló su preocupación por la impunidad que reinaba en la consolidación de los cárteles que afectaba la vida de los y las mexicanas, y la falta de sentencia de los homicidios ocasionados;[52] “el WGEID recomendó que se reconociera la magnitud del problema de las desapariciones como primer paso obligatorio para su erradicación”[53] y la creación de un registro oficial de desapariciones forzadas; el Comité de Derechos Humanos mostró preocupación por la figura del arraigo penal y recomendó eliminarla completamente; el CEDAW emitió “su preocupación por el aumento de casos de feminicidio y de violencia sexual, en particular de violaciones”;[54] el comité del CRC destacó su preocupación por el hecho de que México “no hubiera evitado el reclutamiento de niños por parte de grupos no estatales”;[55] el Relator Especial sobre las ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias recomendó la instrumentación del nuevo sistema de justicia penal en toda la república;[56] “el cat instó a México a que no utilizara las confesiones obtenidas mediante torturas”;[57] el CED mostró preocupación por la falta de inclusión en la vida política de los grupos indígenas y las y los afrodescendientes en México e invitó al EM a reconocer a las personas afrodescendientes como etnia y a fomentar sus derechos[58] y la Relatora Especial sobre la situación de los defensores de los derechos humanos reiteró su preocupación sobre las alegaciones recibidas, que indicaban la persistencia de un clima de violencia e inseguridad para los defensores en México:[59] la UNESCO notificó que había registrado 36 asesinatos de periodistas y de trabajadores de los medios de información entre 2008 y 2012.[60]

Aun cuando el examen es relativamente reciente, los distintos comités continúan haciendo hincapié en recomendaciones hechas al EM desde hace varios años o décadas. Podemos decir que el avance del EM en la protección de los derechos humanos de las y los mexicanos ha sido casi nulo; las recomendaciones y observaciones que se le hacen por parte de los distintos mecanismos internacionales ante los que está suscrito continúan sobre la misma línea.

 

El diálogo interactivo – las preguntas de “la troika”

El 14 de enero de 2013, el Consejo de Derechos Humanos eligió a la troika conformada por Burkina Faso, Kazajistán y República Checa para examinar a México en octubre de ese año. Esa troika entregó una lista de preguntas preparadas por los Países Bajos, Noruega, Eslovenia, Suecia, Reino Unido de Gran Bretaña, Irlanda del Norte, Alemania y Liechtenstein para el examen del EM, la cual sirvió de guía para la sesión. A continuación, una breve radiografía de lo que estos momentos significaron.

 

Diálogo interactivo

Participaron 87 delegaciones. Algunas felicitaron a México, otras expresaron su preocupación por las violaciones de DH que tienen lugar en nuestro país y otras más solicitaron información sobre estas violaciones a DH.

La delegación mexicana estuvo integrada por 47 funcionarias y funcionarios públicos. Sólo 11 tuvieron intervenciones a lo largo del diálogo, respondieron cuestionamientos en los que tuvieron interés o material para contestar. Nuestro gobierno lleva su mejor “arsenal”: políticos de primera talla. Estos personajes se dedicaron a ensalzar al EM hablando de la creación e instrumentación de leyes como la Ley del Mecanismo para la Protección de Defensores de Derechos Humanos y Periodistas, la Ley General de Víctimas y la reforma al Código Penal Federal; destacaron los esfuerzos realizados para poner en marcha programas de DH en los planos judicial, administrativo y político y la retirada de un número de reservas[61] de una serie de instrumentos de DH, entre otras cosas. Aceptaron que la tortura es uno de los principales desafíos que enfrenta el país, se dijeron preocupados por los derechos de los niños y por la situación de los menores no acompañados que atraviesan el país y justificaron la permanencia de la figura del arraigo en la Constitución al declarar que sólo es utilizada en situaciones especiales y bajo control judicial y vigilancia de organismos de DH.

 

Fueron cuatro rondas en las que las delegaciones tuvieron oportunidad de expresarse y el EM de contestarles

Las peticiones de información o expresiones de preocupación provenían mayoritariamente de delegaciones europeas, mientras que las que felicitaban el actuar de México provenían de países que no brillan internacionalmente por su desempeño en materia de DH. Se observa cómo los países con un índice de desarrollo humano mayor a 0.700,[62] ubicados en las primeras 20 posiciones del listado mundial, manifestaron preocupación y solicitaron información sobre la situación de los DH al EM. Por otra parte, los elogios y felicitaciones que se le brindaron a México provinieron especialmente de países que se encuentran en las últimas posiciones, es decir, con el menor índice de desarrollo humano.

 

Conclusiones y recomendaciones del Grupo de Trabajo del Mecanismo del Examen Periódico Universal

Una vez concluido el diálogo, las delegaciones emitieron conclusiones y recomendaciones no muy distintas de las emitidas por los órganos de los tratados, las cuales dividimos en 12 categorías. Entre otras cosas, se exhortó al EM a que trabaje en la rápida incorporación de las disposiciones de los instrumentos internacionales, incluido el Estatuto de Roma en la legislación federal y estatal.

 

Impunidad y corrupción

“Continuar la lucha contra la impunidad, especialmente en relación con la violencia contra las mujeres, niños, DDH, periodistas y otros grupos vulnerables.”[63]

 

Marco jurídico

Armonizar plenamente la legislación nacional con las obligaciones derivadas del Estatuto de Roma, así como todas las leyes y definiciones de las constituciones estatales y federales con los contenidos de los instrumentos internacionales de DH.

 

Mujeres y violencia de género

Austria recomendó “continuar la labor enfocada a prevenir y combatir todas las formas de violencia contra la mujer, y llevar a los responsables ante la justicia y al mismo tiempo garantizar la igualdad de acceso de las mujeres a la justicia y mejorar los servicios de apoyos en particular los que se brindan a las mujeres indígenas”.[64]

 

Tortura

Suecia recomendó al EM que se cerciore de que las investigaciones de presuntas torturas no se lleven a cabo por la misma autoridad que ha sido acusada de cometer los actos. República Checa, Brasil, Canadá, Italia y Australia recomendaron poner en marcha una reforma al Código de Justicia Militar para evitar que los militares puedan reclamar jurisdicción sobre casos de violaciones de DH.

 

Desaparición forzada

Irán exhortó a México a “desarrollar un protocolo nacional para búsqueda de personas desaparecidas”.[65] Por su parte, Suiza recomendó que realicen las investigaciones necesarias de manera sistemática y exhaustiva de las denuncias de desapariciones forzadas, que se lleve a los culpables ante la justicia y se garantice la reparación a todas las víctimas, en particular a los familiares de las personas desaparecidas.

 

Régimen penitenciario

Alemania fue directa al recomendar que se elimine la figura del arraigo penal a escala federal y estatal, ya que va en contra de las normas internacionales de DH.

 

Niños y adolescentes

Argelia e Italia recomendaron la protección de los niños y adolescentes con respecto a la violencia relacionada con el crimen organizado. Solicitaron que se recopilara y difundiera información y datos de los niños y jóvenes que han sido víctimas de la lucha contra el narcotráfico.

 

Migrantes y trata de personas

Noruega exhortó a que se aumenten los recursos destinados a combatir la trata de personas y se tomen medidas para poner fin a la impunidad de los funcionarios públicos que se hacen cómplices del tráfico de personas.[66] Nicaragua recomendó que se continúen los esfuerzos y acercamientos con otros países de la región para crear programas especiales que se ocupen de la delincuencia contra los migrantes.

 

Defensores de derechos humanos y periodistas

Algunas recomendaciones giran en torno a la plena aplicación y fortalecimiento del Mecanismo para la Protección de los Defensores de Derechos Humanos y Periodistas, otras piden que se garantice la asignación adecuada de los fondos y recursos humanos.

 

Combate contra la pobreza

Azerbaiyán, Bangladesh, Malasia, Nigeria, China e India enfatizaron la importancia de seguir reforzando las medidas, programas y actividades orientadas a combatir y reducir la pobreza y el hambre, así como a mejorar la salud y la educación.

 

Indígenas y discriminación

Bosnia y Herzegovina recomendaron acatar las recomendaciones del CED y del CEDAW con respecto a la necesidad de que los servicios de salud sean accesibles y adecuados para reducir la alta mortalidad materna e infantil entre la población indígena y que se priorice y promocione la educación multicultural en la asignación presupuestal nacional en materia educativa. Yibuti solicitó que se reconozca a los afrodescendientes como un grupo étnico.[67]

 En resumen, en las conclusiones y recomendaciones finales no son incluidas temáticas de suma relevancia en el contexto actual de nuestro país. Es necesario cuestionar la utilidad del EPU; un proyecto demasiado ambicioso que no cuenta con recursos monetarios, humanos y de tiempo suficientes para realizar un examen de calidad a cada uno de los Estados parte. Cuestionamos si los miembros de las delegaciones son realmente expertos en derechos humanos, lo que sí sucede en los distintos Comités de las convenciones.

 

Contraste entre las recomendaciones del Grupo de Trabajo sobre el Examen Periódico Universal y las planteadas por las organizaciones de la sociedad civil y órganos autónomos

El total de preguntas que diversas OSC querían que el GTMEPU hiciera al EM fueron 49; sin embargo, sólo se hicieron 11. Las OSC propusieron que se preguntara al EM por qué se elevó a categoría constitucional la figura del arraigo a pesar de la resolución emitida por la SCJN y de las nueve recomendaciones realizadas por los mecanismos internacionales de la ONU sobre la misma problemática del arraigo; las recomendaciones que plantean cuáles son los tiempos estimados para llevar a cabo el retiro de las fuerzas armadas de las calles; cuestionamientos que no fueron retomados por ningún país. Sobre la consulta previa, libre e informada de los grupos indígenas, las OSC sugirieron preguntar al EM sobre las medidas que pone en marcha para garantizar este derecho, pero el GTMEPU no realizó ni una pregunta o recomendación sobre este tema. Mientras las OSC destacaron diversas problemáticas que sufren NNA, como el reclutamiento por los grupos criminales, la pornografía y la explotación sexual, el GTMEPU hizo escasas recomendaciones. Y con respecto a la represión de las manifestaciones y la discriminación a la comunidad LGBTTTI, el GTMEPU ignoró las sugerencias de las OSC.

Por otra parte, hubo recomendaciones que tanto el GTMEPU como las OSC omitieron: la discriminación a la comunidad afrodescendiente.

Finalmente, es importante destacar que hay temas y problemáticas que fueron destacadas con el mismo énfasis, tanto por las OSC como por el GT: la armonización del marco legislativo; reformar el marco normativo en relación con el fuero militar; eliminar la figura y la práctica del arraigo y crear un marco jurídico sólido para la protección de los DDH y periodistas, así como la correcta prosecución de los asesinatos y amenazas cometidas en su contra.

Por la censura de la OACNUDH, existen grandes diferencias entre las preguntas y recomendaciones elaboradas por las OSC y las elaboradas por el GTMEPU, situación entendible si se analiza el escueto resumen del OACNUDH. Urge pues modificar o abolir el EPU.

 

Conclusiones generales

En el EPU al EM hay una lucha simbólica sobre quién tiene la “verdad” sobre la situación de los DH. Como habitantes de México, observamos que algunas delegaciones sí denunciaron los problemas reales del EM, mientras que otras lo felicitaron, legitimando su IN.

En el EPU al EM no se abordaron problemáticas que sí retoman quienes son expertos e integran los comités de los tratados del DIDH. Incluso se excluye el tema de la llamada guerra contra el narcotráfico: detonante de la actual crisis en materia de DH que vivimos en México.

Consideramos que el principal problema del EPU es que quienes lo realizan no son expertos en DH, a diferencia de quienes integran los órganos de los tratados. Se requiere de personal experimentado y de tiempo para tener una panorámica completa de la situación de los derechos humanos en México, o en cualquier país al que se le aplique un EPU. Esperamos que este estéril mecanismo sea abolido y sus recursos se destinen a los comités de los tratados que sí tienen capacidad para analizar la situación de los derechos humanos en los países que analizan, en los cuales los recursos asignados serían de mayor utilidad.

 

Bibliografía

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——  Human Development Data (1990-2015). de: http://hdr.undp.org/en/data Consultado el 26/v/2017.

 

[*] Profesor del ITESO. dvelasco@iteso.mx Con la colaboración de Diana Laura Zárate Rosales, Clara María de Alba de la Peña, Fabiola del Carmen Ibarra Ramos y Daniela Zaizar Pérez, estudiantes de Relaciones Internacionales del ITESO; Denisse Montiel Flores, egresada de Relaciones Internacionales y actualmente estudiante de Derecho del ITESO, Belinda Guadalupe Camarena Vázquez, abogada de la Universidad Autónoma de Aguascalientes y Cristian David Rodríguez Pinto, periodista de la Universidad de Guadalajara.

 

[1].     Consejo de Derechos Humanos, 5/1 Construcción institucional del Consejo de Derechos Humanos, Novena sesión, 18 de junio de 2007. El subrayado es nuestro.

[2].    Idem.

[3].    Secretaría de Relaciones Exteriores, Informe Nacional presentado con arreglo al párrafo 5 del anexo de la resolución 16/21 del Consejo de Derechos Humanos, México, 2013, p. 2.

[4].    Idem.

[5].    Ibidem, p. 6.

[6].    Ibidem, p. 8

[7].    Ibidem, p. 10.

[8].    Esta ley obliga a los estados del país a homologar su legislación local, cuestión que no se ha cumplido hasta ahora.

[9].    Aunque se menciona que ésta aún se encuentra en proceso de revisión y reforma en el Congreso para atender las recomendaciones del Comité contra la Tortura de la ONU.

[10].    Informe Nacional…, pp. 13–14.

[11].    Idem.

[12].    Ibidem, p. 17.

[13].    Ibidem, pp. 16–17.

[14].    Ibidem, p. 17.

[15].    Ibidem, pp. 19–20.

[16].    Las “declaraciones interpretativas” son recursos de los Estados al firmar o ratificar un tratado o convención de derechos humanos y expresan cómo el Estado “interpreta” tal o cual artículo.

[17].    Ibidem, p. 21.

[18].    Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Comisionado. Universal Periodic Review Second Cycle–Mexico–Reference Documents. Contributions for the Summary of Stakeholder’s information. Página electrónica.

[19].    ECPAT México, Examen Periódico Universal México. Sesión 17 del EPU (oct.–nov. de 2013), noviembre de 2013, p. 8.

[20].   SCMX (Save the Children), Recommendations for a Mexican Child Protection System. Universal Periodic Review Mexico 2013, s/l, s/f., p. 2.

[21].    JS13-. (en adelante Joint Submission se abreviará JS). IIMA & VIDES, Examen Periódico Universal 17° Sesión Los derechos de los niños en México, s/l, febrero de 2013, p. 6.

[22].   ECPAT México, Examen Periódico Universal México, p. 8.

[23].   AI (Amnesty International), Amnesty International Submission for The UN Universal Periodic Review. 17th Session of the UPR Working group, México, octubre/noviembre de 2013, p. 3.

[24].   Idem.

[25].   GIRE, Information Group on Reproductive Choice on the situation of women’s reproductive rights in Mexico. Universal Periodic Review 17th Session, Ginebra 21 de octubre de 2013, p. 2.

[26].   Paso a Paso, Fundación Paso a Paso AC, s/l, s/f, p. 3.

[27].   JS16-. Cátedra UNESCO de Derechos Humanos de la UNAM (CUDH–UNAM), Federación Mexicana de Universitarias, AC (FEMU), Red Mesa de Mujeres de Ciudad Juárez, Informe de Sociedad Civil desde una perspectiva de género con motivo del segundo. Examen Periódico Universal del Estado Mexicano, s/l. 2013, p. 9.

[28].   Amnesty International, p. 4.

[29].   CIVICUS, The United Mexican States, Submission to the un Universal Periodic Review 17th session of the UPR Working Group, marzo de 2013, p. 6.

[30].   JS9-. Comité de Defensa Integral de Derechos Humanos Gobixha AC, Consorcio para el Diálogo Parlamentario y la Equidad Oaxaca AC, Servicios para una Educación Alternativa AC (EDUCA), y Foro Oaxaqueño de la Niñez (FONI), Los Derechos Humanos en Oaxaca 2009-2012. Informe ciudadano: Una deuda pendiente, s/l, s/f, p. 10.

[31].    JS18-. Pen International y Guadalajara, Contribution to the 17th session of the Working Group of the Universal Periodic Review, México, marzo de 2013, p. 6.

[32].   Amnesty International, p. 4.

[33].   JS17-. Lawyers for Lawyers (L4L), The Law Society of England and Wales, Lawyers’ Rights Watch Canada, Joint UPR Submission, México, marzo de 2013, p. 3.

[34].   Amnesty International, p. 4.

[35].   JS12-. Cátedra UNESCO en Sostenibilidad en coalición con EdPAC, Coalición de los derechos campesinos e indígenas. Comunicación conjunta para el EPU. 17th Universal Periodic Review 2013. UN Human Rights Council, Barcelona, s/f, p. 5.

[36].   IHRC–OU (International Human Rights Clinic, University of Oklahoma College of Law. The United States of America), Report on the United Mexican States to the 17th Session of the Universal Periodic Review, Human Rights Council, 21 de octubre – 1 de noviembre 2013, marzo de 2013, p. 2.

[37].   JS1 -. (AIDA) y Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA), Examen Periódico Universal para México, s/l, marzo 4 de 2013, pp. 8–9.

[38].   JS13-. IIMA & VIDES, Examen Periódico Universal 17° Sesión Los derechos de los niños en México, s/l, febrero de 2013, p. 4.

[39].   JS2-. Programa Interdisciplinario de Investigación Acción Feminista (PIIAF, AC), Colectivo Hombres XX y la Iniciativa por los Derechos Sexuales y trata sobre la situación de los derechos humanos de la población lésbica, gay, bisexual, transexual, transgénero e intersexual en México, Informe sobre México. 17o Ronda del Examen Periódico Universal, s/l, s/f, p. 2.

[40].   Amnesty International, p. 3.

[41].    JS8-. COAMEX, Examen Periódico Universal Cumplimiento de las obligaciones y los compromisos en materia de derechos humanos de las personas con discapacidad en México, México, s/f., p. 6.

[42].   OMCT, Contribution from the World Organisation Against Torture to the Universal Periodic Review (UPR) Process October 2013, s/l, s/f., p. 4.

[43].   JS6-. CMDPDH & IDMHD, Acceso a la justicia en México: La constante impunidad en casos de violaciones a derechos humanos. Informe presentado ante el Consejo de Derechos Humanos con motivo del Examen Periódico Universal de México, México, marzo de 2013, p. 5.

[44].   Ibidem, p. 10.

[45].   University of Oklahoma College of Law (2013), Report on the United Mexican States to the 17° Session of the Universal Periodic Review, Human Rights Council, 21 de octubre–1 de noviembre 2013.

[46].   OACNUDH (2013). Recopilación preparada por la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos con arreglo al párrafo 15 b) del anexo de la resolución 5/1 del Consejo de Derechos Humanos y el párrafo 5 del anexo de la resolución 16/21 del Consejo: México.

[47].   Ibidem, p. 3.

[48].   Ibidem, pp. 4–5.

[49].   Ibidem, pp. 6-7.

[50].   Ibidem, p. 7.

[51].    Ibidem, p. 8.

[52].   Idem.

[53].   Ibidem, p. 9.

[54].   Ibidem, p. 10.

[55].   Idem.

[56].   Idem.

[57].   Ibidem, p. 11.

[58].   Ibidem, pp. 13–14.

[59].   Ibidem, p. 12.

[60].   Idem.

[61].    La “retirada de reservas” es un recurso de los Estados que cuando firman o ratifican un tratado o convención de derechos humanos, suelen establecer “reservas” que, posteriormente, pueden retirar.

[62].   El índice de desarrollo humano utilizado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo desde los años noventa, establece de 0 a 1, del menor al mayor desarrollo en educación, salud y esperanza de vida, de modo que los países con un índice mayor a .700 son los países más desarrollados.

[63].   Idem.

[64].   Idem.

[65].   Idem.

[66].   Lydia Cacho destapó una de las redes más grandes de trata infantil en México, la cual operaba desde Cancún, Quintana Roo. En su libro Los jardines del Edén denunció a los funcionarios involucrados. Hoy en día algunos de ellos están prófugos, otros ostentan cargos públicos.

[67]67. Informe del Grupo de Trabajo sobre el Examen Periódico Universal.

[68].   Este trabajo no cita la JS3 ni la JS7. La JS15 no existe en la página de la OACNUD.

Sobre La forma del agua

Luis García Orso, sj [*]

Recepción: 23 de enero de 2018
Aprobación: 22 de febrero de 2018

 

“Si te contara sobre ella, ¿qué te diría?” La forma del agua (The Shape of Water, 2017) es un cuento sobre una princesa sin voz que en sus sueños vive en el agua e inicia su día sensualmente en la bañera mientras prepara huevos cocidos para llevar al trabajo. Su viejo departamento, en tonos verdes, está justo sobre un enorme cine y tiene de vecino a un pintor ya de edad que no consigue trabajo. Elisa trabaja en el equipo de limpieza de un centro de investigaciones militares del gobierno norteamericano. La época: hacia 1962, en plena Guerra Fría de la confrontación entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

El tapatío Guillermo del Toro (Guadalajara, 1964) logra la perfecta combinación de cuentos de fantasía y de terror, de historias románticas, de cine musical y del cine bélico estadounidense para contar una hermosa historia en favor de las personas marginadas, diferentes, aisladas; en favor de los que no tienen voz ni lugar en la sociedad. Los protagonistas: una empleada muda, otra mujer de raza negra, un artista viejo y homosexual, una creatura humanoide y anfibia. Cuatro seres solitarios en busca de amor. Ellos serán la princesa, el príncipe, el monstruo, las hadas madrinas de los cuentos. Y, por supuesto, habrá hombres malvados y ogros, monstruos que lo son y otros que no lo son. Porque, entonces y ahora, en la era McCarthy o la era Trump, hay hombres que suben al poder y desde él imponen ideologías, excluyen y humillan a personas y pueblos, reprimen y violentan, provocan guerras y muertes. En esta historia filmada, una macana eléctrica, la oficina fría de un agente fascista, un carro Cadillac, un macho sobre su mujer, lo representarán muy bien.

Pero en la vida siempre hay lugar para el amor, para la ternura, para la amistad, y esto es lo único que puede cambiar el rumbo de la historia. Cambiar desde los que no valen, no hablan, desde los que son nadie, son “diferentes”. Cambiar desde un amor que no necesita discursos ni palabras, una imaginación que crea acciones por los demás, un arte que se interesa por aquellos que no cuentan y que nos hace libres. La vida se llena de belleza y de sentido cuando alguien mira en otro lo que los demás no ven, cuando alguien es capaz de tocar el corazón y la piel, cuando alguien no ve monstruos sino creaturas también de Dios.

El talentoso director logra dar a su historia la ambientación, el ritmo, la dirección, la edición, la fotografía, la música de Alexandre Desplat, para lograr una hermosa fábula de una belleza honda y trascendente, de una sensibilidad y una imaginación fuera de lo común. Todos los detalles de época que enmarcan la narración y en los que se formó Del Toro alimentan su propuesta: la película Creature from the Black Lagoon (El monstruo de la Laguna Negra, 1954) y los cuentos de La Bella y la Bestia y de King Kong, en los que no hay propiamente monstruos sino creaturas capaces de enamorarse; la música fascinante de Benny Goodman y los bailes y canciones de Betty Grable y Alice Faye, que devuelven ilusión a un pueblo en medio de la segunda Guerra Mundial; las pinturas de Norman Rockwell que abogan por las minorías marginadas; la historia bíblica de Rut, en la que una extranjera se vuelve pueblo fiel, o Dalila, que vence al invencible Sansón, y una canción de 1943, “You’ll Never Know”, que revive tan hermosa en el presente con la interpretación de Renée Fleming. La forma del agua y Guillermo del Toro hacen que el cine, la imaginación y el arte ofrezcan al ser humano lo mejor de sí mismo: la capacidad de amar.

“Si te contara sobre ella, ¿qué te diría?… Todo lo que viene a mi mente es un poema que susurra una persona enamorada”.

 

[*] Profesor de Teología en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México; miembro de la Comisión Teológica de la Compañía de Jesús en México, miembro de SIGNIS (Asociación Católica Mundial para la Comunicación). lgorso@jesuits.net

La paideia fría. Asesinar la filosofía

[*]

Yarib Balvanera García [**]

Recepción: 24 de agosto de 2017
Aprobación: 16 de enero de 2018

 

Abstract. Balvanera García, Yarib. Cold Paideia. Murdering Philosophy. In the field of philosophy live myriad creatures. The most well–known are the ideological ogres, but there are others like the cold paideia. Its “aspiration”? To avoid philosophy, freeze it, subject it to a cryogenic process to keep it from decaying, but also from developing, so that it is conserved in perpetuity, i.e., done and taught the same way over and over. To stand up to these monsters, we have the strength to say no, and to say yes to ourselves, embarking on a philosophical journey that is authentic, free, and our own.
Key words: paideia, ideology, philosophy, alternative epistemology, one’s own path.

Resumen. Balvarena García, Yarib. La paideia fría. Asesinar la filosofía. En el campo filosófico también existe una infinidad de criaturas, las más conocidas son los ogros ideológicos, pero existen otras como la paideia fría, ¿su “aspiración”? Evitar la filosofía, congelarla, someterla a un proceso criogénico donde no se desarrolle, pero tampoco se descomponga, o sea, conservar lo de siempre, lo ya dicho, elaborado y enseñado del mismo modo una y otra vez. Contra esos monstruos tenemos la fuerza de decirles no, para decirnos a nosotros mismos y abrir un camino filosófico propio, auténtico, libre.
Palabras clave: paideia, ideología, filosofía, epistemología alternativa, camino propio.

 

Introducción

Un páramo de hielo podría ser una metáfora de cualquier paideia dominante. ¿Qué evoca el hielo? Congelación y por consecuencia ausencia de movimiento; pureza y por lo tanto valores consagrados; dureza y por resultado impenetrabilidad; frío y por ende hipotermia. En muchos sentidos el hielo evoca una homogeneidad. Poco sabemos de la fuerza que hace que un brote de pasto penetre al bloque sólido que descansa con todo su peso encima de él, esa potencia que al final le permite asomarse como una rareza erguida en medio de una planicie: firme, de pie, mostrando a los alrededores su existencia construida y afirmada.

Pueblos, culturas, épocas, instituciones, grupos, todos estos determinan sus valores, sus normas y sus prácticas; todo en conjunto constituye un sustrato, una base, una matriz, en la cual los miembros de ese grupo nacen, proporcionándoles una concepción definida del mundo y en la mayoría de los casos es la única que éstos llegan a conocer y, por eso, siempre existe la posibilidad de que esa matriz, en algún momento se transforme en un ogro voraz y mortífero al configurar a sus miembros desde el supuesto de que su manera de concebir al mundo es la mejor, la auténtica o en la versión más extrema de éstas afirmaciones: la verdadera. Si no, ¿cómo explicar los enfrentamientos entre los distintos grupos humanos nacidos de las pretensiones de devorar todo lo distinto y de la larga serie de acciones que se ejecutan desde la extrema seguridad en los fundamentos y casi nunca desde la autocrítica o lo dialogado? Incluso en el caso de la filosofía, algunas de las llamadas epistemologías alternativas guardan en secreto el viejo sueño de la imposición, del triunfo, de la victoria de los unos sobre los otros o de la venganza de un ogro teórico. ¿Cómo proponen éstas una crítica para posicionarse como una alternativa si no han hecho un trabajo crítico de su propio grupo, su cultura, su historia, sus supuestos? La hegemonía está en casa y no fuera de ella. La hegemonía es la cultura en la que nacimos. La percibimos como un monolito, pero en realidad está llena de perforaciones, grietas, rupturas; cientos de brotes de pasto han atravesado ese suelo gélido y compacto. Es necesario minar esa tersura, fragmentarla: la cultura, el Estado, la religión, la filosofía dominante, la familia, la educación, el mercado, la moral, la historia, etc., ese tejido de fuerzas donde no hay posiciones neutrales porque, al desmitificar las imágenes y las figuras, aparecen las relaciones de poder, los entramados y las cañerías a las que nadie suele asomarse más que los que viven en ellas y de ellas o quienes desde la distancia crítica las denuncian. Ante panoramas de ese tipo, es necesario hacer tantas grietas como sea posible para que lo que recién brota encuentre el hielo fracturado y que una innovación sea posible.

 

Enseñar a vivir hipotérmicamente

“Uno no se convierte en filósofo. Todos nacemos filósofos”,[1] dice Michel Onfray y continúa: “así, los niños preguntan en tanto filósofos, de manera natural y muy tempranamente —desde la adquisición del lenguaje—. ¿Por qué pierden luego esta propensión sublime?”.[2] ¿Qué impide descubrir la vida filosófica?, ¿qué hace que las grietas se vayan cerrando, hasta obstruir todas las posibles salidas del mundo trivial y compacto? Apenas el niño comienza a preguntar, el adulto, ya delineado como padre de familia, como maestro, como sacerdote, se encarga de enseñar al niño a vivir bajo el hielo. ¿Para qué salir al sol si se puede vivir debajo del hielo del discurso corriente? Como efecto de su pregunta el niño queda transformado en un blanco para ser atacado con la repetición de una doctrina que lo enseña a vivir hipotérmicamente, sollozando a punto de morir, porque el hielo cuando no mata, conserva.

Algunos, sin embargo, mantienen el hálito de esa pregunta. ¿Cuál es el mecanismo para conservar ese espíritu infantil, crítico y disidente? Callar sin olvidar. El silencio les protege dándole al mundo la impresión de que ya han sido asimilados por una paideia fría que poco a poco los ha convertido en un pedazo de hielo; ¿cuál es la ingenua victoria de ese mundo? Suponer que cuando una extensión se ha añadido al bloque éste se hace más grande, más fuerte, más compacto, su devoradora devoción se regocija, pero no por mucho tiempo… porque los sueños de los espíritus totalitarios no son realizables, así los niños inventan sus propias técnicas de supervivencia, algunos se vuelven expertos, logran vivir debajo del hielo sin congelarse. Sucede con los niños que asumen que para que sus preguntas sobrevivan es necesario pasar una larga espera bajo el hielo. Ellos, ellas, se convierten en ese momento en los hombres rebeldes. Gran lección de Camus: “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no”.[3] Un no que acrisola no pocas historias, no pocas vidas pues los rebeldes se confunden fácilmente con los valientes. Ese niño es un hombre desde el momento en que asume su rebeldía y se hace consciente de ella, una conciencia que no le dejará olvidar la fuerza limpia y vigorosa de su preguntar:

No se sabe por qué, sin embargo, algunos atraviesan sin problemas el filtro familiar y el de la escuela obligatoria. El hecho es que una vez que estos dos obstáculos han sido franqueados, también hay que tener suerte: encontrarse con un ser que propone la disciplina y hace saber que existe una actividad que nombra ese intenso gusto por la pregunta, ese deseo de saber y comprender, esas ganas de no renunciar a entender los mecanismos del mundo: la filosofía.[4]

Llegado el momento, el niño —ahora ya adolescente o adulto— encuentra el momento de expresar ese hálito de su existencia, algunos lo hacen para sí mismos y otros de frente a los demás, ahora ya tienen suficiente fuerza para defender que nadie se interponga entre ellos y eso que ahora tiene nombre: filosofía. Aquella rebeldía ganada el día que decidieron no renunciar a la pasión por la pregunta les permite ahora hablar; si antes callaron para hacer creer que no juzgaban ni deseaban nada, ahora, desde el momento en que hablan, hacen saber qué desean y juzgan.[5]

 Dice Pessoa: “Todos tenemos dos vidas: la verdadera, que es la que soñamos en la infancia y que continuamos soñando cuando adultos, en un sustrato de niebla; la falsa, que es la que vivimos en convivencia con otros, que es la práctica, la útil, aquella que acaba por meternos en un cajón”.[6] Y así, el sueño de la infancia se escurre como una niebla que recorre los años, de manera sigilosa y sin llamar mucho la atención. Para algunos quizá no será nunca realizable pero viven de su presencia, de que siga ahí; no es recuerdo muerto, sino flujo constante y silencioso; se trata del recorrido de un anhelo que comenzó hace tiempo, en la infancia; otros más valientes logran abrir ese flujo hacia el caudal de su vida, se convierten en ese sueño que estuvo escondido y protegido por una rebelión iniciada hace largo tiempo, entonces ese hombre rebelde del que habla Camus, ¿no será acaso la onda expansiva de un anhelo que hizo explosión en la infancia? ¿Y que el hombre rebelde sea en realidad la reivindicación de aquel niño que, por su temprana edad, no había tenido la fuerza suficiente para decir no? El niño rebelde se forjó en el hielo del silencio para un día estallar como un cañón ardiente, como un hombre rebelde. El primer no se dijo en la infancia.

 

Los magos gélidos

Algunos rebeldes logran llegar a la universidad, ese lugar que la tradición ha legitimado como fuente de la sabiduría, pero que recientemente se ha transformado en empresa para la “producción” de conocimiento, rentable, saqueable y saqueante, vendible, más parecida a una cadena de producción que a un espacio para la libertad humana. En esta cadena de producción, ¿qué se ensambla? Ideas, esquemas, concepciones del mundo. Pocas son las escuelas que enseñan a los estudiantes a tomar distancia y a asumir una postura personal y crítica ante la brutalidad del mundo y una postura de reconocimiento y de recuperación de las bondades que también existen.

El ser humano para ensamblar es el estudiante. Los instrumentos de ensamblaje son las formas cristalizadas de la enseñanza de la filosofía y los profesores cristalizados por una forma de enseñanza dominante son los magos gélidos. Algunos rebeldes logran llegar a la universidad pero “a veces estas naturalezas sobrevivientes sucumben sin embargo bajo el fuego universitario”.[7] Así, un estudiante recién “matriculado” descubre la importancia de las lecciones de historia de la filosofía, las cuales no representan problema alguno pues de algún modo son el lugar donde se toman las herramientas para pensar y lo que muchas veces enseña a pensar; el problema viene después precisamente cuando el estudiante quiere expresar lo que ha pensado.

Algunos descubren en la historia de la filosofía lo necesario para hacer válidos sus “problemas filosóficos personales y, posteriormente, [los problemas filosóficos] generales”.[8] Pronto, no muy tarde, casi inmediatamente descubrirán que la escuela enseña que lo principal es lo general y no la reflexión acerca de las inquietudes personales, aquellas que se estuvieron desenvolviendo en ellos desde que comenzaron a ser niños rebeldes. El capricho de lo general y su desprecio de lo individual olvida de paso una importante lección, que “la humanidad de un individuo se define por la triple posibilidad conjunta de una conciencia de sí, una conciencia de los otros y una conciencia del mundo […] el que ignora quién es, quién es el otro y qué es el mundo está fuera de la humanidad aunque esté vivo”.[9]

 Así, el estudiante descubre que antes de tomar la palabra debe pasar por una serie de requisitos; antes de ganar el derecho a hablar, su anhelo existencial de filosofar tiene que estar validado por un protocolo de investigación, ahí se determina el derecho de quién puede o no filosofar. Es cierto, habrá algunos a quienes el saber filosófico no los toque en ningún momento, pero éstos optarán por abandonar la filosofía de manera voluntaria: el proceso legitimador y casi jurídico del protocolo no es necesario en estos casos y tampoco en ningún otro. Se puede filosofar sin protocolo, sólo es necesario confiar en que la existencia del estudiante abrirá sus propios caminos. Se necesita por supuesto orientar en la reflexión, enseñar a ordenar la escritura, las ideas y los argumentos, a ganar profundidad, a nutrir las inquietudes hasta transformarlas en palabras, pero esto es más un ejercicio de amistad que se da entre el que enseña y el que aprende, un vínculo, que tiene por función que el aprendiz logre madurar un pensamiento y una escritura propios; sin embargo, estas bondades no son dadas en ningún momento por el protocolo de investigación.

Así, la enseñanza de la filosofía adquiere también formas canónicas. Tomemos el ejemplo del protocolo de investigación, el hechizo por excelencia de los magos gélidos que dispone de los elementos necesarios para garantizar que nadie escape del frío anestesiante. Ese conjuro es más o menos lo siguiente: título, tema, planteamiento del problema, hipótesis, pregunta de investigación, objetivos, marco teórico, metodología, justificación y una lapidaria bibliografía para garantizar el éxito. Aunque mucho se ha cuestionado el problema de que los modelos científicos no pueden expandirse al resto de los saberes, este protocolo de investigación parece una copia del pseudo–método científico ajustado para la reflexión filosófica; los magos gélidos invocan a este fantasma de siglos pasados para que posea a las almas que tengan la audacia de querer desobedecer el proceso formativo–jurídico de la existencia: el protocolo de investigación, que decide qué modo de filosofar vive y qué modo muere.[10]

 La existencia se ajusta al protocolo de investigación. Los magos gélidos hacen uso de un nunca declarado, pero sí practicado, gesto displicente contra todo aquel que quiera realizar el ejercicio filosófico sin atender a estas formas canonizadas, porque la autoridad puede ser alguien que ha tenido una carrera académica lo suficientemente larga como para dar la impresión de que su persona “basta” para darle una validez permanente a todo lo establecido. Los magos gélidos tienen como fin, tampoco declarado, garantizar una mecánica del silencio, un proceso que paso a paso ahoga, entre las formas del protocolo, la existencia de quien quiera abrirse paso libremente. Se trata de un mecanismo del silencio que opera de manera articulada: compañeros, maestros, reglas académicas, requisitos de investigación, temas de moda, hacer lo que piden o perder la beca, listado de temas clásicos, líneas de investigación petrificadas, etc., todo esto en conjunto conforma un dispositivo silenciador, los elementos que lo conforman son tantos que uno sólo puede enfocarse en dos o tres de ellos, su complejidad lo hace omnipresente e invisible al grado de que llegamos a creer que de manera voluntaria hemos aceptado sus condiciones impuestas.

En los magos gélidos se cristaliza la tradición universitaria: el protocolo no es cuestionable porque “nuestras eminencias” han realizado sus investigaciones siguiéndolo. Una fila de estatuas bronceadas constituye el paisaje de la legitimidad académica, que de paso esconde la pereza ante la reflexión. El protocolo es cómodo —dicen— porque ayuda a ordenar el pensamiento y facilita la reflexión, es decir, una economía del pensamiento que busca “hacer” con lo menos posible, eso incluye por supuesto la dedicación a los estudiantes, a tal grado que ya no es necesario el trabajo de escuchar al estudiante, atenderlo, ser paciente en ayudarlo a hacer un camino propio, hasta que logre la maravilla de que su reflexión encuentre la forma que le es consustancial. El profesor practicante de la displicencia no perderá el tiempo en un estudiante que según sus limitados criterios no logrará ni la mitad de las medallas que él posee; este profesor duda ante todo de las capacidades del estudiante, le niega la oportunidad antes de dársela y, entonces, supone que lo mejor que pueden hacer sus estudiantes es tratar de cumplir —otra vez cumplir reglas— con las exigencias del protocolo de investigación, ése es el único mérito que está a su alcance. ¿La reflexión del estudiante? No cuenta, lo legítimo es el protocolo que con una magnanimidad arrogante justifica la reflexión del estudiante, el protocolo es displicente. Y lo es porque tiende a sepultar las inquietudes de los estudiantes en una red de formularios que parecen necesarios y porque delinea el destino y las preguntas dado que el supuesto de ese modelo es que la realidad quede sometida al orden y la forma dados por él.

Se piensa además que el protocolo es sólo la forma, que el estudiante puede usarlo y abrirse paso en él de manera libre. Una escaramuza más: el mago gélido hace creer que el protocolo no sacrifica la libertad de reflexionar, como si la forma no configurara el fondo. El estudiante delfín tiene que nadar en el estanque, hacer saltos y piruetas, mostrar las bondades de la reclusión y de la “reflexión protocolaria” siempre cercana a los encierros.

 

Deshacer el bloque. No asentir

Es necesario no asentir. Ese proceso criogénico tiene por finalidad detener célula por célula la innovación de quien quiere filosofar a su modo, de manera libre y abierta y, a la vez, busca frenar la descomposición de los modelos canónicos de filosofar. La palabra “innovación” puede resultar achacosa, abochornada por la demagogia educativa que todo el tiempo está “innovando”: nuevos planes de estudio, programaciones, planeaciones, cursos para profesores, reformas educativas, etc., un conjunto de disposiciones que tienen por tarea soterrar lo nuevo, lo innovador, lo fresco. La estratagema es poner por delante y a la luz lo que no se quiere realizar —la innovación— para simular que se está haciendo.

Así, sin detenerse a pensar, son muchos los que se lanzan de cabeza al océano de la innovación, sin percatarse de que, en realidad, se lanzan a un pantano, otra vez lo mismo: las mismas prácticas, los mismos discursos, sólo que ahora con otro nombre: la ciénaga gélida sigue sin clausurarse. Sin embargo, su trampa no es mortal. Tal demagogia no sobrevive a una mirada histórica que muestra que las pretendidas innovaciones no son más que eufemismos, cambios de palabras, ocultar la cháchara ya vendida, cambiarle de envoltura, volver a venderla; sin un mínimo referente histórico todo puede construirse en el aire, todo puede venderse, pues nadie ha sido testigo del engaño mil veces practicado.

Para los estudiantes queda la tarea de analizar las prácticas de la enseñanza de la filosofía, hurgar en la historia, descubrir lo que por una u otra razón se ha conservado en secreto y en silencio, tomar conciencia de que las clases no comienzan en el instante en que todos se acomodan en sus mesas, guardan silencio y esperan a que el profesor hable; comenzaron más atrás, incluso antes de que los profesores estudiaran la filosofía que ahora enseñan. La historia permite descender debajo del hielo, hasta ese momento donde la escarcha apenas se formaba por encima del suelo, para mostrar que lo que por mucho tiempo ha sido “así” no siempre lo fue, y que el presente no es superación del pasado sino la continuación de sus efectos: reconducirlos reconfigurándolos vale como ejercicio filosófico previo al encuentro con el modo de filosofar propio y auténtico.

 

El bosque en vez del hielo

Contra el páramo homogéneo y gélido, el bosque verde y diverso. No hay dos árboles iguales. No hay dos seres humanos iguales, no hay un solo modo de hacer filosofía. Para los estudiantes queda la tarea de defender sus ganas de filosofar, no entregar a los magos gélidos su brasa viva, no perder lo rojo del carácter para pasar al azul frío de la asimilación; la posibilidad de lograrlo implica el compromiso consigo mismos. ¡De ustedes nace la filosofía! No se hará por otro lado ni vendrá de nadie más. Ante las disposiciones externas —fuera de la universidad— y ante las disposiciones internas —dentro de la universidad— es necesario buscar los textos, los autores e incluso algunos profesores que ayudan a desarticular los mecanismos que poco a poco conducen al silencio. Ante el profesor criogenizado, que disimuladamente pide abandonar la originalidad para adoptar y repetir a los espíritus canónicos, es ineludible recurrir a la biografía y los episodios que marcan la originalidad de la persona y que, por tanto, legitiman que otros modos de hacer filosofía son completamente válidos.

“Argumentos” en contra de esto habrá cientos, el clásico: tu trabajo es inviable, es mejor que optes por este otro. Es cierto, algunos trabajos requieren mayor dedicación, una mayor cantidad de lecturas y
una reflexión más profunda, pero eso no justifica nunca la anulación de las inquietudes del estudiante, que en todo caso puede descubrir y vivir la consecuencia de chocar contra un muro o alzar el vuelo libremente. Para otros será todavía más complejo: maestros corruptos aficionados por vocación a corromper estudiantes, para enseñarles el “negocio” de la academia, trabajos de investigación ya prometidos y pagados que sólo están esperando a que llegue el alumno que lo realizará para sumar una cantidad a la cuenta del profesor; líneas y modelos de investigación que funcionan como máquinas de ordeña. Son pocas las escuelas que escapan de tener esta maquinaria interna, oculta detrás de los lemas universitarios, la cañería detrás de la fachada, tantos estudiantes se enfrentan a esto y son tan pocas las veces que se dice.

Fuera de la universidad o dentro de ella hay suficiente fuerza y trabajo como para recuperar la filosofía, apropiarse de ella, aun en contra de la cañería universitaria o de los mecanismos culturales y sociales que impiden descubrirla. “Todos sabemos lo que esto implica: cada vez más simulación, cada vez más embrutecimiento y más desperdicio de potencialidades humanas”,[11] además de que lo social–familiar, lo social–cultural y la universidad se convierten de algún modo en “el anverso y el reverso de una misma manera de evitar la filosofía”,[12] tanto que “la educación se entiende hoy en día en las coordenadas de un empirismo que evita por todos los medios posibles la reflexión. Éste ha sido el medio de evitar que se le acuse de anacronismo y oscurantismo”.[13]

 La enseñanza de la filosofía está plagada por una serie de prácticas que desvían, engañan y expulsan a tantos que quieren descubrirla; desde el niño que recibe la respuesta lapidaria ante sus preguntas, el joven que tiene sobre sí los deberes familiares, sin tener elemento alguno para cuestionar un proyecto de vida que no es el suyo, sino uno que idealmente sus padres han pensado para él, hasta el adulto que busca algo más que lo doctrinario de los medios de comunicación y del mercado que lo conducen en una vida que no alcanza a rechazar, o de la Iglesia dominical y el sacerdote que ha dado los mismos sermones una y otra vez, etcétera.

El estudiante que llega a la universidad y descubre que lo último que tendrá es la palabra, aprende también que la filosofía necesita sus espacios. La experiencia en la universidad permite conocer cómo funcionan sus estructuras y los vicios que se practican dentro de ella. La Universidad Popular permite encontrarse con aquellos que fueron expulsados del derecho de acceder a la filosofía, y me permito aquí hablar en un tono personal: conocerlos me ha dado motivos suficientes para saber que hay un gusto enorme y unas apasionadas ganas de filosofar abriéndose paso día a día por debajo del bloque de hielo, donde existencia y reflexión se condensan.

[Así la filosofía se presenta] como exigencia vital para la integración de individuos que reflexionan y que necesitan saberse incluidos en un acontecer racional más profundo, cósmico–natural. Como posibilidad de encontrar un denominador común de mundo y mismidad, de entendimiento y sensibilidad, de establecer un compromiso radical entre existencia y reflexión.[14]

Se trata de unos brotes que anhelan construirse como árboles vigorosos, bien hechos, personas que se niegan a ser un desecho periférico, para convertirse en “aquella o a aquel que quiere liberarse de la brutalidad de un ser–ahí consustancial a la materia del mundo”[15] y que filosóficamente afirman la existencia que deriva de esa decisión; ante unos mecanismos que los niegan, la filosofía los afirma y les da la fuerza suficiente para saber que su existencia es grande, bondadosa, elegante, fuerte, valiente y libre: el bloque frío se fragmenta.

 

Bibliografía

Camus, Albert, El hombre rebelde, Losada, Buenos Aires, 1978.

Cárdenas Castillo, Cristina, “Apuntes para una crítica del cinismo educativo” en Xipe Totek, Revista trimestral del Departamento de Filosofía y Humanidades del iteso, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, Tlaquepaque, Jalisco, vol. xviii, número 2, junio de 2009, pp. 100–118.

Onfray, Michel, Antimanual de filosofía, Edaf, Madrid, 2007.

——  La comunidad filosófica. Manifiesto por una Universidad Popular, Gedisa, Barcelona, 2008.

——  La fuerza de existir. Manifiesto hedonista, Anagrama, Barcelona, 2013.

Pessoa, Fernando, Poemas, Letras vivas, México, 2002.

 

[*] Para mis compañeras y compañeros de la Universidad Popular. En julio de 2017 un grupo de amigas y amigos decidimos, al estilo de Michel Onfray, fundar una Universidad Popular. Se trata de un Jardín de Epicuro, sus características: las clases no tienen ningún costo, es un jardín fuera de las paredes universitarias abierta a cualquiera que guste y busque el placer de filosofar. La reflexión de este trabajo nace de la experiencia y el contacto con mis estudiantes.

[**] Maestro en Filosofía y Ciencias Sociales, ITESO, Fundador de la Universidad Popular de Ciudad Victoria, miembro del Cuerpo Académico de Historia e Historiografía Regional de la UAMCEH de la Universidad Autónoma de Tamaulipas. yrb.balvanera@gmail.com

 

[1].     Michel Onfray, La comunidad filosófica. Manifiesto por una Universidad Popular, Gedisa, Barcelona, 2008, p. 127.

[2].    Ibidem, p. 130.

[3].    Albert Camus, El hombre rebelde, Losada, Buenos Aires, 1978, p. 17.

[4].    Michel Onfray, La comunidad filosófica…, p. 132.

[5].    Albert Camus, El hombre…, p. 18. La cita textual dice así: “Callarse es dejar creer que no se juzga ni desea nada […] pero desde el momento en que habla, aunque diga que no, desea y juzga”.

[6].    Fernando Pessoa, Poemas, Letras vivas, México, 2002, p. 5.

[7].    Michel Onfray, La comunidad filosófica…, p. 133.

[8].    Michel Onfray, Antimanual de filosofía, Edaf, Madrid, 2007, p. 21.

[9].    Michel Onfray, La fuerza de existir. Manifiesto hedonista. Anagrama, Barcelona, 2013, p. 191.

[10].    Al mismo tiempo hay que señalar que con mucha frecuencia aparecen cuestionamientos y alternativas al protocolo de investigación, pero los mecanismos de evaluación educativa se empeñan en continuar con los mismos modelos.

[11].    Cristina Cárdenas Castillo, “Apuntes para una crítica del cinismo educativo” en Xipe Totek, Revista trimestral del Departamento de Filosofía y Humanidades del iteso, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, Tlaquepaque, Jalisco, vol. xviii, número 2, junio de 2009, pp. 100–118.

[12].    Michel Onfray, La comunidad filosófica…, p. 90.

[13].    Cristina Cárdenas Castillo, “Apuntes…”, p. 115.

[14].    Ibidem, p. 118.

[15].    Michel Onfray, La comunidad filosófica…, p. 119.

La universidad. Ochocientos años, ¿en qué condiciones?

Pedro de Velasco y Rivero, sj  [*]

Recepción: 03 de agosto de 2017
Aprobación: 23 de octubre de 2017

 

Abstract. Velasco y Rivero, Pedro de. The University. After Eight Hundred Years, In What Condition? The university is one of the few institutions that has managed to survive the fall of the medieval world and the crisis of modernity. It seems to have held on —over 800 years— to its functionality, influence and social prestige in the world marked by European culture, and to have extended it to the entire planet. While most of the cultural institutions that emerged in the modern age are in crisis, the university —as an institution— appears to have conserved its role as a source of knowledge, of social and workplace validation, and of prestige in a wide range of cultures and social strata. This odd phenomenon raises suspicion. Does the university really continue to play its role as creator and transmitter of a fundamental portion of the world’s cultural legacy? Is it an institution without conditions, that rises above the current disrepute of modern rationalism? Or might it be that it has simply followed the drift of modern rationality, passing from uni–verso of wisdom to scientific institute, from there to techno–logical institute and finally, to professional certification agency?
Key words: university, western institutions, social prestige, modern rationality, science, techno–science.

 

Resumen. Velasco y Rivero, Pedro de. La universidad. Ochocientos años, ¿en qué condiciones? La universidad es una de las pocas instituciones que ha sobrevivido a la caída del mundo medieval y a la crisis de la Modernidad. Parece haber guardado —a lo largo de 800 años— su funcionalidad, influencia y prestigio social en el mundo influido por la cultura europea, y haberla extendido a todo el planeta. Cuando la mayoría de las instituciones culturales surgidas de la modernidad está en crisis, la universidad —como institución— parece seguir siendo fuente de saber, aceptación social y laboral, de prestigio en las más diversas culturas o estratos sociales. Este extraño fenómeno suscita sospechas. ¿Realmente la universidad sigue conservando su papel como creadora y transmisora de una parte fundamental del patrimonio cultural?, ¿se tratará de una institución sin condiciones, situada por encima del desprestigio actual de la racionalidad moderna?, ¿o será porque —siguiendo la deriva de la racionalidad moderna— ha pasado de uni–verso de la sabiduría a instituto científico, después a tecno–lógico y, por fin, a certificadora profesional?
Palabras clave: universidad, instituciones occidentales, prestigio social, racionalidad moderna, ciencia, tecnociencia.

 

Quiero comenzar esta reflexión con una trivial constatación que me ha sorprendido muchísimo: ¡La universidad no está en crisis!

Desde luego, nadie ignora que todas las universidades tienen crisis, que suelen ser fuente de cuestionamientos, choques, revueltas, conflictos de poder o ideologías, etc., etc. Bueno, casi todas…

Cierto. Sin embargo, la universidad como tal, como institución, como enseña cultural, como aspiración social y símbolo de prestigio, hasta me atrevería a decir como estancia, no está en crisis; al contrario. La prueba es que hay muchos millones de jóvenes que aspiran a ingresar en ellas, que piensan que su formación o capacitación, que su futuro y su vida misma serían mejores si lograran incorporarse al mundo universitario, participar de él y permanecer en él al menos el tiempo necesario para terminar una carrera y, después, un posgrado.

La institución universidad es una de las más añejas de la cultura occidental, más que las naciones, las grandes ideologías, los partidos políticos, las revoluciones, la industrialización, el capitalismo o el sistema bancario; aunque no tanto como las religiones o la familia monogámica, la división social del trabajo o las identidades sexuales. Sin embargo, sigue tan campante en medio de un mundo en el que prácticamente todas estas instituciones tradicionales han ido perdiendo su prestigio y su papel cultural, aun aquellas consideradas fundamentales para la vida humana como la familia, la comunidad, la autoridad, las morales o las religiones, las tradiciones… Paradójicamente, la universidad parece sobrevivir incólume al derrumbe de esos mundos y culturas y, en este momento, incluso a lo que parecería la desaparición de su propia y original razón de ser: el dar razón.

Esta venerable dama —con ya 800 años de existencia— sobrevivió a la caída del mundo medieval en el que fue creada y a la crisis de sus instituciones: monarquías, mecenazgos, filosofía escolástica, poder eclesiástico, etc. Al parecer, sobrevive bien al derrumbe de ese mundo conjurado por la diosa–razón ilustrada y su demiurgo la ciencia, derrumbe concretado en el desprestigio e inefectividad y miseria de sus obras y proclamas más insignes: de las revoluciones o meta–relatos —como los de la libertad, la igualdad y la fraternidad; o del comunismo—, de los Estados y democracias, de los sistemas de producción o protección social, sistemas de pertenencia e identidad; ha sobrevivido a la disolución del mito que proclamó a la ciencia como el instrumento definitivo para acabar con la miseria, la ignorancia y las tiranías; ni siquiera parece afectarle el derrumbe de la fe en la misma diosa–razón.

Y, hoy, parece resistir airosamente a una posmodernidad que se caracteriza no sólo por ese desencanto de la razón y por la pérdida del sentido —vividas ya desde el existencialismo—, sino por la indiferencia hacia esa pérdida, la indiferencia hacia la razón de las razones, hacia eso que muchos filósofos consideran la razón de ser fundamental de la misma universidad.

Y me sorprende casi tanto el que los universitarios no nos hayamos preguntado ¿por qué la universidad no está en crisis?, ¿por qué la universidad no sólo goza de aceptación y prestigio, sino que los confiere?, ¿por qué, de algún modo extraño, al menos en el imaginario social, sigue otorgando los títulos que permiten y acreditan a sus portadores el ingreso y la circulación en los mundos del empleo, del conocimiento, del prestigio y del dinero?

Pudiera ser porque la estructura misma de la universidad la libera de los condicionamientos propios de los diversos mundos por los que ha atravesado. En cuyo caso, el postular la universidad sin condiciones de Derrida sería un mero pleonasmo.

Pudiera ser porque materializa los últimos remanentes de aquellos anhelos de libertad de pensamiento, el último baluarte de intervención humana relativamente independiente de los poderes políticos, religiosos o económicos en el mundo actual.

O, más bien, porque es la única que acredita la posesión de esas ciencias que usurpan —aunque degraden— la figura y las funciones de la misma diosa–razón como dueña y dadora —creadora y garante—
de la vida misma en nuestro mundo. O, más pragmáticamente, porque se le considera el repositorio de la tecnociencia moderna, esa única y gloriosa sobreviviente de las construcciones culturales de la Modernidad tardía, llave maestra del manejo y acaparamiento del mundo —mediante la tecnología y la mercadotecnia—, del empleo y la ganancia, fuente de información/poder y promesa del éxito económico.

Es decir, porque tanto la vetero–modernidad ilustrada como la neo y posmodernidad tecnologizadas lograron seducir, domesticar y poner a su servicio a la universidad hasta hacerla a su imagen y semejanza.

 

¿Universidad sin razón?, las derivas de un camaleón secular

La universidad nace en el Medioevo, nace como lugar/comunidad que congrega sabios y aspirantes al saber; los supone instruidos, al menos en los rudimentos de la filosofía, en las artes de hablar y argumentar; o los acaba de preparar para ello. Podríamos decir que, desde la sabiduría de sus doctos, intenta conferir saberes, conocimientos y sentidos al legista, al médico o al teólogo y certifica a algunos para enseñar a los legos. Desde luego, en esta universidad ni la sabiduría ni las mismas especialidades son ciencias; aunque las últimas impliquen un corpus de conocimientos organizados. Recordemos que las ciencias que hoy enseñamos todavía no han nacido.

La Modernidad nace relativamente al margen y un poco en contra de la Universitas medieval; en contra de su comprensión del mundo, de su propia misión, de su saber/conocer y de sus metodologías tradicionales. Sin embargo, muy pronto la universidad será la casa–faro de la razón ilustrada, pasará de la sapientia (el saber de la vida, el mundo y la humanidad), al cultivo y culto de la diosa–razón (razonar y dar razón modernos).

A medida que aumentan la especialización y la consecuente fragmentación del conocer en las diversas ciencias, junto con sus éxitos y prestigio, el raciocinar–experimentar científico va sustituyendo a la razón como supuesto, objeto y finalidad del ser y quehacer universitario. Sin embargo, con y por ello, la razón/ethos del pensar científico va perdiendo importancia. Importan las ciencias en y por sí mismas y, así, imponen su lógica —metodología, criterios de verdad/experimentalidad/utilidad— en ese quehacer intelectual y van configurando el enseñar mismo.

En la neomodernidad la exigencia no sólo de poner la ciencia al servicio de la tecnología sino de configurar las ciencias y la educación para ello —y a su imagen y semejanza—, va llevando al sometimiento de la lógica, los métodos y conocimientos científicos a las mecánicas y los intereses de la producción técnica. Se impone la tecnociencia y la universidad va derivando —muy especialmente a partir de mediados del siglo XX— de ser la casa de las ciencias a ser el taller–almacén de las profesiones, proceso que culmina en los tecno–lógicos cuyo mismo nombre encierra su razón, motor, sentido y criterios. Esta deriva permite que la universidad —ahora tecnológica y tecnologizada— siga siendo una institución funcional, buscada y reconocida por quienes quieren integrarse con ciertas ventajas al mundo de la producción industrial y postindustrial (de los servicios y de la información). Como todo lo tecno–lógico, la nueva institución se justifica por el mero hecho de funcionar, por garantizar su propia supervivencia e imagen en el ya denominado mercado educativo. Lo grave de este dinamismo es que tiende a convertir a la universidad en una empresa, especializada en la producción/venta cada vez más masiva de profesionistas, en el fondo, empleadores y empleados, técnicamente competitivos y certificados.

 

¿Universidad sin razón y posmodernidad fatal?

La universidad, originalmente comunidad del saber, parece haber ido perdiendo progresivamente la sabiduría, posteriormente parece haber abdicado de la racionalidad y el ethos que la substituyeron, al menos haber renunciado a ser la fuente de uno y otra, hasta renunciar a dar razón de los porqués de su hacer y su querer ser en aras de una enseñanza tecno–eficaz con algunos adjuntos de tecno–humanidades.

Esta deriva, reflejo de las condiciones socioculturales por las que ha ido atravesando nos plantea varios interrogantes: ¿todavía es posible y deseable, en la posmodernidad vigente, pensar la universidad como lugar de sabiduría, de formación humana, como crisol ético y fuente de inspiración para nuestra sociedad al menos como creadora de pensamiento y crisol de proyectos sociopolíticos? Si, como parece, ni los quehaceres —excepto los hechos desencarnados de tener bibliotecas, dar clases y títulos— ni las razones, ni los sentidos, ni las metodologías son los mismos, ¿estamos hablando de la misma realidad cuando pensamos en la Universidad de Bolonia, en el Massachusetts Institute of Technology o en la Deusto Bussines School? ¿Si de instituciones orientadas en común hacia y por la unidad del saber fuimos pasando a templos de la ciencia, de ahí a tecno–lógicos ideológicamente humanistas y en último término a supermercados de carreras y profesiones, seguimos siendo realmente universidad?

 

La deriva acomodaticia a las condiciones de la tecnociencia del mercado

En las diversas épocas, las universidades se van reconfigurando, reconfiguran su enseñanza y su pedagogía de acuerdo con el diseño social del conocimiento y las técnicas de transformación; pero insensiblemente van asumiendo la forma y los modos de los haceres y conocimientos que las informan. Así, en la posmodernidad, la tendencia —percibida y asumida como inevitable— se dirige al sometimiento progresivo a los criterios, métodos y fines de una tecnociencia cada vez más configurada por las demandas del mercado (más preocupada por vender su imagen, investigaciones y productos a las casas de bolsa y a las grandes transnacionales) que por la verdadera búsqueda de formas de resolver y proyectar una vida más humana hoy.

Consecuentemente, a las universidades se les van imponiendo los objetivos, métodos y criterios empresariales, la necesidad y formas de mercadotecnia, de financiamiento, las acreditaciones; las leyes del competir y derrotar, del crecimiento indefinido y acaparamiento del mercado como mecanismo de supervivencia, etc. Igualmente, se les imponen sistemas y métodos de planeación y evaluación, de control, programación y sistematización administrativo–burocráticos surgidos de la producción empresarial y ahora homogeneizados y procesados automática e impersonalmente por computadoras.

Todo lo anterior las acabará reconfigurando y convirtiendo en instituciones domesticadas, pensadas por y para el sistema, a su imagen y semejanza y para su reproducción conservadora. Hay pensadores que consideran que esta reconfiguración no sólo ya es un hecho sino destino ineludible, dadas las condiciones del mundo actual. Creo que este contexto nos impone el reflexionar y el dar y darnos razón del quehacer y del ser de la universidad y los universitarios y de sus repercusiones sociales.

 

Acriticidad cómplice: ¿promoción y mejora de una tecnociencia destructiva?

Ante esta deriva del quehacer universitario hacia el primado de la tecnociencia y la formación de profesionistas, tendríamos que preguntarnos qué razón da la universidad respecto de lo que implica y significa no sólo la enseñanza sino el entusiasmo y el compromiso de las universidades con las ciencias y tecnologías actuales; porque si bien la universidad no las creó —al menos no fundamentalmente— sí las está reproduciendo e incluso impulsando y justificando.

Dar razón de su quehacer tendría que aclararnos si la universidad en su dedicación a la enseñanza/producción de esta ciencia y a la certificación de su uso profesional no está contribuyendo a perfeccionar, justificar y transmitir unas tecnociencias que, por su concepción y diseño, son fundamentalmente destructivas; aunque tengan efectos colaterales positivos, generalmente sólo para unos cuantos. Si no está ayudando a imponer un proyecto de mundo y un tratamiento de éste, fundamentalmente injustos; es decir, no sólo desajustados sino productores de desajuste.

¿Hemos pensado si la técnica, la política o la economía que promovemos son generadoras de violencia por su misma configuración estructural? ¿Podemos seguir creyendo que la violencia que padecemos en el mundo actual y la violencia contra el mundo son independientes del modelo de desarrollo tecnocientífico/económico que hemos adoptado y, sobre todo, del dinamismo propio de la razón instrumental que está detrás de ello?

Paradójicamente, ponemos nuestra confianza, nuestro esfuerzo y aun nuestra misma vida en manos de una tecnociencia que, en el conjunto de su acción y productos, se revela como gravemente depredadora y ecocida: asumimos una economía hambreadora cuyo diseño implica que la producción de bienes —incluso fundamentales para todos— sea acaparada por las instituciones financieras y sus detentores. Padecemos una política divisora que sigue provocando nacionalismos, exclusiones, migraciones, guerras o corrupción interna y absolutización del poder estatal…, una comunicación y una informática cada vez más orientadas a ocuparnos en distraernos, en encajonarnos en el instante presente, en el mundo virtual, en el consumo instantáneo y compulsivo… ¿todos estos efectos se solucionarán simplemente haciendo mejor lo mismo que hemos hecho, o tratando de paliar estos efectos no deseados con correctivos puntuales?

Decir que la (diosa) tecnociencia puede ser buena o mala por su mismo diseño e intencionalidad, que mucha de la ciencia y tecnología actual es, en sí misma, perversa —por ser mayoritariamente destructiva—, resulta una blasfemia y más en sus santuarios universitarios. Blasfemia que se descalifica aduciendo que la ciencia no tiene moral, no puede ser en sí misma buena o mala, que todo depende del uso que de ella se haga. Blasfemia que se exorciza con las alabanzas de sus éxitos y productos en muy diversos campos, aunque se reconozca que puede tener usos malos.

Pero, como universitarios ¿podemos asumir, sin una crítica fundamental, el supuesto de unas tecnociencias puras, absolutizadas/abstractas, teóricamente neutras y desprendidas de una determinada comprensión y de un proyecto de mundo y humanidad, que sólo por la maldad de algunos individuos o instituciones son usadas —colateralmente— para dañar? ¿Se puede éticamente dar por supuesto que el diseño mismo de la tecnocientificidad moderna es ajeno a estos efectos?

En este punto creo fundamental tener en cuenta una observación de Patxi Lanceros: “El debate que desde hace cuatro décadas intenta distinguir entre la estructura neutral de la técnica y su posible uso ideológico olvida que la estructura de la técnica es pura función, puro uso. No hay esencia de la técnica sino utilidad”.[1]

La prueba más evidente y masiva de la destructividad estructural del conjunto de nuestra tecnociencia es la depredación que de hecho está causando en el planeta y que de muy diversas maneras pone en riesgo o, incluso, destruye directamente el planeta y con él la vida humana. Destrucción que por su magnitud y constancia no se explica como un mero efecto colateral o mal uso, sino como resultado del mismo diseño–uso de una tecnociencia pensada cada vez más en función del mercado y las finanzas. Podemos pensar miles de ejemplos puntuales como los pesticidas, los desastrosos efectos de la agroindustria, la contaminación ambiental, el cambio climático, el uso desenfrenado de energía, el armamentismo, etcétera.

Porque desde otro punto de vista, más social, la tecnociencia está cada vez más constituida para el uso–servicio de un proyecto de sociedad fundada y orientada al negocio–ganancia y la acumulación de la riqueza en manos de unos cuantos países o grupos sociales y empresas, siempre a costa de los recursos, del trabajo y del medio ambiente de los países o regiones más pobres; y cada vez está más rediseñada, orientada y empujada a ello a través de las exigencias y controles del mercado y del financiamiento.

Es destructiva por diseño, ya que por diseño funciona en servicio de las minorías, con perjuicio de las mayorías, amparada en la justificación de que la riqueza y la innovación producida para algunos algún día rebalsará hacia los que están abajo.[2] El creciente despojo de los bienes de las naciones pobres —incluido su medio ambiente— y la creciente brecha entre pobres y ricos en todo el mundo muestra que, de hecho, la tecnociencia está siendo diseñada–utilizada para la ganancia–acumulación monetaria de unos cuantos y va siendo cada vez más simbiótica con la mercadotecnia y la financierización.

Más fundamentalmente, como ha denunciado ya la Escuela de Frankfurt, la razón última de la destructividad de la tecnocientificidad es precisamente el estar fundada y sustentada en la razón instrumental, que consiste en que los instrumentos se absolutizan y se constituyen en fines y criterio absoluto de toda la actividad humana, del pensamiento y de la moral, incluso de los seres humanos.

¿Podemos aceptar y asumir que las tecnociencias se constituyan en sabiduría y sentido, en razón de ser de la universidad y de la sociedad? Tenemos que preguntarnos si queremos hacer/enseñar unas ciencias orientadas y justificadas por su éxito tecnológico lo que, en realidad, puede encubrir sus consecuencias negativas para la humanidad y el mundo o, más sencillamente, el proyecto de quienes compran, financian, proponen o bloquean la ciencia y, desde luego, el quehacer de la universidad.

A pesar de que, evidentemente, podemos aducir que este proyecto ha producido un conjunto de beneficios para mucha gente, tendríamos que preguntarnos críticamente por qué, si pensamos en la inmensa mayoría de la humanidad, esos beneficios siguen siendo escasos, colaterales y marginales, al tiempo que los daños son generales, globales, fundamentales e irreversibles.

Por lo mismo, no basta estar a la cabeza en la enseñanza y la innovación científica, en la capacitación de profesionales, si éstas no hacen más que generar productos —conocimientos, tecnologías, gadgets o profesionistas— más eficientes y sofisticados de y para lo mismo.

 

Todo se hace tecnociencia, hasta la pedagogía, el deporte, la filosofía

Tenemos que enfrentar el hecho de que la asunción acrítica del primado absoluto de la tecnociencia —de sus finalidades y métodos—, no es una mera opción coyuntural, realista, que nos permitiría adecuarnos y sobrevivir a las fatales condiciones del presente, pero que en el fondo no afectaría ni el quehacer ni el ser y el ethos de las universidades y de sus miembros. El asumir y aplicar criterios, fines o formas empresariales de proyectar, administrar, financiar, evaluar no es inocuo, tiende a convertirlas en tecno–empresas; porque nuestro hacer nos configura humanamente, el hacer universitario y el modo de hacerlo realmente re–configuran a la universidad y a los universitarios.

Síntoma inmediato de esa asunción acrítica es la tendencia a proyectar, controlar y evaluar la enseñanza y la misma pedagogía con criterios propios de la tecnociencia o las empresas y, desde luego, nacidos de ellas.

En la medida en que tanto la conducta privada como la pública se orientan a la consecución del éxito o se miden por criterios de eficacia, es necesario buscar un patrón objetivo desde el [cual] establecer diferencias y jerarquías… Por otra parte, un ineludible positivismo ambiental que reduce la realidad a dato, la atomiza y la presenta como conjunto de elementos, se convierte en el soporte necesario de la cuantificación y la medida…
No sólo los bancos miden el éxito en beneficios y las empresas en eficacia con base en la relación producción–consumo. La calidad se aliena en cifras, el bienestar en cuentas, la capacidad en baremo…[3]

 Desde el punto de vista de la razón/sabiduría, debemos preguntarnos si detrás de la aceptación acrítica del primado de la tecnociencia no está la convicción de que la formación de la persona y el aprendizaje o ejercicio de la ciencia o de la tecnología son dos campos distintos e independientes —aunque compatibles y hasta complementarios—. No caemos en la cuenta de que la tecnología —elevada a criterio, método y objeto fundamentales de nuestra acción— nos va haciendo a su imagen y semejanza y acaba siendo efectivamente nuestro fundamento y razón de ser, como personas o como instituciones. Porque lo que configura nuestra humanidad —y nuestras instituciones— no son directa ni primariamente las convicciones, menos los valores o ideales que proclamamos, sino los quehaceres/obras a los que nos dedicamos, los instrumentos que usamos y su estilo, diseño, productos…; nuestro hacer humano o inhumano —lo que hacemos y las formas en las que lo hacemos— nos hace humanos o inhumanos y, por supuesto, in–forman, recrean la universidad. La informática no sólo nos informa, sino que nos formatea.

Igual que el enseñar y la pedagogía dependen de lo enseñado y sus objetivos, el quehacer tecnocientífico y su enseñanza marcan y condicionan, informan esa misma enseñanza, sus métodos y sentidos, como informan la misma humanidad de nuestra época. El tecnocientismo hecho objeto y razón de la universidad va haciendo que la enseñanza misma, la pedagogía, y su administración se transformen en tecno–procesos, homogéneos, preprogramados, repetitivos y evaluables numéricamente, en lugar de crear tecnologías y ciencias realmente pedagógicas y formativas, humanas y humanizadoras.

Un síntoma claro de lo anterior es que tengamos que añadir clases de humanismo y de moral a nuestros currículos científicos… porque estamos convencidos de que éstos ni los tienen ni los pueden tener en sí mismos, ya que son neutros, a–morales; en el fondo ajenos a nosotros, in–humanos.

Esto mismo aparece en el hecho de que tengamos facultades de filosofía, de humanidades o incluso de teología, paralelas pero similares a las de ingeniería, medicina, informática, administración o leyes. Señal de que una y otra han pasado de ser la sabiduría que daba forma y sentido a las personas y a la universidad misma, a ser meras disciplinas/ciencias. Las hemos convertido en conjuntos de conocimientos, teorías o normas que pretenden aportar criticidad y orientación frente a las ciencias, sin percatarnos de que al hacerse disciplinas han asumido ya la estructura y metodología, la racionalidad interna y, por lo mismo, los criterios y sentidos o finalidades de la ciencia positivista. Por eso sus aportaciones son meros datos o insumos que las ciencias pueden integrar en su sistema a modo de correctivos externos y puntuales; pero que no pueden poner en cuestión el fundamento mismo, el proyecto, la estructura o el hacer de la ciencia porque de alguna manera ya lo han asumido. Con diversos matices, esto vale también para el conjunto de las “humanidades”, el arte, la historia y hasta el deporte, convertidos progresivamente en tecnodisciplinas.

 

Pérdida del ethos universitario

Una universidad que va abdicando a favor de otras instancias la razón de su actuar renuncia, por ese mismo hecho, a su ethos fundamental. Una universidad cuya razón va siendo progresivamente cooptada por los sistemas empresariales ¿puede dar sentido a su quehacer intentando introyectar valores, idearios, acciones o enseñanzas humanistas?

Una universidad ajustada a un mundo injusto es incapaz de reajustarlo, con más razón es incapaz de ajustarse a sí misma o de ajustar la ciencia y la educación; más aún, es causa de injusticia. Obviamente ya no puede ser el lugar desde donde se propone y se acrisola la moral, donde se establecen los criterios de veracidad, factibilidad y pertinencia
de las propuestas y realizaciones científicas, económicas o políticas, no puede ser el lugar donde se acrisola la autenticidad de las realizaciones humanas.

Abandonar la tarea de dar razón del pensar/hacer/vivir humano —y razón de su propio ser y quehacer— va llevando a la universidad a abdicar de las responsabilidades sociales que deberían serle propias y darle razón de ser puesto que, en este momento, pareciera que sólo ella, o mucho más naturalmente ella, puede realizar.

 

Fatalismo desmoralizador

Otra consecuencia grave de la pérdida de su razón de ser o, más profundamente, de su ethos, sería el fatalismo: la interpretación fatalista de las condiciones actuales y la resignación a esa esclavitud, al presente dado.

Nos sentimos irremediablemente atrapados en las condiciones y exigencias del mercado, de las instancias rectoras o certificadoras de la educación, de los sistemas administrativos; en el juego de la competencia, del empleo, de la efectividad rentable… De hecho, estamos sometidos a relaciones laborales contractuales–empresariales y a sus graves consecuencias.

El contrato aparece como la única figura capaz de respetar la subjetividad emancipada (de los poderes trascendentes) y a la vez garantizar la cohesión y asegurar el funcionamiento del conjunto social… Paralelamente al proceso descrito de cuantificación, la extensión paulatina del modelo contractual […] conduce a la formalización (y a la normalización) de todo el entramado de relaciones: una concepción de los vínculos que no implica la totalidad del individuo o del grupo sino a su mera reducción administrativa… y que va acompañada de una tipificación de las actividades y actitudes (producción de tipos abstractos de comportamiento) y una normalización de las conductas.[4]

Los argumentos pseudo–realistas sobran: Estamos en este mundo y tenemos que adaptarnos… éstos son nuestros alumnos… nuestras instalaciones requieren… la imagen es la realidad… el mercado demanda… resignados a educar y certificar élites porque la educación privada es cara… Tendríamos que pensar si esta resignación no es señal de que no nos tenemos confianza a nosotros mismos, o de que nos coarta el miedo a perder las seguridades que tenemos. El fatalismo nos desmoraliza.

¿No toca a las universidades hacer propuestas o determinar quién decide y cómo los destinos de la investigación, de la enseñanza? ¿No podemos imaginar una universidad y, por ende, una formación universitaria no absorta en su supervivencia e imagen, no centrada en el alumno (¿cliente?) sino en las realidades y necesidades sociales, centrada en la producción de bienes para la vida de todos y no de valores de mercado? Lo cual, por cierto, redundaría el beneficio de sus mismos alumnos.

 

El compromiso social de la universidad es ser universidad (ni ONG, ni empresa socialmente responsable)

Por ello, la inspiración humanista —en su caso cristiana— no consiste en ponerle exigencias ideológicas, complementos culturales, virtudes, acentos religiosos o actividades de compromiso social a la enseñanza de por sí neutra de las ciencias. No consiste primariamente en añadir materias de formación humana… sino en hacer humanas y humanizadoras su actividad, su enseñanza y lo que enseña.

No se trata de establecer cuáles valores proclama la universidad sino qué bienes produce, cómo los produce, para quiénes los produce; es decir, si son realmente bienes universalizables: realidades y realizaciones humanas y humanizadoras.

El compromiso social no es ni el servicio social, ni las becas, ni el acompañamiento de grupos vulnerables; aunque en este momento todas ellas sean indispensables no sólo para esos grupos sino para la vida y el quehacer de la misma universidad. No podemos quedarnos en hacer carreras técnicas para quienes no pueden pagar o acreditar sus estudios; necesitamos inventar ciencias y técnicas, profesiones diseñadas para integrar a los diversos grupos en la resolución de las necesidades sociales comunes básicas y urgentes; lo cual —de paso— daría conocimientos y trabajo a más personas. No quedarnos en hacer tecnología adaptada a las mayorías sino pasar a una diseñada por y para ellas. Como un caso paradigmático, me parece muy interesante la imaginación y el dinamismo que hay detrás de la propuesta de una economía alternativa de Amartya Sen.

El compromiso social es ser verdaderamente universitas. Por ello, antes que nada, la universidad tendría que preguntarse por su propia razón de ser y por las condiciones reales para hacer real esa razón en el mundo actual.

 

Compromiso social de la universidad: Ajustar el mundo, ajustarse en el mundo

 Universidad: razón y justicia

Aclaración de presupuestos: tenemos que pasar de una comprensión de la justicia como amenaza legal e imperativo ideológico a la justicia como la forma humana de estar en el mundo, de ajustar–nos.

Al menos en el discurso pedagógico, es evidente —aunque luego no lo aceptemos— que hacer justicia no es ajusticiar, es decir no es castigar o premiar. Ya es un poco más complicado aceptar que hacer justicia no es igualar,[5] ni tampoco dar a cada uno lo suyo, ni es la mera redistribución de la riqueza, del saber o del poder; mucho menos es el establecimiento de ideologías o sistemas morales o legales, tribunales que dirijan, organicen, evalúen y establezcan penas. Hacer justicia no es cuestión ni de enseñar/proclamar ideales, ni de encarnar valores, ni de añadirle humanismo a la enseñanza, a las ciencias o a las empresas.

Propongo otra comprensión, más antigua, de hacer justicia; algo mucho más simple y cotidiano, aunque más radical y necesario: es el proceso de ir ajustando o re–ajustando constantemente, por invención/decisión/actuación, la realidad/mundo para que ésta no destruya a los seres humanos, y viceversa, a los seres humanos para que ellos no destruyan su mundo. Hacer justicia es ajustar/reajustar la realidad humano–mundana que por diversos factores naturales o humanos —si es que en el mundo actual vale todavía la distinción entre natural y humano— se está desajustando continuamente, en la que se rompen los procesos de interdependencia–interacción armónica, mutuo sostenimiento y ajuste de los seres humanos entre sí y con su mundo ambiente, o de éste con aquellos, amenazando así la vida–convivencia humana y el equilibrio ecológico.

Hacer justicia empieza por ser un trabajo manual: es construir o reajustar materialmente el mundo y al ser humano para que sean humanos–humanizadores. Ambas construcciones se dan simultáneamente y en un mismo proceso. Construcción material que en buena parte consiste —es decir se basa en y se realiza por— el diseño y la creación de los instrumentos adecuados para esa labor; labor que no puede darse sin una experiencia común, recibida de otros, sin un proyecto–diseño y, por lo mismo, sin una auto–comprensión y un sentido, conocidos y asumidos en vez de ocultos y manipuladores. Es decir, sólo es posible si nuestra acción–creación humana —incluidas la ciencia y la tecnología— está en función de esta experiencia compartida, esa razón/sentido/querer. Pero hacer justicia es también re–ajustar constantemente nuestros proyectos de humanidad a las condiciones, posibilidades, realizaciones y realidades benéficas de nuestro mundo–humanidad. Hacer justicia, reajustar nuestro estar–actuar en el mundo, implicará re–descubrir
o reinventar la razón–sentido de las ciencias y de la tecnología, reinventar las ciencias y tecnologías; igualmente con la pedagogía, la música y el deporte, la filosofía y la teología hoy.

El hacer justicia en/de la universidad empezaría por poner en cuestión y rediseñar/reajustar precisamente las formas actuales de manejar o manipular el mundo, las preconizadas y producidas por esas mismas ciencias que estamos enseñando y sus subproductos: los procesos de diseño y producción, de investigación y evaluación, los procesos tecnológicos y la comprensión misma de la tecnología, los procesos de información y comunicación, las formas y los sentidos de la producción industrial o de servicios. Y, desde luego, poner en cuestión nuestras formas actuales de asumir y transmitir todo lo anterior.

 

Utilitas, Iustitia, Humanitas, Fides

Desde este contexto, el discurso que separa unas de otras y considera distintas —aunque complementarias— la Utilitas, la Humanitas, la Iustitia y la Fides, me parece paradigmático de nuestra comprensión dicotómica del sentido de la ciencia y de la justicia y de la misma humanidad.

Pudiera entenderse como el intento de distinguir cuatro facetas de la misma realidad, pero parece que no es así. En él más bien se revelan una Utilitas que no tiene en su misma raíz y constitución la Iustitia, ni la Humanitas, ni la Fides y que, por tanto, necesita y espera su complemento, o una Iustitia que tiene que venir a corregir y orientar la Utilitas…, o una Humanitas que endulza la Iustitia y ornamenta la Utilitas… y, por fin, una Fides que de alguna manera viene a santificar todo el conjunto.

La justicia de cualquier acción/creación humana —de la ciencia, de la enseñanza, de la empresa o la religión— consiste precisamente en su utilidad para a–justar el mundo y los seres humanos, en sus diversos niveles y dimensiones, para que sean más humanos y humanizadores. Sólo es justa si sirve a la realización de nuestros proyectos de humanidad–humanización. Todo hacer realmente útil, productor de bienes para la humanidad–mundo (no para unos cuantos) es justo por ese sólo hecho. La Utilitas no necesita “volverse justa”, simplemente necesita ser realmente útil.

Igualmente, la Humanitas consiste —se crea y se da— en la realización de la Utilitas y la Iustitia; es decir, en ese saber–actuar que ajusta el mundo y los seres humanos para que vayan siendo más humanos y humanizadores. Porque nuestra humanidad no sólo está presente sino que se va creando y configurando en y por nuestro saber–hacer justo/útil. De alguna manera nuestro ser es creación–apropiación de nuestros saberes, quereres y haceres (simbólicos, cognitivos, laborales, políticos, recreativos), y los resultados de esos quehaceres generan y manifiestan la humanidad que somos o no somos. En contrapartida, también es cierto que esos saberes, quereres, realizaciones son diseño y producto, manifestación de esta concreta humanidad y de los proyectos que tenemos de ella. Por eso una utilidad (ciencia, técnica, objeto, institución…) que por su mismo diseño no ajusta el mundo, ni es justa, ni es humana, ni es realmente útil.

Por último la Utilitas, la Humanitas y la Iustitia consisten[6] en la Fides, la suponen, expresan y se co–producen en ella; porque toda actividad y proyecto humanos se basan en la confianza/entrega en/a el mundo, en/a los seres humanos; suponen y producen su bondad respecto de la humanidad y hacen que podamos confiarnos a ellos. Todo nuestro saber–actuar humano nace y se funda en la Fides, en la confianza que tenemos en esa bondad radical y constante de la realidad. Bondad radical en la que con–sisten —se co–sustentan— la Fides, la Utilitas, la Iustitia y la Humanitas.

 

Saber y acrisolar

¿Cuál es el proyecto de mundo para el que trabaja —genera saberes y razones— realmente la universidad? ¿Las universidades pueden seguir siendo hoy espacios de libertad y sentido? ¿Pueden escapar a su destino de empresa? ¿Con cuáles condiciones y a qué costo? Más concretamente, ¿hay modos de que la universidad incida —significativamente— en la dilucidación de los sentidos del mundo, de nuestro manejo del mismo: en nuestra tecnociencia, sus métodos, criterios, acciones o productos, en su ser mismo? Antes que nada, la universidad tendría que preguntarse por su propia razón de ser y por las condiciones reales de hacer real esa razón en el mundo actual. Y para ello, ¿cómo se posibilita una reflexión seria sobre el sentido de la universidad hoy?

Desde lo visto antes, podemos plantear como tarea fundamental de la universidad el hacer justicia. Para ello, tiene que saber el sentido del quehacer y del ser humano, de sus proyectos; descubrir y proponer las posibilidades, supuestos y exigencias para ello. Se trataría de dar sabiduría, sentido y razón a ese quehacer mundano/humano y, en él, al ser y quehacer profesional. Consecuentemente, dar razón/sabiduría humana a las ciencias mismas, re–crearlas de tal modo que estén diseñadas estructuralmente en función de la producción de realidad y realización humana. Es decir, en función de bienes concretos, saberes, dinamismos, trabajos que ajusten —cuiden y cultiven— realmente el mundo y no sólo produzcan acumulación, comodidad, seguridad, información, valores o empleos para algunos. Pero también se trataría de dar razón/sabiduría a la universidad y a los universitarios.

Concretamente, a modo de ejemplo, no alcanza con tener ingenieros competentes (la competencia ha servido muy bien para destruir y oprimir), lo que urge son ingenieros —o médicos, o administradores, o políticos— sabios. Personas que sepan del sentido de la ciencia —no sólo manejarla o manipular el mundo—, del hacer conocer profesional, del discernir el bien de la efectividad… lo cual haría de esas profesiones y ciencias algo radicalmente distinto.

Según los pensadores de la posmodernidad, a esta cultura y a sus miembros no les interesan los sentidos. Lo que implicaría que ofertar (sic) sentidos no sería mercable en el mundo educativo. Sin embargo, si abandonamos este encargo ¿no hay quienes están de hecho imponiendo pragmáticamente sus intereses como sentidos a la vida humana y que, por lo mismo, la hacen inhumana? Porque junto con sus productos, la tecnociencia nos vende–impone sus sentidos y nos conduce a la instrumentalización de todo en función de ella misma o, peor aún, de los grupos que la controlan financiera y políticamente.

La universidad tendría que instituirse como una instancia crítica, como la que escruta y saca a la luz el fondo, los supuestos, los dinamismos y sentidos ocultos, los resultados y consecuencias de la acción humana en el mundo. No sólo crítica teórica sino crítica práctica, mediante la invención física, material, social, intelectual de alternativas.

Como instancia crítica tendríamos que empezar por mirar la mirada con la que vemos[7] y nos vemos. Saber también mirar lo que miran las ciencias y la mirada de las ciencias condicionada por ese mirar. Ensayar otras miradas, muy fundamentalmente las miradas de los totalmente otros, de los no–universidad.

Dicho de otra manera: se trataría de no conformarnos con la enseñanza de la filosofía kantiana o del psicoanálisis freudiano, sino incorporar en nuestro vernos y decidirnos, en nuestro hacer pedagógico y científico, la criticidad radical de esos maestros de la sospecha, la búsqueda de las razones últimas, de las estructuras que condicionan y dirigen nuestro pensamiento y acciones institucionales y personales.

Por ejemplo, se postula como tarea académica, sin matices, el priorizar el uso de las tecnologías informáticas. Esto es algo sumamente ambiguo; como dice Derrida, la informática nos in–forma, nos comunica–impone una forma subrepticiamente… en realidad, toda tecnología nos va confiriendo una forma, es un demiurgo que si no controlamos nos hace a su imagen y semejanza. ¿Pueden los profesionales de las tecnociencias eludir la reflexión sobre esa propuesta? Serían ellos los más indicados para enfrentarla, desde su conocimiento de la estructura interna de la ciencia, como también de su uso y los efectos que —por diseño— tiene sobre sus usuarios; porque, como veíamos, la razón de la tecnología está precisamente en ese uso. Igualmente ellos tendrían que plantear una segunda y fundamental cuestión universitaria ¿la informática actual —o las diversas formas de tecnociencia— son destino y futuro fatal? Pero no lo podrán hacer desde la visión —canteada y absolutizada— de esas mismas tecnociencias.

La ciencia y la tecnología son elementos indispensables de nuestra realidad y realización humana. No sólo las necesitamos para ajustar el mundo, sino para configurar nuestra propia humanidad. Pero ni son los únicos elementos ni cualquier ciencia o tecnología es automáticamente factor de humanización. Por eso el quehacer de la universidad no puede reducirse a la transmisión y mejora de la tecnociencia que hay. Su razón de ser y su eticidad, su quehacer, tienen que ir hasta la sabiduría, la razón/sentido, la concepción, diseño, articulación intrínseca y el uso de las ciencias y tecnologías, así como del arte, del deporte o de la religión, porque esa razón —siempre presente aunque implícita— las configura y, correspondientemente, configura nuestra humanidad y mundanidad o inhumanidad.

No es sólo cuestión de enseñar arte o filosofía, sino de imaginar e inventar el modo de poner el arte y filosofía en los mismos instrumentos que usamos, en la ciencia, en la vida y para ello hay que imaginar otras ciencias, otras pedagogías, otra universidad.[8]

 Realistamente, la Universidad no puede pretender ser el lugar de la sabiduría. La sabiduría excede con muchísimo a la universidad; ésta no la puede acaparar, menos agotar. Pero sí puede y debe, tiene como razón de ser, dar sabiduría —razón y sentido— a su ser y quehacer, a quienes la constituyen y, consecuentemente, a la misma sociedad. La universidad puede y tiene que saber del mundo —no un mero saber manipulador—, saber de los sentidos, proyectos, realizaciones del mundo y de los supuestos para poder realizarlo–ajustarlo. Sabiendo esto, el amor a la sabiduría —la filosofía y, en su caso, la teología— tendría que ser la universitas del quehacer universitario.

 

La imaginación a la universidad

¿A pesar de su antigüedad, de sus adaptaciones o sometimientos, la universidad puede todavía representar una novedad y una esperanza en este mundo? ¿Su quehacer puede anunciar e iniciar en sí mismo los caminos hacia un mundo más justo, más ajustado a la vida humana?

Para ello, para ser ética, a la universidad ya no le alcanza con ser el lugar del Saber/Memoria; tiene que arriesgarse a ser el lugar de la Imaginación/Proyecto/Creación.

Si hay alguna posibilidad de una Universidad sin condiciones —al menos en el sentido de no sometida a exigencias extrañas—, ésta supone poner imaginación a la universidad, para zafarnos del imperio del presente determinado y absolutizado de las tecnociencias, y de la econo–política que lo condiciona y dirige, del fin de la historia —un más de lo mismo— propuesto como filosofía. Imaginación para evitar que éstas sean las diosas creadoras y dadoras de sentido, para rediseñarlas en función del servicio, del saber–querer de los seres humanos, de sus proyectos de humanidad y de sus esfuerzos de humanización.

Quizá nuestra primera y más urgente tarea ética sea imaginar la universidad más allá de la tecnociencia actual, sus métodos y exigencias. Pero todo eso presupone inventar y establecer otras condiciones.

Por eso se requiere de la imaginación; ella nos remite a lo no previsible, lo no comprobable y menos medible/contabilizable, incluso a lo no pensable en y desde los sistemas de conocimiento y acción de nuestro mundo actual.[9] Porque la imaginación nos da la posibilidad de ir más allá del mero desarrollo o perfeccionamiento lógico y necesario del presente dado; más allá de lo dado/necesario/legal/rentable, de la mera reproducción del sistema que criticamos y sufrimos. Nos posibilita el evadirnos de la necesidad y repetitividad del racionalismo tecnocientífico, para el cual sólo vale lo que se deduce lógicamente de las condiciones y actuaciones presentes, lo que se somete a la legalidad de los sistemas y fórmulas, lo que se repite y por lo mismo se puede prever, controlar, medir, pesar, contar, hoy de preferencia mediante computadoras. Gracias a la imaginación podemos ir más allá de las políticas, metodologías y controles “científicos”, funcionalistas, burocráticos; pasar de la tiranía de la estadística y la imagen (publicitaria–mercable) a la incondicionalidad de lo imaginado.

En el mundo actual es impensable una universidad que fuera más lugar del juego que del rendimiento deportivo, más universitas del saber que de las hiper–especializaciones fragmentadoras; de la tertulia sabia (o por lo menos ilustrada) que de las publicaciones auditadas; del gusto por enseñar y aprender que de la preocupación por los reconocimientos y evaluaciones; y de tantos otros magis (más) no sólo impensables, sino improgramables e inevaluables y, desde luego, invendibles; pero que ciertamente podemos imaginar, crear y regalar.

En último caso, se trataría de imaginar una universidad creadora de verdaderas comunidades del saber/imaginar/confiar, en donde estas facultades realmente se pongan en común y no sean privilegio de los excelentes, educados o certificados, ni botín exclusivo y patentado para conseguir reconocimientos y dinero.

 

El desde dónde de la imaginación

Sin embargo, la imaginación incondicionada tiene también sus condiciones. Una de ellas sería no sólo saber ver la mirada con la que vemos sino saber también qué ve nuestra mirada, incluso físicamente, poner en cuestión nuestros miradores. En el mismo artículo ya citado, Derrida en su deconstrucción sobre el ser de la universidad se asoma al paisaje que la Universidad de Cornell contempla y que de alguna manera la inspira: un abismo y un puente, párpado/puerta. Sería muy útil e interesante preguntarnos ¿cuáles paisajes ven las universidades desde su ubicación física? ¿Qué pueden ver/pensar del mundo desde ahí?

Nos puede dar pistas el saber que las formas más reconocidas de experiencias de concientización y creatividad entre los alumnos se suelen dar en el trabajo social que hacen entre grupos de personas desposeídas… y me pregunto si no sería posible una universidad que, asumiendo para ella misma esa experiencia, se ubique, se arraigue en ese mundo. Y creo que esa ubicación le permitiría ampliar sus horizontes y actividades; es decir, una mayor criticidad, creatividad y libertad, en el fondo mayor humanidad. Al parecer, buena parte del éxito pedagógico, de la riqueza de conocimientos y de la capacidad de innovación y libertad de los colegios de la antigua Compañía de Jesús podría atribuirse al intercambio constante entre éstos y las misiones en tierras lejanas y culturas diferentes. Intercambio de información sobre los bienes, la ecología, las necesidades, formas de pensar, instrumentos y productos, costumbres, sentidos y el deseo/propósito de encontrar respuestas alternativas a las necesidades de aquellas misiones.[10]

 Esta pregunta por la ubicación tiene otra razón: Si de ajustar el mundo se trata, lo lógico es tratar de salirnos de los sistemas, dinamismos y los intereses que lo están desajustando y ponernos en los lugares donde es más evidente y urgente la necesidad de reajustarlo, pero, sobre todo, porque precisamente estos lugares —aunque probablemente son los más afectados—, son los menos condicionados por los presupuestos y criterios de la tecnociencia o tecno–economía. Lugares donde, por lo mismo, no sólo es necesaria sino más fácil la creatividad, porque hay libertad respecto de sus condicionamientos, porque hay necesidad y porque hay gratuidad.

Una universidad preocupada por ajustar el mundo no sólo tendría que mirar/atender a los desajustes sino, de alguna manera, enraizarse estructural y sapiencialmente en esos lugares desajustados.

Pero, ¿cómo se re–diseña, se financia, se gestiona y evalúa, se hace creíble y aceptable una universidad centrada en la generación de los saberes y bienes necesarios y urgentes para las grandes mayorías del país?

 

Establecer nuevas condiciones; para ello inventar nuevas ciencias y viceversa

 La evidencia dice que, hoy en día, no hay condiciones para la universidad sin condiciones; pero ¿por qué?, ¿no será porque nos falta imaginación y nos sobra resignación?

Una de las primeras cosas que la universidad tendría que investigar, diseñar e ir realizando sería cómo darse condiciones/posibilidad para no tener las condiciones/ataduras, los condicionamientos que la han ido degradando.

¿No habrá alguna universidad cuyos departamentos de administración y economía puedan imaginar cuáles condiciones se requieren para que no esté condicionada por y en función del mercado, del empleo y salario, de la venta y la ganancia, ni dentro de sí ni ante la sociedad? ¿O crear una administración no concebida para hacer más eficiente la empresa, sino para generar otras formas de co–laboración en función de una producción de bienes que sean al mismo tiempo producción de relaciones humanas y de ajustes en el medio ambiente? ¿No habrá un departamento de pedagogía que pueda inventar e instrumentar procesos y criterios alternativos a los impuestos por los mecanismos regulatorios/controladores, o un departamento de ingeniería que pueda mostrar que la tecnología del automóvil, en el mundo actual, es inmoral por los daños de todo tipo que produce, pero que al mismo tiempo pueda imaginar ciencias alternativas de movilidad? ¿Sería posible una colaboración entre los departamentos de salud, diseño y bioquímica que permita no sólo seguir pensando cómo reciclamos la basura, sino en procesos industriales y hábitos de consumo que dejen de producirla, o un conjunto de ingeniería, antropología y sociología que permita no sólo producir energías alternativas sino tecnologías y ciencias y procesos técnicos diseñados para consumirla de formas más racionales?

Esto implica reajustarnos o, más probablemente, reinventarnos como universidades y como universitarios. No sólo innovar nuestras tareas, nuestra pedagogía, economía o relaciones humanas, sino nuestra misma autocomprensión, razón de ser y ethos. Hacernos capaces de imaginar, inventar y compartir no sólo una razón —obviamente no instrumental—, sino, en último término, un nuevo Espíritu —ethos/passio— para la ciencia, para la universidad y la cultura actual.

 

Bibliografía

Castoriadis, Cornelius, Los dominios del hombre, las encrucijadas del laberinto, Gedisa, Barcelona, 1988.

Derrida, Jacques, “Las pupilas de la Universidad” en Cómo no hablar y otros textos, Proyecto A, Barcelona, 1997. Edición digital Derrida en Castellano. https://redaprenderycambiar.com.ar/derrida/textos/como_no_hablar.htm

Lanceros, Patxi, La modernidad cansada y otras fatigas, Biblioteca Nueva, Madrid, 2006.

 

[*] Doctor en Teología por el Instituto Católico de París. Doctor en Ciencias de la Religión con especialidad en Antropología por la Universidad de París–Sorbona. Profesor del ITESO. pvelasco@iteso.mx

[1].     Patxi Lanceros, La modernidad cansada y otras fatigas, Biblioteca Nueva, Madrid, 2006, p. 55. El autor   cita a un conjunto de pensadores, especialmente algunos pertenecientes a la Escuela de Frankfurt.

[2].    Teoría asumida en la práctica por las mismas universidades privadas que esperan que los bienes
—conocimientos o valores— que confieren a los grupos a los que sirven puedan rebalsar después hacia los que no tienen acceso directo a estos bienes.

[3].    Patxi Lanceros, La modernidad…, p. 53.

[4].    Ibidem, p. 54.

[5].    Basta pensar que igualar a todos en los niveles de consumo del llamado primer mundo sería la injusticia más radical que podríamos cometer, puesto que acarrearía la devastación total del planeta en menos de 30 años.

[6].    Cum–sistere significa estar de pie (ser real) con (otros).

[7].    Cfr. Jacques Derrida, “Las pupilas de la Universidad” en Cómo no hablar y otros textos, Proyecto A, Barcelona, 1997. Edición digital Derrida en castellano.

[8].    Significativamente, en un seminario con profesionistas, un ingeniero manifestaba que si bien su profesión trabajaba esencialmente en el manejo y medición de tiempos y espacios, nunca le habían llevado a preguntarse por la esencia o realidad de ninguno de los dos, menos por su significado humano.

[9].    Cfr. Cornelius Castoriadis, Los dominios del hombre, las encrucijadas del laberinto, Gedisa, Barcelona, 1988, pp. 149 y ss.

[10].    Consideración aportada por el maestro José Luis Bermeo en una conversación.

La universidad y sus afluentes: el colegio de humanidades

[*]

Alfonso Alfaro Barreto[**]

Recepción: 23 de octubre de 2017
Aprobación: 19 de enero de 2018

 

El ITESO celebra 60 años de su fundación. Son ya 60 años, pero podríamos quizá decir que son apenas 60 años. Es una universidad joven, que ha alcanzado grandes logros pero que se encuentra en un momento de crecimiento vigoroso, lejos todavía de los niveles de consistencia y madurez que adquieren con el tiempo las instituciones de esta naturaleza.

Sin embargo, no son sólo 60 años. Porque el ITESO forma parte del proyecto educativo de la Compañía de Jesús, cuya vida se acerca ya al medio milenio. Por su parte, las universidades son instituciones ya casi milenarias: las seis décadas del ITESO se inscriben en esos dos grandes ciclos.

Quisiera hacer una reflexión muy breve sobre el papel de la educación superior en este largo curso del tiempo y tratar de ubicarnos en él.

Hay en nuestros días un consenso generalizado con respecto a la educación y, en particular, a la educación superior. Se encuentra sumamente extendida la idea de que la educación desempeña un papel fundamental para la resolución de los problemas sociales más profundos. Asistimos a una especie de sacralización de la educación y de la universidad; las sociedades creen en ellas, y esto les confiere una responsabilidad enorme. La universidad ha adquirido un papel de rectora, de generadora de valores, de referencia que legitima a las demás instituciones.

Es necesario recordar que la universidad tal como la conocemos es una institución que surgió en Occidente. No brotó en otras civilizaciones como la islámica o la confuciana, que tienen sus propias tradiciones educativas. En esas regiones se ha ido adoptando cada vez con mayor frecuencia su nombre, aunque no siempre su tradición y su espíritu. Y, aunque la universidad ha ido nutriéndose del flujo de otros espacios civilizatorios, esta institución recoge de manera primordial todo el aluvión de lo que la cultura occidental ha ido construyendo. Un elemento muy importante para tomar en cuenta es que la educación superior de matriz universitaria ha sido absolutamente indispensable para la formulación del modelo social de los países que aspiran a la democracia. No se puede calibrar el nivel del funcionamiento democrático en una sociedad si no se toma en consideración el papel que las universidades desempeñan en ella.

¿Qué es, pues, esa institución que llamamos universidad? ¿Por cuáles caminos ha llegado a sus actuales configuraciones?

Todas las sociedades disponen de una serie de mecanismos que en las culturas tradicionales se llaman ritos de paso, espacios liminares entre una generación y otra, donde los valores de la sociedad se hacen explícitos, y donde los niños y los jóvenes van asumiendo esos valores como dispositivos de pertenencia: esas indispensables funciones de socialización, naturalmente, han formado parte de las tareas de las instituciones universitarias.

Los orígenes de la educación occidental se encuentran sin duda en la paideia griega y la Academia, en el ágora y el foro, pero sus antecedentes inmediatos son el monasterio (morada de los monjes) y la escuela catedralicia (regida por los canónigos).

La Universidad de Cambridge conmemoró hace una década los 800 años de su fundación, y la Universidad de Salamanca celebró la semana pasada un festejo semejante; éste es el periodo que los historiadores llaman primer renacimiento del siglo xiii. La universidad adquiere su fisionomía distintiva en el momento en que se consolida una civilización que se llamó La Cristiandad.

 

La universidad escolástica

La universidad se estructura al mismo tiempo que el ayuntamiento, el gremio, la banca, el convento (monasterio), el parlamento o la dinastía. Esas instituciones están todavía más vivas unas que otras, pero es importante reconocer que la universidad respondió al mismo tipo de necesidades que ellas. En ese momento la función de la universidad es tratar de explicar el cosmos y dotar de cuadros a los incipientes órganos de justicia o de gestión de la vida pública; por eso las cátedras fundamentales son las de teología, vértice de todos los saberes, seguidas de las de filosofía —llamadas “de artes”, que tenían entre sus funciones el escrutinio de la naturaleza—. También es necesario hacer funcionar la vida de la sociedad y, para ello hay que fundar las cátedras de derecho; hay que, por otra parte, manejar de manera sistemática las relaciones con el cuerpo humano a través de los estudios de medicina. Ésa es, básicamente, la estructura fundamental de la universidad medieval, profundamente marcada por la herencia aristotélica, que había llevado a su plenitud un sistema de exploración de la realidad donde reinaba el razonamiento silogístico.

La base fundamental sobre la que se erguía todo el sistema era el principio de la necesaria correspondencia entre el orden de la naturaleza y el de la gracia, que hacía imposible la discrepancia radical entre el conocimiento y la fe. De esta manera, las empresas de la razón inquisitiva poseían la legitimidad y el aliciente para avanzar cada vez más lejos en la búsqueda de una luz que no podría ser distinta de la que irradiaba la revelación.

 

El colegio humanista

Un par de siglos después, hacia los siglos XV y XVI tiene lugar una inflexión importante en esta institución. Hay que hacer frente a un ensanchamiento del espacio sideral (Copérnico) y del orbe (Colón, Magallanes), a una diversificación de las sociedades —es el primer contacto sistemático de los seres humanos con culturas realmente distantes— y surge una serie de instituciones que provocan una implosión del mundo universitario regido hasta entonces por el método escolástico y le aportan un extraordinario dinamismo. Una institución fundamental en este proceso es el colegio de humanidades. A partir de la segunda mitad del siglo xvi, la Compañía de Jesús desempeña en este movimiento cultural un papel sumamente relevante: en el mundo católico el colegio es, de manera emblemática, el colegio jesuita. Si bien los colegios existían ya en la Edad Media, habitualmente en forma de convictorios o residencias estudiantiles, en el siglo xvi se convierten en una institución distinta: un espacio que aspira a ser el polo de florecimiento de la cultura humanista que se encontraba en su momento de plenitud. El colegio renacentista no sólo está vinculado al nacimiento o la consolidación de las naciones, de los observatorios, de las misiones, de la mística como territorio propio —de Lubac y de Certeau han mostrado cómo en esta época la mística se convierte en un espacio específico para enfocar la relación con el cosmos—. El colegio de humanidades está marcado por la centralidad de los procesos de comunicación (que se expresan a través del auge de la retórica y de la figura tutelar de Cicerón), del desarrollo de la imprenta y la formación de los gabinetes de curiosidades, ancestros de los museos, y de las grandes bibliotecas. Tenemos un extraordinario ejemplo de esa atmósfera en el cartel que anuncia este vi Encuentro El Humanismo y las humanidades ilustrado por una imagen de la biblioteca del colegio jesuita de Praga. La biblioteca era con frecuencia el núcleo en torno al cual se articulaba la vida de los colegios.

La cultura del humanismo renacentista, que concedía una gran importancia a la exploración de los misterios del lenguaje, fue naturalmente un espacio privilegiado para el desarrollo del arte como el gran sistema planetario de comunicación.

En el ámbito de la cultura tridentina, en el que está inscrita la Nueva España, el colegio jesuita es un polo fundamental de la vida social: la exploración de los abismos cósmicos a través de la teología, las artes y la experiencia espiritual; la exploración del universo por medio del observatorio astronómico, las matemáticas, la filosofía y la historia natural; la exploración del orbe y sus habitantes gracias a los viajes de los misioneros naturalistas, etnólogos y cartógrafos; los experimentos tecnológicos realizados por los hermanos coadjutores que son arquitectos, ingenieros, agricultores, ganaderos, administradores.

Fecundada por el colegio, la universidad se convierte en una institución distinta de lo que era en la Edad Media. Ahora la universidad tiene que gestionar la heterogeneidad y la diversidad. Europa está ya escindida —entre el protestantismo y el mundo católico— y la universidad, además de explorar el universo, está obligada a consolidar instituciones como el Estado y a comunicar entre sí a individuos, pueblos y civilizaciones; ha adquirido funciones nuevas: debe aventurarse en los espacios de la vida interior y proponer dispositivos para el manejo de los afectos y de la sensibilidad.

Poco a poco la universidad, tanto en el mundo católico como en el protestante, va siendo desafiada y transformada por la cultura del humanismo y las instituciones que ella ha hecho surgir. El énfasis en las funciones formativas, distintas de las que se orientan a la capacitación para desempeñar un puesto, se hace explícito por el hecho que los colegios jesuitas no solían otorgar títulos, que el estudiante debía obtener presentando exámenes en una universidad externa.

En París, la topografía del barrio latino ilustra esta situación: al lado de La Sorbona medieval donde habían brillado Alberto Magno y Tomás de Aquino, el rey Francisco I fundó en el siglo XVI el Colegio de Francia para hacer contrapeso a la universidad y, en el predio prácticamente contiguo, se consolidó en tiempo de Luis XIV el colegio jesuita llamado en su honor Luis el Grande.

¿Cuáles eran entonces las funciones del colegio? Tenía al mismo tiempo labores muy importantes de docencia, pero sobre todo de creación y sistematización del conocimiento, de formación del carácter y la sensibilidad. Era un lugar donde se procesaba toda la información nueva producida por los observatorios, o aportada por los proto–etnólogos y los viajeros. Bajo la dirección del P. Kircher, por ejemplo, el Colegio Romano —la principal sede educativa de la Compañía de Jesús— publicó la primera enciclopedia de la cultura china y la primera enciclopedia de la cultura egipcia; en los colegios a través del mundo se produjo una cantidad impresionante de trabajos de investigación acerca de las ciencias naturales y las más diversas lenguas y culturas. Es decir, el colegio era un lugar donde no sólo se enseñaba, sino donde el conocimiento disperso por el mundo se recogía, se procesaba, se analizaba y se difundía por medio de los circuitos planetarios más eficaces (no sólo a través de la católica Amberes, sino incluso de Ámsterdam, la reformada); en el colegio se tejieron redes entre los alumnos y los diversos sectores étnicos o culturales para comenzar a edificar las sociedades nacientes, algunas de las cuales, como la nuestra, llegarían a convertirse en naciones. Era con frecuencia (al lado de la corte y de la Iglesia) un foco principal de creación estética.

 

Experiencias de alteridad

En el siglo XVII el Occidente asumió plenamente lo que significa para la humanidad la existencia de China y, como sabemos y acabamos de aludir a ello al mencionar la obra de Kircher, los jesuitas desempeñaron a través de sus misioneros encabezados por Matteo Ricci un papel fundamental en este proceso. En China, los órganos del Estado, y en particular los correspondientes a la administración pública, no estaban en manos de una aristocracia de sangre, sino en las de una burocracia encumbrada por sus méritos: la meritocracia de los mandarines; el descubrimiento de este sistema va a tener un gran influjo en la transformación del sistema político de Occidente, ya que alentará la crítica profunda al sistema de estamentos heredado de la sociedad medieval basado en tres “estados”: aristócratas, clérigos y pueblo. Ese sistema se fragilizó cuando empezó a consolidarse en Europa la nueva clase dirigente meritocrática de los funcionarios que formaban la emergente aristocracia togada que desafiaba a la antigua nobleza “de espada”.

La consolidación de esas nuevas elites de jueces y funcionarios alimentó las tensiones con los antiguos poderes y suscitó conflictos que contribuyeron a precipitar el hundimiento del Antiguo Régimen. El mundo de la educación superior fue un agente fundamental de este proceso: al lado de las universidades y los colegios, las academias, las grandes escuelas para la formación de militares y magistrados fueron creando estamentos distintos, mucho más flexibles que los heredados de la Edad Media, y dieron origen a un nuevo flujo que llegaría a convertirse en un dispositivo esencial de las sociedades modernas: la movilidad social a través del conocimiento.

 

La ilustración y sus paradojas

El siglo XVIII es el tiempo de la revolución industrial, de las grandes compañías comerciales, pero también es el tiempo de los salones, de las tertulias; es el tiempo de los laboratorios, de la enciclopedia y del café. Todas estas instituciones suscitan un gran dinamismo en el mundo del conocimiento, un dinamismo que no deja de tener claroscuros. El nuevo poder que la ciencia experimental, la industria y comercio mundial adquieren en la conformación de los nuevos caminos del conocimiento, da a la inteligencia humana la ilusión de ser totalmente autónoma. Es la ilusión de la razón autosuficiente. En ese periodo la razón científica se hace cómplice de la razón de Estado y de esta manera se erigen ambas en las referencias últimas de toda legitimidad posible. Para los más fervorosos creyentes en la cultura ilustrada no es necesaria en el cosmos clave alguna fuera de esas dos razones.

Vista desde nuestro país, esta situación tuvo efectos realmente dramáticos: la ilusión de algunos representantes radicales de una modernidad que creía sin fisuras en una versión escueta y voluntarista de la razón ilustrada propició la expulsión y supresión de la Compañía de Jesús, cuyas consecuencias fueron sumamente graves para nuestra educación superior. La gran universidad que existía desde el siglo xvi, la Real y Pontificia Universidad de México, no pudo sobrevivir una vez desaparecida la veintena de colegios jesuitas que la alimentaban desde todas las comarcas del virreinato y tuvo que cerrar sus puertas en el siglo xix. Esto es importante para entender la relación entre el colegio y la universidad: la universidad mexicana no sobrevivió a la supresión de los colegios jesuitas. Ni los cuatro colegios que el rey fundó —minería, botánica, medicina y artes— ni los seminarios diocesanos fueron capaces de reemplazar a esa red de colegios conectada con el planeta entero que habían nutrido y apuntalado a la universidad. Es un extraño episodio donde podemos asistir al suicidio de un gran sistema político y cultural realizado pretendidamente en aras de la razón científica.

 

La universidad, el Estado, la nación

En los siglos XIX y XX, las nuevas potencias económicas aseguran su hegemonía y se extienden por el globo. La universidad se encuentra sumamente ligada a estos procesos: una parte importantísima del conocimiento nuevo se construye en ella, impulsada por el comercio, por la industria, por los imperativos militares, por las urgencias de la expansión colonial y, más tarde, por las necesidades del consumo de las clases medias que van surgiendo de la mano del crecimiento económico y la movilidad social. La universidad reconfigurada tras las guerras napoleónicas desempeña entonces una función primordial en el ámbito político: por una parte, está sin duda al servicio del Estado (germánico o francés, por ejemplo) pero es también el foco de donde emana la crítica social y es la encrucijada de las grandes confrontaciones ideológicas.

La educación superior sigue siendo un vehículo principal de movilidad y al mismo tiempo un espacio en torno al cual se perpetúan las nuevas desigualdades; es un sitio de gran producción de conocimiento, de transmisión de saberes, pero también de muchísimas tensiones, y uno de los principales instrumentos de la estabilidad y de la riqueza de las sociedades occidentales.

A la universidad se le piden, pues, muchas cosas, frecuentemente dispares: que socialice y que impugne los modelos tradicionales de pertenencia, que capacite y que forme, que mantenga y que innove, que explore, sistematice y difunda el conocimiento, que analice y critique, que preserve los legados del pasado y que prepare el futuro, que ayude a construir la armazón institucional que dará solidez a las instituciones y prosperidad a sus habitantes. Sus tareas fundamentales son de síntesis e integración.

 

El presente y el futuro

En nuestra época, al mismo tiempo que las innovaciones tecnológicas crean flujos que no hubiéramos podido imaginar, asistimos a una cierta conciencia del fin de las ilusiones en una igualdad perfecta, en un crecimiento ilimitado, ¿qué podemos esperar de la educación superior dado que ha sabido, con tanta flexibilidad, acomodarse cada vez a los nuevos tiempos?

Las responsabilidades que la universidad desempeña ahora derivan en parte de la acumulación de las funciones realizadas a través de los siglos. Sigue siendo, como en la Edad Media, un lugar privilegiado para interrogar al cosmos y, por tanto, el lugar natural de la reflexión filosófica; todavía se le exige su colaboración para intentar gestionar la vida social y, por tanto, sigue siendo el lugar donde el derecho se elabora y discute; no ha dejado de ser el sitio idóneo para abordar las relaciones con el cuerpo; sigue siendo el lugar también donde se intenta analizar y comprender la interioridad afectiva. La universidad tiene todavía a su cargo la exploración del universo y de las sociedades humanas. Es todavía un polo capital para el desarrollo tecnológico y la comunicación. En la universidad continúan floreciendo las artes y las letras. En todo este sedimento de los siglos cada una de las etapas ha aportado algo y la institución ha sabido ir asimilando esos legados. Eso la convierte en un espacio donde convergen muchas tensiones puesto que tiene que responder a la necesidad de las sociedades de perpetuarse y reproducirse, pero al mismo tiempo no puede dejar de alentar transformaciones profundas en aras de las adaptaciones exigidas por la historia. Tiene el encargo de procurar la estabilidad, pero también es ella la que gestiona la innovación y la flexibilidad; es la principal garante de una movilidad posible a través del conocimiento.

En compañía de una serie de organismos autónomos que gravitan en su periferia como los laboratorios empresariales de tecnología, las organizaciones ciudadanas, los núcleos de análisis y prospectiva, los talleres de experimentación artística, las instituciones de educación superior son todavía espacios dotados de inmensas responsabilidades.

 

Crear, procesar, difundir

Pensando en la tradición específica de la Compañía de Jesús, uno de los elementos más importantes que es necesario considerar es que la universidad para poder ser docente tiene que crear conocimiento, pero, más específicamente, tiene que aprender de los sitios en donde trabaja. Uno de los factores del extraordinario dinamismo intelectual de los colegios tenía su origen en la labor de los misioneros. Ellos aportaban el conocimiento empírico proveniente de los lugares que exploraban y esa información, procesada por los colegios, era luego difundida a través del mundo. Como saben, en el colegio no había cátedra específica de arte, ni de botánica o de historia, pero todas esas disciplinas eran cultivadas en ellos, frecuentemente de manera brillante, en espacios extracurriculares; toda esta actividad extracurricular es uno de los elementos fundamentales del sistema educativo jesuita.

 

Discernir, decidir

En términos de la formación de los individuos, lo más importante en las tareas del colegio jesuita era ayudar a los sujetos a aprender a tomar decisiones, a discernir. Y la universidad, en la medida que produce información y la convierte en conocimiento útil y lo pone al alcance público, ayuda a la sociedad a ir escogiendo sus rumbos. Desde esta perspectiva, el papel de la universidad sigue siendo, como en el colegio del siglo xvi, ayudar a los sujetos a aprender a decidir, y propiciar que las sociedades, gracias al acceso a una masa crítica y accesible de información útil (ésta es una de las funciones principales de la investigación universitaria), tomen decisiones coherentes, pertinentes para la sociedad entera.

 

Liderazgos o elites

Otra de las reflexiones interesantes que podemos traer a nuestra época a partir de la experiencia de las instituciones educativas es una interrogación acerca del concepto de liderazgo, tan en boga en nuestros días, incluso en el espacio universitario. Como sabemos, ninguna sociedad próspera tiene líderes; las sociedades prósperas tienen elites, y esas elites asumen responsabilidades de integración, no guían a nadie a ninguna parte; ellas conectan al conjunto. Un caso ejemplar de estas elites integradoras lo tenemos en los jesuitas mexicanos expulsos en Italia en el siglo xviii, capaces de conocer profundamente la realidad de la vida de los sectores más vulnerables de la sociedad novohispana y hacer escuchar esas voces utilizando los máximos recursos intelectuales en los espacios que formaban la cúspide cultural de su época.

 

El tiempo y la memoria

Hay una demanda que las sociedades formulan a la educación superior, aunque rara vez de manera explícita. Hay una serie de cosas que las sociedades no saben que ignoran. Pienso en el caso de Ricci cuando llegó a China. China era la sociedad más rica, opulenta, próspera, no tenía nada que envidiar a las europeas, salvo tres o cuatro cosas que tenían que ver con la astronomía, las matemáticas, la relojería, la cartografía o el arte pictórico de la perspectiva; pero en verdad no las echaban explícitamente de menos. Cuando vieron que había sociedades que disponían de esos recursos fueron capaces de preguntarse por ellos, de asimilarlos, de utilizarlos. La universidad posee tesoros cuya existencia misma es frecuentemente ignorada por las sociedades. Uno de esos tesoros es la noción del tiempo: la universidad puede colaborar a articular la memoria, el itinerario a través del cual se han construido las sociedades. Con frecuencia, muchos individuos, incluso aquellos cuyas decisiones tienen un peso abrumador, lo ignoran. La mayoría de las sociedades, si las consideramos como conjuntos, realmente no tienen conciencia de la razón por la cual han llegado a donde están. Y ésa es una de las mayores aportaciones que la universidad puede hacer a la sociedad: permitirle descubrir cosas que no tiene conciencia de ignorar, aunque su carencia sea causa de profunda desazón. En la capacidad de manejar la conciencia social del tiempo tiene la universidad uno de sus principales recursos y, por tanto, una de sus mayores responsabilidades.

 

Universidades jóvenes y todavía frágiles

En esta misma línea, no siempre somos conscientes de lo que ha significado para nuestro país la ausencia de un verdadero sistema universitario durante alrededor de un siglo. Las universidades no empezaron a funcionar de manera efectiva prácticamente hasta las décadas de 1920 y 1930, y lo hicieron apremiadas por la urgencia de responder a la necesidad de cuadros para la vida pública y la empresa. Por eso adoptaron un modelo excesivamente orientado hacia la capacitación de profesionistas, dejando de lado la indispensable formación que se adquiere a través del cultivo de las disciplinas que dieron lustre a la cultura de las humanidades. Además, el sistema educativo mexicano desdeñó de manera flagrante la preparación de su fuerza de trabajo para los oficios técnicos capaces de generar alto valor agregado. Una tarea indispensable para la universidad es analizar esta situación y comenzar a proponer alternativas. Esta tarea es tanto más urgente cuanto que en el ámbito planetario uno de los mayores desafíos de nuestras generaciones será sin duda el destino de una fuerza de trabajo en abierta competencia con nuevas tecnologías que la obligarán a reconvertirse.

 

La construcción de instituciones

En las discusiones cotidianas en nuestro país, uno de los consensos habituales es que la corrupción es la causa y raíz de todos los males (o casi). Tal vez convendría aplicar a esa idea una mirada crítica, como la que es necesaria para la noción de liderazgo. Lo contrario de los sistemas y comportamientos personalizados de carácter clientelar a los que está asociada habitualmente la imagen de la corrupción son los sistemas y comportamientos impersonales de carácter institucional, tanto en la gestión de los órganos de Estado como en la impartición de la justicia. Corrupción implica podredumbre, degradación, descomposición de algo que ya existía. No puede degenerar algo que todavía no ha visto la luz. Y nuestras instituciones en el ámbito de la vida pública se encuentran en una situación tan frágil e incipiente que más que ser regeneradas, corregidas o enderezadas necesitan simplemente ser construidas. Ahora bien, construir instancias de esa naturaleza no puede ser la tarea de un gobierno, un equipo o un grupo por brillante que sea, requiere esfuerzos generalizados y plurales y sobre todo necesita tiempo, tiempo medido en décadas y siglos. Por esa razón quise aludir al impacto que tuvo en la cultura política de Occidente el descubrimiento de la meritocracia china. La Fonction publique francesa o el Civil service británico llevaban ya siglos de esfuerzos de integración cuando recibieron ese aliciente espectacular en el siglo xvii.

Recordemos, para comprender la endeble realidad de muchos de nuestros organismos públicos, la destrucción sistemática a que han sido sometidas nuestras balbuceantes instituciones en cada una de las desapariciones del Estado causadas por los terremotos sociales que hemos padecido.

 

Conocimiento y sabiduría

Quizá la vocación realmente esencial del trabajo universitario sea ayudar a los individuos y a las sociedades a distinguir entre el conocimiento (que hay que impulsar sin descanso) y la sabiduría, que nos permitiría sortear las trampas de la arrogancia y la autosuficiencia. En la tradición jesuítica esta diferencia se llama aceptar la condición de creatura: asumir los márgenes infinitos de duda e indeterminación que rebasan siempre a los más refinados modelos analíticos y teóricos, reconocer el vértigo que implican los abismos inherentes a la condición humana y a los inmarcesibles horizontes del orden cósmico y de la historia.

 

Dentro de sesenta años

Finalmente, si es verdad que, tratándose de la construcción de las sociedades, los primeros quinientos años suelen ser los más difíciles, podemos decir que no es poco el camino que llevamos adelantado. El ITESO, esta institución que se inscribe en corrientes de siglos y de milenios, tiene que celebrar por lo mucho que ha enriquecido a tantos individuos y a la sociedad en los sesenta años que han transcurrido desde su fundación, y a partir de ahora continuará sin duda, en compañía de sus congéneres universitarios, realizando aportaciones significativas para ayudar a ir construyendo con tenacidad y paciencia los ámbitos idóneos para que florezca una sociedad que no necesite líderes porque tendrá elites responsables que sepan integrar y reconciliar, e instituciones sólidas que puedan dar a cada persona un trato más justo y eficaz. ¿Quién hubiera imaginado hace apenas sesenta años en un país con un sistema universitario que estaba apenas en ciernes, en una sociedad crispada por los antagonismos ideológicos, el dinamismo y el vigor que iba a alcanzar hoy esta institución (para no hablar de sus espléndidas arboledas)?

¿Qué estarán celebrando dentro de sólo 60 años los herederos de los colegios tapatíos de Santo Tomás (1591), San Juan Bautista (1696), San José (1906) o del Instituto de Ciencias (1920) y del ITESO (1957)? Tal vez la fortaleza, aunque sea incipiente, de una economía más solidaria, de una sociedad cuyas instituciones comiencen a garantizar un verdadero Estado de derecho, de un país dotado de verdaderos órganos profesionales de administración pública (servicio civil de carrera) y de sistemas de participación ciudadana más activos e integradores que los actuales. Sería simplemente continuar el legado de la generación de los jesuitas expulsos que desde Bolonia se empeñaron en construir en torno al nombre de México la matriz mestiza que tanto ha hecho por acercarnos y reconciliarnos.

 

[*] Conferencia presentada en el VI Encuentro El Humanismo y las Humanidades en la tradición educativa de la Compañía de Jesús. Primera mesa: La universidad en el mundo, realizado en el ITESO, Tlaquepaque, Jalisco, 23 de octubre de 2017.

[**] Doctor honoris causa por el Sistema Universitario Jesuita de la Provincia Mexicana. Doctor en Etnología y diplomado de Estudios Avanzados por la Universidad de París VII. Diplomado por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Profesor del ITESO y director del Instituto de Investigaciones Artes de México.