Breves antecedentes intelectuales, económicos y políticos de la Reforma Protestante

Luis Ángel Mora Castro[*]

Recepción: 11 de octubre de 2017
Aprobación: 03 de noviembre de 2017

 

Abstract. Mora Castro, Luis Ángel. Intellectual, Economic and Political Backdrop of the Protestant Reform. This paper reviews the main historical elements needed to understand the context in which the Reform emerged. On the one hand, it provides basic biographical information about Martin Luther, as well as three important intellectual underpinnings of this Augustine friar who became the leading proponent of the Reform. On the other hand, it offers an overview of the political and economic situation in which Luther forged his role as a Reformer.
Key words: Background of the Reform, Martin Luther, Augustine of Hippo, St. Thomas, William of Ockham.

Resumen. Mora Castro, Luis Ángel. Breves antecedentes intelectuales, económicos y políticos de la Reforma Protestante. En este trabajo se revisan los principales elementos históricos necesarios para comprender el contexto en el que la Reforma vio la luz. Por una parte se exponen brevemente los datos biográficos de Martín Lutero y tres de los antecedentes intelectuales de este fraile agustino conocido como el principal exponente de la Reforma. Por otra parte se esbozan las características de la situación política y económica dentro de la cual Lutero se forjó como Reformador.
Palabras clave: Antecedentes de la Reforma, Martin Lutero, Agustín de Hipona, santo Tomás, Guillermo de Ockham.

 

Martín Lutero, vida

Martin Luder (Lutero) nació en Eisleben, Alemania, probablemente el 10 de noviembre de 1483. Sus padres fueron Hans y Margaret Luder, quienes formaban una familia acomodada económicamente gracias a que el padre de Lutero era copropietario de unas minas y dos fundiciones.[1] Por ello, Lutero tuvo acceso a una buena formación académica que lo prepararía para entrar en 1501 a la Universidad de Erfurt, a los 18 años.[2] Ingresó a la Facultad de Derecho por deseo de su padre, quien esperaba que Lutero se convirtiera en un funcionario civil que concediera honores a la familia.

Cuatro años después de haber ingresado a la universidad, el 17 de julio de 1505, Lutero, contra la voluntad de su padre, dejó sus estudios y entró a formar parte de la orden de los agustinos. Lutero fue un monje caracterizado por ser muy fervoroso y entregado a su fe cristiana. Estaba obsesionado por agradar a Dios con ayunos, oraciones, flagelaciones, etc., al igual que ponía mucho empeño en ser servicial y cordial con sus allegados. Su superior, Johann Von Staupitz, viendo las condiciones en las que se encontraba el alma escrupulosa de Lutero, decidió concederle un trabajo que lo distrajera de su situación, y lo envió a la Universidad de Wittenberg a dar clases de Teología para que, posteriormente, recibiera el sacerdocio, lo cual sucedió  en el año de 1507.[3]

Continuó su preparación en Teología y obtuvo el grado de bachiller en estudios bíblicos en 1508, y cuatro años después, en 1512, el título de Doctor en Biblia. Se empeñaría en seguir el espíritu renacentista de “ir a las fuentes mismas”, estudiando las lenguas hebrea y griega para analizar las Escrituras de forma más rigurosa, esfuerzo que lo ayudaría posteriormente a publicar la traducción de la Biblia al alemán. Logró alcanzar el puesto de vicario de su orden en el año 1515, mismo año en el que se empieza a hablar de él como el “agudo predicador de Wittenberg”.[4]

El 31 de octubre de 1517 Lutero colocaría en la puerta del palacio de Wittenberg sus famosas 95 tesis,[5] con las cuales ganaría fama en muy poco tiempo en Alemania y en toda Europa, gracias a que, ya por esas fechas, la imprenta desempeñaba un papel importante en la difusión de ideas. Lutero invitó a que las tesis fueran discutidas abiertamente, pero nadie se presentó a hacerlo. No sería eso necesario para que más tarde fuera calificado de hereje por no retractarse de 41 de las 95 tesis, en las cuales algunos afirmaron que implícitamente negaba al Papa su autoridad para conceder indulgencias. En 1519 Lutero sería más explícito en negarle tal autoridad al pontífice, y en 1520 declararía, en su texto A la Nobleza Cristiana de la Nación Alemana, que el Papa era el Anticristo.

A Lutero se le aplicó la excomunión el 3 de enero de 1521 a través de la bula Decem Romanum Pontificem, expedida por el Papa León X. El 21 de enero del mismo año Lutero fue llamado a la Dieta de Worms para retractarse o a reafirmar lo que había escrito, y tuvo que comparecer ante Johann Eck el 21 de abril del mismo año. Se negó a retractarse de sus escritos, y mientras se decidía qué hacer con él se marchó de Worms y desapareció, por lo que el 25 de mayo se le declaró, en el Edicto de Worms, como prófugo y hereje.

Lutero continuaría escribiendo escondido de la autoridad papal e imperial. Murió el 18 de febrero de 1546 en Eisleben, ciudad en la que nació.

Antecedentes intelectuales

A pesar de que es difícil estudiar la época de Lutero debido a todas las escuelas de pensamiento que en ese tiempo existían, es importante adentrarse en los pensadores que constituyen sus antecedentes intelectuales. Las corrientes de pensamiento de los tiempos de la Reforma que al respecto pueden ser señaladas son “platónicos, aristotélicos, de diversa especie, antiaristotélicos, estoicos, escépticos, eclécticos y filósofos de la naturaleza”.[6] Aquí nos enfocaremos en tres teólogos que dieron impulso con sus ideas a algunas de esas corrientes: san Agustín, santo Tomás de Aquino y Guillermo de Ockham.

San Agustín

Agustín de Hipona es un pensador importante para comprender a Lutero. Después de todo, hay que recordar que el reformador fue agustino, por lo que mucha de su formación tenía como fuente el pensamiento de este filósofo y teólogo. Hay una sencilla idea que es rescatable aquí, y es la que dio paso en Lutero a la afirmación de que solamente a través de la fe era posible alcanzar la salvación.

La experiencia religiosa de Lutero se caracterizó, en un principio, por la angustia. Según Lucien Febvre, era un “monje demasiado bueno”,[7] que trataba de alcanzar la salvación a través de una disciplina rigurosa practicada dentro de la orden de los agustinos. Sin embargo, nada funcionaba para calmar su conciencia escrupulosa, preocupada siempre por evitar el pecado. Alcanzó la tranquilidad al descubrir que el infierno, dada la situación de pecado en la que irremediablemente se encuentra el ser humano desde Adán, es merecido por cualquiera. Tratar de escapar a ese castigo a través de las obras es inútil, pues Dios en su justicia condenaría al ser humano de cualquier manera, ya que el pecado todo lo vicia en la naturaleza y, por lo tanto, cualquier obra, no importa cuál sea, estará siempre manchada por la culpa. Así, lo que salva no son los méritos propios, sino la misericordia divina alcanzada por la fe en Cristo. Las obras no valen nada a menos que se hagan en nombre de Cristo misericordioso y amoroso.

Así, junto con san Agustín, Lutero defendería que “la relación del hombre a Dios es la relación de una criatura finita al Ser infinito, y de ahí resulta que el abismo no puede ser franqueado sin la ayuda divina, sin la gracia: la gracia es necesaria incluso para querer amar a Dios”.[8] Sin la gracia divina no es posible hacer buenas obras.[9] Citando a san Agustín:

Buena es la ley, puesto que ella prohíbe las cosas que deben ser prohibidas y manda las cosas que deben ser mandadas. Pero, cuando alguno juzga que ha de cumplir la ley con sus propias fuerzas y no con la gracia de su Libertador, en nada le aprovecha esta presunción; es más, perjudica tanto, que con mayor deseo es atraído al pecado y cae en el pecado. Porque donde no hay ley no hay transgresión. Hallándose caído por tierra de esta manera, cuando alguno hubiere conocido que no puede por sí mismo valerse para levantarse, implora el auxilio del Libertador. Vendrá entonces la gracia que condone los pecados pasados, y ayude al que intenta surgir, y ofrezca la caridad de justicia, y haga desaparecer el temor.[10]

Lutero nunca dijo que las obras no eran importantes. Lo que él sostenía era que la fe en Cristo es la que posibilita que las obras sean buenas y agraden a Dios. De un corazón tocado por el amor divino se sigue necesariamente que salgan obras buenas.

¿Por qué, entonces, el escándalo por las indulgencias? Sencillamente porque los fieles limitaban la salvación a realizar ciertos actos de piedad que no implicaban la auténtica práctica del cristianismo, es decir, apegarse a las enseñanzas de las Escrituras y esforzarse por seguirlas. No había, en otras palabras, auténtico arrepentimiento por los pecados, más bien sólo había interés en comprar la mayor cantidad de indulgencias posible para evitar ya fuera el Purgatorio, ya fuera el Infierno, sin implicar un auténtico seguimiento de la vida cristiana. Habría que decir, pues, que la controversia sobre la fe y las obras no proviene de Lutero, sino más bien de los luteranos, herederos de su pensamiento. Dejamos aquí un fragmento de uno de los escritos de Lutero en el cual puede corroborarse lo que aquí se dice:

Es cierto que el hombre, en el aspecto interior espiritual, se halla suficientemente justificado en virtud de la fe y posee todo lo que necesita, lo que no quiere decir que la propia fe y estos bienes no tengan que ir creciendo hasta la otra vida. Sin embargo, mientras permanezca en ésta terrena, se ve obligado a gobernar su propio cuerpo y al trato con los demás. Entonces es cuando intervienen las obras; aquí no cabe la ociosidad. Realmente se necesita ejercitar el cuerpo con ayunos, vigilias, trabajos y toda clase de moderada disciplina.[11]

Santo Tomás de Aquino

Santo Tomás de Aquino es aristotélico cuando trata temas de filosofía, pero sigue siendo agustino cuando aborda tópicos teológicos. Sin embargo, no sigue de forma lineal a san Agustín, sino que expone en su Suma Teológica y en su Suma contra gentiles algunas diferencias con el santo africano.

En san Agustín los planteamientos filosóficos se mezclan constantemente con su pensamiento teológico. No hay, pues, una diferencia concreta entre ambas materias. En los siglos posteriores habría pensadores que tratarían de establecer diferencias entre la filosofía y la teología, afirmándolas como dos campos de pensamiento independientes el uno del otro, aunque trabajando en mutua cooperación cuando se trata de comprender la fe cristiana.

Santo Tomás de Aquino fue uno de esos pensadores que, uniendo filosofía y teología, respetaba al mismo tiempo la autonomía de ambos campos:

La diferencia principal entre teología y filosofía radica en el hecho de que el teólogo recibe sus principios de la Revelación, y considera los objetos de que se ocupa como revelados o como deducibles a partir de lo revelado, mientras que el filósofo aprehende sus principios por la sola razón, y considera los objetos de que se ocupa no como revelados, sino como aprehensibles y aprehendidos por la luz natural de la razón. […] Algunas verdades son propias de la teología, puesto que no pueden ser conocidas por la razón y son conocidas solamente por la revelación (el misterio de la trinidad, por ejemplo), mientras que otras verdades son propias solamente de la filosofía, en el sentido de que no han sido reveladas.[12]

Aunque ambas materias se diferencian una de la otra, eso no significa que se encuentren totalmente separadas. La filosofía, para santo Tomás, ha de ser considerada el preámbulo de la fe; la filosofía da el primer paso en el conocimiento de las verdades reveladas presentes en la teología. Es necesario, pues, introducir los estudios filosóficos en cualquier proceso de aprendizaje que pretenda pensar teológicamente el mundo, el hombre y Dios. Dirá luego santo Tomás que la filosofía es la sierva de la teología.

Habiendo establecido diferencias entre filosofía y teología, considera santo Tomás que el hombre está llamado a dos fines distintos, uno natural y otro sobrenatural. El fin natural permite alcanzar un grado de felicidad que es imperfecto, ejercitando las virtudes naturales y el conocimiento de un Dios que puede ser descubierto a través de las criaturas. Por otra parte, hay una felicidad que es perfecta y que se alcanza en la vida futura ejercitando, con la ayuda del Dios revelado en las Escrituras, las virtudes de fe, esperanza y caridad.[13] Así, a la filosofía le compete la felicidad natural de los seres humanos, mientras que a la teología le toca hablar sobre la felicidad sobrenatural.

A esto sumará santo Tomás diferencias entre el Estado y la Iglesia, lo cual tendrá consecuencias políticas en los siglos posteriores a él. Si existen dos fines, uno sobrenatural y otro natural, el primero le corresponde a la Iglesia tratarlo, mientras que el segundo le compete al Estado. Aunque santo Tomás intentará ver los papeles de ambas instancias como complementarios entre ellas, en unos pocos siglos esto sufrirá otras consecuencias que veremos más adelante.

Pasemos a continuación a otro punto, el cual tocará las diferencias que existen entre Lutero y santo Tomás. Hay que recordar que Lutero fue profundamente antitomista y antiaristotélico, y esto se debe a que él no concordaba con la idea de que pudieran ejercitarse las virtudes en una vida natural. Todo en el hombre está dañado por el pecado, por lo cual es necesaria la gracia de Dios para ser virtuoso. Digamos que, aunque santo Tomás también sostenía que era necesaria la gracia para alcanzar la visión de Dios,[14] no llegó a la radicalidad de Lutero de pensar que la gracia se requiere en todo momento. Hay una felicidad que es alcanzable, aunque imperfecta, en el ejercicio de las virtudes naturales, pero incluso a esto se opondrá Lutero.

Lutero es solamente un caso de muchos que implicaron un levantamiento contra la “racionalización” y “paganización” de la fe ocurrida desde el siglo xiii debido a la introducción del aristotelismo en la Europa de la Edad Media. En general, se apostó más por una perspectiva mística que se enfocara en discusiones sobre temas de interés religioso y no meramente teorético. O, como en el caso de Lutero, se apostó más por una teología patrística y bíblica que filosófica y racionalizada.[15]

Guillermo de Ockham

Entre los pensadores que rechazaron la unidad entre filosofía y teología se encontraba Guillermo de Ockham, el iniciador del movimiento nominalista. Aunque no era su intención hacer esa división, fue una consecuencia de su pensamiento, en el cual sostenía que la existencia de Dios no podía ser demostrada por silogismos filosóficos, sino solamente por la Revelación. Así, señala Copleston, “si, como creyeron numerosos filósofos del siglo xiv, no puede darse demostración o prueba apodíctica alguna de la existencia de Dios, ésta ha de quedar relegada a la esfera de la fe. […]  Teología y filosofía tienden a separarse”.[16]

Las tesis tomistas sobre la existencia de Dios fueron tajantemente rechazadas por Guillermo de Ockham. Además de que no puede probarse su existencia, tampoco es posible probar a Dios en sus características de omnipotente, supremo, único e infinito. Es así como gracias al nominalismo la fe quedó “flotando en el aire”.[17] Súmesele a esto la situación de decadencia que la escolástica estaba sufriendo a partir del siglo XIV. El universo tan ordenado que había propuesto santo Tomás de Aquino se empezaba a desmoronar desde sus bases. Afirma Atkinson que esta situación colocó a Europa en un estado de pesimismo en el que no era posible conocer al Dios propuesto por Ockham, el cual era un Dios libre que no estaba atado a sus propios preceptos. La ética también quedó suspendida en el aire, sin una base segura. En estas ideas se educaría Lutero.

Lucien Febvre escribe que uno de los autores que Lutero frecuentaba en sus años de monacato era Gabriel Biel, un nominalista que relacionaba su pensamiento con el de Ockham reservando los derechos de la omnipotencia divina. “Derechos absolutos, sin fronteras ni limitaciones, extendidos hasta lo arbitrario”.[18] Así, el hombre debía, con la fuerza de su voluntad, esforzarse por agradar a Dios, pero tomando en cuenta que éste muy bien puede aceptar las buenas obras o rechazarlas, en la forma en que le plazca y cuando le plazca, por razones que escapan a nuestro entendimiento. Lutero luchaba, se esforzaba, pero no hallaba la paz que su alma anhelaba. ¿Es que acaso Dios no aceptaba sus obras? No había forma de saberlo.

Si tomamos en cuenta a Ockham como un pensador importante para comprender a Lutero, es debido a que la situación de angustia por la que pasó el agustino durante varios años de su vida tuvo sus raíces en ese ambiente pesimista del que habla Atkinson, ambiente que tuvo sus orígenes en la idea de un Dios arbitrario concebida por el ockhamismo. Lo que Lutero encontraría en su Teología de la Cruz, como él le llamaba (o Teología de la Gracia, como la nombran algunos autores), era una respuesta alternativa a las propuestas de la teología ockhamista.

Situación política de Europa y Alemania

La paz entre papas y reyes nunca fue un hecho. Los intereses políticos y económicos siempre dieron como frutos diversas riñas por el poder. Durante siglos, la fuerza política estaba en manos sobre todo del Papa, ya que tuvo que pasar mucho tiempo antes de que las naciones europeas consolidaran reinos con suficiente poder político y económico para comenzar a independizarse de la Iglesia. Así, Copleston afirma:

No se necesita un profundo conocimiento de la historia medieval para advertir las disputas constantemente recurrentes entre papas y emperadores, o las riñas entre papas y reyes. El siglo xiii estuvo animado por esas disputas. […] Los reinos nacionales se fueron consolidando y el poder centralizado de los monarcas nacionales creció gradualmente. […] Ese desarrollo de los reinos nacionales significó la aparición de un factor que eventualmente destruiría el equilibrio tradicional entre el Pontificado y el Imperio. En el siglo xiv podemos ver el reflejo, en el plano de la teoría, de la tendencia al fortalecimiento de la autoridad civil como un poder independiente de la Iglesia. La aparición de fuertes Estados nacionales, que llegaron a constituir una característica tan destacada de la Europa posmedieval, comenzó en la Edad Media. Habría sido muy difícil que los Estados llegaran a desarrollarse del modo en que lo hicieron de no ser por la centralización y consolidación del poder en manos de los monarcas nacionales.[19]

Cabe considerar que también santo Tomás de Aquino desempeñó un papel importante, ideológicamente hablando, al hacer diferencias entre el Estado y la Iglesia. El Estado tenía el papel de garantizar que se cumpliera en la vida de los seres humanos el fin natural de la felicidad imperfecta, mientras que la Iglesia se aseguraba de que el fin sobrenatural de la felicidad perfecta fuera alcanzado. Aunque santo Tomás, más que dividir el Estado y la Iglesia, trataba de unirlos, sus ideas adoptarían otro color en el pensamiento de muchos hombres del Renacimiento, sobre todo entre los humanistas, color que haría más frágil el poder político de la Iglesia, de por sí ya debilitada en su escolasticismo y en su reputación moral. No por nada comenzaron, en el siglo xvi, pero ya incluso desde el xv, aires que pedían una reforma en la Iglesia: una consecuencia entre muchas de esa división hecha entre la Iglesia y el Estado.

Entre las naciones que lograron una notoria consolidación, al menos en el aspecto económico, se encontraba Alemania. Decimos que en el aspecto económico ya que en los planos social y político esta nación se encontraba en una situación de anarquía total. Sus ciudades eran hermosas, grandes, había trabajo y recursos económicos al por mayor, pero la división entre los príncipes alemanes era deplorable. “Alemania era un país sin unidad: esto es lo esencial”.[20]

Aunque Alemania contaba con un emperador y con un imperio, la realidad es que el primero no tenía ninguna fuerza política ante los príncipes alemanes que lo elegían como tal, y el segundo no era más que un nombre para definir territorialmente una nación que estaba como una naranja partida en gajos. Los intereses eran tan diversos y tan diferentes unos de otros que los príncipes no querían otorgarle más poder al emperador, por lo que éste no era más que un mero título, con honores, sí, pero políticamente inutilizado. Así, Alemania se encontraba partida entre “ocho o diez jefes regionales en otros tantos estados sólidos, bien administrados, sometidos a una voluntad única”,[21] a la voluntad de su respectivo príncipe.

Lucien Febvre ubica las diferencias entre el Estado alemán y la Iglesia en una situación poco agradable para los mercaderes alemanes, quienes ya estaban cansados de generar grandes riquezas económicas que los religiosos fácilmente se llevaban a la hora de cobrar el diezmo, sin tener que trabajar y producir ganancias, tal y como lo hacían los alemanes. Además, los sacerdotes parecían ya más un obstáculo entre Dios y sus criaturas que mediadores entre ambos. Eran “indiscretos, inútiles, parásitos”,[22] en pocas palabras. Según Febvre, el rencor de los alemanes hacia la Iglesia se volvió incluso xenofóbico: se trataba de un conflicto entre alemanes e italianos.

Se necesitaba un factor de unidad en Alemania, algo que lograra consolidar al Imperio en una sola nación. Este factor de unidad fue encontrado en Lutero. Aunque, habría que decirlo, la unificación de Alemania no fue solamente trabajo suyo, sino también de quienes comenzaron a seguirlo. El conflicto con el Papa no era, en aquella época, un problema meramente religioso, sino que implicaba entrar en conflicto directo con la Santa Sede en un plano político. Es decir, los intereses afectados por Lutero eran sobre todo políticos, con mayor razón en una tierra tan efervescente de intereses distintos como lo era Alemania.

Es así como se explica la persecución que Lutero tuvo que sufrir. Un hecho como el colocar sus 95 tesis en las puertas del palacio de Wittenberg no era cualquier cosa. Aunque históricamente se ha querido ver ese acontecimiento como un reto a la Iglesia de parte del Reformador, era cosa común invitar de esa forma a debatir ciertas ideas en los círculos de estudio. ¿Qué fue lo que lo hizo trascender hasta llegar a oídos del Papa? Como se ha dicho, tocar al Papa en cuestiones religiosas implicaba también poner en juego su autoridad política, y ya que soplaban aires de Reforma, las 95 tesis fueron rápidamente propagadas con el útil y nuevo invento de la imprenta.

Vendrían luego otros importantes textos como el Manifiesto a la nobleza, en el cual Lutero sostenía que por el bautismo todos pertenecen al estado eclesiástico: el sacerdocio ministerial es solamente un trabajo asignado a uno de los miembros de la Iglesia, y por ello no tiene mayor dignidad que una vocación laical. Ambas, por el sacerdocio bautismal, se encuentran en el mismo nivel. Con ello, lo que deseaban los alemanes tenía ya bases bíblicas: no se necesitaba la mediación de ningún sacerdote entre Dios y los hombres, pues por el sacerdocio bautismal la relación entre la divinidad y sus criaturas es directa. Además,

Era la reivindicación, para todos los cristianos, del derecho a leer la Biblia, a alimentarse de la palabra de Dios, patrimonio común de los fieles. Eran declaraciones de un liberalismo absoluto sobre el derecho de cada uno a pensar y escribir según su sentimiento […]. Nada tiene de extraño que este pequeño libro, escrito en alemán para uso de todo un pueblo, haya sido arrebatado de las librerías con una rapidez inaudita; que en seis días se vendieran cuatro mil ejemplares, cifras sin precedente. Se dirigía a todo el mundo; todo el mundo lo compró.[23]

 

Bibliografía

Agustín, San, “Exposición de algunos pasajes de la epístola a los Romanos” en Obras de San Agustín. Tomo xviii, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1959. Edición de Balbino Martín Pérez.

Atkinson, James, Lutero y el nacimiento del protestantismo, Alianza, Madrid, 1971.

Copleston. Frederick, Historia de la filosofía, de San Agustín a Escoto, 1980.

—— Historia de la filosofía, de Ockham a Suárez, Ariel, Barcelona, 1981.

Febvre, Lucien, Martín Lutero, un destino, Fondo de Cultura Económica, México, 1966.

Lutero, Martín, Obras, Sígueme, Salamanca, 2006. Edición de Teófanes Egido.

 

[*] Estudiante de la Licenciatura en Filosofía y Ciencias Sociales, ITESO. ramza_mora@hotmail.com

 

[1]. James Atkinson, Martin Lutero y el nacimiento del protestantismo, Madrid, Alianza, 1971, p. 16.

[2]. Ibidem, p. 25.

[3]. Ibidem, p. 64.

[4]. Ibidem, p. 96.

[5]. Si bien tradicionalmente se afirma que fue Lutero quien colocó las 95 tesis en el palacio de Wittenberg (y Lucien Febvre da por hecho esto), hay serias dudas sobre este hecho. Es probable que no haya sido el agustino quien haya llevado a cabo esta acción, sino alguien más.

[6]. Frederick Copleston, Historia de la Filosofía, de Ockham a Suárez, Ariel, Barcelona, 1981, p. 27.

[7]. Lucien Febvre, Martín Lutero, un destino, Fondo de Cultura Económica, México, 1966, p. 46.

[8]. Frederick Copleston, Historia de la filosofía, de San Agustín a Escoto, Ariel, Barcelona, 1980, p. 89.

[9]. Copleston considera que un tema “verdaderamente difícil” de comprender en el pensamiento de san Agustín es el de la libertad. Si bien hay momentos en los que el santo africano afirma que el querer y el creer son los primeros pasos, dados desde el libre albedrío, para recibir las gracias necesarias para hacer el bien y perseverar en él, hay otros en los que dice que esos pasos tampoco son posibles de realizarse sin la gracia misma. El papel de la gracia se vuelve tan necesario, incluso para querer hacer el bien, que san Agustín termina sosteniendo, en su De la corrección y de la gracia, la predestinación del hombre. Todo parece indicar que Lutero expone, como un primer momento para recibir la gracia, el querer y el creer, y en un segundo momento vendría la posibilidad de hacer buenas obras. En otras palabras, el primer momento correspondería a la libertad, el segundo a la gracia.

[10]. San Agustín, “Exposición de algunos pasajes de la Epístola a los Romanos” en Obras de San Agustín. Tomo XVIII, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1959. Edición de Balbino Martín Pérez, notas 13–18.

[11]. Martín Lutero, Obras, Sígueme, Salamanca, 2006, p. 164. Edición de Teófanes Egido.

[12]. Frederick Copleston, Historia de la filosofía, de San Agustín a Escoto, p. 308.

[13]. Ibidem, p. 311.

[14]. Ibidem, pp. 391–392.

[15]. Frederick Copleston, Historia de la filosofía, de Ockham a Suárez, p. 19.

[16]. Ibidem. p. 23.

[17]. Idem

[18]. Lucien Febvre, Martin Lutero…, p. 49.

[19]. Ibidem, p. 20.

[20]. Ibidem, p. 95.

[21]. Ibidem, p. 98.

[22]. Ibidem, p. 107.

[23]. Ibidem, pp. 149–150.