La gran novela sobre el genocidio apache

José Miguel Tomasena[*]

 

Recepción: 4 de mayo de 2020
Aprobación: 7 de mayo de 2020

 

¿Qué significa contemplar un paisaje —un río, una montaña, un prado— sabiendo que sus habitantes originales ya no existen, que fueron exterminados? Ésta es una de las preguntas que me conmovieron en uno de los momentos más emotivos de Ahora me rindo y eso es todo,[1] la última novela de Álvaro Enrigue (Guadalajara, 1969), cuando el narrador y sus hijos pequeños llegan a la región que fue conocida como la apachería, en Nuevo México.

Este vacío que dejó el genocidio de los apaches —y de todo el continente— es el centro gravitacional de esta narración, construida alrededor del cruce de cuatro grandes hilos. En primer lugar, una estrambótica expedición que lidera un oficial del ejército mexicano por las montañas de Chihuahua y Nuevo México para rescatar a una viuda raptada en el primero de estos estados por una banda de apaches. En este sentido, se trata de una novela de aventuras; específicamente, de un western.

En segundo lugar, es también un ensayo histórico sobre un territorio que, a mediados del siglo xix, por avatares de la política y de la guerra,

pasó de ser mexicano a ser estadunidense. Gerónimo, el último gran jefe guerrero apache, era ciudadano mexicano —aunque él nunca se considerara tal—; después de su lengua materna, hablaba español; las conversaciones que condujeron a su rendición ante el ejército estadunidense se pronunciaron en este idioma. Aunque desde la perspectiva de los apaches, las identidades nacionales eran tan arbitrarias como vitales: esas tierras eran suyas en la misma medida en que ellos eran parte de esas tierras, y combatían a todo aquel que quisiera dominarlos, independientemente de que la coyuntura política los identificara como rarámuris, yaquis, comanches, españoles, criollos novohispanos, mexicanos o estadounidenses.

En tercer lugar, es una novela política que narra, desde distintas perspectivas de oficiales y políticos estadunidenses y mexicanos, la campaña final contra Gerónimo hasta su rendición frente al general Miles, cuando pronuncia las palabras que Enrigue ha usado para titular su narrativa: “Ahora me rindo y eso es todo”.

Finalmente, la novela también cuenta, en primera persona, el viaje que el autor y su familia emprendieron desde Nueva York hasta las montañas de Nuevo México para conocer la apachería. Vivimos sus conversaciones, la música que escuchan en el coche, el cruce por el río Misisipi, los juegos infantiles con la memoria de los jefes apaches, las aventuras del camino. En este sentido, es también una crónica de viaje.

La gran virtud de esta novela es la forma en que su autor cruza esos registros para crear un relato complejo, con muchas historias. Este cruce de géneros es uno de los signos distintivos de la literatura contemporánea, como en la obra de Cristina Rivera Garza, W. G. Sebald o Sergio González Rodríguez, entre otros, y es coherente con la propia trayectoria de Enrigue: su novela Muerte súbita,[2] Premio Herralde de Novela 2013, está construida alrededor de un hipotético partido de tenis entre Caravaggio y Francisco de Quevedo, y recrea el encuentro de Cortés con la Malinche, las implicaciones ideológicas de la contrarreforma y la utopía de tata Vasco en Michoacán. En resumen, son obras que borran los límites entre ficción y no ficción, ensayo y crónica, novela y cuento.

La novela también dialoga con la tradición de lo que se ha llamado “la gran novela americana”: obras que en algún sentido retratan a la sociedad estadunidense. Pienso en Moby Dick, de Herman Melville; El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald, o, más recientemente, en Meridiano de Sangre, de Cormac McCarthy —esta última, también sobre la colonización del oeste y el genocidio indígena—. Con un poco de malicia he dicho que Ahora me rindo y eso es todo es la última gran novela americana, y que fue escrita por un mexicano.

Los apaches y otros indígenas que aparecen en la narración no son idealizados, con lo que Enrigue ha evitado romantizar la vida pre–hispánica. Aquí no hay estado de naturaleza idílico, ningún “buen salvaje”. La novela retrata la brutalidad de la colonización, pero los apaches son tan cabrones y tiernos, sanguinarios y nobles, generosos y ojetes como los españoles o los gringos.

Se trata de una historia que desmonta los relatos sobre la identidad blanca estadunidense y su expansión hacia el oeste: no es la tierra de la libertad conquistada por un puñado de blancos contra los “bárbaros”, sino una tierra despojada a sangre y fuego de sus habitantes originarios, construida con mano de obra esclava, y habitada —desde entonces— por gente que hablaba muchas lenguas.

Y eso, en nuestros tiempos de autoritarismo basado en ficciones de sangre o raza, es muy importante.

 

[*] Escritor, periodista y profesor universitario. Es autor de las novelas El rastro de los cuerpos, Grijalbo, México, 2019; La caída de Cobra, Tusquets, México, 2016, y ¿Quién se acuerda del polvo de la casa de Hemingway?, Paraíso Perdido, México, 2018. www.jmtomasena.com

 

[1].      Álvaro Enrigue, Ahora me rindo y eso es todo, Anagrama, México, 2018.

[2].      Álvaro Enrigue, Muerte súbita, Anagrama, México, 2013.