La paideia fría. Asesinar la filosofía

[*]

Yarib Balvanera García [**]

Recepción: 24 de agosto de 2017
Aprobación: 16 de enero de 2018

 

Abstract. Balvanera García, Yarib. Cold Paideia. Murdering Philosophy. In the field of philosophy live myriad creatures. The most well–known are the ideological ogres, but there are others like the cold paideia. Its “aspiration”? To avoid philosophy, freeze it, subject it to a cryogenic process to keep it from decaying, but also from developing, so that it is conserved in perpetuity, i.e., done and taught the same way over and over. To stand up to these monsters, we have the strength to say no, and to say yes to ourselves, embarking on a philosophical journey that is authentic, free, and our own.
Key words: paideia, ideology, philosophy, alternative epistemology, one’s own path.

Resumen. Balvarena García, Yarib. La paideia fría. Asesinar la filosofía. En el campo filosófico también existe una infinidad de criaturas, las más conocidas son los ogros ideológicos, pero existen otras como la paideia fría, ¿su “aspiración”? Evitar la filosofía, congelarla, someterla a un proceso criogénico donde no se desarrolle, pero tampoco se descomponga, o sea, conservar lo de siempre, lo ya dicho, elaborado y enseñado del mismo modo una y otra vez. Contra esos monstruos tenemos la fuerza de decirles no, para decirnos a nosotros mismos y abrir un camino filosófico propio, auténtico, libre.
Palabras clave: paideia, ideología, filosofía, epistemología alternativa, camino propio.

 

Introducción

Un páramo de hielo podría ser una metáfora de cualquier paideia dominante. ¿Qué evoca el hielo? Congelación y por consecuencia ausencia de movimiento; pureza y por lo tanto valores consagrados; dureza y por resultado impenetrabilidad; frío y por ende hipotermia. En muchos sentidos el hielo evoca una homogeneidad. Poco sabemos de la fuerza que hace que un brote de pasto penetre al bloque sólido que descansa con todo su peso encima de él, esa potencia que al final le permite asomarse como una rareza erguida en medio de una planicie: firme, de pie, mostrando a los alrededores su existencia construida y afirmada.

Pueblos, culturas, épocas, instituciones, grupos, todos estos determinan sus valores, sus normas y sus prácticas; todo en conjunto constituye un sustrato, una base, una matriz, en la cual los miembros de ese grupo nacen, proporcionándoles una concepción definida del mundo y en la mayoría de los casos es la única que éstos llegan a conocer y, por eso, siempre existe la posibilidad de que esa matriz, en algún momento se transforme en un ogro voraz y mortífero al configurar a sus miembros desde el supuesto de que su manera de concebir al mundo es la mejor, la auténtica o en la versión más extrema de éstas afirmaciones: la verdadera. Si no, ¿cómo explicar los enfrentamientos entre los distintos grupos humanos nacidos de las pretensiones de devorar todo lo distinto y de la larga serie de acciones que se ejecutan desde la extrema seguridad en los fundamentos y casi nunca desde la autocrítica o lo dialogado? Incluso en el caso de la filosofía, algunas de las llamadas epistemologías alternativas guardan en secreto el viejo sueño de la imposición, del triunfo, de la victoria de los unos sobre los otros o de la venganza de un ogro teórico. ¿Cómo proponen éstas una crítica para posicionarse como una alternativa si no han hecho un trabajo crítico de su propio grupo, su cultura, su historia, sus supuestos? La hegemonía está en casa y no fuera de ella. La hegemonía es la cultura en la que nacimos. La percibimos como un monolito, pero en realidad está llena de perforaciones, grietas, rupturas; cientos de brotes de pasto han atravesado ese suelo gélido y compacto. Es necesario minar esa tersura, fragmentarla: la cultura, el Estado, la religión, la filosofía dominante, la familia, la educación, el mercado, la moral, la historia, etc., ese tejido de fuerzas donde no hay posiciones neutrales porque, al desmitificar las imágenes y las figuras, aparecen las relaciones de poder, los entramados y las cañerías a las que nadie suele asomarse más que los que viven en ellas y de ellas o quienes desde la distancia crítica las denuncian. Ante panoramas de ese tipo, es necesario hacer tantas grietas como sea posible para que lo que recién brota encuentre el hielo fracturado y que una innovación sea posible.

 

Enseñar a vivir hipotérmicamente

“Uno no se convierte en filósofo. Todos nacemos filósofos”,[1] dice Michel Onfray y continúa: “así, los niños preguntan en tanto filósofos, de manera natural y muy tempranamente —desde la adquisición del lenguaje—. ¿Por qué pierden luego esta propensión sublime?”.[2] ¿Qué impide descubrir la vida filosófica?, ¿qué hace que las grietas se vayan cerrando, hasta obstruir todas las posibles salidas del mundo trivial y compacto? Apenas el niño comienza a preguntar, el adulto, ya delineado como padre de familia, como maestro, como sacerdote, se encarga de enseñar al niño a vivir bajo el hielo. ¿Para qué salir al sol si se puede vivir debajo del hielo del discurso corriente? Como efecto de su pregunta el niño queda transformado en un blanco para ser atacado con la repetición de una doctrina que lo enseña a vivir hipotérmicamente, sollozando a punto de morir, porque el hielo cuando no mata, conserva.

Algunos, sin embargo, mantienen el hálito de esa pregunta. ¿Cuál es el mecanismo para conservar ese espíritu infantil, crítico y disidente? Callar sin olvidar. El silencio les protege dándole al mundo la impresión de que ya han sido asimilados por una paideia fría que poco a poco los ha convertido en un pedazo de hielo; ¿cuál es la ingenua victoria de ese mundo? Suponer que cuando una extensión se ha añadido al bloque éste se hace más grande, más fuerte, más compacto, su devoradora devoción se regocija, pero no por mucho tiempo… porque los sueños de los espíritus totalitarios no son realizables, así los niños inventan sus propias técnicas de supervivencia, algunos se vuelven expertos, logran vivir debajo del hielo sin congelarse. Sucede con los niños que asumen que para que sus preguntas sobrevivan es necesario pasar una larga espera bajo el hielo. Ellos, ellas, se convierten en ese momento en los hombres rebeldes. Gran lección de Camus: “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no”.[3] Un no que acrisola no pocas historias, no pocas vidas pues los rebeldes se confunden fácilmente con los valientes. Ese niño es un hombre desde el momento en que asume su rebeldía y se hace consciente de ella, una conciencia que no le dejará olvidar la fuerza limpia y vigorosa de su preguntar:

No se sabe por qué, sin embargo, algunos atraviesan sin problemas el filtro familiar y el de la escuela obligatoria. El hecho es que una vez que estos dos obstáculos han sido franqueados, también hay que tener suerte: encontrarse con un ser que propone la disciplina y hace saber que existe una actividad que nombra ese intenso gusto por la pregunta, ese deseo de saber y comprender, esas ganas de no renunciar a entender los mecanismos del mundo: la filosofía.[4]

Llegado el momento, el niño —ahora ya adolescente o adulto— encuentra el momento de expresar ese hálito de su existencia, algunos lo hacen para sí mismos y otros de frente a los demás, ahora ya tienen suficiente fuerza para defender que nadie se interponga entre ellos y eso que ahora tiene nombre: filosofía. Aquella rebeldía ganada el día que decidieron no renunciar a la pasión por la pregunta les permite ahora hablar; si antes callaron para hacer creer que no juzgaban ni deseaban nada, ahora, desde el momento en que hablan, hacen saber qué desean y juzgan.[5]

 Dice Pessoa: “Todos tenemos dos vidas: la verdadera, que es la que soñamos en la infancia y que continuamos soñando cuando adultos, en un sustrato de niebla; la falsa, que es la que vivimos en convivencia con otros, que es la práctica, la útil, aquella que acaba por meternos en un cajón”.[6] Y así, el sueño de la infancia se escurre como una niebla que recorre los años, de manera sigilosa y sin llamar mucho la atención. Para algunos quizá no será nunca realizable pero viven de su presencia, de que siga ahí; no es recuerdo muerto, sino flujo constante y silencioso; se trata del recorrido de un anhelo que comenzó hace tiempo, en la infancia; otros más valientes logran abrir ese flujo hacia el caudal de su vida, se convierten en ese sueño que estuvo escondido y protegido por una rebelión iniciada hace largo tiempo, entonces ese hombre rebelde del que habla Camus, ¿no será acaso la onda expansiva de un anhelo que hizo explosión en la infancia? ¿Y que el hombre rebelde sea en realidad la reivindicación de aquel niño que, por su temprana edad, no había tenido la fuerza suficiente para decir no? El niño rebelde se forjó en el hielo del silencio para un día estallar como un cañón ardiente, como un hombre rebelde. El primer no se dijo en la infancia.

 

Los magos gélidos

Algunos rebeldes logran llegar a la universidad, ese lugar que la tradición ha legitimado como fuente de la sabiduría, pero que recientemente se ha transformado en empresa para la “producción” de conocimiento, rentable, saqueable y saqueante, vendible, más parecida a una cadena de producción que a un espacio para la libertad humana. En esta cadena de producción, ¿qué se ensambla? Ideas, esquemas, concepciones del mundo. Pocas son las escuelas que enseñan a los estudiantes a tomar distancia y a asumir una postura personal y crítica ante la brutalidad del mundo y una postura de reconocimiento y de recuperación de las bondades que también existen.

El ser humano para ensamblar es el estudiante. Los instrumentos de ensamblaje son las formas cristalizadas de la enseñanza de la filosofía y los profesores cristalizados por una forma de enseñanza dominante son los magos gélidos. Algunos rebeldes logran llegar a la universidad pero “a veces estas naturalezas sobrevivientes sucumben sin embargo bajo el fuego universitario”.[7] Así, un estudiante recién “matriculado” descubre la importancia de las lecciones de historia de la filosofía, las cuales no representan problema alguno pues de algún modo son el lugar donde se toman las herramientas para pensar y lo que muchas veces enseña a pensar; el problema viene después precisamente cuando el estudiante quiere expresar lo que ha pensado.

Algunos descubren en la historia de la filosofía lo necesario para hacer válidos sus “problemas filosóficos personales y, posteriormente, [los problemas filosóficos] generales”.[8] Pronto, no muy tarde, casi inmediatamente descubrirán que la escuela enseña que lo principal es lo general y no la reflexión acerca de las inquietudes personales, aquellas que se estuvieron desenvolviendo en ellos desde que comenzaron a ser niños rebeldes. El capricho de lo general y su desprecio de lo individual olvida de paso una importante lección, que “la humanidad de un individuo se define por la triple posibilidad conjunta de una conciencia de sí, una conciencia de los otros y una conciencia del mundo […] el que ignora quién es, quién es el otro y qué es el mundo está fuera de la humanidad aunque esté vivo”.[9]

 Así, el estudiante descubre que antes de tomar la palabra debe pasar por una serie de requisitos; antes de ganar el derecho a hablar, su anhelo existencial de filosofar tiene que estar validado por un protocolo de investigación, ahí se determina el derecho de quién puede o no filosofar. Es cierto, habrá algunos a quienes el saber filosófico no los toque en ningún momento, pero éstos optarán por abandonar la filosofía de manera voluntaria: el proceso legitimador y casi jurídico del protocolo no es necesario en estos casos y tampoco en ningún otro. Se puede filosofar sin protocolo, sólo es necesario confiar en que la existencia del estudiante abrirá sus propios caminos. Se necesita por supuesto orientar en la reflexión, enseñar a ordenar la escritura, las ideas y los argumentos, a ganar profundidad, a nutrir las inquietudes hasta transformarlas en palabras, pero esto es más un ejercicio de amistad que se da entre el que enseña y el que aprende, un vínculo, que tiene por función que el aprendiz logre madurar un pensamiento y una escritura propios; sin embargo, estas bondades no son dadas en ningún momento por el protocolo de investigación.

Así, la enseñanza de la filosofía adquiere también formas canónicas. Tomemos el ejemplo del protocolo de investigación, el hechizo por excelencia de los magos gélidos que dispone de los elementos necesarios para garantizar que nadie escape del frío anestesiante. Ese conjuro es más o menos lo siguiente: título, tema, planteamiento del problema, hipótesis, pregunta de investigación, objetivos, marco teórico, metodología, justificación y una lapidaria bibliografía para garantizar el éxito. Aunque mucho se ha cuestionado el problema de que los modelos científicos no pueden expandirse al resto de los saberes, este protocolo de investigación parece una copia del pseudo–método científico ajustado para la reflexión filosófica; los magos gélidos invocan a este fantasma de siglos pasados para que posea a las almas que tengan la audacia de querer desobedecer el proceso formativo–jurídico de la existencia: el protocolo de investigación, que decide qué modo de filosofar vive y qué modo muere.[10]

 La existencia se ajusta al protocolo de investigación. Los magos gélidos hacen uso de un nunca declarado, pero sí practicado, gesto displicente contra todo aquel que quiera realizar el ejercicio filosófico sin atender a estas formas canonizadas, porque la autoridad puede ser alguien que ha tenido una carrera académica lo suficientemente larga como para dar la impresión de que su persona “basta” para darle una validez permanente a todo lo establecido. Los magos gélidos tienen como fin, tampoco declarado, garantizar una mecánica del silencio, un proceso que paso a paso ahoga, entre las formas del protocolo, la existencia de quien quiera abrirse paso libremente. Se trata de un mecanismo del silencio que opera de manera articulada: compañeros, maestros, reglas académicas, requisitos de investigación, temas de moda, hacer lo que piden o perder la beca, listado de temas clásicos, líneas de investigación petrificadas, etc., todo esto en conjunto conforma un dispositivo silenciador, los elementos que lo conforman son tantos que uno sólo puede enfocarse en dos o tres de ellos, su complejidad lo hace omnipresente e invisible al grado de que llegamos a creer que de manera voluntaria hemos aceptado sus condiciones impuestas.

En los magos gélidos se cristaliza la tradición universitaria: el protocolo no es cuestionable porque “nuestras eminencias” han realizado sus investigaciones siguiéndolo. Una fila de estatuas bronceadas constituye el paisaje de la legitimidad académica, que de paso esconde la pereza ante la reflexión. El protocolo es cómodo —dicen— porque ayuda a ordenar el pensamiento y facilita la reflexión, es decir, una economía del pensamiento que busca “hacer” con lo menos posible, eso incluye por supuesto la dedicación a los estudiantes, a tal grado que ya no es necesario el trabajo de escuchar al estudiante, atenderlo, ser paciente en ayudarlo a hacer un camino propio, hasta que logre la maravilla de que su reflexión encuentre la forma que le es consustancial. El profesor practicante de la displicencia no perderá el tiempo en un estudiante que según sus limitados criterios no logrará ni la mitad de las medallas que él posee; este profesor duda ante todo de las capacidades del estudiante, le niega la oportunidad antes de dársela y, entonces, supone que lo mejor que pueden hacer sus estudiantes es tratar de cumplir —otra vez cumplir reglas— con las exigencias del protocolo de investigación, ése es el único mérito que está a su alcance. ¿La reflexión del estudiante? No cuenta, lo legítimo es el protocolo que con una magnanimidad arrogante justifica la reflexión del estudiante, el protocolo es displicente. Y lo es porque tiende a sepultar las inquietudes de los estudiantes en una red de formularios que parecen necesarios y porque delinea el destino y las preguntas dado que el supuesto de ese modelo es que la realidad quede sometida al orden y la forma dados por él.

Se piensa además que el protocolo es sólo la forma, que el estudiante puede usarlo y abrirse paso en él de manera libre. Una escaramuza más: el mago gélido hace creer que el protocolo no sacrifica la libertad de reflexionar, como si la forma no configurara el fondo. El estudiante delfín tiene que nadar en el estanque, hacer saltos y piruetas, mostrar las bondades de la reclusión y de la “reflexión protocolaria” siempre cercana a los encierros.

 

Deshacer el bloque. No asentir

Es necesario no asentir. Ese proceso criogénico tiene por finalidad detener célula por célula la innovación de quien quiere filosofar a su modo, de manera libre y abierta y, a la vez, busca frenar la descomposición de los modelos canónicos de filosofar. La palabra “innovación” puede resultar achacosa, abochornada por la demagogia educativa que todo el tiempo está “innovando”: nuevos planes de estudio, programaciones, planeaciones, cursos para profesores, reformas educativas, etc., un conjunto de disposiciones que tienen por tarea soterrar lo nuevo, lo innovador, lo fresco. La estratagema es poner por delante y a la luz lo que no se quiere realizar —la innovación— para simular que se está haciendo.

Así, sin detenerse a pensar, son muchos los que se lanzan de cabeza al océano de la innovación, sin percatarse de que, en realidad, se lanzan a un pantano, otra vez lo mismo: las mismas prácticas, los mismos discursos, sólo que ahora con otro nombre: la ciénaga gélida sigue sin clausurarse. Sin embargo, su trampa no es mortal. Tal demagogia no sobrevive a una mirada histórica que muestra que las pretendidas innovaciones no son más que eufemismos, cambios de palabras, ocultar la cháchara ya vendida, cambiarle de envoltura, volver a venderla; sin un mínimo referente histórico todo puede construirse en el aire, todo puede venderse, pues nadie ha sido testigo del engaño mil veces practicado.

Para los estudiantes queda la tarea de analizar las prácticas de la enseñanza de la filosofía, hurgar en la historia, descubrir lo que por una u otra razón se ha conservado en secreto y en silencio, tomar conciencia de que las clases no comienzan en el instante en que todos se acomodan en sus mesas, guardan silencio y esperan a que el profesor hable; comenzaron más atrás, incluso antes de que los profesores estudiaran la filosofía que ahora enseñan. La historia permite descender debajo del hielo, hasta ese momento donde la escarcha apenas se formaba por encima del suelo, para mostrar que lo que por mucho tiempo ha sido “así” no siempre lo fue, y que el presente no es superación del pasado sino la continuación de sus efectos: reconducirlos reconfigurándolos vale como ejercicio filosófico previo al encuentro con el modo de filosofar propio y auténtico.

 

El bosque en vez del hielo

Contra el páramo homogéneo y gélido, el bosque verde y diverso. No hay dos árboles iguales. No hay dos seres humanos iguales, no hay un solo modo de hacer filosofía. Para los estudiantes queda la tarea de defender sus ganas de filosofar, no entregar a los magos gélidos su brasa viva, no perder lo rojo del carácter para pasar al azul frío de la asimilación; la posibilidad de lograrlo implica el compromiso consigo mismos. ¡De ustedes nace la filosofía! No se hará por otro lado ni vendrá de nadie más. Ante las disposiciones externas —fuera de la universidad— y ante las disposiciones internas —dentro de la universidad— es necesario buscar los textos, los autores e incluso algunos profesores que ayudan a desarticular los mecanismos que poco a poco conducen al silencio. Ante el profesor criogenizado, que disimuladamente pide abandonar la originalidad para adoptar y repetir a los espíritus canónicos, es ineludible recurrir a la biografía y los episodios que marcan la originalidad de la persona y que, por tanto, legitiman que otros modos de hacer filosofía son completamente válidos.

“Argumentos” en contra de esto habrá cientos, el clásico: tu trabajo es inviable, es mejor que optes por este otro. Es cierto, algunos trabajos requieren mayor dedicación, una mayor cantidad de lecturas y
una reflexión más profunda, pero eso no justifica nunca la anulación de las inquietudes del estudiante, que en todo caso puede descubrir y vivir la consecuencia de chocar contra un muro o alzar el vuelo libremente. Para otros será todavía más complejo: maestros corruptos aficionados por vocación a corromper estudiantes, para enseñarles el “negocio” de la academia, trabajos de investigación ya prometidos y pagados que sólo están esperando a que llegue el alumno que lo realizará para sumar una cantidad a la cuenta del profesor; líneas y modelos de investigación que funcionan como máquinas de ordeña. Son pocas las escuelas que escapan de tener esta maquinaria interna, oculta detrás de los lemas universitarios, la cañería detrás de la fachada, tantos estudiantes se enfrentan a esto y son tan pocas las veces que se dice.

Fuera de la universidad o dentro de ella hay suficiente fuerza y trabajo como para recuperar la filosofía, apropiarse de ella, aun en contra de la cañería universitaria o de los mecanismos culturales y sociales que impiden descubrirla. “Todos sabemos lo que esto implica: cada vez más simulación, cada vez más embrutecimiento y más desperdicio de potencialidades humanas”,[11] además de que lo social–familiar, lo social–cultural y la universidad se convierten de algún modo en “el anverso y el reverso de una misma manera de evitar la filosofía”,[12] tanto que “la educación se entiende hoy en día en las coordenadas de un empirismo que evita por todos los medios posibles la reflexión. Éste ha sido el medio de evitar que se le acuse de anacronismo y oscurantismo”.[13]

 La enseñanza de la filosofía está plagada por una serie de prácticas que desvían, engañan y expulsan a tantos que quieren descubrirla; desde el niño que recibe la respuesta lapidaria ante sus preguntas, el joven que tiene sobre sí los deberes familiares, sin tener elemento alguno para cuestionar un proyecto de vida que no es el suyo, sino uno que idealmente sus padres han pensado para él, hasta el adulto que busca algo más que lo doctrinario de los medios de comunicación y del mercado que lo conducen en una vida que no alcanza a rechazar, o de la Iglesia dominical y el sacerdote que ha dado los mismos sermones una y otra vez, etcétera.

El estudiante que llega a la universidad y descubre que lo último que tendrá es la palabra, aprende también que la filosofía necesita sus espacios. La experiencia en la universidad permite conocer cómo funcionan sus estructuras y los vicios que se practican dentro de ella. La Universidad Popular permite encontrarse con aquellos que fueron expulsados del derecho de acceder a la filosofía, y me permito aquí hablar en un tono personal: conocerlos me ha dado motivos suficientes para saber que hay un gusto enorme y unas apasionadas ganas de filosofar abriéndose paso día a día por debajo del bloque de hielo, donde existencia y reflexión se condensan.

[Así la filosofía se presenta] como exigencia vital para la integración de individuos que reflexionan y que necesitan saberse incluidos en un acontecer racional más profundo, cósmico–natural. Como posibilidad de encontrar un denominador común de mundo y mismidad, de entendimiento y sensibilidad, de establecer un compromiso radical entre existencia y reflexión.[14]

Se trata de unos brotes que anhelan construirse como árboles vigorosos, bien hechos, personas que se niegan a ser un desecho periférico, para convertirse en “aquella o a aquel que quiere liberarse de la brutalidad de un ser–ahí consustancial a la materia del mundo”[15] y que filosóficamente afirman la existencia que deriva de esa decisión; ante unos mecanismos que los niegan, la filosofía los afirma y les da la fuerza suficiente para saber que su existencia es grande, bondadosa, elegante, fuerte, valiente y libre: el bloque frío se fragmenta.

 

Bibliografía

Camus, Albert, El hombre rebelde, Losada, Buenos Aires, 1978.

Cárdenas Castillo, Cristina, “Apuntes para una crítica del cinismo educativo” en Xipe Totek, Revista trimestral del Departamento de Filosofía y Humanidades del iteso, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, Tlaquepaque, Jalisco, vol. xviii, número 2, junio de 2009, pp. 100–118.

Onfray, Michel, Antimanual de filosofía, Edaf, Madrid, 2007.

——  La comunidad filosófica. Manifiesto por una Universidad Popular, Gedisa, Barcelona, 2008.

——  La fuerza de existir. Manifiesto hedonista, Anagrama, Barcelona, 2013.

Pessoa, Fernando, Poemas, Letras vivas, México, 2002.

 

[*] Para mis compañeras y compañeros de la Universidad Popular. En julio de 2017 un grupo de amigas y amigos decidimos, al estilo de Michel Onfray, fundar una Universidad Popular. Se trata de un Jardín de Epicuro, sus características: las clases no tienen ningún costo, es un jardín fuera de las paredes universitarias abierta a cualquiera que guste y busque el placer de filosofar. La reflexión de este trabajo nace de la experiencia y el contacto con mis estudiantes.

[**] Maestro en Filosofía y Ciencias Sociales, ITESO, Fundador de la Universidad Popular de Ciudad Victoria, miembro del Cuerpo Académico de Historia e Historiografía Regional de la UAMCEH de la Universidad Autónoma de Tamaulipas. yrb.balvanera@gmail.com

 

[1].     Michel Onfray, La comunidad filosófica. Manifiesto por una Universidad Popular, Gedisa, Barcelona, 2008, p. 127.

[2].    Ibidem, p. 130.

[3].    Albert Camus, El hombre rebelde, Losada, Buenos Aires, 1978, p. 17.

[4].    Michel Onfray, La comunidad filosófica…, p. 132.

[5].    Albert Camus, El hombre…, p. 18. La cita textual dice así: “Callarse es dejar creer que no se juzga ni desea nada […] pero desde el momento en que habla, aunque diga que no, desea y juzga”.

[6].    Fernando Pessoa, Poemas, Letras vivas, México, 2002, p. 5.

[7].    Michel Onfray, La comunidad filosófica…, p. 133.

[8].    Michel Onfray, Antimanual de filosofía, Edaf, Madrid, 2007, p. 21.

[9].    Michel Onfray, La fuerza de existir. Manifiesto hedonista. Anagrama, Barcelona, 2013, p. 191.

[10].    Al mismo tiempo hay que señalar que con mucha frecuencia aparecen cuestionamientos y alternativas al protocolo de investigación, pero los mecanismos de evaluación educativa se empeñan en continuar con los mismos modelos.

[11].    Cristina Cárdenas Castillo, “Apuntes para una crítica del cinismo educativo” en Xipe Totek, Revista trimestral del Departamento de Filosofía y Humanidades del iteso, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, Tlaquepaque, Jalisco, vol. xviii, número 2, junio de 2009, pp. 100–118.

[12].    Michel Onfray, La comunidad filosófica…, p. 90.

[13].    Cristina Cárdenas Castillo, “Apuntes…”, p. 115.

[14].    Ibidem, p. 118.

[15].    Michel Onfray, La comunidad filosófica…, p. 119.